viernes, 7 de marzo de 2014

SIRENAS TENTADORAS, HEMBRAS FATALES

Mujer, mujer divina, / Tienes el veneno que fascina. / En tu mirar / Mujer alabastrina, / Tienes vibración de sonatina / Pasional. (Agustín Lara: Mujer)
No es raro que muchos hombres (no todos) sueñen con mujeres fuertes, conscientes de sus poderes, difíciles de controlar, tanto que las consideran fatales, porque ellas les permitirían disfrutar una excitación que no encuentran en las relaciones con mujeres sumisas. Los versos del bolero dan cuenta de ese personaje fascinante por el riesgo que las acompaña. Hay mujeres temibles, mejor sería no encontrarlas nunca, porque después de que eso ocurre, no es posible para un hombre sobrevivir a su maldad. ¿Dónde reside la peligrosidad de una mujer? Es difícil encontrar algo que no pueda ser temido por un hombre. ¿Qué puede haber de malo, por ejemplo, en que una mujer cante? Si lo hace bien, su voz deleitará a los hombres que la oigan y fantaseen sobre la intimidad que podrían disfrutar con ella. En la mitología griega, sin embargo, las sirenas atraen con sus cantos seductores a los navegantes, con el objeto de hacerlos naufragar en los roqueríos y devorarlos a continuación.
Encantan a los mortales que se acercan. ¡Pero es bien loco el que se detiene a escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de carnes corrompidas. (Homero: La Odisea)
En las orillas del Rin, la virgen Lorelei cumplía la misma función de tentadoras y destructivas. Entre los eslavos, las rusalkas eran figuras femeninas seductoras, instaladas en roqueríos (las sirenas y Lorelei) o entre las ramas de los árboles de un bosque (las rusalkas) que solo esperan a no van en busca de sus víctimas masculinas. Aguardan pacientes, como las arañas en su red, que las víctimas penetren el territorio que ellas controlan, para someterlos a sus planes, que son darles muerte. Las Wilas de la mitología polaca son mujeres que pecaron de frivolidad mientras vivieron y no descansan después de muertas. Controlan tormentas y se metamorfosean en cisnes, caballos, serpientes o lobos. Ellas conservan de las sirenas las voces encantadoras y el comportamiento cruel respecto de los hombres infieles. Para los eslavos, esas figuras fantasmales salen a la medianoche, de los cursos de agua donde viven, después de haber muerto ahogadas. Son hermosas y sabias. A veces se las representa cepillándose la larga cabellera, a comienzos del verano. Cantan y bailan para atraer a sus víctimas, los hombres más atractivos, y ahogarlos a continuación (si se prefiere, para llevarlos al más allá). En algunas versiones, basta con oírlas reír para morir.
No se puede armar una pareja estable con sirenas, porque destruyen a los hombres que atrapan. A pesar de la crueldad de sus intenciones, respetan limitaciones que la sociedad tradicional impone a las mujeres: viven para complacer a los hombres (inicialmente, antes de destruirlos). También hay sirenas seductoras en el mundo islámico, pero no llegan a ser temibles para los hombres (una situación que resultaría ofensiva para ellos) sino complacientes y excitantes, en el mejor estilo de las conejitas Playboy:
Dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarros marinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de la propia manera que las mujeres, cuando que a su paso llaman la atención. Tenían la voz muy dulce (…) pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos. (Anónimo: 1001 Noches).
El ingenio que de acuerdo a la opinión de los hombres caracteriza a su propio género, les permite burlar la trampa mortal que plantea el asedio de las mujeres. Orfeo logra derrotar a las sirenas cuando su canto se superpone y finalmente tapa el de ellas, evitando que los marineros del Argos encallen. Irritadas por el fracaso de su maldad, en algunas versiones del mito las sirenas se ahogan voluntariamente (cuesta creerlas tan torpes) y en otras se convierten en piedra. Ulises vuelve a derrotarlas en la Odisea, cuando tapa los oídos de su tripulación con cera y se reserva para sí el privilegio de oírlas y sobrevivir, porque ha pedido que lo aten al mástil de la nave. Esta es una imagen formidable: el héroe se expone a las circunstancias que destruyen a otros hombres menos astutos, pero antes se pone a resguardo de cualquier riesgo. En la mitología de Bretaña, la malvada Ahez, hija del rey Grallon, entrega las llaves de ciudad de Ys al demonio (que se le aparece como el milagroso San Corentin). El castigo no tarda en llegar. Ys es hundida en el mar y Ahez es convertida en sirena. Las historias recopiladas por Elsie Masson en Folk Tales of Britain, la describen como una mujer hermosa y cruel. Ella seduce a los hombres atractivos, les entrega máscaras que los vuelven invisibles, y les impiden abandonar a la princesa, porque el artefacto los estrangulan. Un asistente negro se apodera entonces de los cuerpos de las víctimas y los arroja al mar, donde sus almas continúan penando. En Popular Legends of Brittany, recopilación de historias tradicionales efectuada por la madre de Oscar Wilde, un joven comprometido en matrimonio oye hablar de una Bruja que vive en el fondo de un lago. Sube a un bote en forma de cisne que lo hunde en las aguas. Allí encuentra a una mujer bellísima, habitante de un palacio construido con perlas y caracolas, con una escalera de cristal. Ella está recostada en un sofá dorado, vestida de seda verde y le propone compartir sus riquezas casándose con ella. Los pescados que fríen para el banquete, se convierten en hombres al ser tocados por el joven. La Bruja es la responsable del encanto. Al tratar de huir, la Bruja lo convierte en una rana y le impide huir. La intervención providencial de la novia que se disfraza de hombre y se aventura en ese mundo que ha sido fatal para el hombre, otorga un final feliz a la historia. Contra la maldad de una mujer de otro mundo, que degrada a los varones mediante sus encantos, solo cabe esperar la ayuda de otra mujer, terrenal, que acepta someterse a quien la toma por esposa.
Entre las innumerables trampas que el astuto enemigo [el Diablo] ha tendido por todos los senderos y campos del mundo, la mujer es la más grande y de la que casi nadie puede escapar. Estas, triste cabeza, malévola estirpe, linaje corrupto, engendra muchos escándalos por todo el mundo, provoca disputas, riñas y crueles sediciones, lleva a la guerra a viejos amigos, separa afectos y enemista a padres e hijos; (…) también destrona a reyes y tetrarcas, crea discordias entre pueblos, sacude ciudadelas, destruye ciudades, multiplica las matanzas, prepara filtros mortales y enloquecida siembra incendios por poblados y campos; en fin, ninguna forma del mal hay en el mundo en la que la mujer no tome parte. Es un sexo envidioso, liviano, irascible, avaro, desmedido en la bebida y de vientre voraz; disfruta con la venganza, anhela siempre vencer sin miedo a crimen o engaño alguno con tal de poder vencer; por medios lícitos e ilícitos desea obtener lo que quiere y nada que sea placentero le parece ilegítimo. Cambia de cara resplandeciente, pero esconce sórdidos secretos; es un sexo mentiroso y procaz y no se halla libre del delito del hurto; (Marbodo de Rennes: Liber decem capitulorum)
En la historia contada por Paracelso, Ondina es un espíritu de las aguas, inmortal y dotado de gran belleza, que aspira a tener un alma, gracias al matrimonio con un hombre, que debería darle un hijo. La Sirenita de Hans Christian Andersen y un siglo más tarde Ondine, la pieza teatral de Jean Giraudoux, le dieron forma literaria al mito del desencuentro de una pareja cuyos integrantes pertenecen a mundos distintos. Ondina se casa con Sir Lawrence, que promete serle fiel hasta que la muerte los separe, pero al parir a su hijo, la ninfa comienza a envejecer y el marido deja de sentirse atraído por ella. Cuando lo descubre durmiendo con otra mujer, Ondina lo maldice, condenándolo a morir apenas caiga dormido de nuevo y regresa al agua de donde salió, con lo que completa su trayectoria de mujer fatal, a pesar de ser presentada previamente como víctima del hombre al que destruye. En la mitología de los mapuches del sur de Chile, los Sumpall, criaturas encargadas de la salvaguarda de fuentes de agua, atraen a seres humanos, por igual machos y hembras a los que seducen desde el fondo de las corrientes de agua, con sus voces incomparables. En ocasiones, se vengan de aquellos que dañan las fuentes de agua potable. Sus víctimas pueden volver a la superficie, con regalos de peces y mariscos para las familias que dejaron. Otras veces, las mujeres solas que pasean junto a los ríos, pueden ser fecundadas por los sumpall machos. La Pincoya y el Pincoy, son sirénidos de la mitología del archipiélago de Chiloé, en el sur de Chile. Se observa a la Pincoya en noches de luna llena, sentada en las piedras, peinando su cabellera rubia. Cuando sigue una embarcación, es porque se ha enamorado de algún marinero, a quien lejos de matarlo, como sus parientas europeas, le otorga una pesca abundante.

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