En la antigua Grecia, las mujeres se dividían en dos categorías claramente separadas: las decentes por un lado, aquellas que estaban casadas o se mantenían vírgenes, de cualquier modo encerradas entre las cuatro paredes del hogar, a la espera de un marido, situación que aseguraba su ignorancia de una serie de temas fundamentales, que se suponían reservados a los hombres, mientras que por el otro lado estaban las prostitutas y las actrices, mujeres que gozaban de cierta libertad de acción, acumulaban experiencias que solían estarle negadas a las primeras, aunque sufrían la marginación social. Cuando una mujer llegaba a educarse, constituía una excepción que desconcertaba e irritaba a la mayoría masculina.
Hipatia, la científica egipcia del siglo V de nuestra era, creció en un ambiente de tolerancia intelectual, compartido por paganos y cristianos. Hipatia se especializó en matemáticas y realizó estudios astronómicos. En la Escuela Neoplatónica de Alejandría educó a miembros de la clase dirigente cristiana, entre los cuales varios sacerdotes, a pesar de ser pagana ella misma. El ascenso del patriarca Cirilo dio término a esa convivencia pacífica. Comenzó a perseguirse a judíos, paganos y disidentes cristianos.
Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar. (Hipatia de Alejandría)
Hipatia fue asesinada por fanáticos seguidores de Cirilo. Se la consideraba opuesta a la intolerancia religiosa. La interceptaron cuando regresaba a su casa, la golpearon y arrastraron hasta la catedral, donde la desnudaron y lapidaron. Sus restos fueron quemados. Un par de siglos más tarde, se llegó a describirla como una bruja responsable de los disturbios que habían enfrentado a los hombres.
Comprender las cosas que nos rodean es la mejor preparación para aprender a comprender las cosas que hay más allá. (Hipatia de Alejandría)
Durante el Medioevo no se encuentran demasiadas figuras de mujeres que se dediquen a las ciencias; menos aún, que gocen de la autoridad y oportunidad necesarias para enseñar a los hombres. ¿Cómo atreverse a desafiar la opinión dominante, que llegó a dudar que tuvieran alma? Ellas no colaboraban ni competían con los hombres; se replegaban al espacio doméstico, que había sido reservado tradicionalmente para su género y no iba a serles disputado, porque los hombres lo despreciaban.
Radegunda se dedicó en el siglo VI a cuidar enfermos en el convento de Poitiers que fundó. La abadesa y mística Hildegarde von Bingen se movió en el interior de un convento, durante el siglo XII. En ese ambiente protegido de la interferencia masculina, pudo investigar las enfermedades de la mujer. Trotula de Salerno en el siglo XI, estudió los efectos de los anestésicos en el parto y escribió el primer tratado de Ginecología, titulado Passionibus Mulierum Curandorum.
En el Zibaldone Colocciano escrito a comienzos del siglo XIII, Franceso da Barberino se había dado el gusto de aconsejar a las damas de la clase alta sobre aquello que les convenía saber y (lo fundamental) aquello que de acuerdo a su criterio paternalista sería más prudente ignorar.
Barberino le da a la niña noble el derecho a leer y escribir, de manera que pueda manejar sus posesiones; pero pone en tela de juicio que las niñas de los señores comunes deban ser enseñadas y termina por desaconsejarlo; y prohibe de manera absoluta cualquier ilustración para las hijas de los comerciantes y artesanos. Felipe de Navarra prohíbe de manera categórica el que las mujeres lean o escriban y el Caballero de la Tour de Landry sólo les permite el conocimiento de la lectura para que puedan leer las Escrituras Sagradas. (Clara Martínez Tomás y Mercedes Marín Cabrera: La Querella de las mujeres)
La ignorancia y falta de curiosidad terminaban siendo las virtudes más apreciadas en las mujeres, aunque se disfrazaran de pureza y fidelidad a la familia y al hombre que la familia les había destinado. El marido era presentado como el gran maestro de una mujer joven, aquel que la formaba para honrarlo y servirlo. Si ella no sabía cómo componérselas por sí misma en el mundo, eso redundará en beneficios de todo tipo, se le promete. Por eso, los argumentos de quienes abogaban por la instrucción femenina equivalente a la de los hombres, sonaban repetidamente en el vacío.
Fénelon redacta en 1681 un Tratado de Educación de la Hijas que tarda unos cuantos años en ser publicado. Aunque la obra muestra progresos respecto de las ideas sobre la educación de la mujer que prevalecían en la época, incluye planteos discutibles. Gran parte de los problemas que sufría el mundo, de acuerdo a Fenelón, provenían de las mujeres que no habían sido bien educadas.
Ellas no deben gobernar el Estado, ni hacer la guerra, ni entrar en el Ministerio de las cosas sagradas; pueden, por consiguiente, excusarse de ciertos conocimientos (…) La mayor parte de las artes mecánicas no les son tampoco convenientes; están constituidas para ejercicios moderados. Su cuerpo, como su espíritu, es menos fuerte y robusto que el de los hombres. (Fénelon).
La preocupación por la belleza personal que caracterizaba a las mujeres, les impedía reconocer su marginación de la vida pública. Virtudes que tradicionalmente se consideran femeninas, tales como la limpieza y la economía, las condenaba a permanecer en el ámbito doméstico. La fuerza propia de la mujer surgiría de su natural debilidad. Cuando se intenta satisfacer la insaciable curiosidad femenina, se obtendrá una mujer pedante e inconstante (una combinación capaz de aterrorizar a cualquier hombre).
En 1659, el dramaturgo Moliere vuelve a Paris y el ambiente de la Corte de Luis XIV, tras muchos años de recorrer el territorio de Francia con sus comediantes. En un intento de seducir a la refinada audiencia de la capital, escribe y estrena Las Preciosas Ridículas, una farsa en la que se burla de las mujeres que aguardan, pero todavía no exigen un trato civilizado de los hombres.
Madame de Rambouillet era el personaje parodiado por Moliére. Ella había organizado en su casa una reunión semanal en la que participaba gente de la nobleza, artistas y científicos, para que conversaran libremente sobre temas de actualidad, exceptuando la religión. Con toda seguridad eran hombres quienes disertaban y mujeres quienes oían o se dedicaban a las actividades triviales típicas de su género (chismorrear, exhibir sus atuendos y aparentar que se interesaban en el discurso de los hombres). No obstante, si intentaban dar su opinión o tan solo hacer preguntas, en ese ámbito privilegiado podían hacerlo.
¿Por qué resulta notable una situación como esa? No había sucedido antes que hombres y mujeres de la clase alta compartieran la conversación. Las salonnières o damas que convocaban en sus residencias elegantes a la gente más esclarecida de su tiempo, con el objeto de discutir temas relevantes ante una audiencia mixta, se transformaron en una tradición continuada por Madame Geoffrin, gestora de la Enciclopedia Francesa o Madame Recamier durante la era napoleónica.
Viajaría 500 leguas para oír la charla de un hombre inteligente. (Madame de Stael)
Una gran distancia, porque los hombres sabios no abundaban por entonces (ni ahora).
Moliere convierte a esa mujer ansiosa de instruirse, capaz de entender a los hombres, de dialogar con ellos, en una figura grotesca. Una “bachillera”, por bella que fuera la dama que pretendía invadir el territorio del conocimiento masculino, solo podía hacer el ridículo, obteniendo risas y aplausos de la audiencia teatral. ¿Pretendía Moliere burlarse de las mujeres educadas, que no pasaban de ser una minoría marginada, o denunciar la sumisión e ignorancia del resto, que debía despertar de su inercia? El personaje de Madelón lo plantea:
MADELÓN: El matrimonio no debe llegar nunca sino después de otras aventuras. Es preciso que un amante, para ser agradable, sepa declamar los bellos sentimientos, exhalar lo tierno, lo delicado y lo ardiente, y que su esmero consista en las formas. (...) Esconderá cierto tiempo su pasión hacia el objeto amado, haciéndole sin embargo varias visitas, donde no deje de sacar a colación un tema galante (...). Llegado el día, la declaración debe hacerse (...) mientras la compañía se ha alejado un poco, y esta declaración ha de ir seguida de un pronto enojo [de la dama] que se revele en nuestro rubor y que aleje durante un rato al amante de nuestra presencia. Luego [el hombre] encuentra medios de apaciguarnos, de acostumbrarnos insensiblemente al discurso de su pasión, de obtener de nosotras esa confesión tan desagradable. Después de esto vienen las aventuras, los rivales que se atraviesan (...), las quejas, las desesperaciones y todo lo demás. He aquí cómo se ejecutan las cosas dentro de las maneras elegantes. (Moliére: Las Preciosas Ridículas)
El cortejo amoroso, una de las pocas actividades en la que hombres y mujeres del siglo XVII dialogaban, debía evolucionar desde una óptica exclusivamente masculina, que buscaba la satisfacción inmediata del deseo de ellos, hacia otra perspectiva, de acuerdo a Moliére, capaz de tomar en cuenta la demanda de la mujer, que reclama un tiempo que es el suyo, un proceso de excitación más lento, desvíos y postergaciones de la actividad amorosa, juegos de roles. Aunque los trajes sean de un época distante, se trata de un programa similar a la terapia que tres siglos más tarde plantean los sexólogos Master y Johnson a sus atribulados pacientes.
Entre los petitorios que el pueblo hizo llegar a Luis XVI, al comenzar la Revolución Francesa, figuraba el de las mujeres, que no llegó a ser considerado por las autoridades del Viejo Régimen y tampoco por las del nuevo.
Pedimos ser ilustradas, poseer empleos, no para usurpar la autoridad de los hombres, sino para ser más estimadas; para que tengamos medios de vivir en el infortunio y que la indigencia no fuerce a las más débiles a formar parte de la legión de desgraciadas que invaden las calles y cuyo libertinaje audaz es el oprobio de nuestro sexo y de los hombres que las frecuentan. (Petición de las mujeres del Tercer Estado a Rey)
Debió pasar más de un siglo de la Revolución Francesa, para que las mujeres accedieran a las universidades y alcanzaran el derecho de elegir a los gobernantes. Hizo falta más tiempo para que compitieran de igual a igual en todas las profesiones con los hombres. La situación es todavía reciente y no es raro detectar la desconfianza de aquellos que esperaban verlas relegadas a un segundo plano.
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