Margaret Thatcher fue una figura relevante de fines del siglo XX. Como Primera Ministra del Reino Unido, llevó a cabo durante once años una política conservadora de reforma del Estado, que le valió el apoyo de los empresarios y la crítica de los sindicatos. En el ámbito internacional, celebró la desaparición de los regímenes socialistas de Europa y condujo la Guerra de las Malvinas. Cuando la denominaron Dama de Hierro, aludían a su carácter inquebrantable, que le impedía arrepentirse de nada. La actriz Meryl Streep, que la interpretó en un filme biográfico, analizó su comportamiento escénico:
Ella no podía permitirse ni la risa ni las lágrimas, porque sabía que eso sería percibido como una señal de debilidad. También manipuló su voz, su acento, sus entonaciones, para convertirse en líder. La falta de sentimientos que siempre se le ha achacado, ya lo mostraba cuando era una joven política. Era muy importante reflejar bien las manifestaciones aquella personalidad, porque tienen mucho que ver con la percepción que se tiene de ella: su grandiosidad, su presencia, la majestuosidad que imprimía a sus opiniones. Hasta ahora pervivían de ella dos imágenes totalmente exageradas: la del ícono y la del monstruo. (Meryl Streep:”Thatcher no se permitía llorar ni emocionarse”)
En las campañas políticas de hoy, tanto las mujeres como los hombres no pueden prescindirse del empleo de grandes fotografías en colores, que los muestran de buen humor, rejuvenecidos, con sonrisas inmaculadas y piel sin fallas. Cuando aparecen en la televisión, lo hacen maquillados, peinados y vestidos por profesionales que se encargan de las mismas responsabilidades cuando se trata de artistas, leyendo textos proyectados en telepromter, que los espectadores desconocedores de los recursos del medio confunden con la improvisación.
En la actualidad, no es demasiado probable que la imagen de una mujer o un hombre famosos, sea difundida por la prensa sin haberla procesado antes por Photoshop, un programa computacional que borra imperfecciones tales como las arrugas o los kilos de más, mientras destaca o inventa los rasgos más atractivos. Las celebridades son maquilladas y encuadradas para exhibir su mejor aspecto. Luego, esos mismos datos se retocan y desvirtúan, según demuestra una famosa foto de Susana Giménez, la animadora de la televisión argentina, que apareció en una publicación de 2006, aparentemente sin ombligo, por un descuido de los encargados de mejorar su imagen de mujer de 63 años.
Hacia el final del siglo XVI, Elizabeth de Inglaterra se cubría la cara con una gruesa capa de albayalde, para ocultar las arrugas, utilizaba pelucas rojas que escondían su avanzada calvicie y vestía ropas ostentosas, capaces de distraer la percepción de su cuerpo menguado. Los artistas contratados para representarla, se encargaban de omitir los signos de la edad. Creaban una imagen oficial a todas luces falsa, pero en aquel entonces imposible de confrontar con la realidad, porque las figuras públicas rara vez llegaban a ser vistas.
En la modernidad, la fotografía se opuso inicialmente a la pintura, planteándose como el registro objetivo de la realidad. A pesar de lo que se planteaba en el siglo XIX, hoy es un medio poco digno de confianza, que ha demostrado ser tan mentiroso como atractivo. Dispone de un eficaz instrumental para elaborar imágenes falsas y sin embargo creíbles.
En la primera mitad del siglo XX, el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt era un inválido, tras el ataque de poliomielitis que sufrió cuando era un adulto, antes de asumir el cargo que requería un hombre fuerte al mando. Roosevelt fue elegido tres veces consecutivas, en un país que atravesó una gran crisis económica, para entrar en la Segunda Guerra Mundial. Por un acuerdo tácito, los medios nunca lo mostraron confinado a una silla de ruedas o apoyándose en dos bastones, del mismo modo que no dudaron en presentarlo como un esposo y padre ejemplar, a pesar de que se encontraba separado de su esposa Eleanor desde hacía más de una década y ambos tenían parejas estables, que no por casualidad eran sus inmediatos colaboradores. En el caso de Eleanor, otra mujer.
Quisiera haber estado tendida junto a ti esta noche y tomarte en mis brazos. (Eleanor Roosevelt: carta a Lorena Hickok)
La revelación de la vida privada hubiera sido perturbadora para una opinión pública norteamericana de gran parte del siglo XX, que podía ser caracterizada como prejuiciosa y desinformada sobre el tema. No se sabía demasiado y tampoco se quería saber nada capaz de perturbar las ideas dominantes En la actualidad, políticas como Johanna Sigurdardottir, Primera Ministra de Islandia o Corine Mauch, alcaldesa de Zurich o Annise Danette Parker, alcaldesa de Houston, pueden proclamarse gays sin resultar por ello menos creíbles para cumplir sus funciones electivas.
Soy lesbiana, ¿y qué? Nunca he buscado ser elegida por eso, aunque comprendo que muchos homosexuales hayan votado por mí por esa razón. (Corine Mauch)
Franklin Delano Roosevelt llegara a la Presidencia de los EEUU y la lesbiana Eleanor Roosevelt encarara proyectos como la Organización de las Naciones Unidas. Ocultar la verdad, en cambio, generaba confianza en la gente que necesitaba un liderazgo incuestionable para superar una época de crisis. De acuerdo a la opinión dominante, los hombres de Estado deben estar siempre sanos y sonrientes, así como sus esposas deben adorarlos.
Líderes religiosos, políticos, periodistas, publicistas, han elaborado una imagen ideal de las figuras públicas, que no suele concordar con la realidad. La salud de Cristina Fernández en Argentina, durante el 2013, estuvo sumida en conjeturas, ante los escuetos comunicados oficiales. El Presidente François Mitterrand, en Francia, se rebeló contra la desinformación que sus asesores pretendían imponer sobre el cáncer de próstata que sufría, en un momento en que se debatía la reelección. Según él, eso no afectaba a su cerebro.
Aunque se trata de gente que dispone de Poder, no puede olvidarse que son seres humanos con limitaciones similares a las que se encuentran sometidos como cualquier otro y eso los enfrenta a las ideas que la comunidad tiene de sus líderes. ¿Se encuentran a la atura de las expectativas? Casi nunca. A veces deben pedir disculpas o corregir (falsear) los detalles que se apartan de lo que sus seguidores desean ver.
Mao Zedung se hizo fotografiar nadando, vigoroso a pesar de sus ochenta años en las aguas del río Yantzé. Juan Domingo Perón no mostraba ninguna cana cuando regresó a Argentina después de veinte años de exilio, para asumir el poder, a la misma edad que Mao. Hugo Chávez sonreía rozagante a la cámara, acompañado por dos hijas no menos alegres, poco antes de morir víctima del cáncer.
Para las mujeres en el poder, la disyuntiva de ocultar los signos de la edad (mediante tinturas y liftings en el pasado cercano, y el fotoshop en la actualidad) o revelarlos (como hicieron Indira Gandhi o Golda Meir) no plantea muchas dudas. La mayoría se somete a la moda, el protocolo y la opinión dominante. Si envejecen, si ganan demasiado peso, si dejan ver problemas de equilibrio o fallas de la memoria, pierden credibilidad.
La gente del mundo del espectáculo suele manifestarse poco atenta a los valores tradicionales. Depende sin embargo de la aprobación o desaprobación de un público masivo que se siente autorizado para evaluar su desempeño profesional y su vida privada, por mal informado que esté respecto de las circunstancias. Por eso, aquellos que en su privacidad no respetan las convenciones sociales, se preocupan de aparentar lo contrario.
La industria del espectáculo se dedicó a partir de 1920 a elaborar imágenes de actores que encarnaban a personajes apasionados y vivían romances apasionados en su vida real. Mary Pickford y Douglas Fairbanks eran jóvenes, atractivos, adinerados, movedizos y se amaban uno al otro, tanto en la pantalla como fuera de ella. Que la relación idealizada estuviera contaminada por los celos profesionales, el alcohol y terminara en divorcio al cabo de pocos años, no empañaba demasiado el mito que había logrado imponerse, porque mientras tanto otras parejas no menos seductoras habían sido convocadas para reclamar la atención del público.
Cole Porter, compositor de canciones que glorifican el amor de las parejas heterosexuales, se casó con Linda Lee Thomas, una millonaria diez años mayor, que parece no haber reparado en las verdaderas preferencias sexuales del compositor, durante los treinta y cuatro años que duró la relación. Lo que podía pasar en la intimidad de la pareja, no era asunto de nadie más que ellos. Probablemente muchos conocieran detalles significativos que hubieran podido trizar la imagen falsa, pero nada de eso trascendió al publico. El filme biográfico de mediados de los años `40, se encargó de suministrar una imagen romántica tan alejada de la realidad que puede entenderse como pura expresión de deseo de sus productores.
Me muero de ganas de que me digas que me quieres miles de veces, para que pueda leer tus palabras por la noche, cuando deseo tanto tenerte abrazado contra mí, con tus labios sobre los míos. (Cole Porter: carta Boris Kochmo)
Una vez que las figuras públicas construían una fachada que la audiencia masiva aceptaba, los medios de comunicación del pasado (diarios y revistas, la radio, eventualmente el cine) explotaban esa imagen, la respetaban aunque estuvieran en conocimiento de las circunstancias reales que no se ajustaban al mito y preferían ocultar al resto del mundo. La lealtad incondicional de los medios, era respecto de los personajes célebres, no respecto de lectores, auditores y espectadores a quienes desinformaban. Ese acuerdo se ha roto en la actualidad. Hoy, la audiencia masiva demanda contradicciones que otorgan mayor interés al personaje y los medios han aprendido que si no se los suministran, ellos están perdidos.
Margaret Thatcher mantuvo bajo control su intimidad y la de su familia. Dejó ver a un marido fiel y escamoteó al hijo acusado de chantaje. Mostró lo que pretendía divulgar y ocultó aquello que no la satisfacía. No resulta difícil aceptar, como se supo después de su muerte, que alguien tan dedicada a su trabajo fuera una alcohólica, ni que sufriera de demencia senil durante sus últimos años, al retirarse de la política y el asesoramiento empresarial, pero cuesta imaginar que incluso cuando era Primera Ministra, planchara su propia ropa, ni que por las noches cocinara la cena de su marido. Características tan humanas como esas, no se corresponden con el mito instalado de la cruel Dama de Hierro.
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