martes, 18 de marzo de 2014

MARÍA, VIRGEN Y MADRE

Para la tradición judeo-cristiana-islámica, la imagen de Dios tiene un implícito modelo masculino. Se habla siempre de Él, en ningún caso de Ella. De acuerdo al Génesis, texto compartido por las tres grandes religiones monoteístas, Adán es el primer hombre, que fue creado a imagen y semejanza de su Creador. Tanto los judíos como los musulmanes optan por eludir las representaciones visuales del tema, pero en el mundo cristiano queda en claro que Dios tiene el aspecto de un ser humano de cierta edad, barbado y corpulento. Solo sugerir una apariencia femenina, como han intentado las feministas del siglo XX, causa espanto y solicita la más abierta condena de los creyentes.
Para los griegos y romanos, que no temían la coexistencia de una multitud de dioses y semidioses, el culto a la madre Deméter y su hija Perséfone, divinidades agrarias que regían el calendario de la siembra y la cosecha, coexistían sin problemas con otros dioses masculinos más recientes. Se las había despojado del rol central que tuvieron en el pasado más remoto, pero no se las perseguía, por sospechar su alianza con las fuerzas del Mal. La nostalgia de los viejos cultos donde la mujer se encontraba en el centro, no desaparece en la memoria de los creyentes, a pesar de la cuidadosa borradura que suelen ejecutar los nuevos cultos. Si en Egipto, la diosa Isis había sido representada durante miles de años como la madre milagrosa de Horus, a quien alimentaba con sus pechos, esa configuración reapareció en el cristianismo, provista de un nuevo contenido, como la imagen medieval de María que alimenta al Niño Jesús. La limitación que establece el monoteísmo cristiano, desaloja a todos los dioses de la Antigüedad, pero sobre todo a las diosas. En oposición a la ortodoxia doctrinaria, los creyentes se las componen para otorgarle un rol privilegiado a figuras femeninas. Ya no son diosas, sino mujeres virtuosas, que se encuentran cerca de Dios y pueden interceder por los seres humanos que las veneran. De los Evangelios se extrae a varias: ahí están la Magdalena, figura compuesta por no menos de tres mujeres santas; allí está Marta, la hermana de Lázaro, o Verónica, que enjuga el rostro de Jesús en un paño durante el Via Crucis. El culto a María (Maryam o Miriam para la tradición islámica) la madre de Jesús de Nazaret, se construye en torno a la figura femenina más potente del cristianismo y una de las cinco fundamentales del islamismo. ¿Cuánto queda en estos nuevos ritos de los viejos cultos matriarcales? No demasiado, podría pensarse. La corriente central del cristianismo incorpora sin mayores conflictos elementos de cultos anteriores (por eso se fija, por ejemplo, la fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, para hacerlo coincidir con una festividad “pagana”) pero les otorga otro sentido.
El culto mariano tarda siglos en constituirse en el ámbito del catolicismo, el anglicanismo y la iglesia ortodoxa (mientras que de ningún modo es aceptado por los cultos protestantes, que lo consideran idolatría). En los Evangelios, María tiene una presencia discreta, a todas luces secundaria, una situación que se corresponde con el rol que se atribuía a la mujer en la cultura de la época. Las mujeres no eran dignas de la misma atención que se concedía a los hombres. Tampoco se la nombra mucho después de la muerte de su hijo, en los textos de Pedro y Pablo conocidos como Hechos de los Apóstoles. Durante el Medioevo, sobre todo a partir del siglo XII, el culto mariano se fue expandiendo y su figura dominó los retablos, con el Niño Jesús en los brazos o asistiendo como observadora doliente al drama de la cruz. Los poetas le cantaban loas. Los teólogos la relacionaban con los anuncios de la Biblia relativos a la llegada del Mesías del pueblo judío.
La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: “Dios entre nosotros”: (Isaías)
La figura de una mujer embarazada se planteó por entonces como un ideal de belleza femenina. María se convirtió en el modelo moral de las mujeres cristianas que aspiraban a la santidad, haciendo votos de castidad y entregándose al Señor. Se consolidó un culto mariano, por el cual María, a pesar de estar casada con José, no había sido tocada por él, advertido durante un sueño de la misión que le esperaba a su esposa. Ella fue fecundada por la intervención del Espíritu Santo y parió a Jesús siendo virgen, una combinación de eventos excepcionales, inexplicables, a los que se suma que al morir (sin hacerlo) habría subido a los cielos conducida en cuerpo y alma por los ángeles, etc.
Para algunos, María era virgen en el momento de ser fecundada por el Espíritu Santo y continuaba siendo virgen en el parto y después del parto del Hijo de Dios. Mucha tinta ha corrido para interpretar desde las perspectivas más eruditas, sucesos que no obstante quedan en la esfera de lo misterioso, lo inexplicable. ¿Pudo haber muerto María, puesto que era un ser humano, a pesar del privilegio de haber sido elegida como la madre del Hijo de Dios? Para los creyentes, esa idea no resultaba aceptable, llegaba a parecer un insulto. María debió haberse dormido, se dijeron, y los ángeles la condujeron al cielo en cuerpo y alma, envuelta en sus sábanas. El contacto con Dios la habría preservado de situaciones cotidianas, que para el común de los mortales resultan ineludibles.
Fue conveniente que la Virgen resplandeciese de tal pureza, como no pueda imaginarse otra después de Dios. (San Anselmo de Canterbury: De concepta virginali)
Se trata de un sistema de convicciones no siempre compartidas por todas las Iglesias cristianas. El catolicismo ha demostrado ser el ámbito más propicio al culto mariano, que se ha ido fortaleciendo con el tiempo. En 1830, María se aparece a Caterina Labouré. En 1858 es vista por Bernardette Soubirous en Lourdes. Para los católicos, el proceso de definiciones dogmáticas en torno a María, se completa en 1854, cuando el Papa Pío IX promulga el dogma de la Inmaculada Concepción: María habría sido exceptuada por Dios del estigma del Pecado Original, herencia de la falta cometida por Adán y Eva, que recae desde entonces sobre todos los seres humanos y se lava mediante el Bautismo. Puesto que a María le ha correspondido el privilegio de ser la madre del Hijo de Dios, no puede ser una mortal cualquiera. La posibilidad de que Jesús haya tenido hermanos (como Santiago el Justo) e incluso hermanas, de acuerdo a ciertas referencias de los Evangelios de Mateo 13: 54-55 y Marcos 6: 1-3, choca con esta imagen de un evento único y sobrenatural, por lo que es desechada tanto por cristianos como por musulmanes. De acuerdo a su interpretación, solo debieron ser parientes lejanos, primos o amigos. El culto a María se afirma por todo el planeta, especialmente allí donde la tradición pagana había establecido el culto a las deidades femeninas de la Tierra y la fertilidad.
En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que ellos llaman Tonantzin, que quiere decir nuestra madre. Allí hacían muchos sacrificios en honra de esta diosa, y venían a ella de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas de todas las comarcas de México y traían muchas ofrendas: (…) Ahora que está ahí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin. (Fray Bernardino de Santiago: Historia General de la Nueva España)
En Europa, el culto mariano tiene santuarios tan renombrados como Lourdes en Francia, Fátima en Portugal o Czestochowa en Polonia, que convocan a millones de los fieles que buscan una respuesta milagrosa a sus plegarias. En Latinoamérica, la devoción a María se combina con la fe popular de los viejos ritos agrarios de la Pachamama incaica. Se venera a María como Virgen de Coromoto en Venezuela, de Guadalupe en México, del Carmen en Chile, de Luján en Argentina, de Copacabana en Bolivia, de Aparecida en Brasil, de Suyapa en Honduras, de Chiquinquirá en Colombia.
En 1950, el Papa Pío XIII proclamó el Dogma de la Asunción de María. Ella es vista como la madre del Hijo de Dios y a la vez como una intermediaria humana, con quien resulta más fácil para los creyentes dialogar en sus oraciones. Los protestantes no se sienten cómodos con esa figura que alcanza tanto peso en la devoción de los fieles, que parece a punto de desplazar a la del Dios único. Encontrar una madre, incluso cuando ya se dispone de una, es una de las grandes satisfacciones de los seres humanos (también de otras especies animales). ¿Quién no disfruta de la sensación de seguridad que brinda su presencia, incluso cuando se tienen recursos que permiten valérselas sin su ayuda? Más necesaria resulta en los momentos, nada infrecuentes, en que alguien se encuentra desvalido. La figura de una madre universal, todopoderosa, nutricia y atenta al dolor de sus criaturas, se establece como una necesidad que en el mundo antiguo y en la América precolombina, se manifestaba a través de una pluralidad de diosas generadoras. La cultura paternalista del monoteísmo, no logró borrarlas del todo.

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