martes, 1 de abril de 2014

HOMENAJE Y ABUSO DEL PIROPO

Las mujeres recibían tradicionalmente los piropos en voz alta o susurros de los hombres. Habrá quien argumente que antes de recibirlos, ellas los habían demandados con mensajes no verbales como la gestualidad, el vestuario, el maquillaje, el perfume, etc. que no podían pasar desapercibidos, y exigían de ellos la elaboración de una fórmula verbal corta e impactante que les diera entender a ellas el efecto que habían causado. Cuesta imaginar una relación inversa, donde las mujeres persigan a los hombres y ellos se limiten a recibir el halago, sin responder, felices o incómodos. El piropo se limitaba a una demostración de ingenio masculino, que no llegaba a definirse como una modalidad verbal de abuso.
¿Vos existís o te estoy inventando? (Piropo anónimo argentino)
Se le concedía a la mujer la alternativa de callar mientras recibía el halago. ¿Después de todo, no era esa la actitud más recomendada para ella, en cualquier circunstancia de la vida? Si la golpeaban, debía responder con el silencio y la resignación. Si la elogiaban, también. Ponerse a la par de su interlocutor masculino, podía ser entendido como un desafío de su superioridad.
Los piropos groseros de la actualidad, se deslizan peligrosamente en la pendiente del acoso sexual, que suele ser resistido y denunciado como tal. Ya no hay tantas mujeres dispuestas a ser víctimas resignadas de una agresión como esa, y por lo tanto los hombres deben pensar mejor su necesidad de expresar el deseo que sienten por cualquier mujer que se les cruce en el camino. Ofenderla mediante palabras o gestos, lo expone a la condena de gran parte de la comunidad. Probablemente se limiten a soltar piropos que se encuentran a salvo de cualquier crítica, como ¿Dónde va la buena moza? o Dichosos los ojos que la ven. Nada capaz de ofender a la destinataria. Nada que arriesgue ser malinterpretado. Aunque no tengan mucho que decir, los hombres están convencidos de que no deben quedarse callados en presencia de una mujer, porque si eso llega a saberse, quedan en ridículo.
Si amarte fuera pecado, tendría el Infierno asegurado. (Piropo anónimo)
Hasta comienzos del siglo XX, las mujeres salían poco de su casa. Allí nacían, crecían, eran educadas, encontraban marido, parían a sus hijos y morían. El verse obligadas a trabajar fuera iba en desmedro de su imagen. En la actualidad, en Occidente, las mujeres andan solas o acompañadas por otras mujeres, ocupan la calle, un territorio que tradicionalmente estuvo reservado a los hombres, en el que ellas todavía se encuentran en desventaja, como les recuerda el piropo agresivo. Aunque tardaron siglos en conquistar ese espacio, pueden perderlo en cualquier instante. No pasa lo mismo en el mundo islámico, donde el rol femenino sigue siendo el mismo o ha retrocedido a lo que era habitual en el Medioevo. Por un lado, las mujeres que anden solas pueden ser detenidas por cualquier hombre que no tolere la situación y entregadas a la Justicia para que las juzguen y condenen por ese solo hecho (como revela el filme iraní Dayereh (El Círculo) de Jafar Panahi). Por el otro, un hombre que piropee a una mujer puede ser castigado a recibir azotes.
La necesidad de controlar la conducta de la gente es evidente en sociedades contemporáneas, lo mismo da si se refiere a quienes tienen derechos restringidos, como a quienes parecen gozar de todos los privilegios. En una milonga de Ángel Villoldo, que se publicó en 1907, se evoca la situación de Argentina, cuando los hombres podían ser multados por haber incurrido en un piropo.
Una ordenanza sobre la Moral / decretó la dirección policial / por la que el hombre se debe abstener / [de] decir palabras dulces a una mujer. / Cuando una hermosa veamos venir / ni un piropo le podemos decir / y no habrá más que mirarla y callar / si apreciamos la libertad. / ¡Caray! No sé / por qué prohibir al hombre / que le diga un piropo a una mujer! (Angel Villoldo: ¡Cuidado con los 50 [pesos]!)
Desde la perspectiva de hoy, tantos remilgos de la autoridad debieron ser más ineficaces que excesivos. ¿Quién denunciaba un piropo? ¿Qué prueba disponía una mujer para acusar a quien se hubiera propasado? El piropeador ha sido mostrado tradicionalmente como una figura cómica, cuyo ingenio verbal se celebra (entre los hombres) incluso cuando deriva en abierta grosería.
Los más jóvenes pueden aceptar la idea de que el piropo es inocente y divertido, o al menos intrascendente, cuando al observarlo desde la perspectiva femenina, discrimina y acosa. Hace tiempo que las mujeres dejaron de estar encerradas entre las cuatro paredes del hogar, como había sucedido durante miles de años, para compartir con los hombres un territorio que les ha costado conquistar. Me gustaría ser tu sombra, para estar todo el día a tu lado. (Piropo anónimo) Hace medio siglo, los hombres no eran más ingeniosos que ahora, pero de todos modos el piropo mantenía las formas. Las alusiones sexuales no pasaban de ser un elogio de la belleza de la mujer a quien se lo dirigía. Si ella lo aceptaba, el galanteador podía creer que le daban cuerda y continuar el cortejo. Si lo ignoraban, se resignaba a que el intento hubiera fracasado y quedaba en condiciones de intentarlo de nuevo, sin convertirse en un acosador. Una de las armas más poderosas que han dispuesto las mujeres en Occidente, ha sido la capacidad para provocar y al mismo tiempo mantener a raya a los hombres, que pierden la cabeza por ellas. Desde el siglo XIII, según el historiador Gaston Duby, las mujeres de las cortes francesas estableciendo pactos de distancia con sus admiradores. Ellos podían acercarse para homenajearlas, durante las frecuentes ausencias de sus maridos guerreros. Esta cercanía era lo mismo que una promesa. Tal vez ellos obtuvieran sus favores, siempre y cuando negaran en público haber disfrutado cualquier intimidad.
Los cantos de los trovadores eran refinados piropos a una dama (siempre ajena, porque de otro modo hubieran pasado a los hechos, en lugar de cantarles). Ellos no amenazaban con tocarlas. A veces, las declaraciones de amor van dirigidas a la Virgen María, que es el paradigma de la mujer inalcanzable. Otras, a mujeres concretas que no obstante alcanzan en el texto la dignidad de figuras míticas:
Hizovos Dios delicada, / honesta, bien enseñada: / vuestra color matizada / más rosa que del rosal, / me atormenta y desordena. / Donaire, gracioso brío / es todo vuestro atavío / linda flor, deleite mío; / yo a vos fui siempre leal / más que fue Paris a Elena. (Alfonso Álvarez de Villasandino: Cántiga inspirada por el amor a una mora)
Hay algo patético y no demasiado verosímil en estas parejas imposibles. El texto del poema se concibe y expone en sustitución del contacto físico o para dejar testimonio de que no hubo ningún contacto físico, aunque tal vez lo hubo. El piropo del siglo XXI es otra cosa. El contenido de los mensajes ha variado, las alusiones sexuales se han vuelto más directas, mientras que la sensibilidad ante la ofensa verbal ha crecido simultáneamente. Las víctimas habituales del piropo se sienten degradadas. Los piropeadores no suelen ser poetas que halagan a la mujer, sino resentidos que aprovechan la presunta impunidad que gozarían por haber nacido hombres, y manifiestan el enojo por la que consideran demasiado libre circulación de mujeres.
No tengo pelos en la lengua y me gustaría que lo comprobaras. (Piropo anónimo)
Si en el pasado se celebraba la belleza de la mujer para bajar sus defensas, ahora se la insulta con el mismo objeto. ¿Cómo puede atreverse a provocar la sobreproducción de tetosterona mediante ropas ajustadas, peinados elaboradísimos, maquillajes imposibles de ignorar, gestos insinuantes, y dejar al varón en ese estado de excitación? Ellas ponen en escena un espectáculo erótico que desborda el autocrontol de ellos. ¿Acaso las mujeres ignoran que los hombres pueden olvidar las normas de vida en sociedad y abusar de sus ventajas físicas o la inercia de las instituciones, cuando se trata de sancionar algo tan inocente como un piropo?
Dame una sola razón para que no tenga que violarte. (Piropo anónimo)
La Constitución asegura a las mujeres el libre tránsito (cosa que no sucede hoy en un país islámico, ni tampoco en uno cristiano a ciertas horas y ciertos lugares) mientras que el piropo agresivo recuerda que esa garantía se encuentra restringida por la decisión de cualquier hombre excitado. La mujer es fuego y el hombre paja, plantea el refrán. Reunirlos, aunque sea brevemente y en un lugar público, por casualidad, es favorecer una pasión que puede consumir a ambos. R
egálame tu sonrisa vertical, simpaticona. (Piropo anónimo)
Hay algo patético en el piropeador: cuando se muestra más agresivo. Atemoriza, porque no confía en su capacidad de seducir. Espanta u ofrende, precisamente a quien pretende atraer. Hiere y ofende, porque no le resulta posible acariciar. Viola el pudor, porque sabe que no será invitado a entablar un diálogo amoroso. Al mismo tiempo, hay algo equívoco en los piropeadotes. Al agredir a una mujer, confirman la importancia que tiene para ellos la comunidad de otros hombres. No es raro que el piropo surja de un grupo masculino que observa (fichar, se decía en el pasado) a una mujer aislada, la designan como una posible víctima. Mediante el piropo guarango, uno de ellos excita la imaginación de los otros. El piropo se destina de rebote a los pares, tanto como a las hembras. Uno de los machos demuestra su capacidad de agresión ante los otros posibles agresores. Uno se da el lujo de demostrar que hombres y mujeres no pueden entenderse en un plano de igualdad y respeto, que los hombres están unidos contra las mujeres, que la cercanía masculina es preferible a la que se da en privado entre los dos géneros.

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