domingo, 9 de marzo de 2014
ACTRICES DESPRECIADAS Y ENVIDIADAS
Los antiguos griegos, que tanto se preocuparon de estigmatizar la coquetería femenina y mantener a las mujeres honestas a resguardo, donde ningún hombre ajeno a sus familias pudiera verlas, entre las altas paredes del Gineceo, lejos de las prostitutas que los acompañaban en sis banquetes y debates, tampoco les permitían presentarse sobre un escenario, aunque el teatro se encontrara tan cerca de la religión, que se construía cerca de los templos y se lo suponía encargado de moralizar a la audiencia y enseñarle a controlar sus pasiones. Exponerse en público no era una actividad permitida para una mujer decente, a pesar de que la misma actividad no representaba ningún riesgo para un hombre.
Siglos más tarde, el teatro y la prostitución no eran actividades muy distantes durante el esplendor del Imperio Romano, pero lo mismo hubiera podido decirse de los espectáculos deportivos y los baños públicos. Dondequiera se reuniera gente dispuesta a divertirse y gastar dinero, las mujeres públicas buscaban clientes. Esa era una actividad legal, pero de todos modos no resultaba bien vista.
En Roma no se compartía la limitación de la presencia de mujeres en la vida pública, decretada por los griegos. El disfrute de los placeres se apreciaba más que la virtud. Los espectáculos teatrales serios prescindían de las mujeres, mientras las pantomimas exhibían actrices semidesnudas, que representaban situaciones obscenas, en ciertos casos con el objeto de criticar las costumbres disolutas de la época, en otros para conseguir la risa fácil de la audiencia, burlándose por ejemplo del fanatismo de los predicadores de los nuevos cultos (como el cristianismo) que se estaban difundiendo rápidamente por todo el territorio del Imperio.
De Teodosia, que posteriormente fue consagrada Emperatriz de Bizancio y llegó al santoral, el historiador Procopio cuenta que en su juventud se había desempeñado como prostituta, antes de ser actriz de circo, donde representaba un lascivo acto en el que participaban ocas (semidesnuda, Teodosia dejaba que los espectadores le arrojaran granos, para que luego las aves los picotearan, en una parodia de la seducción de Leda por Zeus). Del teatro al burdel, por ese entonces, no había mucha distancia. Las actrices (también los actores) utilizaban el escenario para ofrecerse a una clientela dispuesta a pagar sus servicios fuera de la escena.
No es raro que el cristianismo, al convertirse en religión oficial del Imperio romano, condenara por igual a los dioses de la antigüedad, las luchas de gladiadores, la higiene personal y el teatro. Según el teólogo Tertuliano, por simple descuido, no por mala intención, una mujer cristiana había concurrido a un teatro, lugar donde el Diablo se había apoderado de su cuerpo y alma. Cuando el exorcista convocado para liberar a la víctima dialogó con el mismo Demonio, él respondió que la mujer lo había visitado en su casa.
Para san Cipriano, todos los actores debían considerarse hijos de Satanás y las actrices prostitutas de Babilonia. Tan generalizado fue el repudio a los actores, músicos y bailarines, que no se les permitía vivir en el interior de las ciudades, se veían obligados a llevar una existencia trashumante. Cuando morían, había que enterrarlos fuera de los cementerios consagrados.
Como consecuencia de estas restricciones, durante la Edad Media los teatros desaparecieron de Europa cristiana y apenas sobrevivieron los espectáculos callejeros de juglares y bufones, que se improvisaban en calles y plazas, a la sombra de las iglesias, en tabernas, pero también al amparo de las mansiones de los poderosos dispuestos a financiarlos. En los espectáculos medievales se combinaban acrobacias, canciones, chistes, recitado de historias tradicionales. Las danzas femeninas, que eran muy apreciadas, incluían provocativos bailes con movimientos de caderas y saltos mortales, que permitían a los espectadores algún atisbo de las partes íntimas de los cuerpos femeninos (puesto que la ropa interior era desconocida).
Durante más de un milenio las mujeres quedaron excluidas del teatro convencional en Europa. Cuando se requerían personajes femeninos en escena, generalmente demostraban cuán peligrosas eran para los hombres, su inconstancia amorosa o incluso su torpeza sin límites, pero no eran mujeres quienes encarnaban a esos personajes despreciados.
Al escribir sus dramas y comedias, William Shakespeare, en la transición del siglo XVI al XVII, creador de personajes femeninos tan formidables como Julieta, Desdemona, Lady Macbeth o Rosalinda, no podía contar actrices que las encarnaran, y debía confiar en las habilidades de hombres jóvenes que se disfrazaban de mujer y forzaban la voz mientras les resultaba posible.
El ascenso de los puritanos al poder, durante la primera mitad del siglo XVII, liquidó toda actividad teatral con actores humanos, a quienes se consideraba vagabundos. En el caso de que insistieran en sus prácticas inmorales, serían azotados en público. Se demolieron los teatros. Las representaciones de títeres fueron el único espectáculo que quedó en pie durante los siguientes veinte años. Con la Restauración de Charles II, que había crecido en el ambiente más liberal de Francia, volvieron a permitirse las representaciones teatrales y las mujeres recibieron autorización para subir al escenario (en 1662 se prohibió a los hombres interpretar roles femeninos, por considerar que estimulaban la sodomía).
Elizabeth Barry y Margaret Hughes fueron las primeras actrices que asumieron el desafío de interpretar los personajes femeninos de Shakespeare, por lo que muchos espectadores dudaron que fueran efectivamente mujeres. Eleanor (Nell) Gwyn obtuvo fama y fortuna como actriz de comedias, se convirtió en una de las amantes del monarca y fue madre de dos de sus hijos bastardos.
Cuando las mujeres se reincorporan al teatro italiano de la Commedia dell´Arte, lo hacen en el interior de compañías formadas por familiares que interpretan los mismos personajes, de generación en generación. Mientras los actores lucen máscaras estereotipadas, que provienen de las farsas de la Antigüedad, las mujeres aparecen con los rostros al descubierto, y al menos en el caso de los personajes de dama de clase alta, lucen vestidos a la moda.
En España del Siglo de Oro, bajo una Iglesia Católica establecida como única religión tolerada, se prohibió a las mujeres presentarse en un escenario teatral en 1596, y dos años más tarde Felipe II extendió la prohibición a la representación de comedias. Según el Decreto, gracias a la frecuentación de espectáculos teatrales, se adquiría la costumbre de no hacer nada, se olvidaban los deberes y sobrevaloraban las fiestas y los placeres, dificultando tanto el trabajo productivo como la guerra. La represión no duró más allá de la muerte del Rey, cuatro meses más tarde. Como parte de la inestabilidad en la que se desempeñaban los actores, en 1615 se prohibió a las actrices que se presentaran en ropas de hombre (una situación solicitada por las obras de Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina).
Francia, la situación del teatro era no menos precaria, puesto que dependía del financiamiento otorgado por la nobleza. La joven actriz Armande Béjart, que a mediados del siglo XVII se convierte en esposa del dramaturgo Moliére, debió afrontar graves murmuraciones que la distanciaron de su marido. Era hermana menor de otra actriz, Madeleine Béjart. Sin embargo, los mal pensados no desdeñaban la posibilidad de que fuera su hija, por lo que el progenitor tal vez fuera Moliére, que había sido amante de Madeleine. Las actrices podían ser analfabetas, como se sabía de Jeanne Beauval. El ámbito del teatro no era demasiado respetable, de acuerdo a la opinión de quienes presenciaban los espectáculos.
Las actrices daban un mal ejemplo a la sociedad, aunque estuvieran casadas, criaran hijos y fueran fieles a sus parejas. ¿Cómo podían pretender ganarse la vida trabajando en público, si habían nacido mujeres? ¿Por qué abandonaban la seguridad que brindaba el hogar y el cuidado de la familia, para subir a un escenario, donde sin importar lo que hicieran, continuaban siendo vistas como mujeres públicas?
Ser actriz, durante la Revolución Francesa, indicaba en algunas mujeres una habilidad rara, la de hablar en público, para defender las ideas más avanzadas de la época. Claire Lacombe llegó a Paris como actriz en 1792, participó en la toma de las Tullerías y recibió una bala en un brazo. Fue fundadora de la Sociedad de Mujeres Republicanas y Revolucionarias, que intentaba representar los intereses de las obreras. Esa actividad no fue bien recibida por los activistas masculinos, que retrocedían ante la posibilidad de profundizar los cambios sociales. Claire fue arrestada por extremista y conoció la prisión durante un año y medio. Al quedar libre, regresó al anonimato del teatro.
Aún hoy, la condena moral a la vida llevada por las actrices, se manifiesta como la intención más descarada de entremeterse en su privacidad. La gente se fotografía con ellas, las registra en sus actividades fuera del escenario, ve programas de televisión donde se espía o comentan los detalles más ocultos de sus vidas, compra la prensa de farándula, consulta en Internet los videos de su vida sexual que les han sido robados. Tal como se daba en los espectáculos de circo de Bizancio, en los primeros siglos de nuestra era, se responsabiliza a los medios de promover una prostitución de alto nivel.
La vida privada de las actrices se escudriña en los medios, con un fervor que denota la confianza en hallar corrupción y desenfreno, situaciones que posiblemente se envidian, pero permite elaborar el discurso condenatorio de rigor. Ellas viven demasiado, para disgusto de sus seguidores. Ellas sufren y disfrutan, de acuerdo a lo permiten los personajes que encarnan y la intimidad real que el periodismo fisgonea, más de lo que sus observadores habrán de experimentar nunca. Por eso se las admira y detesta, un doble vínculo que impide pasarlas por alto.
La tendencia a la participación de actrices en la lucha política se ha marcado en las últimas décadas. Shirley Temple y Jane Fonda en los EEUU, Melina Mercouri en Grecia, Glenda Jackson y Vanessa Redgrave en Inglaterra, Eva Duarte e Irma Roig en Argentina, María Maluenda en Chile, María Rojo en México, representan los sectores más opuestos y demuestran que una mujer puede ser respetada en una actividad y controvertida en la otra. Despojada de un libreto que organice su discurso, una mujer sin ideas propias ni capacidad de negociación, queda pronto al descubierto, por deslumbrante que sea su repertorio de recursos escénicos. Cuando una actriz se convierte en activista política, suele abandonar definitivamente el mundo del espectáculo. Regresar al espectáculo, como intentaron Vanesa Redgrave o Jane Fonda, suele ser una tarea ardua.
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