domingo, 30 de marzo de 2014

OFICIO DE CASAMENTERAS

Las mujeres cumplen funciones insustituibles: paren a sus propios hijos y ayudan como parteras o comadronas al parto de otras mujeres. Mucho antes de ese momento en el que no pueden estar ausentes, colaboran en la formación de parejas que tienen como finalidad la procreación. Cuando esto ocurre en sociedades muy restrictivas, la figura de la intermediaria se define como la de una profesional de las relaciones interpersonales. Entre los musulmanes, la khattaba tiene las mismas características y funciones. No parece casual la relación directa que se da entre culturas que impiden la libre circulación de las mujeres y la aparición de casamenteras que intentan superar un obstáculo como ese. Las casamenteras musulmanas huelen a los posibles integrantes de una futura pareja, que hasta el momento de la boda no se conocen personalmente, para dictaminar si ellos son compatibles o no. El método puede parecer primitivo, pero se corresponde con investigaciones científicas actuales. Dos personas que huelen distinto, poseen sistemas inmunológicos diferentes, circunstancia que anuncia para sus descendientes mayor resistencia a las enfermedades. La shadjente judía era (es todavía) una mujer casada, madura, conocedora de los miembros de su comunidad, que se preocupa de no dejar a nadie sin su pareja y es recompensada por la tarea, que tiene tanta importancia para la preservación de las tradiciones y la fe. La comedia musical Hello, Dolly!, basada en una pieza teatral de Thorton Wilder (The Matchmaker) basada a su vez en una farsa vienesa de Nestroy, convierte a la casamentera en protagonista de los enredos: ella es una pequeña empresaria que se desplaza por el laberinto de la diáspora judía, haciendo y deshaciendo parejas, mientras busca una conveniente para sí misma. Casarse es una misión irrenunciable de las mujeres, por tarde que se emprenda.
Before the Parade passes by / Before it goes on, an only I´m left. / Before the Parade passes by / I´ve gotta get in step while there´s still time left. (Jerry Herman: Before the Parade passes by)
A diferencia de lo que pasa en otras especies, hombres y mujeres tienden a formar parejas sexuales, rara vez tríos o grupos más extensos, dado que se advierten incapaces de contener el impulso de sus hormonas para dedicarse a una vida de privaciones en nombre de un objetivo superior, como propone la mayor parte de los cultos religiosos y proyectos políticos. Después del arbitrario ascetismo que planteaba el Medioevo cristiano, la voz de la intermediaria coincide con los impulsos de la Naturaleza. Ella puede ser mal vista, pero corresponde a una búsqueda de placer que no puede extirparse de la conducta humana.
Se glorifican / y se alegran / en la dulzura de la miel / los que se esfuerzan / por gozar / del premio de Cupido. / ¡Obedezcamos la orden de Venus! (Anónimo: Carmina Burana)
El tumulto de las hormonas no asegura relaciones humanas demasiado sólidas ni duraderas, un aspecto que representa lo fundamental desde la perspectiva de las instituciones. Por lo tanto, hombres y mujeres deben superar las barreras en ocasiones odiosas, que plantean las instituciones, para dificultar el cumplimiento de algo que nace de un deseo y termina siendo un deber.
Es forzoso al hombre amar a la mujer y la mujer al hombre. (…) El que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite, que por el Hacedor de las cosas fue puesto, porque el linaje de los hombres perpetuase. (Fernando de Rojas: La Celestina)
Cuando hay que armar parejas, la intermediación femenina se vuelve insustituible para la cultura tradicional. Puede ser que se desconfíe de la idoneidad de las mujeres en las tareas del gobierno, los negocios o el culto, que se consideran demasiado serios y difíciles de controlar. Para compensarlas de tanta represión, se les otorga el dominio de los asuntos domésticos, porque los hombres no son de confiar, cada vez que se les pone cerca de jóvenes solteras, cuyo honor debería preservarse para el matrimonio. Ellas no pueden circular demasiado en busca de marido, porque la simple exposición las devalúa, como pensaban los griegos de la Antigüedad o los musulmanes de todas las épocas.
Celestina, la vieja protagonista de la tragicomedia de Fernando de Rojas, es denigrada reiteradamente por aquellos que la conocen e incluso por aquellos que utilizan sus servicios. Se la llama hechicera, sagaz en maldades, astuta, alcahueta, componedora de miles de virgos, comadrona, abortista, trotaconventos, maestra de maquillajes. Vive de explotar a mujeres que se prostituyen para sobrevivir, y ayuda a mujeres que se consideraba honestas, como demuestra en la historia de los amores de Calixto y Melibea. La celestina corrompe todo lo que toca, dialoga con el mismo Diablo, su socio en la formación de parejas. En oposición a las honestas chaperonas preocupadas de la felicidad de quienes reúne, la celestina pierde a cualquier mujer que la escuche. No tiene al matrimonio como meta, sino al placer inmediato de las parejas. Consecuencia demorada de sus actos es la muerte y la condenación eterna de aquellos a quienes atrapa, qué duda cabe, pero en una cultura tan restrictiva como la medieval, eso no parece suficiente para detener a quienes sienten la urgencia del sexo. Aunque no puede quitársele responsabilidad de la intermediaria, surge la sospecha de que se trata de un chivo expiatorio más, para delegar sobre su figura femenina, como sucede con la imagen bíblica de Eva, la responsabilidad de todas las penurias sufridas por los seres humanos. Acusada de pactar con el Diablo, marcada previamente por una cuchillada en la cara, Celestina debería terminar pagando sus pecados en la hoguera de la Santa Inquisición.
Si las mujeres de la sociedad tradicional permanecen encerradas y sin embargo aspiran a conocer hombres (o al menos conseguir que los hombres solteros se interesen en ellas y las libren de la vergüenza de envejecer sin haber encontrado marido) tendrán que recurrir a los servicios de especialistas femeninas, que por su condición social desprotegida o su edad madura, se supone que no corren tantos peligros de sufrir el abuso masculino y pueden circular libremente. La casamentera cumplía un rol fundamental en la sociedad colonial americana, poco después de la conquista española, que había sido efectuada por una mayoría de hombres solteros (o casados pero sin sus esposas cerca, por lo tanto disponibles para explorar a las indígenas). En México, de acuerdo a la descripción que ha dejado Fray Bernardino de Sahagún, las normas tan estrictas del pudor impedían a las jóvenes confesar que deseaban casarse. La intermediaria era una pieza fundamental para evitar que mujeres en la flor de la edad se quedaran solteras. En el Medioevo, la diferencia entre celestina y casamentera no era mucha. Dado el enclaustramiento de las mujeres, se recurría a las intermediarias que reunían a las parejas. Las celestinas lo hacían de manera clandestina y condenada por la opinión de la comunidad, mientras que en el caso de las casamenteras lo hacían de manera pública y reconocida. La celestina se encontraba al servicio de los hombres que pagaban sus servicios de entregadora de mujeres incautas, mientras la casamentera servía a las familias acomodadas que se preocupaban de asegurar el futuro de sus hijas. El oficio no ha desaparecido, a pesar de la modernidad espera que las parejas se formen por iniciativa de sus integrantes y basándose en el atractivo sexual. En la actualidad, los gobiernos locales de Japón, deseosos de detener la baja que experimenta desde hace años la tasa de fertilidad, emplean a mujeres que recorren las casas de sus vecinos para averiguar la existencia de hombres solteros. Ellas organizan fiestas destinadas a poner en contacto a hombres y mujeres que de otro modo, por el aislamiento que se ha vuelto una característica lamentable de la modernidad, continuarían cada uno por su lado. Internet ha llegado también para relacionar a solitarios, desde los chats que permiten diálogos desinhibidos entre solitarios, a los servicios de las empresas on line, que ofrecen organizar todo tipo de parejas. En un país islámico como Egipto, que podría suponerse muy restrictivo en todos los aspectos sexuales, las agencias matrimoniales anuncian sus servicios en la prensa. El teatro Metropolitan de New York ofrece un combo (paquete de servicios) para espectadores solteros, que incluye entradas para la ópera y tickets para una fiesta posterior, donde los asistentes pueden alternar en busca de parejas que posean los mismos intereses culturales. La Cruz Roja norteamericana ha organizado grupos de dadores de sangre… que sirven también para que las parejas se conozcan. En California, una casamentera que utiliza el seudónimo de Orly, afirma haber reunido a cien mil parejas (que la habrían recompensado por sus servicios, con cantidades que oscilan entre los U$ 10.000 a 100.000. La mediadora tradicional se incorpora a una industria en la que participan los wedding planners, los proveedores de catering, los fabricantes de vestuario, adornos florales, instalaciones festivas, etc. Casar a las parejas se ha convertido en un negocio.

sábado, 29 de marzo de 2014

IMPOSIBLES MATRIMONIOS BLANCOS

El poeta y dramaturgo polaco Tadeusz Rosewicz escribió en 1975 una pieza teatral titulada Matrimonio Blanco, donde la protagonista es obligada a casarse para dar cumplimiento a las tradiciones familiares, y no obstante se niega a consumar la relación que espera (y exige) su legítimo esposo. ¿Quién es ella, para oponerse a las normas milenarias de la sociedad, que busca perpetuarse a través de los actos privados de sus integrantes? Los intereses del individuo, por inalienables que se diga, entran en conflicto con los intereses de la mayoría, y en tal caso deben ceder. Los hombres y mujeres fértiles tienen que reproducirse. Desde la perspectiva contemporánea, el matrimonio blanco suele ser entendido como un problema de salud (mental o física) más que como un ejemplo de vida virtuosa digno de imitar. Supongamos que uno de los integrantes de una pareja, por cualquier motivo, no deseaba casarse, a pesar de que las circunstancias lo obligaron a hacerlo. Su resistencia fue insuficiente, pero la negativa inicial persiste después de la ceremonia. Si bien no fue capaz de enfrentar la presión social, no acepta la totalidad de los compromisos que incluye el matrimonio, por lo que rechaza consumarlo.
Crumb: Onán
En el libro del Génesis, Onán es obligado por las leyes de su nación a casarse con Tamar, la viuda de Er, su hermano mayor. Una imposición como esa intentaba proteger la situación de la mujer viuda que careciera de descendencia. Para Onán, en cambio, tal situación resultaba humillante, porque cualquier hijo que tuviera con Tamar, heredaría los derechos de primogenitura que le correspondían a Er, dejándolo a él y a sus hijos sin el menor beneficio. Aunque el matrimonio se realiza, para evitar la llegada de una descendencia no deseada, Onán practica con su esposa el coitus interruptus: comienza los contactos de manera normal, pero evita consumarlos. La astucia humana de eyacular fuera de la vagina, irritó de tal modo a Dios, informa la Biblia, que mató a aquel que intentaba burlar su Ley. El matrimonio era para procrear, asegurando la continuidad del pueblo de Dios. Para los primeros cristianos, la renuncia al sexo decidida de común acuerdo por una pareja, esa abstención que causaba tanta repugnancia a los judíos, demostraba su fe en el inminente fin de los tiempos y el regreso a este mundo del Mesías, para juzgar a los vivos y los muertos. ¿Para qué reproducirse, pensaban, cuando en el plan de Dios que ellos habían develado, no quedaba más tiempo para la Humanidad?
Giotto: Boda de José y María
La unión de María y José es propuesta a los creyentes como el modelo de un matrimonio blanco, donde los cónyuges no llegaron a tocarse (con lo que se permite que el fruto de la unión tenga un origen sobrenatural)y no obstante logran entre ellos la más completa armonía. Para el cristianismo, la renuncia a los apetitos del cuerpo constituye un privilegio que disfrutan muy pocos mortales y suele ser elogiado por las voces más autorizadas, que lo interpretan como la evidencia de la santidad de aquellos (los santos y ascetas) capaces de sobrellevar tal sacrificio. Para el resto de la Humanidad, que es la mayoría, casarse y reproducirse es una obligación.
Enrique de Baviera y Cunegunda
En las historias del Medioevo que presentan matrimonios no consumados, las mujeres suelen ser quienes toman con mayor frecuencia la iniciativa. Durante el siglo X, Cunegunda, hija del Conde de Luxemburgo, se convirtió en la esposa de Enrique de Baviera, heredero del Imperio Romano Germánico que hubiera preferido ingresar a un monasterio. Ambos establecieron un pacto: no iban a consumar el matrimonio, que no tenía otro objeto que servir los intereses de sus familias. Era un acuerdo que se mantuvo en secreto, pero las evidencias de la esterilidad de la pareja terminaron por acusar a la mujer. Cunegunda no se defendió revelando la verdad. En cambio aceptó someterse a la prueba de mantenerse en pie sobre una plancha metálica calentada por el fuego. Como de acuerdo a los testigos no sufrió daños, el marido se convenció de la justicia de su propuesta y se sumó a ella en la causa de proteger a los pobres (no en el lecho conyugal). Durante el siglo XIV, Delfina de Marsella, convenció a su marido para mantener un matrimonio blanco y establecer en su castillo un convento franciscano. Muy elocuente debió ser, porque las energías que ambos hubieran podido dedicarle al sexo, se derivaron a la religión. Catalina de Suecia contrajo matrimonio con el conde Edgar von Kyren, quien aceptó el voto de castidad hecho por su esposa, permitiéndole que viajara a Roma con su madre, para dedicarse a las obras de caridad. ¿Qué fue de él, mientras tanto? Si se hubiera sumado a la causa de su mujer, lo sabríamos. Oportunidades para disfrutar su vida de otro modo, no pueden haberle faltado. Otra santa, Catalina Flisci, nacida en Génova, hacia fines del siglo XVI, tuvo una historia parecida, aunque en su caso el marido que le había dado su familia, para terminar una vieja disputa con una familia rival, despreció a la mujer que no aceptaba compartir su lecho y despilfarró en las mesas de juego los bienes que ella había aportado a la unión.
La modelo de artistas victorianos Euphemia (Effie) Gray, fue cortejada por el crítico John Ruskin, nueve años mayor y decidido a convertirla en su esposa, a mediados del siglo XIX. Ella provenía de una familia pobre y él era un esteta mantenido por sus adinerados padres. Una historia como ésta, que promete seguir el modelo del cuento de hadas, hubiera sido irrelevante, de no ser por una circunstancia notable: durante cinco años el matrimonio no llegó consumarse. Finalmente el hombre solicitó la anulación, que le fue concedida (por impotencia) y esto permitió a Effie casarse de nuevo, con el pintor John Everett Millais, que le dio muchos hijos. La explicación suministrada por Ruskin en su correspondencia, aumenta el enigma:

Puede considerarse como algo extraño que yo pudiese abstenerme de una mujer que la mayoría considera atractiva. Pero aunque su rostro era hermoso, su persona no estaba formada como para despertar pasión. Por lo contrario, había ciertas circunstancias que la frenaban por completo. (John Ruskin)

Se entiende que algo pudiera fallar la primera noche, pero un inconveniente que se mantenga en pie durante un lustro y conduzca a un penoso trámite judicial, cuesta entenderlo. ¿Qué frenaba a Ruskin? ¿El hecho de que a pesar de su indudable encanto, que puede reconocerse en las pinturas para las cuales posó, ella fuera por desgracia una mujer? Cuando Effie se refiere a lo sucedido, una situación cuya complejidad escapa a su limitada experiencia del mundo, deja al menos un hecho en claro: no fue ella quien puso obstáculos al hombre.

Él alega diversos motivos [para no consumar el matrimonio]. Odio a los niños, motivos religiosos, un deseo de conservar mi belleza, y finalmente el año pasado me dio su verdadera razón (…) que él había imaginado a las mujeres muy distintas de lo que vio en mí, y la razón por la que me hizo su esposa fue porque le repugnó mi persona esa primera noche. (Effie Gray: carta a sus padres)

Son demasiados argumentos, puestos uno detrás del otro, como si Ruskin advirtiera que ninguno es demasiado creíble. La repugnancia es en todo caso el dato más revelador. ¿Cómo dejar de lado una reacción tan definida?
Pedro Subercasseauw y Elvira Lyon
Durante el siglo XX, la iniciativa de armar una relación matrimonial que excluyera el sexo, solía ser tomada por los hombres, que no le dejaban demasiadas alternativas a las mujeres. Si ellas contaban la verdad, venciendo la barrera del pudor, ¿cómo serían consideradas? ¿A quién acudirían pidiendo ayuda? ¿Acaso les creerían? Puesto que el divorcio era impensable para la mayoría, ¿cabía otra respuesta que la resignación?
El pintor chileno Pedro Subercaseaux y su esposa, Elvira Lyon, hicieron votos de castidad al casarse por la iglesia y al parecer lo mantuvieron durante trece años, cuando solicitaron al Papa la autorización para separarse y adoptar (cada uno por su lado) la vida conventual, ella en España, él en Inglaterra. Algo tan distante como la relación de Abelardo y Eloísa en el Medioevo.
Podían escribirse pero no verse. A veces, cuando Pedro tenía alguna carta importante que despachar a Toledo, iba a casa de una prima de ambos, y conversaba con ella sobre Elvira. La había amando y seguía amando. (Alone)
Leon Tolstoi y Sofía
El escritor ruso Leon Tolstoi se propuso más de una vez a lo largo de su vida, entregarse a la castidad que su fe cristiana le planteaba, a pesar de la activa relación sexual con su esposa Sofía, que le dio muchos hijos, colaboró en su tarea literaria y sin embargo no compartía sus ideas religiosas y políticas. De acuerdo al testimonio de Tolstoi, esos propósitos fracasaron reiteradamente. Para dos personas apasionadas, no había muchas posibilidades de sujetarse a los límites de un matrimonio blanco.
Sofía, déjame partir, no me busques, ni te disgustes, ni me censures. El hecho de que te haya abandonado, no prueba que tenga yo motivos de quejas contra ti. Sé que tú no podrías ver ni pensar como yo, y por esto no has podido cambiar tu vida (…). Me acuerdo con amor y gratitud de los treinta y cinco años largos de nuestra vida en común. Pero (…) en los últimos quince años nuestros caminos se han separado. (Leon Tolstoi: carta a Sofía Andreyevna)
Otro escritor, André Gide, impuso una relación de ese tipo a Madeleine Rondeaux, su prima y esposa, mujer a la que tardó una década en convencer para que se casara con él, probablemente porque esperaba que le sirviera de estímulo para dar por concluidas sus aventuras pederastas, que sin embargo eran parte fundamental de la temática de su obra. Ante una pareja tan incompetente como Gide, ¿qué podía hacer una mujer respetuosa de la institución del matrimonio?
Su belleza misma me helaba. Sentía por ella una especie de admiración, pero ni la más mínima sospecha de deseo. Llegaba a ella como un adorador sin ofrenda. A la inversa de Pigmalion, me parecía que en mis brazos la mujer se transformaba en estatua; o más bien, era a mí a quien sentía de mármol. Caricias, provocación, nada hicieron: me quedé mudo, y la dejé no habiendo podido darle más que dinero. (André Gide)
Elisabeth Toulemon
Otro escritor francés del siglo XX, Marcel Jouhandeau, vivió un matrimonio conflictivo con Elisabeth Toulemon, una ex bailarina de vanguardia, atormentada por los celos de ella y alimentados por la combinación de antisemitismo, catolicismo místico y homosexualidad del hombre. Si uno u otro hubiera estado en su sano juicio, habría huido. Gran parte de la obra de él, estuvo dedicada a narrar veladamente esa relación imposible de resolver, que se mantuvo en pie durante casi medio siglo.
Desde la primera noche, adiviné oscuramente pero con certeza, que yo había sido hasta entonces una peregrina y que iba a detenerme; que en ese hombre que surgía frente a mí sin ostentación, yo había encontrado al mismo tiempo mi refugio y mi cruz. (Élisabeth Toulemon: Le spleen empanaché)
El escritor Paul Bowles llegó a casarse con la también escritora Jane Auer (conocida también como Jane Bowles) su pareja hasta que la muerte los separó, a pesar de que solo mantuvieron relaciones sexuales durante un año y medio. Ambos preferían las parejas de su mismo sexo, algunas de ellas personalidades famosas del mundo del arte (como el dramaturgo Tennessee Williams, el músico Virgil Thompson, la coleccionista Peggy Guggenheim, el escritor William Burroughs), otras anónimas (como Cherifa, la cocinera árabe que los acompañó durante décadas en Marruecos). En este caso, el matrimonio blanco define exclusivamente un simulacro de normalidad heterosexual, que se adopta para eludir la condena social sobre una conducta homosexual. A diferencia de Jouhandeau y su esposa, los Bowles se protegían mutuamente, a pesar de vivían en una comunidad (la de los extranjeros en Marruecos) que toleraba su excentricidad mirando para otro lado.
José Donoso y Pilar Serrano
El escritor chileno José Donoso se casó con María del Pilar Serrano, cuando ambos eran maduros y él había iniciado una carrera literaria. Ella lo secundó como secretaria y negociadora con los editores, participó en la adopción de una hija y mantuvo silencio sobre la vida paralela del marido. El alcohol parece haber sido la salida que la mujer halló a sus tensiones.
Tomé vino, pero es la caricia que tanto me falta. Sí, me gustaría tener sexo (…) por la autoafirmación que significan las caricias. (…) ¡Qué terrible tener que ser perfecta para que me quieran! Un mendrugo de amor gratuito me ayudaría tanto… Los perros y los gatos son los únicos. El corazón se me rompe. Luego vino Pepe [Donoso] y me besó, y si tengo su amor todo cambia. (María del Pilar Serrano)
Gracias a su esposa, Donoso gozó de una atmósfera protegida para dedicarse al arte y dejó testimonio de sus intereses ocultos en los diarios que vendió a una Universidad norteamericana, para que fueran leídos después de su muerte y no se publicaran hasta después de la muerte de la mujer. ¿Hipocresía? Ante todo, respeto de las convenciones sociales, para evitar que el interés por la vida privada de un artista, impidiera a los lectores concentrarse en su obra.
Adrian y Janet Gaynor
En la industria del cine de Hollywood, los productores atentos a la opinión de una masa de espectadores moralmente conservadores, favorecían la celebración de matrimonios de conveniencia, como habría sido el de la actriz Janet Gaynor y el vestuarista Gilbert Adrian, que tuvo un hijo, duró veinte años y terminó con la muerte del hombre, aunque no resultara creíble para quienes los conocían.
El esposo de Janet Gaynor era Adrian, pero la esposa de ella era Mary Martin. (Robert Cummings)
Parecida incredulidad suscitó el matrimonio de los actores Barbara Stanwick y Robert Taylor, o el de Rock Hudson, ídolo de los filmes románticos de los años `50, con Phyllis Gates, una secretaria de los estudios Universal, que le fue presentada por el hombre que organizó su carrera y fue su discreta pareja, cuando se amenazaba la publicación de un reportaje de la prensa escandalosa sobre la sexualidad de Hudson, que hubiera arruinado su carrera. Aunque el matrimonio duró pocos años, la mujer no habló sobre lo sucedido hasta después de la muerte del hombre, víctima del SIDA.
Haber revelado su otra vida hubiera sido malvado y vengativo. Tuve suficientes problemas para reconstruir mi vida. (Phyllis Gates: My Husband, Rock Hudson)
Jorge Luis Borges y María Kodama
Los dos matrimonios de Jorge Luis Borges (primero con una vieja amiga, Elsa Astete Millán, luego con una joven María Kodama) no parecen haber sido otra cosa que relaciones de amistad y compañía, cuando el escritor ciego pudo haber quedado solo, porque la verdadera pareja que lo acompañó durante la mayor parte de su vida y colaboró como secretaria en la escritura de sus obras fundamentales, fue Leonor Acevedo, su madre. Si bien las dos esposas de Borges mantuvieron silencio sobre la sexualidad de la vida en pareja, que resultaba improbable pensar como algo tan atractivo como la obra del escritor, Estela Canto, una de sus varias novias y colaboradoras literarias, no fue tan cauta, quizás porque no le perdonó los fallidos intentos de establecer intimidad con ella.
La actitud de Borges me conmovía. Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. (Estela Canto: Borges a contraluz)
De acuerdo al testimonio de Canto, Borges le habría propuesto matrimonio y ella condicionó la aceptación a que superaran la prueba de tener relaciones sexuales al menos una vez. Borges se sometió a psicoterapia, como ella le aconsejó, y sin embargo no lo intentó nunca. La falta de relaciones sexuales en una pareja, suele ser una de las causales más contundentes de anulación del matrimonio para los Tribunales y autoridades religiosas, preocupadas por la procreación. Los síndromes clínicos que acompañan a una resistencia a la vida sexual son: dispareunia y vaginismo en el caso de la mujer, mientras que hay fobias y disfunción eréctil en el caso del hombre. Cuando se da en las mujeres, ellas suelen provenir de familias que pueden ser abusadoras pero también demasiado protectoras, que asocian la actividad sexual con el sufrimiento. En la actualidad, el matrimonio de conveniencia se da por motivos religiosos, sino entre personas provenientes de países de la periferia, que pagan a nativos de los países más desarrollados para casarse con ellos y facilitarles visas de residencia, de otro modo inalcanzables. Si en 1995 Francia contabilizó 13.000 matrimonios de ese tipo, en 2004 fueron 34.000. Por eso la nueva ley estableció la verificación de dos a cuatro años de vida en común, antes de otorgar la permanencia definitiva del cónyuge extranjero.

martes, 25 de marzo de 2014

¿VALDRÁ LA PENA EDUCAR A LAS MUJERES?

En la antigua Grecia, las mujeres se dividían en dos categorías claramente separadas: las decentes por un lado, aquellas que estaban casadas o se mantenían vírgenes, de cualquier modo encerradas entre las cuatro paredes del hogar, a la espera de un marido, situación que aseguraba su ignorancia de una serie de temas fundamentales, que se suponían reservados a los hombres, mientras que por el otro lado estaban las prostitutas y las actrices, mujeres que gozaban de cierta libertad de acción, acumulaban experiencias que solían estarle negadas a las primeras, aunque sufrían la marginación social. Cuando una mujer llegaba a educarse, constituía una excepción que desconcertaba e irritaba a la mayoría masculina. Hipatia, la científica egipcia del siglo V de nuestra era, creció en un ambiente de tolerancia intelectual, compartido por paganos y cristianos. Hipatia se especializó en matemáticas y realizó estudios astronómicos. En la Escuela Neoplatónica de Alejandría educó a miembros de la clase dirigente cristiana, entre los cuales varios sacerdotes, a pesar de ser pagana ella misma. El ascenso del patriarca Cirilo dio término a esa convivencia pacífica. Comenzó a perseguirse a judíos, paganos y disidentes cristianos.
Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar. (Hipatia de Alejandría)
Hipatia fue asesinada por fanáticos seguidores de Cirilo. Se la consideraba opuesta a la intolerancia religiosa. La interceptaron cuando regresaba a su casa, la golpearon y arrastraron hasta la catedral, donde la desnudaron y lapidaron. Sus restos fueron quemados. Un par de siglos más tarde, se llegó a describirla como una bruja responsable de los disturbios que habían enfrentado a los hombres.
Comprender las cosas que nos rodean es la mejor preparación para aprender a comprender las cosas que hay más allá. (Hipatia de Alejandría)
Durante el Medioevo no se encuentran demasiadas figuras de mujeres que se dediquen a las ciencias; menos aún, que gocen de la autoridad y oportunidad necesarias para enseñar a los hombres. ¿Cómo atreverse a desafiar la opinión dominante, que llegó a dudar que tuvieran alma? Ellas no colaboraban ni competían con los hombres; se replegaban al espacio doméstico, que había sido reservado tradicionalmente para su género y no iba a serles disputado, porque los hombres lo despreciaban.
Radegunda se dedicó en el siglo VI a cuidar enfermos en el convento de Poitiers que fundó. La abadesa y mística Hildegarde von Bingen se movió en el interior de un convento, durante el siglo XII. En ese ambiente protegido de la interferencia masculina, pudo investigar las enfermedades de la mujer. Trotula de Salerno en el siglo XI, estudió los efectos de los anestésicos en el parto y escribió el primer tratado de Ginecología, titulado Passionibus Mulierum Curandorum.
En el Zibaldone Colocciano escrito a comienzos del siglo XIII, Franceso da Barberino se había dado el gusto de aconsejar a las damas de la clase alta sobre aquello que les convenía saber y (lo fundamental) aquello que de acuerdo a su criterio paternalista sería más prudente ignorar.
Barberino le da a la niña noble el derecho a leer y escribir, de manera que pueda manejar sus posesiones; pero pone en tela de juicio que las niñas de los señores comunes deban ser enseñadas y termina por desaconsejarlo; y prohibe de manera absoluta cualquier ilustración para las hijas de los comerciantes y artesanos. Felipe de Navarra prohíbe de manera categórica el que las mujeres lean o escriban y el Caballero de la Tour de Landry sólo les permite el conocimiento de la lectura para que puedan leer las Escrituras Sagradas. (Clara Martínez Tomás y Mercedes Marín Cabrera: La Querella de las mujeres)
La ignorancia y falta de curiosidad terminaban siendo las virtudes más apreciadas en las mujeres, aunque se disfrazaran de pureza y fidelidad a la familia y al hombre que la familia les había destinado. El marido era presentado como el gran maestro de una mujer joven, aquel que la formaba para honrarlo y servirlo. Si ella no sabía cómo componérselas por sí misma en el mundo, eso redundará en beneficios de todo tipo, se le promete. Por eso, los argumentos de quienes abogaban por la instrucción femenina equivalente a la de los hombres, sonaban repetidamente en el vacío. Fénelon redacta en 1681 un Tratado de Educación de la Hijas que tarda unos cuantos años en ser publicado. Aunque la obra muestra progresos respecto de las ideas sobre la educación de la mujer que prevalecían en la época, incluye planteos discutibles. Gran parte de los problemas que sufría el mundo, de acuerdo a Fenelón, provenían de las mujeres que no habían sido bien educadas.
Ellas no deben gobernar el Estado, ni hacer la guerra, ni entrar en el Ministerio de las cosas sagradas; pueden, por consiguiente, excusarse de ciertos conocimientos (…) La mayor parte de las artes mecánicas no les son tampoco convenientes; están constituidas para ejercicios moderados. Su cuerpo, como su espíritu, es menos fuerte y robusto que el de los hombres. (Fénelon).
La preocupación por la belleza personal que caracterizaba a las mujeres, les impedía reconocer su marginación de la vida pública. Virtudes que tradicionalmente se consideran femeninas, tales como la limpieza y la economía, las condenaba a permanecer en el ámbito doméstico. La fuerza propia de la mujer surgiría de su natural debilidad. Cuando se intenta satisfacer la insaciable curiosidad femenina, se obtendrá una mujer pedante e inconstante (una combinación capaz de aterrorizar a cualquier hombre). En 1659, el dramaturgo Moliere vuelve a Paris y el ambiente de la Corte de Luis XIV, tras muchos años de recorrer el territorio de Francia con sus comediantes. En un intento de seducir a la refinada audiencia de la capital, escribe y estrena Las Preciosas Ridículas, una farsa en la que se burla de las mujeres que aguardan, pero todavía no exigen un trato civilizado de los hombres.
Madame de Rambouillet era el personaje parodiado por Moliére. Ella había organizado en su casa una reunión semanal en la que participaba gente de la nobleza, artistas y científicos, para que conversaran libremente sobre temas de actualidad, exceptuando la religión. Con toda seguridad eran hombres quienes disertaban y mujeres quienes oían o se dedicaban a las actividades triviales típicas de su género (chismorrear, exhibir sus atuendos y aparentar que se interesaban en el discurso de los hombres). No obstante, si intentaban dar su opinión o tan solo hacer preguntas, en ese ámbito privilegiado podían hacerlo. ¿Por qué resulta notable una situación como esa? No había sucedido antes que hombres y mujeres de la clase alta compartieran la conversación. Las salonnières o damas que convocaban en sus residencias elegantes a la gente más esclarecida de su tiempo, con el objeto de discutir temas relevantes ante una audiencia mixta, se transformaron en una tradición continuada por Madame Geoffrin, gestora de la Enciclopedia Francesa o Madame Recamier durante la era napoleónica.
Viajaría 500 leguas para oír la charla de un hombre inteligente. (Madame de Stael)
Una gran distancia, porque los hombres sabios no abundaban por entonces (ni ahora). Moliere convierte a esa mujer ansiosa de instruirse, capaz de entender a los hombres, de dialogar con ellos, en una figura grotesca. Una “bachillera”, por bella que fuera la dama que pretendía invadir el territorio del conocimiento masculino, solo podía hacer el ridículo, obteniendo risas y aplausos de la audiencia teatral. ¿Pretendía Moliere burlarse de las mujeres educadas, que no pasaban de ser una minoría marginada, o denunciar la sumisión e ignorancia del resto, que debía despertar de su inercia? El personaje de Madelón lo plantea:
MADELÓN: El matrimonio no debe llegar nunca sino después de otras aventuras. Es preciso que un amante, para ser agradable, sepa declamar los bellos sentimientos, exhalar lo tierno, lo delicado y lo ardiente, y que su esmero consista en las formas. (...) Esconderá cierto tiempo su pasión hacia el objeto amado, haciéndole sin embargo varias visitas, donde no deje de sacar a colación un tema galante (...). Llegado el día, la declaración debe hacerse (...) mientras la compañía se ha alejado un poco, y esta declaración ha de ir seguida de un pronto enojo [de la dama] que se revele en nuestro rubor y que aleje durante un rato al amante de nuestra presencia. Luego [el hombre] encuentra medios de apaciguarnos, de acostumbrarnos insensiblemente al discurso de su pasión, de obtener de nosotras esa confesión tan desagradable. Después de esto vienen las aventuras, los rivales que se atraviesan (...), las quejas, las desesperaciones y todo lo demás. He aquí cómo se ejecutan las cosas dentro de las maneras elegantes. (Moliére: Las Preciosas Ridículas)
El cortejo amoroso, una de las pocas actividades en la que hombres y mujeres del siglo XVII dialogaban, debía evolucionar desde una óptica exclusivamente masculina, que buscaba la satisfacción inmediata del deseo de ellos, hacia otra perspectiva, de acuerdo a Moliére, capaz de tomar en cuenta la demanda de la mujer, que reclama un tiempo que es el suyo, un proceso de excitación más lento, desvíos y postergaciones de la actividad amorosa, juegos de roles. Aunque los trajes sean de un época distante, se trata de un programa similar a la terapia que tres siglos más tarde plantean los sexólogos Master y Johnson a sus atribulados pacientes. Entre los petitorios que el pueblo hizo llegar a Luis XVI, al comenzar la Revolución Francesa, figuraba el de las mujeres, que no llegó a ser considerado por las autoridades del Viejo Régimen y tampoco por las del nuevo.
Pedimos ser ilustradas, poseer empleos, no para usurpar la autoridad de los hombres, sino para ser más estimadas; para que tengamos medios de vivir en el infortunio y que la indigencia no fuerce a las más débiles a formar parte de la legión de desgraciadas que invaden las calles y cuyo libertinaje audaz es el oprobio de nuestro sexo y de los hombres que las frecuentan. (Petición de las mujeres del Tercer Estado a Rey)
Debió pasar más de un siglo de la Revolución Francesa, para que las mujeres accedieran a las universidades y alcanzaran el derecho de elegir a los gobernantes. Hizo falta más tiempo para que compitieran de igual a igual en todas las profesiones con los hombres. La situación es todavía reciente y no es raro detectar la desconfianza de aquellos que esperaban verlas relegadas a un segundo plano.

domingo, 23 de marzo de 2014

JUEGOS DE NIÑAS

A comienzos del siglo XXI, una época en que los teléfonos portátiles mantienen subyugados a los niños con sus mensajes de texto y juegos de video, las viejas rondas parecen encontrarse en acelerado proceso de extinción. Tradicionalmente había juegos que debían escenificarse en el interior del hogar. Era el caso de Las Visitas, en el que las niñas se reunían para tomar el té y contarse chismes o hablar de sus hijos (representados por muñecas). Las rondas, en cambio, o saltar la cuerda, requerían otro espacio, abierto, y una cantidad mayor de participantes.
Al pasar la barca / me dijo el barquero: / las niñas bonitas / no pagan dinero. / Yo no soy bonita / ni lo quiero ser / porque las bonitas / son las de perder. (Anónimo: Al pasar la barca)
Desde la actualidad, cuando los niños suelen crecer solos, porque las familias se han reducido y confían en la televisión y las redes sociales la ocupación del tiempolibrer, cualquiera se pregunta si es necesario que los niños se reúnan para jugar. ¿No se trata de una actividad peligrosa, dado que no hay espacios seguros, en las plazas, calles o residencias para que ellos se encuentren? Gracias a la prensa, resulta imposible olvidar la existencia de adultos malvados, que aguardan la menor oportunidad para abusar de los menores de edad, e incluso la violencia que de pronto surge entre los mismos niños y niñas que hasta poco antes eran compañeros de estudio o diversión. Todo parece desaconsejar la coincidencia de varias niñas en un lugar. Las rondas vienen de otras épocas, en la que probablemente existía gran parte de las amenazas actuales, pero no se hablaba de ellas y por lo tanto no costaba mucho imaginar que no existían.
-Buenos días, su Señoría / Mantantirurirulá. -¿Qué quería su Señoría / Mantantirurirulá. -Yo quería una de sus hijas / Mantantirurirulá. -¿Cuál de ellas a usted le agrada / Mantantirurirulá. -A mí me gusta la Inesita / Mantantirurirulá. -¿Y qué le oficio le pondremos / Mantantirurirulá. -La pondremos de barrendera / Mantantirurirulá. -Ese oficio no le agrada / Mantantirurirulá. (Anónimo: Buenos días su Señoría)
Una niña enfrentaba a un grupo (formado por niñas, lo más probable) mientras cantaba los versos anteriores en forma alternada, mientras ejecutaba movimientos de avance y retroceso. Desarrollaban un diálogo repetitivo, rítmico, en el que figuraban palabras que ya nadie usaba y otras que no pasaban de ser una fantasía evocadora del trato de los adultos en el mundo real, donde los padres entregan a sus hijos como sirvientes de otros, para cumplir funciones desagradables (rechazadas inicialmente), hasta coincidir en un oficio aceptable. En ese momento, una de las niñas del grupo era entregada a quien lo solicitaba y el canto se reiniciaba, para conducir a la entrega de otra de las hijas, después de una prolongada transacción, hasta que el grupo inicial quedaba reducido a una sola niña y el diálogo se invertía.
A mediados del siglo XX, las niñas pobres entraban tempranamente al mercado laboral, como empleadas domésticas o asistentes de talleres de costura, lo más probable, cuando hubieran debido estar más tiempo en la escuela, aprendiendo algo más que rudimentos de lectura y escritura. En apenas un par de generaciones, gracias a la difusión internacional de los Derechos de los Niños, los reclamos del mercado y el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, ha cambiado la perspectiva de los adultos sobre la infancia y el empleo que hacen los niños de su tiempo. Dados los peligros que ahora todo el mundo sabe que acechan en el espacio público, los juegos colectivos de los niños se encuentran en retirada. Se teme (con razón) que favorezcan el bullying. En lugar de grupos dispuestos a entretenerse entre ellos, compartiendo las mismas estrategias de ocupación del tiempo libre, se tiene hoy a una masa de posibles consumidores infantiles, en la que cada uno de sus integrantes se encuentra aislado frente al televisor, el computador o el teléfono celular, para recibir el mensaje de los medios masivos.
Ellos están desacostumbrados e incluso se muestran temerosos de la respuesta que pueden hallar durante el diálogo con sus pares.
La hipótesis de una relación inversa entre juego y rito es en realidad menos arbitraria de lo que podría parecer a primera vista. (…) Los estudiosos saben que las esferas del juego y de lo sagrado están estrechamente ligadas. Numerosas (…) investigaciones muestran que el origen de la mayoría de los juegos que conocemos se halla en antiguas ceremonias sagradas, en danzas, luchas rituales y prácticas adivinatorias. Así, en el juego de la pelota podemos discernir las huellas de la representación ritual de un mito en el cual los dioses luchaban por la posesión del sol; la ronda era un antiguo rito matrimonial; los juegos de azar derivan de prácticas adivinatorias; el trompo y el damero eran instrumentos adivinatorios. (Giorgio Agamben: Infancia e Historia)
El establecimiento de parejas heterosexuales era el tema recurrente de las rondas infantiles. Algunas veces, el contenido aparecía expresado en las letras, otras era revelado por la gestualidad. El mundo de los adultos evocado por las rondas, no era nunca demasiado actual, como sucedía también con los cuentos infantiles. En ciertos casos, la ronda mimaba el desempeño de los adultos de un par de siglos antes, en el ámbito de la vida cortesana, tan distante de la realidad de mediados del siglo XX.
Me arrodillo a los pies de mi amante, / Me levanto constante, constante. / Darás un paso atrás, harás una reverencia. / Dame una mano, dame la otra, / Dame un besito, sobre la boca. (Anónimo: La Pájara Pinta)
En Martín Pescador, los modales cortesanos se encuentran ausentes. Se trata de mimar las relaciones más crudas entre los sexos, en las que los hombres atrapan a las mujeres y las convierten en sus presas, ante la indiferencia de los testigos. Nada podría ser más normal. Como se trata de textos cantados por niñas, el cambio de género de los hablantes puede desconcertar al principio. En un momento hablan las mujeres, pero a continuación responden los hombres.
-Martín Pescador, ¿me dejará pasar? -Pasará, pasará, pero la última se quedará. (Anónimo: Martín Pescador)
Al jugar a la Mancha, se expresaba el evidente horror femenino al contacto físico con el hombre (él es encarado como el Lobo, de acuerdo a la figura del antagonista de Caperucita Roja, que se preparaba cuidadosamente para salir de cacería de mujeres, tras un strip tease invertido). Cuando las mujeres no lo tienen encima, porque se encuentran fuera de su guarida, no pueden dejar de preguntarse cuándo y cómo llegará:
-Juguemos en el bosque / Mientras el Lobo no está. -¿Lobo está? -Me estoy poniendo los pantalones [los zapatos, la camisa, etc.] (Anónimo: Juguemos en el bosque)
El hombre aparecía en la escena femenina para perseguir al tropel de niñas, que en unos casos quedaban inmovilizadas al ser tocadas o “manchadas” en la parte del cuerpo que hubiera experimentado el contacto. El mensaje implícito no llega a la expresión verbal, pero no deja ninguna duda. Las mujeres no pueden defenderse, los agresores masculinos pueden optar entre la cacería salvaje del Lobo y el Martín Pescador por un lado, y la cacería civilizada de La Pájara Pinta que se mencionó más arriba. En las viejas rondas, las niñas formaban un círculo, de donde emergía una solista que utilizaba el interior del grupo (un ámbito protector establecido por sus iguales) para exhibirse al mundo, sin correr los riesgos que le esperaban a una mujer sola, que intentara hacer lo mismo.
Déjenla sola, solita y sola / Que la quiero ver bailar, / Saltar y brincar / Y moverse con mucho donaire. (Anónimo: Yo la quiero ver bailar)
Son juegos inocentes, compartidos con otras niñas de la vecindad, después de haberlo aprendido de sus mayores, que nunca vieron nada inapropiado en la letra o la gestualidad. El único rol que se les concedía en esas actividades lúdicas a las mujeres, era el matrimonio. Podía permitírseles que circularan por la calle y mostraran sus encantos, una liberalidad que la sociedad tradicional hubiera negado tajantemente (como sucede aún el los regímenes islámicos), siempre y cuando el objetivo de las mujeres fuera ofrecerse en matrimonio. La figura del hombre que asistía a esa exhibición de mujeres disponibles, deseosas de ser elegidas, no estaba totalmente ausente de las rondas. Él evaluaba a las candidatas, desechaba la mayoría, hasta que se quedaba con una, sin pedirle su opinión.
-Yo soy la viudita, del conde Laurel. / Me quiero casar y no sé con quién. -Con esta sí, con esta no, / Con esta señorita, me caso yo. (Anónimo: Yo soy la viudita)
Los juegos han planteado siempre una visión del mundo que se anuncia como irrelevante. La rayuela trazada con una tiza en el suelo, convertía la visión dualista del universo, donde cada participante puede pasar del Infierno al Paraíso, en un desafío físico de saltos que hacían volar las faldas de las niñas que jugaban, mientras abrían y cerraban las piernas (gesto que desde las imágenes del filme Viridiana de Luis Buñuel, ha quedado desprovisto de toda la inocencia que aparentaba). Aprender a jugar, exige el desarrollo de una capacidad de concentración y flexibilidad que permite adoptar sin esfuerzo una diversidad de roles. A veces, el juego se revela como un entrenamiento más complejo que el que suele darse en la escuela y tiene la ventaja de ser más duradero, entre otros motivos, porque comienza por ser divertido para quienes lo comparten:
Antón, Antón Pirulero / cada cual, cada cual / que aprenda su juego / y el que no, el que no / una prenda tendrá. (Anónimo: Antón Pirulero)
A pesar de la aparente trivialidad de los juegos infantiles, circulaba entre ellos una perspectiva homogénea de los roles que la sociedad de hace medio siglo atribuía a hombres y mujeres. Ellas eran presentadas siempre como el objeto fundamental de la actividad masculina. Ellos las seleccionaban (y atrapaban) o desechaban como sus posibles parejas, mientras ellas huían o se ofrecían en matrimonio. La posibilidad de que existieran mujeres que pactaran los términos de su relación con los hombres o que les impusieran sus demandas personales, no figura en los juegos tradicionales, por lo que estos bien pueden ser entendidos como una forma de aleccionamiento infantil, cuyo poder de convicción aumenta al mostrarse como un simple juego. En la actualidad, la entrega de los juegos infantiles a la tecnología más avanzada de la industria cultural, no es el mejor signo del aprendizaje de habilidades de comunicación para las nuevas generaciones. Alguien que no aprendió a jugar a Piedra, Papel, Tijera, ¿cómo encara la nada confiable identidad de sus interlocutores en la web? ¿Se cree todo lo que le dicen? El auge del grooming sugiere que los incautos corren más peligro que nunca.

martes, 18 de marzo de 2014

MARÍA, VIRGEN Y MADRE

Para la tradición judeo-cristiana-islámica, la imagen de Dios tiene un implícito modelo masculino. Se habla siempre de Él, en ningún caso de Ella. De acuerdo al Génesis, texto compartido por las tres grandes religiones monoteístas, Adán es el primer hombre, que fue creado a imagen y semejanza de su Creador. Tanto los judíos como los musulmanes optan por eludir las representaciones visuales del tema, pero en el mundo cristiano queda en claro que Dios tiene el aspecto de un ser humano de cierta edad, barbado y corpulento. Solo sugerir una apariencia femenina, como han intentado las feministas del siglo XX, causa espanto y solicita la más abierta condena de los creyentes.
Para los griegos y romanos, que no temían la coexistencia de una multitud de dioses y semidioses, el culto a la madre Deméter y su hija Perséfone, divinidades agrarias que regían el calendario de la siembra y la cosecha, coexistían sin problemas con otros dioses masculinos más recientes. Se las había despojado del rol central que tuvieron en el pasado más remoto, pero no se las perseguía, por sospechar su alianza con las fuerzas del Mal. La nostalgia de los viejos cultos donde la mujer se encontraba en el centro, no desaparece en la memoria de los creyentes, a pesar de la cuidadosa borradura que suelen ejecutar los nuevos cultos. Si en Egipto, la diosa Isis había sido representada durante miles de años como la madre milagrosa de Horus, a quien alimentaba con sus pechos, esa configuración reapareció en el cristianismo, provista de un nuevo contenido, como la imagen medieval de María que alimenta al Niño Jesús. La limitación que establece el monoteísmo cristiano, desaloja a todos los dioses de la Antigüedad, pero sobre todo a las diosas. En oposición a la ortodoxia doctrinaria, los creyentes se las componen para otorgarle un rol privilegiado a figuras femeninas. Ya no son diosas, sino mujeres virtuosas, que se encuentran cerca de Dios y pueden interceder por los seres humanos que las veneran. De los Evangelios se extrae a varias: ahí están la Magdalena, figura compuesta por no menos de tres mujeres santas; allí está Marta, la hermana de Lázaro, o Verónica, que enjuga el rostro de Jesús en un paño durante el Via Crucis. El culto a María (Maryam o Miriam para la tradición islámica) la madre de Jesús de Nazaret, se construye en torno a la figura femenina más potente del cristianismo y una de las cinco fundamentales del islamismo. ¿Cuánto queda en estos nuevos ritos de los viejos cultos matriarcales? No demasiado, podría pensarse. La corriente central del cristianismo incorpora sin mayores conflictos elementos de cultos anteriores (por eso se fija, por ejemplo, la fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, para hacerlo coincidir con una festividad “pagana”) pero les otorga otro sentido.
El culto mariano tarda siglos en constituirse en el ámbito del catolicismo, el anglicanismo y la iglesia ortodoxa (mientras que de ningún modo es aceptado por los cultos protestantes, que lo consideran idolatría). En los Evangelios, María tiene una presencia discreta, a todas luces secundaria, una situación que se corresponde con el rol que se atribuía a la mujer en la cultura de la época. Las mujeres no eran dignas de la misma atención que se concedía a los hombres. Tampoco se la nombra mucho después de la muerte de su hijo, en los textos de Pedro y Pablo conocidos como Hechos de los Apóstoles. Durante el Medioevo, sobre todo a partir del siglo XII, el culto mariano se fue expandiendo y su figura dominó los retablos, con el Niño Jesús en los brazos o asistiendo como observadora doliente al drama de la cruz. Los poetas le cantaban loas. Los teólogos la relacionaban con los anuncios de la Biblia relativos a la llegada del Mesías del pueblo judío.
La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: “Dios entre nosotros”: (Isaías)
La figura de una mujer embarazada se planteó por entonces como un ideal de belleza femenina. María se convirtió en el modelo moral de las mujeres cristianas que aspiraban a la santidad, haciendo votos de castidad y entregándose al Señor. Se consolidó un culto mariano, por el cual María, a pesar de estar casada con José, no había sido tocada por él, advertido durante un sueño de la misión que le esperaba a su esposa. Ella fue fecundada por la intervención del Espíritu Santo y parió a Jesús siendo virgen, una combinación de eventos excepcionales, inexplicables, a los que se suma que al morir (sin hacerlo) habría subido a los cielos conducida en cuerpo y alma por los ángeles, etc.
Para algunos, María era virgen en el momento de ser fecundada por el Espíritu Santo y continuaba siendo virgen en el parto y después del parto del Hijo de Dios. Mucha tinta ha corrido para interpretar desde las perspectivas más eruditas, sucesos que no obstante quedan en la esfera de lo misterioso, lo inexplicable. ¿Pudo haber muerto María, puesto que era un ser humano, a pesar del privilegio de haber sido elegida como la madre del Hijo de Dios? Para los creyentes, esa idea no resultaba aceptable, llegaba a parecer un insulto. María debió haberse dormido, se dijeron, y los ángeles la condujeron al cielo en cuerpo y alma, envuelta en sus sábanas. El contacto con Dios la habría preservado de situaciones cotidianas, que para el común de los mortales resultan ineludibles.
Fue conveniente que la Virgen resplandeciese de tal pureza, como no pueda imaginarse otra después de Dios. (San Anselmo de Canterbury: De concepta virginali)
Se trata de un sistema de convicciones no siempre compartidas por todas las Iglesias cristianas. El catolicismo ha demostrado ser el ámbito más propicio al culto mariano, que se ha ido fortaleciendo con el tiempo. En 1830, María se aparece a Caterina Labouré. En 1858 es vista por Bernardette Soubirous en Lourdes. Para los católicos, el proceso de definiciones dogmáticas en torno a María, se completa en 1854, cuando el Papa Pío IX promulga el dogma de la Inmaculada Concepción: María habría sido exceptuada por Dios del estigma del Pecado Original, herencia de la falta cometida por Adán y Eva, que recae desde entonces sobre todos los seres humanos y se lava mediante el Bautismo. Puesto que a María le ha correspondido el privilegio de ser la madre del Hijo de Dios, no puede ser una mortal cualquiera. La posibilidad de que Jesús haya tenido hermanos (como Santiago el Justo) e incluso hermanas, de acuerdo a ciertas referencias de los Evangelios de Mateo 13: 54-55 y Marcos 6: 1-3, choca con esta imagen de un evento único y sobrenatural, por lo que es desechada tanto por cristianos como por musulmanes. De acuerdo a su interpretación, solo debieron ser parientes lejanos, primos o amigos. El culto a María se afirma por todo el planeta, especialmente allí donde la tradición pagana había establecido el culto a las deidades femeninas de la Tierra y la fertilidad.
En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que ellos llaman Tonantzin, que quiere decir nuestra madre. Allí hacían muchos sacrificios en honra de esta diosa, y venían a ella de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas de todas las comarcas de México y traían muchas ofrendas: (…) Ahora que está ahí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin. (Fray Bernardino de Santiago: Historia General de la Nueva España)
En Europa, el culto mariano tiene santuarios tan renombrados como Lourdes en Francia, Fátima en Portugal o Czestochowa en Polonia, que convocan a millones de los fieles que buscan una respuesta milagrosa a sus plegarias. En Latinoamérica, la devoción a María se combina con la fe popular de los viejos ritos agrarios de la Pachamama incaica. Se venera a María como Virgen de Coromoto en Venezuela, de Guadalupe en México, del Carmen en Chile, de Luján en Argentina, de Copacabana en Bolivia, de Aparecida en Brasil, de Suyapa en Honduras, de Chiquinquirá en Colombia.
En 1950, el Papa Pío XIII proclamó el Dogma de la Asunción de María. Ella es vista como la madre del Hijo de Dios y a la vez como una intermediaria humana, con quien resulta más fácil para los creyentes dialogar en sus oraciones. Los protestantes no se sienten cómodos con esa figura que alcanza tanto peso en la devoción de los fieles, que parece a punto de desplazar a la del Dios único. Encontrar una madre, incluso cuando ya se dispone de una, es una de las grandes satisfacciones de los seres humanos (también de otras especies animales). ¿Quién no disfruta de la sensación de seguridad que brinda su presencia, incluso cuando se tienen recursos que permiten valérselas sin su ayuda? Más necesaria resulta en los momentos, nada infrecuentes, en que alguien se encuentra desvalido. La figura de una madre universal, todopoderosa, nutricia y atenta al dolor de sus criaturas, se establece como una necesidad que en el mundo antiguo y en la América precolombina, se manifestaba a través de una pluralidad de diosas generadoras. La cultura paternalista del monoteísmo, no logró borrarlas del todo.

domingo, 9 de marzo de 2014

ACTRICES DESPRECIADAS Y ENVIDIADAS

Los antiguos griegos, que tanto se preocuparon de estigmatizar la coquetería femenina y mantener a las mujeres honestas a resguardo, donde ningún hombre ajeno a sus familias pudiera verlas, entre las altas paredes del Gineceo, lejos de las prostitutas que los acompañaban en sis banquetes y debates, tampoco les permitían presentarse sobre un escenario, aunque el teatro se encontrara tan cerca de la religión, que se construía cerca de los templos y se lo suponía encargado de moralizar a la audiencia y enseñarle a controlar sus pasiones. Exponerse en público no era una actividad permitida para una mujer decente, a pesar de que la misma actividad no representaba ningún riesgo para un hombre. Siglos más tarde, el teatro y la prostitución no eran actividades muy distantes durante el esplendor del Imperio Romano, pero lo mismo hubiera podido decirse de los espectáculos deportivos y los baños públicos. Dondequiera se reuniera gente dispuesta a divertirse y gastar dinero, las mujeres públicas buscaban clientes. Esa era una actividad legal, pero de todos modos no resultaba bien vista. En Roma no se compartía la limitación de la presencia de mujeres en la vida pública, decretada por los griegos. El disfrute de los placeres se apreciaba más que la virtud. Los espectáculos teatrales serios prescindían de las mujeres, mientras las pantomimas exhibían actrices semidesnudas, que representaban situaciones obscenas, en ciertos casos con el objeto de criticar las costumbres disolutas de la época, en otros para conseguir la risa fácil de la audiencia, burlándose por ejemplo del fanatismo de los predicadores de los nuevos cultos (como el cristianismo) que se estaban difundiendo rápidamente por todo el territorio del Imperio.
De Teodosia, que posteriormente fue consagrada Emperatriz de Bizancio y llegó al santoral, el historiador Procopio cuenta que en su juventud se había desempeñado como prostituta, antes de ser actriz de circo, donde representaba un lascivo acto en el que participaban ocas (semidesnuda, Teodosia dejaba que los espectadores le arrojaran granos, para que luego las aves los picotearan, en una parodia de la seducción de Leda por Zeus). Del teatro al burdel, por ese entonces, no había mucha distancia. Las actrices (también los actores) utilizaban el escenario para ofrecerse a una clientela dispuesta a pagar sus servicios fuera de la escena. No es raro que el cristianismo, al convertirse en religión oficial del Imperio romano, condenara por igual a los dioses de la antigüedad, las luchas de gladiadores, la higiene personal y el teatro. Según el teólogo Tertuliano, por simple descuido, no por mala intención, una mujer cristiana había concurrido a un teatro, lugar donde el Diablo se había apoderado de su cuerpo y alma. Cuando el exorcista convocado para liberar a la víctima dialogó con el mismo Demonio, él respondió que la mujer lo había visitado en su casa.
Para san Cipriano, todos los actores debían considerarse hijos de Satanás y las actrices prostitutas de Babilonia. Tan generalizado fue el repudio a los actores, músicos y bailarines, que no se les permitía vivir en el interior de las ciudades, se veían obligados a llevar una existencia trashumante. Cuando morían, había que enterrarlos fuera de los cementerios consagrados. Como consecuencia de estas restricciones, durante la Edad Media los teatros desaparecieron de Europa cristiana y apenas sobrevivieron los espectáculos callejeros de juglares y bufones, que se improvisaban en calles y plazas, a la sombra de las iglesias, en tabernas, pero también al amparo de las mansiones de los poderosos dispuestos a financiarlos. En los espectáculos medievales se combinaban acrobacias, canciones, chistes, recitado de historias tradicionales. Las danzas femeninas, que eran muy apreciadas, incluían provocativos bailes con movimientos de caderas y saltos mortales, que permitían a los espectadores algún atisbo de las partes íntimas de los cuerpos femeninos (puesto que la ropa interior era desconocida).
Durante más de un milenio las mujeres quedaron excluidas del teatro convencional en Europa. Cuando se requerían personajes femeninos en escena, generalmente demostraban cuán peligrosas eran para los hombres, su inconstancia amorosa o incluso su torpeza sin límites, pero no eran mujeres quienes encarnaban a esos personajes despreciados. Al escribir sus dramas y comedias, William Shakespeare, en la transición del siglo XVI al XVII, creador de personajes femeninos tan formidables como Julieta, Desdemona, Lady Macbeth o Rosalinda, no podía contar actrices que las encarnaran, y debía confiar en las habilidades de hombres jóvenes que se disfrazaban de mujer y forzaban la voz mientras les resultaba posible. El ascenso de los puritanos al poder, durante la primera mitad del siglo XVII, liquidó toda actividad teatral con actores humanos, a quienes se consideraba vagabundos. En el caso de que insistieran en sus prácticas inmorales, serían azotados en público. Se demolieron los teatros. Las representaciones de títeres fueron el único espectáculo que quedó en pie durante los siguientes veinte años. Con la Restauración de Charles II, que había crecido en el ambiente más liberal de Francia, volvieron a permitirse las representaciones teatrales y las mujeres recibieron autorización para subir al escenario (en 1662 se prohibió a los hombres interpretar roles femeninos, por considerar que estimulaban la sodomía).
Elizabeth Barry y Margaret Hughes fueron las primeras actrices que asumieron el desafío de interpretar los personajes femeninos de Shakespeare, por lo que muchos espectadores dudaron que fueran efectivamente mujeres. Eleanor (Nell) Gwyn obtuvo fama y fortuna como actriz de comedias, se convirtió en una de las amantes del monarca y fue madre de dos de sus hijos bastardos. Cuando las mujeres se reincorporan al teatro italiano de la Commedia dell´Arte, lo hacen en el interior de compañías formadas por familiares que interpretan los mismos personajes, de generación en generación. Mientras los actores lucen máscaras estereotipadas, que provienen de las farsas de la Antigüedad, las mujeres aparecen con los rostros al descubierto, y al menos en el caso de los personajes de dama de clase alta, lucen vestidos a la moda. En España del Siglo de Oro, bajo una Iglesia Católica establecida como única religión tolerada, se prohibió a las mujeres presentarse en un escenario teatral en 1596, y dos años más tarde Felipe II extendió la prohibición a la representación de comedias. Según el Decreto, gracias a la frecuentación de espectáculos teatrales, se adquiría la costumbre de no hacer nada, se olvidaban los deberes y sobrevaloraban las fiestas y los placeres, dificultando tanto el trabajo productivo como la guerra. La represión no duró más allá de la muerte del Rey, cuatro meses más tarde. Como parte de la inestabilidad en la que se desempeñaban los actores, en 1615 se prohibió a las actrices que se presentaran en ropas de hombre (una situación solicitada por las obras de Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina).
Francia, la situación del teatro era no menos precaria, puesto que dependía del financiamiento otorgado por la nobleza. La joven actriz Armande Béjart, que a mediados del siglo XVII se convierte en esposa del dramaturgo Moliére, debió afrontar graves murmuraciones que la distanciaron de su marido. Era hermana menor de otra actriz, Madeleine Béjart. Sin embargo, los mal pensados no desdeñaban la posibilidad de que fuera su hija, por lo que el progenitor tal vez fuera Moliére, que había sido amante de Madeleine. Las actrices podían ser analfabetas, como se sabía de Jeanne Beauval. El ámbito del teatro no era demasiado respetable, de acuerdo a la opinión de quienes presenciaban los espectáculos. Las actrices daban un mal ejemplo a la sociedad, aunque estuvieran casadas, criaran hijos y fueran fieles a sus parejas. ¿Cómo podían pretender ganarse la vida trabajando en público, si habían nacido mujeres? ¿Por qué abandonaban la seguridad que brindaba el hogar y el cuidado de la familia, para subir a un escenario, donde sin importar lo que hicieran, continuaban siendo vistas como mujeres públicas?
Ser actriz, durante la Revolución Francesa, indicaba en algunas mujeres una habilidad rara, la de hablar en público, para defender las ideas más avanzadas de la época. Claire Lacombe llegó a Paris como actriz en 1792, participó en la toma de las Tullerías y recibió una bala en un brazo. Fue fundadora de la Sociedad de Mujeres Republicanas y Revolucionarias, que intentaba representar los intereses de las obreras. Esa actividad no fue bien recibida por los activistas masculinos, que retrocedían ante la posibilidad de profundizar los cambios sociales. Claire fue arrestada por extremista y conoció la prisión durante un año y medio. Al quedar libre, regresó al anonimato del teatro. Aún hoy, la condena moral a la vida llevada por las actrices, se manifiesta como la intención más descarada de entremeterse en su privacidad. La gente se fotografía con ellas, las registra en sus actividades fuera del escenario, ve programas de televisión donde se espía o comentan los detalles más ocultos de sus vidas, compra la prensa de farándula, consulta en Internet los videos de su vida sexual que les han sido robados. Tal como se daba en los espectáculos de circo de Bizancio, en los primeros siglos de nuestra era, se responsabiliza a los medios de promover una prostitución de alto nivel. La vida privada de las actrices se escudriña en los medios, con un fervor que denota la confianza en hallar corrupción y desenfreno, situaciones que posiblemente se envidian, pero permite elaborar el discurso condenatorio de rigor. Ellas viven demasiado, para disgusto de sus seguidores. Ellas sufren y disfrutan, de acuerdo a lo permiten los personajes que encarnan y la intimidad real que el periodismo fisgonea, más de lo que sus observadores habrán de experimentar nunca. Por eso se las admira y detesta, un doble vínculo que impide pasarlas por alto. La tendencia a la participación de actrices en la lucha política se ha marcado en las últimas décadas. Shirley Temple y Jane Fonda en los EEUU, Melina Mercouri en Grecia, Glenda Jackson y Vanessa Redgrave en Inglaterra, Eva Duarte e Irma Roig en Argentina, María Maluenda en Chile, María Rojo en México, representan los sectores más opuestos y demuestran que una mujer puede ser respetada en una actividad y controvertida en la otra. Despojada de un libreto que organice su discurso, una mujer sin ideas propias ni capacidad de negociación, queda pronto al descubierto, por deslumbrante que sea su repertorio de recursos escénicos. Cuando una actriz se convierte en activista política, suele abandonar definitivamente el mundo del espectáculo. Regresar al espectáculo, como intentaron Vanesa Redgrave o Jane Fonda, suele ser una tarea ardua.

RETOCADAS IMÁGENES OFICIALES

Margaret Thatcher fue una figura relevante de fines del siglo XX. Como Primera Ministra del Reino Unido, llevó a cabo durante once años una política conservadora de reforma del Estado, que le valió el apoyo de los empresarios y la crítica de los sindicatos. En el ámbito internacional, celebró la desaparición de los regímenes socialistas de Europa y condujo la Guerra de las Malvinas. Cuando la denominaron Dama de Hierro, aludían a su carácter inquebrantable, que le impedía arrepentirse de nada. La actriz Meryl Streep, que la interpretó en un filme biográfico, analizó su comportamiento escénico:
Ella no podía permitirse ni la risa ni las lágrimas, porque sabía que eso sería percibido como una señal de debilidad. También manipuló su voz, su acento, sus entonaciones, para convertirse en líder. La falta de sentimientos que siempre se le ha achacado, ya lo mostraba cuando era una joven política. Era muy importante reflejar bien las manifestaciones aquella personalidad, porque tienen mucho que ver con la percepción que se tiene de ella: su grandiosidad, su presencia, la majestuosidad que imprimía a sus opiniones. Hasta ahora pervivían de ella dos imágenes totalmente exageradas: la del ícono y la del monstruo. (Meryl Streep:”Thatcher no se permitía llorar ni emocionarse”)
En las campañas políticas de hoy, tanto las mujeres como los hombres no pueden prescindirse del empleo de grandes fotografías en colores, que los muestran de buen humor, rejuvenecidos, con sonrisas inmaculadas y piel sin fallas. Cuando aparecen en la televisión, lo hacen maquillados, peinados y vestidos por profesionales que se encargan de las mismas responsabilidades cuando se trata de artistas, leyendo textos proyectados en telepromter, que los espectadores desconocedores de los recursos del medio confunden con la improvisación. En la actualidad, no es demasiado probable que la imagen de una mujer o un hombre famosos, sea difundida por la prensa sin haberla procesado antes por Photoshop, un programa computacional que borra imperfecciones tales como las arrugas o los kilos de más, mientras destaca o inventa los rasgos más atractivos. Las celebridades son maquilladas y encuadradas para exhibir su mejor aspecto. Luego, esos mismos datos se retocan y desvirtúan, según demuestra una famosa foto de Susana Giménez, la animadora de la televisión argentina, que apareció en una publicación de 2006, aparentemente sin ombligo, por un descuido de los encargados de mejorar su imagen de mujer de 63 años.
Hacia el final del siglo XVI, Elizabeth de Inglaterra se cubría la cara con una gruesa capa de albayalde, para ocultar las arrugas, utilizaba pelucas rojas que escondían su avanzada calvicie y vestía ropas ostentosas, capaces de distraer la percepción de su cuerpo menguado. Los artistas contratados para representarla, se encargaban de omitir los signos de la edad. Creaban una imagen oficial a todas luces falsa, pero en aquel entonces imposible de confrontar con la realidad, porque las figuras públicas rara vez llegaban a ser vistas. En la modernidad, la fotografía se opuso inicialmente a la pintura, planteándose como el registro objetivo de la realidad. A pesar de lo que se planteaba en el siglo XIX, hoy es un medio poco digno de confianza, que ha demostrado ser tan mentiroso como atractivo. Dispone de un eficaz instrumental para elaborar imágenes falsas y sin embargo creíbles.
En la primera mitad del siglo XX, el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt era un inválido, tras el ataque de poliomielitis que sufrió cuando era un adulto, antes de asumir el cargo que requería un hombre fuerte al mando. Roosevelt fue elegido tres veces consecutivas, en un país que atravesó una gran crisis económica, para entrar en la Segunda Guerra Mundial. Por un acuerdo tácito, los medios nunca lo mostraron confinado a una silla de ruedas o apoyándose en dos bastones, del mismo modo que no dudaron en presentarlo como un esposo y padre ejemplar, a pesar de que se encontraba separado de su esposa Eleanor desde hacía más de una década y ambos tenían parejas estables, que no por casualidad eran sus inmediatos colaboradores. En el caso de Eleanor, otra mujer.
Quisiera haber estado tendida junto a ti esta noche y tomarte en mis brazos. (Eleanor Roosevelt: carta a Lorena Hickok)
La revelación de la vida privada hubiera sido perturbadora para una opinión pública norteamericana de gran parte del siglo XX, que podía ser caracterizada como prejuiciosa y desinformada sobre el tema. No se sabía demasiado y tampoco se quería saber nada capaz de perturbar las ideas dominantes En la actualidad, políticas como Johanna Sigurdardottir, Primera Ministra de Islandia o Corine Mauch, alcaldesa de Zurich o Annise Danette Parker, alcaldesa de Houston, pueden proclamarse gays sin resultar por ello menos creíbles para cumplir sus funciones electivas.
Soy lesbiana, ¿y qué? Nunca he buscado ser elegida por eso, aunque comprendo que muchos homosexuales hayan votado por mí por esa razón. (Corine Mauch)
Franklin Delano Roosevelt llegara a la Presidencia de los EEUU y la lesbiana Eleanor Roosevelt encarara proyectos como la Organización de las Naciones Unidas. Ocultar la verdad, en cambio, generaba confianza en la gente que necesitaba un liderazgo incuestionable para superar una época de crisis. De acuerdo a la opinión dominante, los hombres de Estado deben estar siempre sanos y sonrientes, así como sus esposas deben adorarlos. Líderes religiosos, políticos, periodistas, publicistas, han elaborado una imagen ideal de las figuras públicas, que no suele concordar con la realidad. La salud de Cristina Fernández en Argentina, durante el 2013, estuvo sumida en conjeturas, ante los escuetos comunicados oficiales. El Presidente François Mitterrand, en Francia, se rebeló contra la desinformación que sus asesores pretendían imponer sobre el cáncer de próstata que sufría, en un momento en que se debatía la reelección. Según él, eso no afectaba a su cerebro. Aunque se trata de gente que dispone de Poder, no puede olvidarse que son seres humanos con limitaciones similares a las que se encuentran sometidos como cualquier otro y eso los enfrenta a las ideas que la comunidad tiene de sus líderes. ¿Se encuentran a la atura de las expectativas? Casi nunca. A veces deben pedir disculpas o corregir (falsear) los detalles que se apartan de lo que sus seguidores desean ver. Mao Zedung se hizo fotografiar nadando, vigoroso a pesar de sus ochenta años en las aguas del río Yantzé. Juan Domingo Perón no mostraba ninguna cana cuando regresó a Argentina después de veinte años de exilio, para asumir el poder, a la misma edad que Mao. Hugo Chávez sonreía rozagante a la cámara, acompañado por dos hijas no menos alegres, poco antes de morir víctima del cáncer. Para las mujeres en el poder, la disyuntiva de ocultar los signos de la edad (mediante tinturas y liftings en el pasado cercano, y el fotoshop en la actualidad) o revelarlos (como hicieron Indira Gandhi o Golda Meir) no plantea muchas dudas. La mayoría se somete a la moda, el protocolo y la opinión dominante. Si envejecen, si ganan demasiado peso, si dejan ver problemas de equilibrio o fallas de la memoria, pierden credibilidad. La gente del mundo del espectáculo suele manifestarse poco atenta a los valores tradicionales. Depende sin embargo de la aprobación o desaprobación de un público masivo que se siente autorizado para evaluar su desempeño profesional y su vida privada, por mal informado que esté respecto de las circunstancias. Por eso, aquellos que en su privacidad no respetan las convenciones sociales, se preocupan de aparentar lo contrario. La industria del espectáculo se dedicó a partir de 1920 a elaborar imágenes de actores que encarnaban a personajes apasionados y vivían romances apasionados en su vida real. Mary Pickford y Douglas Fairbanks eran jóvenes, atractivos, adinerados, movedizos y se amaban uno al otro, tanto en la pantalla como fuera de ella. Que la relación idealizada estuviera contaminada por los celos profesionales, el alcohol y terminara en divorcio al cabo de pocos años, no empañaba demasiado el mito que había logrado imponerse, porque mientras tanto otras parejas no menos seductoras habían sido convocadas para reclamar la atención del público.
Cole Porter, compositor de canciones que glorifican el amor de las parejas heterosexuales, se casó con Linda Lee Thomas, una millonaria diez años mayor, que parece no haber reparado en las verdaderas preferencias sexuales del compositor, durante los treinta y cuatro años que duró la relación. Lo que podía pasar en la intimidad de la pareja, no era asunto de nadie más que ellos. Probablemente muchos conocieran detalles significativos que hubieran podido trizar la imagen falsa, pero nada de eso trascendió al publico. El filme biográfico de mediados de los años `40, se encargó de suministrar una imagen romántica tan alejada de la realidad que puede entenderse como pura expresión de deseo de sus productores.
Me muero de ganas de que me digas que me quieres miles de veces, para que pueda leer tus palabras por la noche, cuando deseo tanto tenerte abrazado contra mí, con tus labios sobre los míos. (Cole Porter: carta Boris Kochmo)
Una vez que las figuras públicas construían una fachada que la audiencia masiva aceptaba, los medios de comunicación del pasado (diarios y revistas, la radio, eventualmente el cine) explotaban esa imagen, la respetaban aunque estuvieran en conocimiento de las circunstancias reales que no se ajustaban al mito y preferían ocultar al resto del mundo. La lealtad incondicional de los medios, era respecto de los personajes célebres, no respecto de lectores, auditores y espectadores a quienes desinformaban. Ese acuerdo se ha roto en la actualidad. Hoy, la audiencia masiva demanda contradicciones que otorgan mayor interés al personaje y los medios han aprendido que si no se los suministran, ellos están perdidos. Margaret Thatcher mantuvo bajo control su intimidad y la de su familia. Dejó ver a un marido fiel y escamoteó al hijo acusado de chantaje. Mostró lo que pretendía divulgar y ocultó aquello que no la satisfacía. No resulta difícil aceptar, como se supo después de su muerte, que alguien tan dedicada a su trabajo fuera una alcohólica, ni que sufriera de demencia senil durante sus últimos años, al retirarse de la política y el asesoramiento empresarial, pero cuesta imaginar que incluso cuando era Primera Ministra, planchara su propia ropa, ni que por las noches cocinara la cena de su marido. Características tan humanas como esas, no se corresponden con el mito instalado de la cruel Dama de Hierro.