miércoles, 23 de abril de 2014

FEROCES MUJERES CELTAS

Mientras Roma se expandía como un inmenso Imperio de Europa, Asia y África, construido en torno al mar Mediterráneo, las tribus celtas ocuparon el norte y centro de Europa, hasta que la expansión de los pueblos germánicos, hace dos mil años, los hizo retirarse al norte del territorio que hoy ocupan España, Francia y Gran Bretaña. Sus descendientes se encuentran hoy entre los irlandeses, bretones y gallegos. Si los romanos habían organizado una refinada administración y un eficaz sistema de comunicaciones, que abarcaba gran parte del mundo conocido, los celtas tenían fama (inmerecida) de ser unos provincianos bastante rústicos y feroces. Se los despreciaba tanto como se los temía. Las mujeres celtas heredaban las propiedades de sus mayores y podían administrarlas por sí mismas, cuando no disponían de descendencia masculina que se la disputara. Ellas estaban autorizadas para litigar defendiendo sus derechos. Ellas participaban en el ejército y el gobierno del país, una situación que asombraba a los conquistadores romanos, hace dos mil años. Las mujeres usaban los cabellos largos y trenzados, campanillas en las ropas, se maquillaban con tinturas vegetales. Trabajaban a la par que los hombres y eran entrenadas desde la infancia en el uso de las armas. Cuando dos pueblos se enfrentan en prolongada guerra, no es raro que salgan a la superficie los prejuicios y difamaciones que se difunden con el objeto de rebajar al adversario que los había derrotado en 390 a.C. y ocupado Roma. De los celtas se conservan pocos documentos escritos, mientras que de los romanos hay abundante literatura que describe las costumbres de otras culturas. La posibilidad de que los romanos fueran ejemplos de contención sexual, no es una imagen que resulte verosímil. En una Historia de Diodoro Sículo, del siglo I antes de nuestra era, se afirma:
Aunque tienen [los celtas] mujeres muy hermosas, se ocupaban poco de ellas. (…) Los hombres son mucho más aficionados a su propio sexo; acostados sobre pieles, se divierten con un amante a cada lado. Lo más extraordinario es que no tienen el menor recato ni dignidad; se ofrecen a otros hombres sin la menor compunción. Además, este comportamiento no es despreciado o considerado vergonzoso: al contrario, si uno de ellos es rechazado por otro al que se ha ofrecido, se ofende. (Diodoro Sículo: Biblioteca Historica)
Para Julio César, que había fracasado en el intento de conquistar definitivamente las Galias, una mujer celta podía ser compartida por varios hombres. De acuerdo al testimonio de una celta del siglo IV de nuestra era, no estaba mal visto que una mujer concediera lo que se llamaba “amistad de los muslos” a los hombres que les interesaban, a pesar de estar casada. Las sacerdotisas druidas habrían realizado sacrificios humanos. En la mitología celta, las diosas guerreras, Medb de Conaught, Morrigan, Macha y Badb, son las encargadas de adiestrar a los hombres y acostarse con ellos (probablemente para mantener el ascendiente sobre ellos). La reina Medb compartía el lecho con dos hombres considerados reyes. Cuando aparece Aillil, un tercer pretendiente, debe liquidar en combate a uno de quienes lo precedieron. Algunas mujeres son capaces de luchar de igual a igual con un guerrero, tal como se cuenta Los celtas no perdían su tiempo, cuando se trataba de armar parejas. Al entrar en edad núbil una mujer (aproximadamente a los 12 años) la familia organizaba un gran banquete, al que invitaban a todos los hombres solteros de la tribu. La muchacha ofrecía agua para que se lavara las manos, a aquel que le agradaba como esposo. Bastaba ese acto para que se considerara la existencia de un compromiso solemne entre ellos.
El rito del matrimonio celta exigía la compra de la novia a su padre. El coibche, tinnscra o tochra era la dote que el novio debía pagar en cuotas anuales al padre de la novia. Una parte se la quedaba la familia, pero el resto le pertenecía a ella. Las mujeres podían acumular grandes riquezas por haberlas recibido en herencia, por administrar sus propiedades o como recompensa a sus habilidades militares (solo se les prohibió este desempeño hacia fines del siglo VII de nuestra era). Nadie esperaba que la mujer celta llegara virgen a su marido. El matrimonio no era obligatorio para las parejas que decidían unirse, y solo se lo consideraba definitivo después de siete años de convivencia. Se aceptaban el concubinato, por un año, renovable. Si el matrimonio fracasaba (por agresiones físicas o verbales), ambos cónyuges podían solicitar el divorcio. Los celtas eran acompañados por sus mujeres cuando iban a la guerra, una actividad que los ocupaba casi todo el tiempo. Lejos de ser una carga, las mujeres eran parte de las fuerzas de combate, como reconocían sus adversarios:
Una mujer celta iracunda es una fuerza peligrosa a la que hay que temer, ya que no es raro que luche a la par de sus hombres y a veces mejor que ellos. (Julio César).
Según cuenta Plutarco, la celta Chiomara fue capturada y violada por un militar romano. Cuando su esposo logró pagar el rescate que le exigían para liberarla, ella regresó al marido para informar lo que había sufrido y mostrarle la cabeza cortada de quien la había ofendido. El marido era considerado el jefe de la pareja, pero eso no le aseguraba el predominio sobre la esposa.
A su mujer pertenece el derecho de ser consultada sobre cada asunto. (Crit. Gablach)
Boudicca (o Boadicea) reina de la tribu británica de los iceni, encabezó la revuelta contra los invasores romanos, al mando de Julio César, que habían intentado apoderarse del territorio dos veces, hasta que lograron el someter a seis de las tribus británicas, entre las cuales aquella regida por el marido de Boadicea.
Dejen a los hombres vivir como esclavos, si así lo desean. Yo no lo haré. (Boadicea
) Aunque se había acordado que los icen debían pagar un tributo a los romanos, la reina no se rindió. Había quedado viuda y con dos hijas menores de edad, sin otros recursos que aquellos reservados por las leyes a financiar la dote de las hijas, porque el resto le fue confiscado por el emperador Nerón. Los romanos no se conformaban con la victoria; aspiraban a quedarse con todo lo que hubieran podido acumular los vencidos. Por eso, al atacar a los icen, expropiaron sus posesiones y los vendieron a ellos como esclavos. La reina y sus hijas fueron desnudadas en público, para despojarlas del respeto que se les tenía. A ella la flagelaron y las hijas fueron violadas por la tropa. La noticia del maltrato conmovió a los británicos y permitió que dejaran de lado los enfrentamientos tribales. Boadicea condujo con sus dos hijas, un ejército de cien mil hombres. Al ser derrotada por los romanos, prefirió envenenarse antes que sufrir de nuevo las humillaciones o el soborno de los conquistadores.
Un ejército entero de extranjeros no podría resistir el ataque de un puñado de galos, si se hicieran acompañar y ayudar por sus esposas. Las he visto surgir de sus cabañas convertidas en unas furias, el cuello hinchado, rechinando los dientes y esgrimiendo una estaca sobre sus cabezas, prontas a golpear salvajemente, sin olvidar las patadas y mordiscos, como si fueran los proyectiles de una catapulta. Unas lobas en celo no lucharían tan rabiosamente para proteger a su camada como ellas. (Amiano Marcelino)
En el quinto siglo de la era cristiana, todavía se prohibía a las mujeres celtas que utilizaran las armas. En cuanto a la poligamia y la poliandria, que se apartaban de la doctrina cristiana sobre el matrimonio, subsistieron en territorio celta hasta entrado el siglo XI. En Escocia se fundó en el siglo VII una escuela a la que asistían niños y niñas en las mismas condiciones. Aún después de las derrotas militares y la reeducación cristiana forzada, la concepción de la independencia femenina persistió entre los celtas.

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