domingo, 23 de marzo de 2014

JUEGOS DE NIÑAS

A comienzos del siglo XXI, una época en que los teléfonos portátiles mantienen subyugados a los niños con sus mensajes de texto y juegos de video, las viejas rondas parecen encontrarse en acelerado proceso de extinción. Tradicionalmente había juegos que debían escenificarse en el interior del hogar. Era el caso de Las Visitas, en el que las niñas se reunían para tomar el té y contarse chismes o hablar de sus hijos (representados por muñecas). Las rondas, en cambio, o saltar la cuerda, requerían otro espacio, abierto, y una cantidad mayor de participantes.
Al pasar la barca / me dijo el barquero: / las niñas bonitas / no pagan dinero. / Yo no soy bonita / ni lo quiero ser / porque las bonitas / son las de perder. (Anónimo: Al pasar la barca)
Desde la actualidad, cuando los niños suelen crecer solos, porque las familias se han reducido y confían en la televisión y las redes sociales la ocupación del tiempolibrer, cualquiera se pregunta si es necesario que los niños se reúnan para jugar. ¿No se trata de una actividad peligrosa, dado que no hay espacios seguros, en las plazas, calles o residencias para que ellos se encuentren? Gracias a la prensa, resulta imposible olvidar la existencia de adultos malvados, que aguardan la menor oportunidad para abusar de los menores de edad, e incluso la violencia que de pronto surge entre los mismos niños y niñas que hasta poco antes eran compañeros de estudio o diversión. Todo parece desaconsejar la coincidencia de varias niñas en un lugar. Las rondas vienen de otras épocas, en la que probablemente existía gran parte de las amenazas actuales, pero no se hablaba de ellas y por lo tanto no costaba mucho imaginar que no existían.
-Buenos días, su Señoría / Mantantirurirulá. -¿Qué quería su Señoría / Mantantirurirulá. -Yo quería una de sus hijas / Mantantirurirulá. -¿Cuál de ellas a usted le agrada / Mantantirurirulá. -A mí me gusta la Inesita / Mantantirurirulá. -¿Y qué le oficio le pondremos / Mantantirurirulá. -La pondremos de barrendera / Mantantirurirulá. -Ese oficio no le agrada / Mantantirurirulá. (Anónimo: Buenos días su Señoría)
Una niña enfrentaba a un grupo (formado por niñas, lo más probable) mientras cantaba los versos anteriores en forma alternada, mientras ejecutaba movimientos de avance y retroceso. Desarrollaban un diálogo repetitivo, rítmico, en el que figuraban palabras que ya nadie usaba y otras que no pasaban de ser una fantasía evocadora del trato de los adultos en el mundo real, donde los padres entregan a sus hijos como sirvientes de otros, para cumplir funciones desagradables (rechazadas inicialmente), hasta coincidir en un oficio aceptable. En ese momento, una de las niñas del grupo era entregada a quien lo solicitaba y el canto se reiniciaba, para conducir a la entrega de otra de las hijas, después de una prolongada transacción, hasta que el grupo inicial quedaba reducido a una sola niña y el diálogo se invertía.
A mediados del siglo XX, las niñas pobres entraban tempranamente al mercado laboral, como empleadas domésticas o asistentes de talleres de costura, lo más probable, cuando hubieran debido estar más tiempo en la escuela, aprendiendo algo más que rudimentos de lectura y escritura. En apenas un par de generaciones, gracias a la difusión internacional de los Derechos de los Niños, los reclamos del mercado y el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, ha cambiado la perspectiva de los adultos sobre la infancia y el empleo que hacen los niños de su tiempo. Dados los peligros que ahora todo el mundo sabe que acechan en el espacio público, los juegos colectivos de los niños se encuentran en retirada. Se teme (con razón) que favorezcan el bullying. En lugar de grupos dispuestos a entretenerse entre ellos, compartiendo las mismas estrategias de ocupación del tiempo libre, se tiene hoy a una masa de posibles consumidores infantiles, en la que cada uno de sus integrantes se encuentra aislado frente al televisor, el computador o el teléfono celular, para recibir el mensaje de los medios masivos.
Ellos están desacostumbrados e incluso se muestran temerosos de la respuesta que pueden hallar durante el diálogo con sus pares.
La hipótesis de una relación inversa entre juego y rito es en realidad menos arbitraria de lo que podría parecer a primera vista. (…) Los estudiosos saben que las esferas del juego y de lo sagrado están estrechamente ligadas. Numerosas (…) investigaciones muestran que el origen de la mayoría de los juegos que conocemos se halla en antiguas ceremonias sagradas, en danzas, luchas rituales y prácticas adivinatorias. Así, en el juego de la pelota podemos discernir las huellas de la representación ritual de un mito en el cual los dioses luchaban por la posesión del sol; la ronda era un antiguo rito matrimonial; los juegos de azar derivan de prácticas adivinatorias; el trompo y el damero eran instrumentos adivinatorios. (Giorgio Agamben: Infancia e Historia)
El establecimiento de parejas heterosexuales era el tema recurrente de las rondas infantiles. Algunas veces, el contenido aparecía expresado en las letras, otras era revelado por la gestualidad. El mundo de los adultos evocado por las rondas, no era nunca demasiado actual, como sucedía también con los cuentos infantiles. En ciertos casos, la ronda mimaba el desempeño de los adultos de un par de siglos antes, en el ámbito de la vida cortesana, tan distante de la realidad de mediados del siglo XX.
Me arrodillo a los pies de mi amante, / Me levanto constante, constante. / Darás un paso atrás, harás una reverencia. / Dame una mano, dame la otra, / Dame un besito, sobre la boca. (Anónimo: La Pájara Pinta)
En Martín Pescador, los modales cortesanos se encuentran ausentes. Se trata de mimar las relaciones más crudas entre los sexos, en las que los hombres atrapan a las mujeres y las convierten en sus presas, ante la indiferencia de los testigos. Nada podría ser más normal. Como se trata de textos cantados por niñas, el cambio de género de los hablantes puede desconcertar al principio. En un momento hablan las mujeres, pero a continuación responden los hombres.
-Martín Pescador, ¿me dejará pasar? -Pasará, pasará, pero la última se quedará. (Anónimo: Martín Pescador)
Al jugar a la Mancha, se expresaba el evidente horror femenino al contacto físico con el hombre (él es encarado como el Lobo, de acuerdo a la figura del antagonista de Caperucita Roja, que se preparaba cuidadosamente para salir de cacería de mujeres, tras un strip tease invertido). Cuando las mujeres no lo tienen encima, porque se encuentran fuera de su guarida, no pueden dejar de preguntarse cuándo y cómo llegará:
-Juguemos en el bosque / Mientras el Lobo no está. -¿Lobo está? -Me estoy poniendo los pantalones [los zapatos, la camisa, etc.] (Anónimo: Juguemos en el bosque)
El hombre aparecía en la escena femenina para perseguir al tropel de niñas, que en unos casos quedaban inmovilizadas al ser tocadas o “manchadas” en la parte del cuerpo que hubiera experimentado el contacto. El mensaje implícito no llega a la expresión verbal, pero no deja ninguna duda. Las mujeres no pueden defenderse, los agresores masculinos pueden optar entre la cacería salvaje del Lobo y el Martín Pescador por un lado, y la cacería civilizada de La Pájara Pinta que se mencionó más arriba. En las viejas rondas, las niñas formaban un círculo, de donde emergía una solista que utilizaba el interior del grupo (un ámbito protector establecido por sus iguales) para exhibirse al mundo, sin correr los riesgos que le esperaban a una mujer sola, que intentara hacer lo mismo.
Déjenla sola, solita y sola / Que la quiero ver bailar, / Saltar y brincar / Y moverse con mucho donaire. (Anónimo: Yo la quiero ver bailar)
Son juegos inocentes, compartidos con otras niñas de la vecindad, después de haberlo aprendido de sus mayores, que nunca vieron nada inapropiado en la letra o la gestualidad. El único rol que se les concedía en esas actividades lúdicas a las mujeres, era el matrimonio. Podía permitírseles que circularan por la calle y mostraran sus encantos, una liberalidad que la sociedad tradicional hubiera negado tajantemente (como sucede aún el los regímenes islámicos), siempre y cuando el objetivo de las mujeres fuera ofrecerse en matrimonio. La figura del hombre que asistía a esa exhibición de mujeres disponibles, deseosas de ser elegidas, no estaba totalmente ausente de las rondas. Él evaluaba a las candidatas, desechaba la mayoría, hasta que se quedaba con una, sin pedirle su opinión.
-Yo soy la viudita, del conde Laurel. / Me quiero casar y no sé con quién. -Con esta sí, con esta no, / Con esta señorita, me caso yo. (Anónimo: Yo soy la viudita)
Los juegos han planteado siempre una visión del mundo que se anuncia como irrelevante. La rayuela trazada con una tiza en el suelo, convertía la visión dualista del universo, donde cada participante puede pasar del Infierno al Paraíso, en un desafío físico de saltos que hacían volar las faldas de las niñas que jugaban, mientras abrían y cerraban las piernas (gesto que desde las imágenes del filme Viridiana de Luis Buñuel, ha quedado desprovisto de toda la inocencia que aparentaba). Aprender a jugar, exige el desarrollo de una capacidad de concentración y flexibilidad que permite adoptar sin esfuerzo una diversidad de roles. A veces, el juego se revela como un entrenamiento más complejo que el que suele darse en la escuela y tiene la ventaja de ser más duradero, entre otros motivos, porque comienza por ser divertido para quienes lo comparten:
Antón, Antón Pirulero / cada cual, cada cual / que aprenda su juego / y el que no, el que no / una prenda tendrá. (Anónimo: Antón Pirulero)
A pesar de la aparente trivialidad de los juegos infantiles, circulaba entre ellos una perspectiva homogénea de los roles que la sociedad de hace medio siglo atribuía a hombres y mujeres. Ellas eran presentadas siempre como el objeto fundamental de la actividad masculina. Ellos las seleccionaban (y atrapaban) o desechaban como sus posibles parejas, mientras ellas huían o se ofrecían en matrimonio. La posibilidad de que existieran mujeres que pactaran los términos de su relación con los hombres o que les impusieran sus demandas personales, no figura en los juegos tradicionales, por lo que estos bien pueden ser entendidos como una forma de aleccionamiento infantil, cuyo poder de convicción aumenta al mostrarse como un simple juego. En la actualidad, la entrega de los juegos infantiles a la tecnología más avanzada de la industria cultural, no es el mejor signo del aprendizaje de habilidades de comunicación para las nuevas generaciones. Alguien que no aprendió a jugar a Piedra, Papel, Tijera, ¿cómo encara la nada confiable identidad de sus interlocutores en la web? ¿Se cree todo lo que le dicen? El auge del grooming sugiere que los incautos corren más peligro que nunca.

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