Pigmalion se dirigió a la estatua [de Galatea] y al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos. (...) Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. (Ovidio: Las Metamorfosis)
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Galatea y Pigmalion |
En el mito clásico, Pigmalion, rey de Chipre y escultor eximio, por no encontrar ninguna mujer a la altura de sus expectativas, se mantenía apartado de todas ellas, hasta enamorarse de Galatea, una figura de marfil que él mismo había construido y a quien la diosa Afrodita, en atención a las plegarias del hombre, decide otorgarle vida.
No es de extrañar que ambos fueran felices, porque ella estaba hecha a la medida del hombre que la había inventado (una circunstancia que la inmensa mayoría de los hombres no puede replicar). La pareja se afianzó con el nacimiento de un hijo, al que llamaron Pafo.
En otra versión del mito, que tiene un desenlace menos amable, después de haber convivido con su creación, Pigmalion ofende a Afrodita, que lo castiga, devolviendo a Galatea su condición de objeto inanimado, con lo que aprisiona y mata al hombre con los brazos y el sexo, durante el coito.
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Audrey Hepburn en My Fair Lady |
El dramaturgo George Bernard Shaw, que no se caracterizaba precisamente por aceptar las convenciones sociales de su época, planteó en la comedia
Pygmalion las paradojas de una relación pedagógica, donde el hombre pretende formar a la mujer que habrá de acompañarlo. El profesor Higgins, caballero maduro, que no le ha concedido mayor espacio a las mujeres en su vida (probablemente, porque su madre lo controla todavía) acepta la oferta de Eliza Dolittle, una florista inculta que desea aprender a hablar correctamente, para superar los límites que le plantea su origen popular y falta de instrucción, en una sociedad tan clasista como la inglesa de comienzos del siglo XX.
Después de un tiempo de convivencia, tras completar un arduo trabajo educativo, Higgins considera satisfecho el desafío y se desentiende de la mujer, porque a pesar de la cercanía que se ha establecido, no puede verla como su pareja. ¿Qué puede haber más halagador para el ego de un hombre que inventar a su pareja? Un proyecto como ese demostraría sus ilimitados poderes de creador y (simultáneamente) la materia dócil de la que estarían hechas las mujeres.
En la pieza teatral de Shaw, en cambio, la mujer crece intelectualmente durante la relación con su mentor, más allá de sus objetivos iniciales, mientras él continúa siendo tan ciego o necio, que deja pasar la oportunidad de retenerla como pareja. La comedia musical
My Fair Lady se encargó de “corregir” esa visión antirromántica, poco favorable de las fantasías masculinas, haciendo que en un final agregado (no se entiende por qué, fuera del intento de halagar a la audiencia de Broadway) Eliza acepte el control de un hombre que objetivamente ya no le conviene, ni le hace falta.
Hay una fantasía flotando, tenaz, en nuestra cultura, desde hace siglos: la de que el hombre creó a la mujer. Y otra aún más osada, que procede de ella: la de que el hombre produce criaturas femeninas más hermosas y mejores que las mujeres, con las que puede sustituir a éstas para lo bueno y para lo malo, para el amor sublime y la paliza mortal. (Pilar Pedraza: Máquinas de Amar)
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Marc Chagall: Sobre la aldea |
No es improbable que muchas parejas se formen porque sus integrantes alimentan una visión errónea de la otra persona, motivo más que suficiente para generar conflictos, desengaños, reclamos y hasta la ruptura, una vez que la vida cotidiana permite descubrir la verdad oculta durante la etapa del enamoramiento.
Otras parejas nacen del esfuerzo deliberado de uno de los miembros para acomodar a la otra persona a sus expectativas. En estos casos, no se busca a la mujer o el hombre ideales, que pueden no aparecer nunca, porque se los inventa a partir de los materiales suministrados voluntaria o involuntariamente por otro ser humano que (lo más probable) no se corresponde demasiado con esa imagen.
Hacia el final del siglo XIX, Auguste Villiers de L´Isle Adam describió en Una Eva futura una muñeca metálica, alimentada por la electricidad de Thomas Alva Edison, a instancias de un noble inglés, que de ese modo reemplazaba a una mujer tan hermosa como estúpida. Hadaly, la criatura artificial, era físicamente perfecta y estaba lubricada con aceite de rosas. A diferencia del monstruo compuesto por partes de cadáveres que aparecen en Frankenstein de Mary Shelley, una figura masculina que causa horror por su fealdad e incapacidad de obedecer las órdenes de su creador, la autómata femenina se organiza exclusivamente para satisfacer las fantasías masculinas.
En las culturas patriarcales, que restringen la iniciativa femenina, suelen ser los hombres quienes elaboran la imagen de su pareja ideal, y en lugar de investigar en la realidad si existe alguien que se corresponda o resignarse a las inevitables discrepancias que revelan las mujeres, deciden fabricar una mujer a su medida, como si no hubiera otra manera de quedar satisfechos.
En Vertigo, el filme de Alfred Hitchcock, basado en una novela policial de Boileau-Narjerac, se asiste a las inquietantes actividades de un hombre que ha presenciado la muerte de una mujer que ama, y en lugar de resignarse, encuentra a otra, diferente en muchos aspectos, y se dedica a transformarla en aquella que perdió.
Era Madeleine resucitada, Madeleine que se quedaba inmóvil, como si le huybiera reconocido; Madeleine que ahora avanzaba, algo pálida, con la mismo triste interrogación en los ojos. Él alargó su mano escuálida hacia ella y seguidamente la retiró. No. La imagen de Madeleine aún no era perfecta. (Boileau-Narjerac: De entre los muertos)
Parir un ser humano es un privilegio otorgada por la Naturaleza (también una responsabilidad) de las mujeres, mientras que la misma función solo puede ser una metáfora inadecuada o parte del delirio cuando se refiere a un hombre.
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Juan Domingo Perón y Eva Perón |
Los demiurgos no permanecen indiferentes a las mujeres excepcionales que habrían creado. Juan Domingo Perón, al iniciar su carrera política en Argentina, tuvo a Eva Duarte, su segunda esposa, como discípula. Esto no solo fue afirmado por él (en una confesión que puede suscitar incredulidad) sino también por ella, reiteradamente y con orgullo, como si la sumisión al hombre público debiera servir de modelo a los seguidores del político.
Dije que me había resignado a ser víctima. Más aún, me había resignado a vivir una vida común. (…) Y no veía ninguna esperanza de salir de ella. (…) En el fondo de mi alma, no podía resignarme a que aquellos fuera definitivo. Por fin llegó “mi día maravilloso”. Para mí fuel día en que mi vida coincidió con la vida de Perón. El encuentro me ha dejado en mi corazón una estampa indeleble, y (…) señala el comienzo de mi verdadera vida. (Eva Perón: La razón de mi vida)
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Frida Kahlo y Diego Rivera |
El pintor Diego Rivera entabló una relación de mentor / discípula con Frida Kahlo, que también era su esposa y tardó en revelarse como una artista no menos dotada que él. Ella aparece muy de vez en cuando en los cuadros de él, perdida entre personajes que tienen mayor peso. Ella, en cambio, lo representa a él como uno de sus temas fundamentales. Cada uno sigue caminos distintos, incluso opuestos.
A la temática histórica y política que ofrecen los murales de Rivera, las obras de Kahlo oponen una búsqueda introspectiva y autobiográfica. Mientras uno ocupa inmensos espacios públicos y temas que deben aleccionar a las masas, ella se limita a elaborar cuadros pequeños, bocetos en cuadernos y anotadores, elaborando metáforas personales, de difícil interpretación.
Rivera participa en una intensa vida social, mientras Frida vive postrada. Aquello que el hombre omite, pasa a ser el territorio privilegiado para la mujer. De acuerdo a una de las hijas de Rivera con otra pareja, su padre corregía la obra de Frida, le otorgaba una dimensión que de otro modo hubiera carecido. Eso es discutible. Él la incluía a ella como personaje secundario de sus murales, donde figura todo el mundo, desde gente célebre a seres anónimos, mientras ella le da un rol central, lo pinta hasta en su autorretrato, en un escapulario que lleva tatuado en su frente.
Diego: / Nada comparable a tus manos / ni nada igual al oro – verde de / tus ojos. Mi cuerpo se llena / de ti por días y días, eres / el espejo de la noche, la luz / violenta del relámpago, la / humedad de la tierra. El / hueco de tus axilas es mi / refugio, mis venas tocan / tu sangre. Toda mi alegría / es sentir brotar la vida de / tu fuente – flor que la mía / guarda para llenar todos / los caminos de mis nervios / que son los tuyos. (Frida Kahlo: Cartas a Diego Rivera)
Es difícil imaginar a un hombre que pueda permanecer indiferente a un halago como ese. La sumisión de la mujer opera como uno de los más poderosos afrodisíacos que puede probar el ego masculino. Si una mujer recurre a estrategias parecidas, se saldrá con la suya, pero al mismo tiempo confesará que se encuentra disponible para el abuso.
Las muñecas inflables de la actualidad son la última derivación (también la parodia) del mito clásico de Pigmalion. Caricatura de la mujer y negación de todo aquello que puede ser entendido como una relación de pareja, la muñeca inflable, que puede penetrarse por tres lugares sin ofrecer otra resistencia que no aumente la excitación del usuario, demuestra también la completa falta de simetría que se da en la cultura patriarcal respecto de los géneros.
No parece haber en el ambiente de los
pornoshops nada parecido a un muñeco masculino inflable. Los objetos eróticos elaborados para la autosatisfacción de las mujeres, solo reproducen lo más obvio de los genitales del hombre y dejan de lado la simulación del resto. ¿Resulta ofensiva tanta cosificación? Tal vez las fantasías de Pigmalión no lo sean menos para las mujeres.
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