jueves, 6 de marzo de 2014

PODER DE LAS EMINENCIAS GRISES

El refrán afirma que detrás de cada gran hombre suele haber una gran mujer. ¿Será que el gran hombre la eclipsa? ¿Tal vez le impide mostrarse? ¿Acaso él ha logrado la preeminencia que disfruta gracias a ella? En cualquier caso, no es una idea cómoda para la mentalidad paternalista. Un gran hombre no tendría que deberle mucho a ninguna mujer, fuera de su madre, porque de no ser así cambiaría el valor que le atribuyen buena parte de sus congéneres. Un hombre célebre demanda el asesoramiento de otros hombres, a quienes designa como sus iguales o subordinados, sin perder el respeto de quienes lo observan, pero si convoca a una mujer para que le permita superar sus deficiencias, alentará la sospecha de que ha renunciado a prerrogativas fundamentales. Tanto del Presidente Bill Clinton como de Barak Obama se cuenta la misma anécdota inventada: durante una gira en la que uno u otro son acompañados por sus esposas, se detienen en un local modesto (estación de servicio o restaurante) y el propietario saluda afectuosamente a la mujer. El marido le pregunta a ella si se conocían, y obtiene la respuesta: fueron novios en su adolescencia. El Presidente reflexiona que de haberse casado con ese comerciante, ella viviría en ese lugar. La Primera Dama lo saca de su error: de haberse casado con el otro, ella viviría en la Casa Blanca. Se da por sentado que los hombres que luchan por el poder y lo obtienen, suelen tener otros hombres que actúan como sus consultores y los ayudan a alcanzar esa posición. Los personajes inteligentes y calculadores, que permanecen en segundo plano, por lo que pueden moverse con bastante libertad, son llamados eminencias grises y representan el verdadero poder detrás del poder. Aspasia de Mileto, de quien sus enemigos afirmaron que se ganaba la vida regenteando un burdel, fue amante de Pericles, conductor de la etapa más creativa de la democracia ateniense. De acuerdo a Plutarco, ella habría aconsejado emprender la Guerra de Samos, que costó la vida de tantos ciudadanos. Responsabilidad similar se le atribuyó por la Guerra del Peloponeso. Aspasia acumuló tantos enemigos, que la llevaron ante los tribunales, bajo la acusación de impiedad y haber corrompido a mujeres con el objeto de entregarlas a Pericles. En la mitología griega, la reina Ónfale consigue esclavizar nada menos que al semidios Heracles (Hércules). Recordando ese modelo humillante, la prolongada relación de Aspasia y Pericles fue vista por los contemporáneos como el sometimiento imperdonable de un hombre que había sido designado como conductor de la comunidad, a una mujer admirada por su elocuencia, deseada por sus destrezas sexuales, pero socialmente inferior, con la que el hombre no podía casarse, como había manifestado que deseaba, por tratarse de una extranjera. Incluso amparada por el más temido, una mujer de la Antigüedad debía permanecer al margen de la escena pública. La reina Leonor de Aquitania era una mujer independiente, en una el siglo XII, cuando tal situación resultaba inadmisible para su género. Eso la llevaba a ser infiel a su primer marido, a polemizar con el Papa, a impulsar a sus tres hijos a rebelarse contra su segundo esposo. Cuando su hijo Ricardo, llamado Corazón de León se enroló en la Tercera Cruzada, Leonor se convirtió en Regente de sus dominios y controló la vida de sus otros hijos y nietos. A pesar de la prolongada influencia que ejerció, tarde o temprano debía ceder el poder a los hombres con los que estaba emparentada. Hoy se ha vuelto posible que una mujer acceda a las altas responsabilidades sin recurrir a engaños, por sus propios méritos, aunque de todos modos haya quien sospeche de maniobras poco limpias y desconfíe de que merezca tal situación.
Al negarles la fuerza, la Naturaleza les ha dado como patrimonio la astucia para proteger su debilidad, y de ahí su falacia habitual y invencible tendencia al embuste. (…) La naturaleza no ha dado a la mujer más que el disimulo para defenderse y protegerse. Esta facultad suple a la fuerza que el hombre toma del vigor de sus miembros y de su razón, El disimulo es innato en la mujer. (Schopenhauer)
Séneca llegó a ser consejero de cuatro emperadores romanos, hacia el comienzo de nuestra era. Maquiavelo fue consultor de la poderosa familia Medici, que dominaba las finanzas de Florencia. Enrique VIII de Inglaterra contó con el apoyo de Tomas Moro y Cromwell, que no se entendían demasiado entre ellos. Napoleón consultaba a Talleyrand y Fouché, dos hombres que a pesar de ser enemigos, lo secundaron en la toma de decisiones. Hitler disponía de interlocutores como Goebbels y Goering. Henry Kissinger estableció la política exterior de los presidentes norteamericanos Nixon y Ford. ¿Fueron ellos menos respetados o temidos, porque recurrieran al asesoramiento de otros hombres? No. La posibilidad de que estas eminencias grises sean mujeres, no se da con la misma frecuencia. Las mujeres pueden ser vistas como compañía ornamental, como madres de familia, como tentaciones peligrosas, pero de allí a solicitar su opinión. Cuando se sospecha que la mujer influye, como se daba por sentado en la relación del Rey Carol II de Rumania con su amante, Magda Lupescu, la imagen del hombre se devalúa. El escritor Leon Tolstoi no sentía en sus últimos años de vida que le debiera nada a Sofía Andreievna, su esposa de toda la vida, que lo había secundado en la escritura de sus grandes novelas, pasando en limpio los manuscritos. Tan molesto se encontraba con ella, opuesta a que dilapidara los bienes de la familia, que la abandonó para salirse con la suya cuando advirtió que estaba por morir.
Una mujer nunca dirá que su marido “no ha alcanzado el éxito por ayudarme a mí”. Sería como disminuirle. Pero, si quieres ser una alta ejecutiva, precisas un sistema de apoyo. (Rosabeth Moss Kanter: Men and women of the corporation)
Una mujer que llega al poder por decisión de un marido a punto de morir, como fue el caso de la Presidente argentina María Estela Martínez de Perón, no tarda en quedar en evidencia como el instrumento de José López Rega, un desequilibrado que la convierte en portavoz y ejecutora de sus delirios. Por absurda que parezca la historia, ¿no sufrieron los Romanov y su corte imperial, en la Rusia zarista de comienzos del siglo XX, la misma seducción de un curandero y místico llamado Rasputin? Cuesta creer el poder que se le atribuye a las eminencias grises. ¿Son efectivamente tan hábiles en su manejo de la gente? ¿La fragilidad de sus víctimas las revela como propensas a que el primer desequilibrado las seduzca?
La inmensa mayoría de la gente es tan femenina en lo concerniente a su naturaleza y opiniones, que su pensamiento y acción se hallan gobernados por sensaciones y sentimientos, más que por consideraciones razonables. (Adolf Hitler)
Calificar como una figura protagónica de la política, supone condiciones inhabituales, sin importar el género. Incluye habilidades de comunicación y análisis de los hechos que no cualquiera dispone. Tampoco es fácil controlarlas. Margaret Thatcher difícilmente hubiera podido desarrollar su carrera política en los años `80, que la condujo a ser Primera Ministra del Reino Unido durante once años, sin el apoyo de Denis, su marido, que permaneció todo el tiempo ajeno a los tejemanejes políticos, silencioso y en segundo plano. En la actualidad, Joachim Sauer, el marido de Angela Merkel, es un profesor universitario que no comparte los intereses de su esposa y casi nunca la acompaña en los actos oficiales, continúa ocupándose de algo tan distante de la política como la Física teórica. La pareja había convivido ocho años, cuando decidieron casarse, probablemente ante el ascenso a la notoriedad de la mujer.
Mi marido no entiende lo que hacemos en la Cancillería. (Angela Merkel)
Para muchos hombres, es una lamentable coincidencia, que las mujeres, después de haber sido derrotadas y puestas en su lugar hace miles de año por el sistema patriarcal, regresen calladamente para disputar el poder monopolizado por sus vencedores. La imagen de Lady Macbeth que Shakespeare elaboró, ofrece una imagen horrible de aquellas hembras que empujan a sus parejas hacia el poder, obligándolos a cometer crímenes que no tardan en arruinarlos a ambos.
El peor ultraje para un hombre, ser gobernado por una mujer; es afrenta y menoscabo a su honor varonil. (Demócrito)
Para la cultura popular, que suele desvirtuar las evidencias, para favorecer la mejor digestión de las ideas dominantes, las mujeres han mandado siempre desde las sombras, entre las sábanas, allí donde no corren demasiado riesgo de perder, ni de lastimar la autoestima masculina. Desde que se tiene memoria, esa estrategia adoptarían al menos las más hábiles y prudentes, que aprendieron a eclipsarse y no responsabilizarse del daño que pueden causar las decisiones de los hombres. Durante el siglo XX, esas precauciones se fueron perdiendo, a medida que se alzaban las restricciones sobre la incorporación femenina a la escena pública.
En la actualidad [2013], según informaba la revista Business Week, de las 18 mujeres que son altas ejecutivas en las mayores empresas de los EEUU, siete de ellas tienen a su marido en casa. Por ejemplo, la presidente de Pepsi, Indra Nooyi, se hace cargo de la compañía. Su marido, Raj Kishan, cambió su trabajo a tiempo completo para convertirse en consultor y ocuparse de sus dos hijas. (Piergiorgio M. Sandra: “Hombres detrás de una gran mujer”)
Mantener a su esposa en segundo plano, era y es un proyecto viable para cualquier hombre que no desea ser opacado. Si eso no le basta, puede desecharla cuando deje de serle útil, para reemplazarla por otra más adecuada para su imagen personal, sin que estas decisiones le acarreen demasiadas críticas de la comunidad. Lamentable es la situación de un marido que al poner límites a su pareja, se encuentra un día marginado por ella. María Kalogeropoúlou, soprano regordeta que había construido una carrera junto a Giovanni Meneghini, su maduro y adinerado esposo, convertido en su representante artístico. Ella no dudó en librarse de su estorbo una década más tarde y cambiar su nombre por Maria Callas. Su nueva pareja, Aristóteles Onassis, no podía ser opacado, porque tenía figuración propia en el mundo de los negocios y no aceptaba roles secundarios. Al atarse a él, Callas debía subordinarse, puesto que dejaba de cantar y ni siquiera llegaba a convertirse en su esposa. Independizarse de un hombre para someterse a otro, era un error que llevó a Callas a la muerte.
¿Por qué una mujer que trabaja diez años para cambiar a un hombre, después se queja de que él ya no es el mismo con el que se casó? (Barbra Streisand)
Aunque las mujeres dispongan hoy de un espacio insospechado en la sociedad, cuando se la compara con la situación de sus congéneres de hace un siglo, no constituyen un verdadero peligro para el dominio masculino. La canción caribeña define la estrategia de los hombres que por comodidad o astucia, dejan que las mujeres controlen un terreno (casi siempre doméstico) en el que con toda seguridad van a cosechar decepciones, pero que les dará la ilusión de haber ganado terreno.
María Cristina me quiere gobernar / y yo le sigo, le sigo la corriente / porque no quiero que diga la gente / que me María Cristina me quiere gobernar. / Que vamos pa´ la playa, allá voy / que móntate en el carro y me monto / que bájate del carro y me bajo / que súbete en el puente y me subo / que tírate en el agua. ¿En el agua? / No, no, no, María Cristina que no, que no / María Cristina me quiere gobernar. (Benito Antonio Fernández Ortiz: María Cristina me quiere gobernar)
Se trata de un repliegue táctico de los hombres. Se las deja avanzar, en la confianza de que más temprano que tarde se distraerán, y entonces… Ellas creen haber vencido una guerra milenaria, pero todos los días llegarán evidencias de que tal cosa no pasó de ser una evaluación poco objetiva.

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