miércoles, 23 de abril de 2014

FEROCES MUJERES CELTAS

Mientras Roma se expandía como un inmenso Imperio de Europa, Asia y África, construido en torno al mar Mediterráneo, las tribus celtas ocuparon el norte y centro de Europa, hasta que la expansión de los pueblos germánicos, hace dos mil años, los hizo retirarse al norte del territorio que hoy ocupan España, Francia y Gran Bretaña. Sus descendientes se encuentran hoy entre los irlandeses, bretones y gallegos. Si los romanos habían organizado una refinada administración y un eficaz sistema de comunicaciones, que abarcaba gran parte del mundo conocido, los celtas tenían fama (inmerecida) de ser unos provincianos bastante rústicos y feroces. Se los despreciaba tanto como se los temía. Las mujeres celtas heredaban las propiedades de sus mayores y podían administrarlas por sí mismas, cuando no disponían de descendencia masculina que se la disputara. Ellas estaban autorizadas para litigar defendiendo sus derechos. Ellas participaban en el ejército y el gobierno del país, una situación que asombraba a los conquistadores romanos, hace dos mil años. Las mujeres usaban los cabellos largos y trenzados, campanillas en las ropas, se maquillaban con tinturas vegetales. Trabajaban a la par que los hombres y eran entrenadas desde la infancia en el uso de las armas. Cuando dos pueblos se enfrentan en prolongada guerra, no es raro que salgan a la superficie los prejuicios y difamaciones que se difunden con el objeto de rebajar al adversario que los había derrotado en 390 a.C. y ocupado Roma. De los celtas se conservan pocos documentos escritos, mientras que de los romanos hay abundante literatura que describe las costumbres de otras culturas. La posibilidad de que los romanos fueran ejemplos de contención sexual, no es una imagen que resulte verosímil. En una Historia de Diodoro Sículo, del siglo I antes de nuestra era, se afirma:
Aunque tienen [los celtas] mujeres muy hermosas, se ocupaban poco de ellas. (…) Los hombres son mucho más aficionados a su propio sexo; acostados sobre pieles, se divierten con un amante a cada lado. Lo más extraordinario es que no tienen el menor recato ni dignidad; se ofrecen a otros hombres sin la menor compunción. Además, este comportamiento no es despreciado o considerado vergonzoso: al contrario, si uno de ellos es rechazado por otro al que se ha ofrecido, se ofende. (Diodoro Sículo: Biblioteca Historica)
Para Julio César, que había fracasado en el intento de conquistar definitivamente las Galias, una mujer celta podía ser compartida por varios hombres. De acuerdo al testimonio de una celta del siglo IV de nuestra era, no estaba mal visto que una mujer concediera lo que se llamaba “amistad de los muslos” a los hombres que les interesaban, a pesar de estar casada. Las sacerdotisas druidas habrían realizado sacrificios humanos. En la mitología celta, las diosas guerreras, Medb de Conaught, Morrigan, Macha y Badb, son las encargadas de adiestrar a los hombres y acostarse con ellos (probablemente para mantener el ascendiente sobre ellos). La reina Medb compartía el lecho con dos hombres considerados reyes. Cuando aparece Aillil, un tercer pretendiente, debe liquidar en combate a uno de quienes lo precedieron. Algunas mujeres son capaces de luchar de igual a igual con un guerrero, tal como se cuenta Los celtas no perdían su tiempo, cuando se trataba de armar parejas. Al entrar en edad núbil una mujer (aproximadamente a los 12 años) la familia organizaba un gran banquete, al que invitaban a todos los hombres solteros de la tribu. La muchacha ofrecía agua para que se lavara las manos, a aquel que le agradaba como esposo. Bastaba ese acto para que se considerara la existencia de un compromiso solemne entre ellos.
El rito del matrimonio celta exigía la compra de la novia a su padre. El coibche, tinnscra o tochra era la dote que el novio debía pagar en cuotas anuales al padre de la novia. Una parte se la quedaba la familia, pero el resto le pertenecía a ella. Las mujeres podían acumular grandes riquezas por haberlas recibido en herencia, por administrar sus propiedades o como recompensa a sus habilidades militares (solo se les prohibió este desempeño hacia fines del siglo VII de nuestra era). Nadie esperaba que la mujer celta llegara virgen a su marido. El matrimonio no era obligatorio para las parejas que decidían unirse, y solo se lo consideraba definitivo después de siete años de convivencia. Se aceptaban el concubinato, por un año, renovable. Si el matrimonio fracasaba (por agresiones físicas o verbales), ambos cónyuges podían solicitar el divorcio. Los celtas eran acompañados por sus mujeres cuando iban a la guerra, una actividad que los ocupaba casi todo el tiempo. Lejos de ser una carga, las mujeres eran parte de las fuerzas de combate, como reconocían sus adversarios:
Una mujer celta iracunda es una fuerza peligrosa a la que hay que temer, ya que no es raro que luche a la par de sus hombres y a veces mejor que ellos. (Julio César).
Según cuenta Plutarco, la celta Chiomara fue capturada y violada por un militar romano. Cuando su esposo logró pagar el rescate que le exigían para liberarla, ella regresó al marido para informar lo que había sufrido y mostrarle la cabeza cortada de quien la había ofendido. El marido era considerado el jefe de la pareja, pero eso no le aseguraba el predominio sobre la esposa.
A su mujer pertenece el derecho de ser consultada sobre cada asunto. (Crit. Gablach)
Boudicca (o Boadicea) reina de la tribu británica de los iceni, encabezó la revuelta contra los invasores romanos, al mando de Julio César, que habían intentado apoderarse del territorio dos veces, hasta que lograron el someter a seis de las tribus británicas, entre las cuales aquella regida por el marido de Boadicea.
Dejen a los hombres vivir como esclavos, si así lo desean. Yo no lo haré. (Boadicea
) Aunque se había acordado que los icen debían pagar un tributo a los romanos, la reina no se rindió. Había quedado viuda y con dos hijas menores de edad, sin otros recursos que aquellos reservados por las leyes a financiar la dote de las hijas, porque el resto le fue confiscado por el emperador Nerón. Los romanos no se conformaban con la victoria; aspiraban a quedarse con todo lo que hubieran podido acumular los vencidos. Por eso, al atacar a los icen, expropiaron sus posesiones y los vendieron a ellos como esclavos. La reina y sus hijas fueron desnudadas en público, para despojarlas del respeto que se les tenía. A ella la flagelaron y las hijas fueron violadas por la tropa. La noticia del maltrato conmovió a los británicos y permitió que dejaran de lado los enfrentamientos tribales. Boadicea condujo con sus dos hijas, un ejército de cien mil hombres. Al ser derrotada por los romanos, prefirió envenenarse antes que sufrir de nuevo las humillaciones o el soborno de los conquistadores.
Un ejército entero de extranjeros no podría resistir el ataque de un puñado de galos, si se hicieran acompañar y ayudar por sus esposas. Las he visto surgir de sus cabañas convertidas en unas furias, el cuello hinchado, rechinando los dientes y esgrimiendo una estaca sobre sus cabezas, prontas a golpear salvajemente, sin olvidar las patadas y mordiscos, como si fueran los proyectiles de una catapulta. Unas lobas en celo no lucharían tan rabiosamente para proteger a su camada como ellas. (Amiano Marcelino)
En el quinto siglo de la era cristiana, todavía se prohibía a las mujeres celtas que utilizaran las armas. En cuanto a la poligamia y la poliandria, que se apartaban de la doctrina cristiana sobre el matrimonio, subsistieron en territorio celta hasta entrado el siglo XI. En Escocia se fundó en el siglo VII una escuela a la que asistían niños y niñas en las mismas condiciones. Aún después de las derrotas militares y la reeducación cristiana forzada, la concepción de la independencia femenina persistió entre los celtas.

sábado, 19 de abril de 2014

MUJERES IMAGINARIAS DE GUILLERMO DIVITO

Las Venus de Wilendorf o Vestonice, documentan los límites de las ensoñaciones eróticas masculinas del Paleolítico, referidas las mujeres. Enormes pechos, grandes caderas y cabezas carentes de rasgos. Revelan poco espacio para el cerebro. Es un resumen de la anatomía femenina, que los cazadores llevaban probablemente como amuleto, cuando se apartaban de las mujeres para buscar alimento. Las figuras minoicas representadas en frescos de hace tres mil años, plantean mujeres seductoras, de grandes ojos y bocas pintadas, con los senos al aire, cabelleras onduladas y cinturas estrechas, que ondulan en sus faldas ajustadas.
Comparadas con ellas, las mujeres griegas de cabellos cortos, sin maquillaje, cubiertas por ropajes sueltos, no intentan competir en la tarea de atraer a los hombres. Su cultura no se los permite. Ellas debían ser discretas y reservarse para sus esposos, que las utilizaban para engendrar hijos, no para deleitarse con su compañía. Las geishas y actrices de los grabados pornográficos de Utamaro, tienen rostros redondeados, largas narices, bocas minúsculas y muslos carnosos, que prometen utilizar todos los recursos de su cuerpo para experimentar todas las posibilidades del placer que la Naturaleza le ha otorgado a las mujeres, y eventualmente contagiarlo a un hombre.
Hasta el Medioevo europeo, que puede verse como una época que dedicaba escasa atención al sexo y cuando lo hacía lo condenaba al presentarlo como una de las herramientas más temibles del Demonio, se encargó de representar a mujeres embarazadas, de piel perfecta y mirada soñadora, con la excusa de utilizar como paradigma insuperable de belleza a la Virgen María.
 Los hombres de las culturas más opuestas, fantasearon siempre con mujeres que por su aspecto físico prometen ser las reproductoras más idóneas. Una institución como el harem islámico, propiedad de un hombre que legítimamente dispone de un repertorio ilimitado de hembras, establecido para su exclusivo disfrute, ha sido una de las fantasías más deleitosas e imposibles del imaginario de Occidente.
Ningún hombre en su sano juicio espera que esas hembras perfectas y en stand by existan en la realidad. Se trata de visiones parcializadas de lo femenino ofrecidas a sus consumidores, antes por los artistas plásticos, hoy por los medios masivos, capaces de estimular el natural apetito de los hombres por las mujeres, que al mismo tiempo les informan que deben resignarse a que no les resultará nada fácil encontrar algo parecido cuando traten de hallar pareja.
Las pin-ups de Alberto Vargas poblaron desde la revistas para hombres y la publicidad gráfica, las ensoñaciones eróticas de los varones norteamericanos de mediados del siglo XX, con sus ropas agitadas por el viento y la muy libre exhibición de cuerpos redondeados. Ellas estaban más desvestidas que sus predecesoras, las míticas chicas Gibson de comienzos del siglo XX, pero la representación de mujeres con cintura de avispa, muslos interminables, pies minúsculos, grandes senos y caderas prominentes, promotoras de la última moda y dispuestas a exhibirse con mayor liberalidad que las mujeres del mundo real, pueden ser menos enfáticas en su exhibición de piel, pero se ajustan a los mismos criterios de exaltación de lo erótico, en detrimento de cualquier otra manifestación de lo femenino en el mundo moderno.
En la Argentina de mediados del siglo XX, las chicas dibujadas por Guillermo Divito planteaban un ideal femenino que hubiera sido inútil buscar en la realidad, porque solo existía en las páginas de Rico Tipo, una revista dirigida a los hombres, que los niños podían hojear desde que comenzó a publicarse en 1944, sin demasiados riesgos de exponerse a información que gente de más edad hubiera juzgado que resultaba inadecuado para su edad.
Las chicas de Divito andaban casi siempre juntas, de a dos, tres o cuatro, con lo que multiplicaban el placer de admirarlas desde distintos ángulos, a la par que dificultaba cualquier intento de abordarlas. Por el momento, parecían enfrascadas en su diálogo, pero no costaba imaginarlas unidas contra cualquier intruso. Ellas no percibían la vecindad de los observadores, y por lo tanto no reprimían sus opiniones poco amables respecto de los hombres.
Divito las representaba comentando sin pelos en la lengua las incidencias grotescas a las que se veían expuestas las mujeres durante la vida en pareja o las inevitables rivalidades con otras de su mismo género. Nada les resultaba más ajeno que la actualidad política o los conflictos sociales. Con otras ropas, hubieran podido ser figuras de la Corte de Luis XIV, inmorales e ingeniosas, pero de todos modos triviales.
Los hombres que Divito dibujaba eran bajos, feos o por lo menos ridículos, narigones, dotados de grandes vientres y piernas delgadísimas, ojos desorbitados por el deseo, sin señales de sexo, mientras las mujeres se encontraban siempre en la plenitud de sus encantos, seguras del poder que tenían sobre el otro género. En los chistes, al menos, lo peor que podía pasarle a un hombre era que alguna mujer muy superior a él, que en la realidad nunca lo tomaría en cuenta como pareja, se burlara de su torpeza, aunque simultáneamente le permitiera observarla. Sigmund Freud lo había explicado varios años antes, en un ensayo difícil de leer, sobre cuya existencia es probable que los lectores de Rico Tipo no tuvieran la menor idea, porque a diferencia de la prensa norteamericana dirigida al mismo sector (Esquire, por ejemplo) la alta cultura no se entrometía en sus páginas para redimir la declarada liviandad del pasatiempo).
El lector de Rico Tipo reía, espontáneamente, sin necesidad de efectuar el menor esfuerzo de interpretación de las imágenes, y a pesar de ello no sabía por qué lo estaba haciendo. Reírse de las humillaciones eróticas de personajes masculinos ridículos (equivalentes a los eunucos del harem islámico) y de las ocurrencias de mujeres formidables, pero a la vez incapaces de percibir el fisgoneo de los lectores, fundamentaban un programa editorial infalible. En Rico Tipo circulaba un humor adulto y heterosexual, pero sin atisbos de genitalidad. Las chicas tan deseables, aparecían siempre seguidas y deseadas, pero no asediadas, por hombrecitos muy inferiores, que guardaban respecto de ellas la misma desproporción física que tienen los sapos machos respecto de las enormes hembras de su especie.
Mi chica no responde a un tipo real y determinado de mujer, pues jamás he trabajado con modelos vivientes. En esto tuve la primera gran sorpresa de mi vida: primero creé a la chica… ¡y después comencé a verla en la calle! (Guillermo Divito)
Los cuerpos de las chicas de Divito revelaban desproporciones que terminaban por imponerse como un canon de belleza, si se las comparaba con mujeres de la realidad. Tenían piernas interminables, pies minúsculos, cinturas diminutas, grandes pechos y caderas. Usaban poca ropa, pero nunca llegaban a destaparse demasiado, a diferencia de las pin-ups de Vargas, eternas víctimas del viento que les levantaba la falda y las ropas demasiado ajustadas, a punto de reventar ojales y disparar lejos los botones.
En una revista declaradamente trivial como Rico Tipo, que dejaba de lado cualquier intento de sátira social, se utilizaba el erotismo para convocar a una masa considerable de lectores deseosos de renovar, semana tras semana, la exhibición de estilizados cuerpos femeninos. Hay que estar insatisfecho, para pensar con tal dedicación en un solo aspecto de las mujeres.
A pesar de las expectativas, el sexo quedaba siempre fuera de las páginas de Rico Tipo. No había en ellas escenas de cama, ni representaciones del coito. La actividad sexual de los personajes había ocurrido mucho antes de lo que mostraba la imagen o podía ocurrir mucho después, y en todos los casos debía comunicarse mediante alusiones verbales y sobreentendidos. Los cuerpos femeninos dibujados por Divito son tentadores, pero se anuncian intocables. Pueden ser destapados hasta cierto punto, pero no desnudados. Respetan un código del pudor que pone límites a la infracción aparente y lo vuelve aceptable en una sociedad que no se siente cómoda con las amenazas que trae la modernidad.
¿Es que las mujeres no solo iban a tener voto y copar los puestos de trabajo, sino que también reivindicaban un rol activo en la sexualidad? Los intentos de destape iban acompañados por demostraciones paradojales de pudor. En el cine de México y Argentina de la época, el ombligo de las bailarinas debía cubrirse con una gran lentejuela, una cadena o un cinturón, como si se hubieran propuesto respetar las restricciones establecidas por el Código Hays para el cine de Hollywood, a comienzos de los años `30.
Divito (como era también el caso de Vargas) se las compone para evitar la representación del ombligo en las escenas de playa. Poco antes de la invención del bikini, los traseros femeninos dibujados por Divito aparecían como un bulto notable pero sin mayores detalles. En los `50 aparecieron en los espectáculos de Buenos Aires vedettes como Nélida Roca o Nélida Lobato y los glúteos femeninos comenzaron a exhibirse en el escenario de los teatros de revista (aunque no en el cine y de ningún modo en la naciente televisión) por lo que en los dibujos de Divito pasaron a tener tanta importancia como los senos.
Iba quedando atrás la época de la mujer seductora pero imprecisa, más soñada que táctil, como la madura Marlene Dietrich en una escena de Kismet, cuando baila en un traje que aparenta ser transparente, en el que sin embargo no exhibe más de lo que una señora decente solía revelar en una reunión social. Hasta los años `40, la trasgresión permitida a los medios consistía en dar en imaginar. Una década más tarde, eso comenzó a cambiar.
El imaginario de las chicas de Divito fue quedando atrás a medida que la modernidad se impuso. La caricatura no hacía falta para transgredir mediante caricaturas poco verosímiles, el eterno deseo masculino de ver representada la sexualidad. Se iniciaba la era de Playboy o Hustler, con su declarada exhibición de carne femenina que no deja a ningún observador ninguna duda sobre la realidad de los cuerpos registrados por la cámara fotográfica.
Para excitar a los observadores, la estilización parece haberse desechado, aunque regrese bajo la forma de siliconas y fotoshop. Desde la actualidad, las chicas de Divito continúan siendo irreverentes, pero al mismo tiempo controladas, casi intelectuales, por lo tanto respetables, parte de una Historia del Erotismo que no termina de escribirse.

jueves, 17 de abril de 2014

BODAS TEMPRANAS

En el siglo IV de nuestra era, los jóvenes Aelia Gala Placidia y Euquerio prometieron casarse. Al hacerlo, dejaban constancia de los acuerdos establecidos entre sus dos familias, pertenecientes a la nobleza del Imperio Romano de Occidente. Ella tenía siete años y él diez. Intercambiaron las arras, que consistían en dinero u objetos de valor. El compromiso de menores de edad estaba permitido por la ley romana, pero la consumación de la boda debía postergarse hasta que ambos hubieran madurado sexualmente. En las sociedades primitivas, la existencia humana suele ser corta, porque se encuentra amenazada por enfermedades mal diagnosticadas y peor atendidas, el hambre, la guerra y otras penurias. Para evitar la desaparición de la especie, la vida debe ser preservada mediante la procreación temprana. Si se espera el momento más oportuno para establecer una pareja, puede ocurrir que la muerte se adelante y frustre la empresa. Desde hace miles de años, los textos sagrados de la Indica aconsejan a los hombres casarse pronto y en lo posible con mujeres más jóvenes, que suelen ser las más fértiles y probablemente las más fáciles de controlar, sea para las familias que las entregan, como para los maridos que las reciben.
Un hombre de 30 años debe casarse con una niña de 12 que le guste. Un hombre de 24 con una niña de 8 años de edad. Si sus deberes no se lo impidieran, se debe casar antes. (Leyes de Manu Smiriti)
En el mundo no desarrollado, el matrimonio temprano no afecta por igual a los hombres y las mujeres. Mientras el 74% de las jóvenes de la República Democrática del Congo se ha casado antes de los 19 años, solo un 5% de los varones se encuentra en la misma situación. Para las naciones islámicas, casarse con una niña que acaba de pasar por la primera menstruación, es una costumbre bien evaluada por los hombres que las doblan o triplican en edad. Casarse con una hembra inexperta les asegura su virginidad, garantía de que el marido no habrá de sufrir contagio de enfermedades venéreas traídas por ella, tanto como la sumisión de la esposa, que aceptará el maltrato y la subordinación, porque quedaría marginada de la sociedad si el marido la repudiara. Las niñas de Bangladesh son casadas apenas alcanzan la pubertad, para aliviar a la familia de la carga económica que representa su crianza. En el caso de provenir de una familia muy pobre o carecer de padres, se la entrega en matrimonio a hombres mayores, que ya tienen otras esposas, para quienes la nueva pasa a ser una sirvienta sin paga. A veces los matrimonios son falsos, la joven es apartada de los suyos para trasladarla fuera del país, donde al hallarse sola y desconcertada, se la prostituye sin mayores obstáculos.
En Afganistán se celebran bodas de niños, sobre todo en los sectores campesinos y los más pobres de las ciudades. La motivación suele ser económica: los padres de la novia reciben de los novios de más edad el pago de una dote que equivale al doble de los ingresos promedio de una persona durante un año. Criar niñas para casarlas a buen precio, es una inversión que conviene amortizar lo antes posible. En ciertos casos, las familias pagan con las arras las deudas que han acumulado durante años De acuerdo a la UNICEF, 43% de los matrimonios que se efectúan en ese país incluyen a menores de edad. En Etiopía, de acuerdo a las Naciones Unidas, el 90% de las niñas se casa antes de los 14 años, en abierto desafío a las leyes, que estipulan los 19 años como edad mínima (la discrepancia se soluciona pagando una módica multa).
En la India se calcula que hay en la actualidad un millón y medio de niñas menores edad casadas, de las cuales una quinta parte han sido madres antes de cumplir los 15 años. En 2006 el Parlamento aprobó una ley que declara nula cualquier unión de menores de 18 años y compromete a los familiares a mantener a las jóvenes hasta que alcancen la mayoría de edad.
El matrimonio precoz es muy común en África y Asia Meridional, aunque también se da en Oriente Medio y algunos lugares de América Latina y Europa Oriental. Por ejemplo, en Etiopía y en determinadas zonas de África occidental, el matrimonio a los 7 u 8 años de edad no es infrecuente. En Nigeria, la edad promedio al contraer el primer matrimonio es a de 17 años. (…) En Asia meridional, el matrimonio de menores es especialmente común en las formas rurales, pero también se observa en las zonas urbanas. En Nepal (...) 7% de las niñas están casadas antes de los 10 años de edad y 40% a los 15 años. (Pan American Health Organization: Informe 2003)
Se ha denunciado que en comunidades campesinas de Oaxaca, México, los padres pueden vender a sus hijas menores de edad, recibiendo el pago en efectivo o ganado y semillas. Un número considerable de niñas entre los 12 y 14 años son casadas, a pesar de que la ley establece los 14 años como edad mínima. En la India, no es raro que un niño de siete años sea casado con una niña de la misma edad, a la que no ha tenido la oportunidad de conocer, ni está en condiciones de fecundar, en abierto desafío a lo estipulado por el Código Civil hindú. Se trata de una costumbre más antigua, que aconseja aprovechar las ocasiones más propicias para la felicidad futura de la pareja, tal como la anuncia el horóscopo tomando en cuenta el costo menor que el de las ceremonias de adultos, mientras se le da la espalda a las ideas modernas de los legisladores, que pretenden terminar con esa tradición. La boda entre niños brinda la oportunidad de relacionar a dos familias pertenecientes a una misma casta social y la negociación es un asunto manejado por los adultos, en el que los jóvenes tienen un rol secundario. Durante la Edad Media europea, en un contexto de guerras feudales y deficientes condiciones sanitarias, la gente rara vez llegaba a cumplir los cincuenta años. No era extraño que los matrimonios se celebraran cuando los contrayentes tenían alrededor de veinticinco años. Eso permitía establecer una base económica más confiable para la nueva familia y ampliaba las posibilidades de seleccionar con cuidado a la pareja. En el mundo desarrollado de la actualidad, por razones que nada tienen que ver con las tradicionales (mejoramiento de las expectativas de vida, descrédito de las instituciones) los jóvenes demoran cada vez más el matrimonio. En la actualidad, no más del 4% de las mujeres norteamericanas se casan antes de los dieciocho años y apenas el 1% en Alemania. No es que los chicos y chicas dejen de lado la temprana actividad sexual, ni tampoco que supriman la procreación, pero no se deciden a comprometerse en una relación estable con sus parejas, hasta considerar que han concluido sus estudios y afianzado sus carreras, han disfrutado de viajes, han reunido un capital, se han asegurado de que están con la persona que más les conviene, han experimentado con otras parejas, etc. La idea implícita en este retardo de la decisión de casarse, es que de acuerdo a las estadísticas, ellos disfrutarán la vida hasta los setenta u ochenta años, gracias a los antibióticos, las vacunas, los sistemas de protección social, etc. ¿Por qué apresurarse a formalizar una relación, cuando en cualquier momento pueden enamorarse de otras personas y la sociedad tolera mejor que en el pasado las uniones de hecho?
Tanto para las muchachas como para los muchachos, el matrimonio prematuro tiene un profundo efecto físico, intelectual, psicológico y emotivo, limitando las oportunidades educativas y las posibilidades de crecimiento personal. Para las niñas, además, representa el riesgo prácticamente inevitable del embarazo y parto prematuros, y invariablemente las conduce a llevar una vida de servidumbre doméstica y sexual que escapa totalmente a su control. (UNICEF: Innocenti Digest Nº 7)
De acuerdo a la perspectiva de gran parte de los países occidentales, establecer una pareja entre un hombre adulto y una menor de edad es ilegal, se lo considera una violación y se lo pena como tal, aunque la joven y sus familiares hayan dado su consentimiento, sea para eludir amenazas de los pretendientes, o ante la promesa de recibir regalos. La simple aceptación de los padres, en Colombia, basta para rebajar la edad mínima establecida por las leyes para el matrimonio, de los dieciocho años para ambos sexos, hasta permitir que se casen chicas de doce y varones de catorce. En países tan opuestos como los EEUU, Argelia, Chad, Costa Rica, Líbano, Rumania, Libia o Uruguay, donde predominan distintas religiones y sistemas económicos, el matrimonio es entendido como una salida honorable que se ofrece a los violadores de una menor que ha quedado embarazada. Si el responsable del estupro intenta evitar la cárcel, se casa con la víctima y queda libre de cualquier sanción, como si todo lo sucedido se compusiera gracias a un trámite burocrático. Todos los años se celebran diez millones de bodas entre menores de edad, con el consentimiento de sus padres. En países africanos como Chad, Níger y Mali, dos tercios de las niñas se casan antes de los 15 años. Aproximadamente la mitad hace lo mismo en Mozambique, Nepal, Burkina Faso. El porcentaje de India, Uganda o Nicaragua es inferior, pero de todos modos alarmantes para organismos internacionales como la UNICEF. Las guerras tribales y la difusión del VIH en África o las guerras del Golfo en Irak, parecen influir en el aumento de matrimonios prematuros, organizados por familias que no tienen cómo mantener a sus hijas y solo desean librarse de ellas, despreocupadas de la explotación a la que pueden quedar expuestas.

martes, 15 de abril de 2014

PASIÓN DE ELOÍSA

En este silencioso y triste albergue / de la inocencia venerable asilo / donde reina la paz sincera y justa / en sosegado y plácido retiro, / y la verdad austera y penitente / sujeta la razón al albedrío; / ¿qué tempestad, que tempestad, qué horror tan impensado / vuelve a turbar el corazón tranquilo / de esta débil mujer? ¿Qué nueva llama / se aviva en lo interior del pecho tibio? ¿Quién renueva mi amor mal apagado? / Amor, cruel amor, un fuego antiguo / empieza a renacer en mis entrañas. (Eloísa: carta a Abelardo)
A comienzos del siglo XXI, las numerosas acusaciones de abusos sexuales que enfrentan los sacerdotes católicos, recuerda a los feligreses que hubieran deseado continuar viéndolos como seres angelicales, asexuados, que ellos son también seres humanos, por lo tanto contradictorios, a veces nada confiables, que no siempre practican lo que predican. Tormento, la novela de Benito Pérez Galdós, y El Crimen del Padre Amaro, de Eça de Querois, documentan una situación tal vez menos generalizada, pero no distinta, vivida por el clero del siglo XIX, cuando el tema llegó a tomar forma literaria, aunque existía desde mucho antes. El impulso sexual es muy fuerte y el celibato que el catolicismo impone a sus ministros, constituye un desafío que supera a la decisión de servir a Dios de muchos. A comienzos del siglo XII, el clérigo Abelardo era un maduro y famoso profesor universitario, también un compositor de canciones, asediado por los estudiantes de Paris que aspiraban a oír sus conferencias, tras haber derrotado en una polémica a su maestro, Guillaume de Champeaux. Hasta cinco mil jóvenes concurrían a sus conferencias pagas, que le suministraban prestigio y un buen pasar. La posibilidad de que la Teología pudiera despertar tal entusiasmo en la juventud de la Edad Media, indica las enormes restricciones que se ejercían sobre el ambiente intelectual de la época, dominado por el magisterio hasta entonces indiscutido de la Iglesia, institución que limitaba cualquier búsqueda intelectual a la relectura de unas pocas fuentes del pasado, las únicas autorizadas. Entre los discípulos de Abelardo se contaron medio centenar de Obispos franceses, ingleses y alemanes, diecinueve Cardenales y hasta un Papa. Tanto prestigio le trajo una oferta inesperada: convertirse en el tutor de Eloísa, la sobrina huérfana de Fulberto, el Canónigo de Paris. En la actualidad, cuando miles de mujeres entran en las universidades y se capacitan en las profesiones más variadas, eso no llamaría la atención. Las mujeres quieren estudiar y nadie les pone barreras, porque de hacerlo quedarían en evidencia. En el Medioevo, la instrucción femenina quedaba reducida a lo doméstico. Se las formaba para ser dedicadas esposas y madres. ¿Cómo podía interesarse una mujer en el estudio de materias tan ajenas a las preocupaciones de su género, como Teología, Griego, Hebreo y Latín? Hasta las damas de la clase alta, rara vez aprendían a leer y escribir, porque consideraban que los estudios, como la guerra, eran actividades peligrosas, que desde tiempos inmemoriales habían quedado reservadas para los hombres. Durante la cercanía que facilitaban las lecciones particulares, Abelardo se enamoró de Eloísa, y en lugar de controlar sus impulsos, como exigía la situación de un hombre de la Iglesia, fue incapaz de controlar sus impulsos. Compuso canciones para ella, que se han perdido. Ella le correspondió con un entusiasmo no inferior al de su búsqueda de conocimientos. La relación secreta había durado cuatro años, cuando ella quedó embarazada y parió un hijo al que nombró Astrolabio. No sería justo comparar a Eloísa con Eva, portadora de una manzana fatal para el destino de su pareja y el suyo. Eloísa no tenía diecisiete años al iniciar la relación, por lo tanto era veinte años más joven que el maduro profesor. Ella era la inexperta que buscaba instrucción, él un seductor que la tenía a su entera disposición.
Los libros permanecían abiertos, pero el amor, más que la lectura, el tema de nuestros diálogos; intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos, que a los libros. (Abelardo: Historia de mis calamidades)
La historia de la pareja pecadora hubiera podido concluir allí mismo, como la historia de Francesca de Rimini, contada por Dante Alighieri en unos pocos versos de La Divina Comedia: una mujer atractiva se dedica a leer libros en compañía de un hombre joven, que no es un extraño, sino el hermano de su marido, y no hace falta nada más para que los dos se hundan en una pasión adúltera, que al ser descubierta les depara la muerte de manos del marido ofendido y la permanencia de ambos en uno de los círculos del Infierno. Cuando el poeta y narrador los encuentra y reconoce, el hombre avergonzado calla y la mujer habla por él:
El amor, que se apodera pronto de los corazones nobles, hizo que éste [Paolo] se prendase de aquella hermosa figura que me fue arrebatada del modo que todavía me atormenta. El amor, que al que es amado obliga a amar, me infundió por éste una pasión tan viva que, como ves, aún no me ha abandonado El amor nos condujo a una misma muerte. El sitio de Caín espera al que nos quitó la vida. (Dante Alighieri: La Divina Comedia)
Cuando Eloísa quedó embarazada y le fue imposible ocultarlo, Abelardo y ella se fugaron a Bretaña, la región natal del hombre. Allí contrajeron matrimonio y tuvieron a su hijo Astrolabio. Fulberto, el tío de la joven los persiguió, y unos sicarios que ejecutaban sus órdenes, castraron a Abelardo. La Justicia intervino, los agresores fueron cegados y sometidos a una mutilación similar. El hombre se sumió en la depresión e ingresó un monasterio. El hijo fue entregado a una de sus hermanas, y con el tiempo siguió la carrera eclesiástica. Abandonada, Eloísa entró a un convento. ¿Le quedaba otra alternativa? Separados para siempre, los amantes intercambiaron una correspondencia que ha llegado a la posteridad. Según otra versión menos idealizada de la misma historia, Eloísa se resistió al matrimonio, para no arruinar la carrera académica de Abelardo, que hubiera debido permanecer soltero para continuar enseñando al amparo de la Iglesia. Por eso ella negó luego en público haber contraído matrimonio. No es imposible que el prudente Abelardo fuera quien propuso a Fulberto el matrimonio secreto con su sobrina y posterior encierro de Eloísa en un convento, con el objeto de retener su cátedra y continuar manteniendo la relación clandestina. Desde esta perspectiva, el hombre se muestra cada vez más mezquino y ella en una víctima de la desconsideración de su pareja. Después de la boda clandestina y el nacimiento del hijo, el tío de Eloísa habría sospechado que Abelardo planeaba abandonar a su sobrina en el convento. En represalia, habría planificado el complot que culminó con la mutilación del hombre. Las cartas que ambos intercambiaron durante años, no permiten aclarar demasiado las circunstancias. En esos textos, Abelardo se muestra todo el tiempo arrepentido de lo sucedido entre ambos:
Tú sabes a qué bajeza me arrastró mi desenfrenada concupiscencia a nuestros cuerpos. Ni el simple pudor, ni la reverencia a Dios fueron capaces que apartarme del cieno de la lascivia, ni siquiera en los días de la Pasión del Señor. (Abelardo: carta a Eloísa
) Fornicar en Semana Santa era una abominación tanto más repulsiva que haber violado los votos de castidad de un clérigo. Abelardo se presenta como un pecador humillado, que si bien no se encuentra en condiciones de continuar la frecuentación sexual que antes había disfrutado, no intenta reducir la magnitud de la falta que dejó atrás.
Eloísa, te amo más que nunca, y voy a descubrirte mi corazón: he ocultado mi pasión después de mi retiro, al mundo por vanidad y a ti por compasión; te quería curar con mi fingida indiferencia y excusarte las crueles amarguras de un amor sin esperanza. La soledad en que creí hallar un asilo contra ti, deja que ocupes sola mi corazón y mi entendimiento; por más que procuro apartarme de ti, tu imagen y mi pasión sigue sin cesar. (Abelardo: carta a Eloísa)
Durante años, Abelardo intentó convencer a su ex amante de que ella debía arrepentirse de lo sucedido, tal como él había hecho. El hábil argumentador que deslumbraba a los estudiantes universitarios con sus discursos, consigue en su correspondencia lo contrario de lo que pretende. Las cartas enviadas por la mujer delatan una pasión perturbadora, que no cede con el tiempo transcurrido, ni con la distancia física que se ha establecido entre ambos. Ni la castración de él, ni los votos religiosos pronunciados por ambos, impiden que Eloísa continúe enamorada.
No me escribas, no me escribas más; que ya es tiempo de poner fin a una correspondencia que hace infructuosas nuestras mortificaciones (...); mientras nos lisonjee la memoria de nuestros placeres pasados, nuestra vida será tormentosa y no gustaremos de las dulzuras de la soledad. (Abelardo: carta a Eloísa)
El nombre de esposa parece ser más santo y más vinculante, pero para mí la palabra más dulce es la de amiga, y si no te molesta, la de concubina o meretriz. Tan convencida estaba de que, cuanto más me humillara por ti, más grata sería a tus ojos y también causaría menos daño al brillo de tu gloria. (Eloísa: carta a Abelardo)
A Eloísa le tocó morir veinte años después de su amado. Consiguió que la enterraran en la misma tumba que él, incapaz de continuar oponiéndose desde el más allá. Sobre los restos de ambos sembraran un rosal.

domingo, 13 de abril de 2014

MUJERES QUE LOS HOMBRES INVENTAN

Pigmalion se dirigió a la estatua [de Galatea] y al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos. (...) Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. (Ovidio: Las Metamorfosis)
Galatea y Pigmalion
En el mito clásico, Pigmalion, rey de Chipre y escultor eximio, por no encontrar ninguna mujer a la altura de sus expectativas, se mantenía apartado de todas ellas, hasta enamorarse de Galatea, una figura de marfil que él mismo había construido y a quien la diosa Afrodita, en atención a las plegarias del hombre, decide otorgarle vida.
No es de extrañar que ambos fueran felices, porque ella estaba hecha a la medida del hombre que la había inventado (una circunstancia que la inmensa mayoría de los hombres no puede replicar). La pareja se afianzó con el nacimiento de un hijo, al que llamaron Pafo.
En otra versión del mito, que tiene un desenlace menos amable, después de haber convivido con su creación, Pigmalion ofende a Afrodita, que lo castiga, devolviendo a Galatea su condición de objeto inanimado, con lo que aprisiona y mata al hombre con los brazos y el sexo, durante el coito.
Audrey Hepburn en My Fair Lady
El dramaturgo George Bernard Shaw, que no se caracterizaba precisamente por aceptar las convenciones sociales de su época, planteó en la comedia Pygmalion las paradojas de una relación pedagógica, donde el hombre pretende formar a la mujer que habrá de acompañarlo. El profesor Higgins, caballero maduro, que no le ha concedido mayor espacio a las mujeres en su vida (probablemente, porque su madre lo controla todavía) acepta la oferta de Eliza Dolittle, una florista inculta que desea aprender a hablar correctamente, para superar los límites que le plantea su origen popular y falta de instrucción, en una sociedad tan clasista como la inglesa de comienzos del siglo XX. Después de un tiempo de convivencia, tras completar un arduo trabajo educativo, Higgins considera satisfecho el desafío y se desentiende de la mujer, porque a pesar de la cercanía que se ha establecido, no puede verla como su pareja. ¿Qué puede haber más halagador para el ego de un hombre que inventar a su pareja? Un proyecto como ese demostraría sus ilimitados poderes de creador y (simultáneamente) la materia dócil de la que estarían hechas las mujeres.
En la pieza teatral de Shaw, en cambio, la mujer crece intelectualmente durante la relación con su mentor, más allá de sus objetivos iniciales, mientras él continúa siendo tan ciego o necio, que deja pasar la oportunidad de retenerla como pareja. La comedia musical My Fair Lady se encargó de “corregir” esa visión antirromántica, poco favorable de las fantasías masculinas, haciendo que en un final agregado (no se entiende por qué, fuera del intento de halagar a la audiencia de Broadway) Eliza acepte el control de un hombre que objetivamente ya no le conviene, ni le hace falta.
Hay una fantasía flotando, tenaz, en nuestra cultura, desde hace siglos: la de que el hombre creó a la mujer. Y otra aún más osada, que procede de ella: la de que el hombre produce criaturas femeninas más hermosas y mejores que las mujeres, con las que puede sustituir a éstas para lo bueno y para lo malo, para el amor sublime y la paliza mortal. (Pilar Pedraza: Máquinas de Amar)
Marc Chagall: Sobre la aldea
No es improbable que muchas parejas se formen porque sus integrantes alimentan una visión errónea de la otra persona, motivo más que suficiente para generar conflictos, desengaños, reclamos y hasta la ruptura, una vez que la vida cotidiana permite descubrir la verdad oculta durante la etapa del enamoramiento. Otras parejas nacen del esfuerzo deliberado de uno de los miembros para acomodar a la otra persona a sus expectativas. En estos casos, no se busca a la mujer o el hombre ideales, que pueden no aparecer nunca, porque se los inventa a partir de los materiales suministrados voluntaria o involuntariamente por otro ser humano que (lo más probable) no se corresponde demasiado con esa imagen. Hacia el final del siglo XIX, Auguste Villiers de L´Isle Adam describió en Una Eva futura una muñeca metálica, alimentada por la electricidad de Thomas Alva Edison, a instancias de un noble inglés, que de ese modo reemplazaba a una mujer tan hermosa como estúpida. Hadaly, la criatura artificial, era físicamente perfecta y estaba lubricada con aceite de rosas. A diferencia del monstruo compuesto por partes de cadáveres que aparecen en Frankenstein de Mary Shelley, una figura masculina que causa horror por su fealdad e incapacidad de obedecer las órdenes de su creador, la autómata femenina se organiza exclusivamente para satisfacer las fantasías masculinas. En las culturas patriarcales, que restringen la iniciativa femenina, suelen ser los hombres quienes elaboran la imagen de su pareja ideal, y en lugar de investigar en la realidad si existe alguien que se corresponda o resignarse a las inevitables discrepancias que revelan las mujeres, deciden fabricar una mujer a su medida, como si no hubiera otra manera de quedar satisfechos. En Vertigo, el filme de Alfred Hitchcock, basado en una novela policial de Boileau-Narjerac, se asiste a las inquietantes actividades de un hombre que ha presenciado la muerte de una mujer que ama, y en lugar de resignarse, encuentra a otra, diferente en muchos aspectos, y se dedica a transformarla en aquella que perdió.
Era Madeleine resucitada, Madeleine que se quedaba inmóvil, como si le huybiera reconocido; Madeleine que ahora avanzaba, algo pálida, con la mismo triste interrogación en los ojos. Él alargó su mano escuálida hacia ella y seguidamente la retiró. No. La imagen de Madeleine aún no era perfecta. (Boileau-Narjerac: De entre los muertos)
Parir un ser humano es un privilegio otorgada por la Naturaleza (también una responsabilidad) de las mujeres, mientras que la misma función solo puede ser una metáfora inadecuada o parte del delirio cuando se refiere a un hombre.
Juan Domingo Perón y Eva Perón
Los demiurgos no permanecen indiferentes a las mujeres excepcionales que habrían creado. Juan Domingo Perón, al iniciar su carrera política en Argentina, tuvo a Eva Duarte, su segunda esposa, como discípula. Esto no solo fue afirmado por él (en una confesión que puede suscitar incredulidad) sino también por ella, reiteradamente y con orgullo, como si la sumisión al hombre público debiera servir de modelo a los seguidores del político.
Dije que me había resignado a ser víctima. Más aún, me había resignado a vivir una vida común. (…) Y no veía ninguna esperanza de salir de ella. (…) En el fondo de mi alma, no podía resignarme a que aquellos fuera definitivo. Por fin llegó “mi día maravilloso”. Para mí fuel día en que mi vida coincidió con la vida de Perón. El encuentro me ha dejado en mi corazón una estampa indeleble, y (…) señala el comienzo de mi verdadera vida. (Eva Perón: La razón de mi vida)
Frida Kahlo y Diego Rivera
El pintor Diego Rivera entabló una relación de mentor / discípula con Frida Kahlo, que también era su esposa y tardó en revelarse como una artista no menos dotada que él. Ella aparece muy de vez en cuando en los cuadros de él, perdida entre personajes que tienen mayor peso. Ella, en cambio, lo representa a él como uno de sus temas fundamentales. Cada uno sigue caminos distintos, incluso opuestos. A la temática histórica y política que ofrecen los murales de Rivera, las obras de Kahlo oponen una búsqueda introspectiva y autobiográfica. Mientras uno ocupa inmensos espacios públicos y temas que deben aleccionar a las masas, ella se limita a elaborar cuadros pequeños, bocetos en cuadernos y anotadores, elaborando metáforas personales, de difícil interpretación. Rivera participa en una intensa vida social, mientras Frida vive postrada. Aquello que el hombre omite, pasa a ser el territorio privilegiado para la mujer. De acuerdo a una de las hijas de Rivera con otra pareja, su padre corregía la obra de Frida, le otorgaba una dimensión que de otro modo hubiera carecido. Eso es discutible. Él la incluía a ella como personaje secundario de sus murales, donde figura todo el mundo, desde gente célebre a seres anónimos, mientras ella le da un rol central, lo pinta hasta en su autorretrato, en un escapulario que lleva tatuado en su frente.
Diego: / Nada comparable a tus manos / ni nada igual al oro – verde de / tus ojos. Mi cuerpo se llena / de ti por días y días, eres / el espejo de la noche, la luz / violenta del relámpago, la / humedad de la tierra. El / hueco de tus axilas es mi / refugio, mis venas tocan / tu sangre. Toda mi alegría / es sentir brotar la vida de / tu fuente – flor que la mía / guarda para llenar todos / los caminos de mis nervios / que son los tuyos. (Frida Kahlo: Cartas a Diego Rivera)
Es difícil imaginar a un hombre que pueda permanecer indiferente a un halago como ese. La sumisión de la mujer opera como uno de los más poderosos afrodisíacos que puede probar el ego masculino. Si una mujer recurre a estrategias parecidas, se saldrá con la suya, pero al mismo tiempo confesará que se encuentra disponible para el abuso. Las muñecas inflables de la actualidad son la última derivación (también la parodia) del mito clásico de Pigmalion. Caricatura de la mujer y negación de todo aquello que puede ser entendido como una relación de pareja, la muñeca inflable, que puede penetrarse por tres lugares sin ofrecer otra resistencia que no aumente la excitación del usuario, demuestra también la completa falta de simetría que se da en la cultura patriarcal respecto de los géneros. No parece haber en el ambiente de los pornoshops nada parecido a un muñeco masculino inflable. Los objetos eróticos elaborados para la autosatisfacción de las mujeres, solo reproducen lo más obvio de los genitales del hombre y dejan de lado la simulación del resto. ¿Resulta ofensiva tanta cosificación? Tal vez las fantasías de Pigmalión no lo sean menos para las mujeres.

viernes, 11 de abril de 2014

LOS PODERES DE LILITH

Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilith y en él encontrará descanso. (Isaías: 34:14)
Una mujer deseable (y deseada por muchos hombres) que ha tenido muchas parejas y las ha desechado sin mayor pena, a medida que la defraudan, solo puede ser temida por aquellos a quienes sedujo y dañó. Suelen representarla sola, no tanto porque los hombres la desprecien, sino porque ella demuestra repetidamente que no los necesita. ¿Por qué habría de resignarse al rol de víctima que aceptan otras mujeres, cuando sus artes malignas le permiten controlar a todos aquellos que se le acercan? Ella es capaz de someter a cualquier mortal o demonio. Lo demostró en el comienzo de los tiempos, cuando era la pareja de Adán, y la experiencia de esos encuentros que la convirtieron en fértil madre de una infinidad de seres infernales, le otorga poderes desusados, que obligan a retroceder a más de uno que se atreve a desafiarla, y la convierte en un imán irresistible para el resto de los humanos.
Los pintores de la era victoriana utilizaron la figura de Lilith para representar a mujeres atractivas y sin restricciones morales, que cualquier hombre desearía acariciar. Las alas que el mito le atribuía, han desaparecido en las representaciones del siglo XIX y solo quedan disponibles para el disfrute del observador, siluetas de mujeres pelirrojas, desnudas o vestidas con abandono, tan voluptuosas como temibles. No son las compañeras aburridas pero dignas de confianza, que administran el hogar el hogar y los hombres desean encontrar en sus hogares, cuando vuelven cansados, sino las imágenes inalcanzables de placeres que solo se dan en la imaginación. John Colliers pinta a Lilith envuelta en una serpiente, prometiendo un doble disfrute: aquel que se entregue a esa hembra, conocerá las delicias del sexo descontrolado y aceptará el contacto con el mal que los cultos monoteístas prohiben expresamente a sus seguidores. Ella es la promesa de una gran infracción placentera. Su disfrute acarrea sin embargo la condena eterna. ¿La serpiente aprisiona a Lilith o es ella quien le permite al demonio, al enroscarse en su cuerpo, alcanzar una altura y una seducción que de otro modo le estarían negadas? Las mujeres fatales no pasan inadvertidas para la sociedad, mientras las virtuosas, que cumplen con la misión que les ha sido atribuida, dejan un aura poco conflictiva que no tarda en desvanecerse. Las malvadas pueden hacer daño a los hombres que en mala hora permitieron que se les acerquen, y acepten la humillación de ponerse al servicio de ellas, en lugar de dominarlas, como exige la tradición machista.
Al mismo tiempo que Jehová creó a Adán, creó una mujer, Lilith, modelada a partir de la tierra. Ella le fue dada a Adán como esposa. Pero hubo una discusión entre ellos acerca de una materia que de acuerdo a los jueces debería ser discutida a puertas cerradas. Ella pronunció el inefable nombre de Jehová y desapareció. (Moisés de León: Sefer ha-Zohar)
Lilith, conocida como la Mujer Escarlata, sea por el color de su cabellera o por la sangre que se vertía durante el culto que le estaba dedicado, era una rebelde. Según el Talmud, después de haber concluido voluntariamente su relación con Adán, a quien se negó a obedecer, Lilith se instaló en la orilla del Mar Rojo y rechazó la oferta de regresar al jardín del Edén que le hacían los ángeles, mientras continuaba pariendo miles de hijos, durante ciento treinta años, a partir del semen de Adán que continuaba impregnándola. En otras versiones de la misma historia, es el Demonio quien le otorga esa formidable fecundidad. Los miles de hijos paridos por Lilith (criaturas peludas conocidas como lilims) eran destruidos uno tras otro, por decisión de Dios, a medida que llegaban al mundo. Cien de ellos morían diariamente. En lugar de ser recordada como una madre desconsolada y conmovedora, como sucede con la figura de Niobe, Lilith aparece como una amenaza mortal para los hijos ajenos. Lilith aparece en cultos sumerios de varios siglos antes de la escritura de los textos bíblicos. Los Lilitu, semidioses hermafroditas, habrían surgido del Gran Caos del Abismo acuático. A diferencia de su madre, serían criaturas benévolas con los seres humanos y estarían relacionados con el viento de la noche. Lilith sería el lado femenino de uno de esos semidioses y habría estado encargada de guiar a los humanos en el tránsito hacia la sabiduría y la inmortalidad. Sus ritos, conducidos por sacerdotisas, debían ser de carácter sexual, porque prometían la eterna juventud (una búsqueda que no ha concluido nunca) a los hombres que se sometían a ellos.
El otro aspecto de los Lilitu era más repulsivo. Se los consideraba responsables de enfermedades varias y sobre todo, de la muerte de niños, a quienes chupaban la sangre, cuando acababan de nacer o cuando estaban en el vientre materno. Para eludir el maleficio de los Lilitu, se protegía a los bebés con amuletos portadores de los nombres de tres ángeles: Snivi, Snsvi y Smnglof). Yahvéh formó entonces a Lilith, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán, aunque en lugar de polvo puro utilizó excrementos y sedimentos. De la unión de Adán con este demonio-hembra y con otra parecida llamada Naamá, hermana de Túbal Caín, nacieron Asmodeo e innumerables demonios (…). Muchas generaciones más tarde, Lilith y Naamá se presentaron ante el tribunal de Salomón, disfrazadas como rameras de Jerusalén. (Yalqut Reubeni) Tal como sucedía con la temible Pandora de la mitología griega, la Lilith judía era la figura femenina que desafiaba las prohibiciones elaboradas por los hombres y acarreaba todo tipo de perjuicios a quienes se atrevieran a imitar su independencia. Lilith rondaba (y tentaba) por las noches a los hombres que dormían solos, una situación poco recomendada en una comunidad que luchaba por crecer y reproducirse en medio de guerras y pestes que la diezmaban. Para los hombres, era mejor casarse y engendrar hijos con una mujer de la comunidad, que ser visitado por un demonio femenino capaz de reproducir su desafío a Dios. En el texto del Zohar judío, se la denomina Hayo Bischat, la Bestia, una figura de la cual no descenderían los seres humanos, sino las criaturas que se consideran su escarnio, como se suponía de los simios (en evidente oposición a las teorías de Darwin).
Demonio maligno que el hombre ha creado sobre una cama en una noche de sueño. (R. Thompson y R. Campbell: Diablos y Espíritus Malignos de Babilonia)
Durante la Edad Media, se atribuía al Demonio la habilidad de asumir también una seductora apariencia femenina, gracias a lo cual consigue robar el semen de los hombres solteros, con el objeto de procrear seres infernales.
Lilith reaparece en el siglo XIX como heroína de novelas y poemas que desafían el orden establecido, como personaje excitante de pinturas eróticas. Durante el siglo XX, pasa a convertirse en representante de la rebeldía contra el machismo que impulsaron las feministas. Poco queda de la imagen repulsiva que se le atribuyó durante siglos. Ahora ella promete la revancha a sus congéneres. Alguien tan apegado a la ortodoxia cristiana como el novelista C.S. Lewis, atribuye a la cruel reina Jadis de Las Crónicas de Narnia, la condición de descendiente de Lilith, razón por lo que sería irremediablemente perversa, de los pies a la cabeza. Primo Levi reactualiza la tradición judía en pleno siglo XX
A ella le gusta mucho el semen del hombre, anda siempre al acecho de ver dónde ha podido caer (…). Todo el semen que no acaba en el único lugar consentido, es decir, dentro de la matriz de la esposa, es suyo. (Primo Levi: Lilit y otros relatos)
Las figuras de mujeres guerreras que pueblan los comics para adultos (Mistica en X-Men) y los video-juegos, no intentan esconder su filiación demoníaca. Llegan a la existencia para que los hombres las disfruten (visualmente) y para que las mujeres fantaseen con la posibilidad de imitarlas. Las caracterizan poderes inauditos, no solo sexuales, sino recursos tecnológicos y una carencia de principios que resultan fatales para los hombres que caen bajo su influjo. Lilith brinda a sus admiradores la oportunidad de retomar la temática bíblica desde un ángulo inhabitual, en el borde mismo de la parodia, para oponerse a la visión establecida.

sábado, 5 de abril de 2014

INDEFENSIÓN DE BELLAS DURMIENTES

Zellandine, protagonista de un milenario cuento hindú, es una niña secuestrada por una pareja de águilas, que la mantienen prisionera en la copa de un gigantesco árbol. Durante una escapada, al pincharse con la uña de un demonio, queda sumida en un sueño del que no despierta. Un Príncipe la descubre, la revive y se casa con ella. La trama es bastante más compleja, pero contiene los elementos que muy lejos del sitio donde se originó, cuando llegan a la Europa medieval, dan forma a una de esas historias que se transmiten por vía oral durante generaciones, hasta encontrar escritores atentos que las transcriben.
De acuerdo a los estudios de Vladimir Propp, la historia de la Bella Durmiente proviene de los pueblos indoeuropeos y circuló primero como himno religioso, luego como narración oral, durante siglos, hasta que diversos recopiladores occidentales de cuentos de hadas, como el filólogo Charles Perrault, en la Corte de Luis XIV o los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm en pleno romanticismo alemán, le dieron forma literaria.
En 1636 la hermana de Giambattista Basile publica en Italia, tras la muerte del autor, la primera versión escrita de la historia (incluida en la colección de relatos Lo cunto de li cunti, ovvero lo trattenemiento de peccerille). En esta versión, que se aparta notoriamente de aquella que impuso en el siglo XX Walt Disney, el Príncipe Azul no es un hombre libre, que puede comprometerse para siempre con la joven virginal a quien libra de la maldición en la que se encontraba sumida por la maldición de un hada. Él es un hombre casado y aprovecha la situación desvalida de la bella joven, que no despierta de inmediato cuando él la besa.
Probablemente el hombre le demuestra de otro modo, bastante más efusivo, la atracción que experimenta por ella, porque una vez satisfechos sus deseos, sin haber llegado a desperla (por lo que técnicamente ha consumado una violación) se marcha del lugar, con lo que ella queda sola, embarazada sin saberlo, y a su debido tiempo da a luz a dos hijos, un niño que luego será llamado Sol y una niña que será llamada Luna, todo eso sin despertar.
 Solo al sentir la succión de la boca de uno de los hijos al chupar un dedo de la madre, consigue extraerle de ese modo la astilla que al clavársele cuando cumplía quince años la sumió en el sueño. Es el hijo de la Durmiente, no el Príncipe, quien logra despertarla. Cuando se la observa de este modo, la historia que obtuvo tanta difusión, combina la infidelidad, el abuso sexual y el abandono de la adolescente. La esposa del Príncipe, al enterarse de la infidelidad, manda cocinar a los hijos de la Bella Durmiente y se los da a comer a su marido (afortunadamente, como sucede en la historia de Blanca Nieves, los niños son reemplazados oportunamente por carne de cabra). El Príncipe castiga a su esposa con la muerte y queda en disponibilidad de ser feliz con la Bella Durmiente y sus hijos.
Atravesó varias cámaras llenas de caballeros y damas, todos dormidos, unos de pie, otros sentados; entré en una habitación completamente dorada, donde vio sobre una cama, cuyas cortinas estaban descorridas por todos los lados, el más bello espectáculo que jamás imaginara: una princesa que parecía tener quince o dieciséis años, cuyo brillo resplandeciente tenía algo de divino y luminoso. (Charles Perrault: La Bella Durmiente)
Para evitar la mención ante los niños de temas tan inadecuados como un ataque sexual, Charles Perrault vuelve a contar en Francia, 1696, medio siglo más tarde, la misma historia, haciendo que la Princesa despierte al sentir el primer beso del Príncipe. A esto sigue, sin transiciones, el matrimonio, puesto que el Príncipe es soltero y solo después de ese trámite, a su debido tiempo, el nacimiento de los hijos. La mujer malvada del cuento de Basile, es la madre del Príncipe, que afortunadamente es engañada por sus servidores cuando ordena matar a su nuera y nietos, para cocinarlos a continuación.
De acuerdo a Vladimir Propp, la historia de la Durmiente proviene de los pueblos indoeuropeos y circuló primero como himno religioso, luego como narración oral, hasta que diversos recopiladores de cuentos de hadas, desde Basile, pasando por el filólogo Charles Perrault, en la Corte de Luis XIV, hasta los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, en pleno romanticismo alemán, se encargaron de darle forma literaria.
Ella estaba allí, tan linda que él no podía apartar su mirada. Lentamente se inclinó y le dio un beso. Apenas la rozó con sus labios, la Bella Durmiente abrió los ojos, se despertó y depositó sobre él una mirada muy dulce. (Jacob y Wilhelm Grimm: La Bella Durmiente)
En la versión de los Grimm, publicada en 1812, toda referencia a la mujer adulta y perversa (poco importa si se trata de la esposa o la madre del Príncipe) ha desaparecido, en beneficio de una imagen romántica del matrimonio entendido como la culminación no detallada de la felicidad femenina. Si ella se ha casado con un Príncipe, si ha tenido hijos con él, ¿hace falta decir que no puede ni debe desear nada más?
 La violencia ejercida tradicionalmente contra las mujeres, su tradicional situación de dependencia económica y emocional respecto de los hombres, son algunos de los temas recurrentes de los cuentos de hadas. En la historia de Basile, la Princesa es víctima pasiva de circunstancias incontrolables, como la maldición de un hada, la llegada del Príncipe violador y la maldad de la suegra. En la versión de Perrault, su poder consiste en esperar que otros hagan todo por ella, como indica Simone de Beauvoir.
Para ser dichosa, hay que ser amada, y para ser amada hay que esperar el amor. La mujer es la Bella Durmiente del Bosque, Piel de Asno, Cenicienta, Blanca Nieves, la que recibe y sufre. En las canciones y en los cuentos se ve que el joven parte a la aventura de la mujer; mata a los dragones y combate contra gigantes, porque ella está encerrada en una torre, un palacio, un jardín o una caverna, está encadenada a una roca, cautiva y dormida, y espera. (…) Los refranes populares le insuflan sueños de paciencia y esperanza. (…) La mujer se asegura los triunfos más deliciosos si antes cae en los abismos de la abyección. (Simone de Beauvoir: El Segundo Sexo)
Los cuentos de hadas ofrecían una visión metafórica (y al mismo tiempo consoladora, por el desenlace feliz) del proceso de la maduración de las niñas en mujeres y un modelo de conducta que al parecer tenía éxito en la cultura paternalista. Pasara lo que pasara, si juntaban paciencia y no se movían demasiado (si no hacían el menor esfuerzo por reclamar sus derechos y controlar sus vidas) esas mujeres jóvenes saldrían ganando la estabilidad y el respeto que concede la sociedad a quienes cierran la boca y no cuestionan sus reglas, por incómodas que sean.
Para acceder al nuevo estado de la vida adulta, resultaba inevitable el aporte de un hombre. Blanca Nieves o La Bella Durmiente eran representadas como figuras encantadoras, pero pasivas, no por casualidad tendidas en un lecho, a la espera del beso del Príncipe encargado de despertarlas a la vida sexual y la felicidad vitalicia (una versión más antigua del cuento de la Bella Durmiente incluye bastante más actividad erótica que un inocente beso, porque la joven queda embarazada de dos gemelos que logran despertarla cuando nacen y comienzan a mamar).
 Cenicienta es alguien que no se queda esperando al hombre que debe redimirla de la servidumbre en la que fue sumida. Como pescadora experta, a pesar de su inocencia, se engalana con lo que encuentra en una cocina, concurre a la fiesta donde puede hallar pareja, y después de asegurarse que el Príncipe repara en ella y la desea, en lugar de entregarse de inmediato, escapa, con lo que adopta la estrategia sexual que siglos más tarde enunció un militar experto.
En el amor, aquel que huye vence (Napoleón Bonaparte)
El Príncipe de los cuentos de hadas tendrá que arriesgarse de nuevo a buscar a la mujer, deberá ofrecerle matrimonio a pesar de las diferencias sociales evidentes, mientras ella se limita a esperar en su fogón, la eliminación del resto de las competidoras y su victoria improbable. Aunque la actitud inicial del personaje femenino difiera tanto de aquella de la Bella Durmiente, la pasividad del final es la misma: una mujer triunfadora será aquella que simplemente espere.
 La historia de la Bella Durmiente fue adaptada al teatro, se compusieron ballets (como el de Piotr Illich Chaikowsky, donde la Princesa es llamada Aurora) se produjeron filmes para niños o adultos, que demuestran una vitalidad asombrosa. La huella dejada por Walt Disney en la memoria de la audiencia masiva, es difícil de ignorar y distorsiona profundamente el material que utilizó. La Bella Durmiente cantó y fue introducida en el mundo de la publicidad de mercancías, se convirtió en anfitriona de parques de diversiones. La vieja fantasía continúa conmoviendo a todos aquellos a quienes les cuesta imaginar qué puede ser una Princesa, qué es un hada. ¿Por qué sigue vigente en el ámbito de la modernidad, como lo fue en el Medioevo?
Bella Durmiente para recortar y armar
Según la interpretación de Bruno Bettelheim, la Bella Durmiente narra el periplo de las adolescentes que experimentan la efusión de sangre de la primera menstruación, suceso que las sume en la espera del hombre ideal que habrá de completar su iniciación como mujeres. Para el feminismo, es la representación mítica de la mujer pasiva de la sociedad tradicional, donde se decide que ella debe esperarlo todo de un hombre. Las escritoras feministas actuales, retoman la historia de la Bella Durmiente y la alteran radicalmente. Anne Sexton convierte a la heroína en víctima de una fobia y adicta a los somníferos.
Ella se casó con el príncipe / y todo anduvo bien / excepto por el miedo / el miedo a dormir. / Briar Rose / era una insomne. / Ella no podía entregarse a una siesta / ni tenderse a dormir / sin que el químico de la Corte / mezclara para ella algunas gotas poderosas / nunca en presencia del príncipe. (…) ¿Qué viaje es éste, niña mía? / ¿Esta salida de la prisión / Dios me ayude… / esta vida después de la muerte? (Anne Sexton: Briar Rose (Sleeping Beauty)
La Bella Durmiente continúa despertando en un mundo que ha cambiado en tantas aspectos, que ha planteado nuevos roles a los géneros, pero no por ello mejora la situación de las mujeres. La modernidad ha introducido nuevas amenazas, cuando no ha terminado de liberar a sus víctimas de las antiguas.

martes, 1 de abril de 2014

HOMENAJE Y ABUSO DEL PIROPO

Las mujeres recibían tradicionalmente los piropos en voz alta o susurros de los hombres. Habrá quien argumente que antes de recibirlos, ellas los habían demandados con mensajes no verbales como la gestualidad, el vestuario, el maquillaje, el perfume, etc. que no podían pasar desapercibidos, y exigían de ellos la elaboración de una fórmula verbal corta e impactante que les diera entender a ellas el efecto que habían causado. Cuesta imaginar una relación inversa, donde las mujeres persigan a los hombres y ellos se limiten a recibir el halago, sin responder, felices o incómodos. El piropo se limitaba a una demostración de ingenio masculino, que no llegaba a definirse como una modalidad verbal de abuso.
¿Vos existís o te estoy inventando? (Piropo anónimo argentino)
Se le concedía a la mujer la alternativa de callar mientras recibía el halago. ¿Después de todo, no era esa la actitud más recomendada para ella, en cualquier circunstancia de la vida? Si la golpeaban, debía responder con el silencio y la resignación. Si la elogiaban, también. Ponerse a la par de su interlocutor masculino, podía ser entendido como un desafío de su superioridad.
Los piropos groseros de la actualidad, se deslizan peligrosamente en la pendiente del acoso sexual, que suele ser resistido y denunciado como tal. Ya no hay tantas mujeres dispuestas a ser víctimas resignadas de una agresión como esa, y por lo tanto los hombres deben pensar mejor su necesidad de expresar el deseo que sienten por cualquier mujer que se les cruce en el camino. Ofenderla mediante palabras o gestos, lo expone a la condena de gran parte de la comunidad. Probablemente se limiten a soltar piropos que se encuentran a salvo de cualquier crítica, como ¿Dónde va la buena moza? o Dichosos los ojos que la ven. Nada capaz de ofender a la destinataria. Nada que arriesgue ser malinterpretado. Aunque no tengan mucho que decir, los hombres están convencidos de que no deben quedarse callados en presencia de una mujer, porque si eso llega a saberse, quedan en ridículo.
Si amarte fuera pecado, tendría el Infierno asegurado. (Piropo anónimo)
Hasta comienzos del siglo XX, las mujeres salían poco de su casa. Allí nacían, crecían, eran educadas, encontraban marido, parían a sus hijos y morían. El verse obligadas a trabajar fuera iba en desmedro de su imagen. En la actualidad, en Occidente, las mujeres andan solas o acompañadas por otras mujeres, ocupan la calle, un territorio que tradicionalmente estuvo reservado a los hombres, en el que ellas todavía se encuentran en desventaja, como les recuerda el piropo agresivo. Aunque tardaron siglos en conquistar ese espacio, pueden perderlo en cualquier instante. No pasa lo mismo en el mundo islámico, donde el rol femenino sigue siendo el mismo o ha retrocedido a lo que era habitual en el Medioevo. Por un lado, las mujeres que anden solas pueden ser detenidas por cualquier hombre que no tolere la situación y entregadas a la Justicia para que las juzguen y condenen por ese solo hecho (como revela el filme iraní Dayereh (El Círculo) de Jafar Panahi). Por el otro, un hombre que piropee a una mujer puede ser castigado a recibir azotes.
La necesidad de controlar la conducta de la gente es evidente en sociedades contemporáneas, lo mismo da si se refiere a quienes tienen derechos restringidos, como a quienes parecen gozar de todos los privilegios. En una milonga de Ángel Villoldo, que se publicó en 1907, se evoca la situación de Argentina, cuando los hombres podían ser multados por haber incurrido en un piropo.
Una ordenanza sobre la Moral / decretó la dirección policial / por la que el hombre se debe abstener / [de] decir palabras dulces a una mujer. / Cuando una hermosa veamos venir / ni un piropo le podemos decir / y no habrá más que mirarla y callar / si apreciamos la libertad. / ¡Caray! No sé / por qué prohibir al hombre / que le diga un piropo a una mujer! (Angel Villoldo: ¡Cuidado con los 50 [pesos]!)
Desde la perspectiva de hoy, tantos remilgos de la autoridad debieron ser más ineficaces que excesivos. ¿Quién denunciaba un piropo? ¿Qué prueba disponía una mujer para acusar a quien se hubiera propasado? El piropeador ha sido mostrado tradicionalmente como una figura cómica, cuyo ingenio verbal se celebra (entre los hombres) incluso cuando deriva en abierta grosería.
Los más jóvenes pueden aceptar la idea de que el piropo es inocente y divertido, o al menos intrascendente, cuando al observarlo desde la perspectiva femenina, discrimina y acosa. Hace tiempo que las mujeres dejaron de estar encerradas entre las cuatro paredes del hogar, como había sucedido durante miles de años, para compartir con los hombres un territorio que les ha costado conquistar. Me gustaría ser tu sombra, para estar todo el día a tu lado. (Piropo anónimo) Hace medio siglo, los hombres no eran más ingeniosos que ahora, pero de todos modos el piropo mantenía las formas. Las alusiones sexuales no pasaban de ser un elogio de la belleza de la mujer a quien se lo dirigía. Si ella lo aceptaba, el galanteador podía creer que le daban cuerda y continuar el cortejo. Si lo ignoraban, se resignaba a que el intento hubiera fracasado y quedaba en condiciones de intentarlo de nuevo, sin convertirse en un acosador. Una de las armas más poderosas que han dispuesto las mujeres en Occidente, ha sido la capacidad para provocar y al mismo tiempo mantener a raya a los hombres, que pierden la cabeza por ellas. Desde el siglo XIII, según el historiador Gaston Duby, las mujeres de las cortes francesas estableciendo pactos de distancia con sus admiradores. Ellos podían acercarse para homenajearlas, durante las frecuentes ausencias de sus maridos guerreros. Esta cercanía era lo mismo que una promesa. Tal vez ellos obtuvieran sus favores, siempre y cuando negaran en público haber disfrutado cualquier intimidad.
Los cantos de los trovadores eran refinados piropos a una dama (siempre ajena, porque de otro modo hubieran pasado a los hechos, en lugar de cantarles). Ellos no amenazaban con tocarlas. A veces, las declaraciones de amor van dirigidas a la Virgen María, que es el paradigma de la mujer inalcanzable. Otras, a mujeres concretas que no obstante alcanzan en el texto la dignidad de figuras míticas:
Hizovos Dios delicada, / honesta, bien enseñada: / vuestra color matizada / más rosa que del rosal, / me atormenta y desordena. / Donaire, gracioso brío / es todo vuestro atavío / linda flor, deleite mío; / yo a vos fui siempre leal / más que fue Paris a Elena. (Alfonso Álvarez de Villasandino: Cántiga inspirada por el amor a una mora)
Hay algo patético y no demasiado verosímil en estas parejas imposibles. El texto del poema se concibe y expone en sustitución del contacto físico o para dejar testimonio de que no hubo ningún contacto físico, aunque tal vez lo hubo. El piropo del siglo XXI es otra cosa. El contenido de los mensajes ha variado, las alusiones sexuales se han vuelto más directas, mientras que la sensibilidad ante la ofensa verbal ha crecido simultáneamente. Las víctimas habituales del piropo se sienten degradadas. Los piropeadores no suelen ser poetas que halagan a la mujer, sino resentidos que aprovechan la presunta impunidad que gozarían por haber nacido hombres, y manifiestan el enojo por la que consideran demasiado libre circulación de mujeres.
No tengo pelos en la lengua y me gustaría que lo comprobaras. (Piropo anónimo)
Si en el pasado se celebraba la belleza de la mujer para bajar sus defensas, ahora se la insulta con el mismo objeto. ¿Cómo puede atreverse a provocar la sobreproducción de tetosterona mediante ropas ajustadas, peinados elaboradísimos, maquillajes imposibles de ignorar, gestos insinuantes, y dejar al varón en ese estado de excitación? Ellas ponen en escena un espectáculo erótico que desborda el autocrontol de ellos. ¿Acaso las mujeres ignoran que los hombres pueden olvidar las normas de vida en sociedad y abusar de sus ventajas físicas o la inercia de las instituciones, cuando se trata de sancionar algo tan inocente como un piropo?
Dame una sola razón para que no tenga que violarte. (Piropo anónimo)
La Constitución asegura a las mujeres el libre tránsito (cosa que no sucede hoy en un país islámico, ni tampoco en uno cristiano a ciertas horas y ciertos lugares) mientras que el piropo agresivo recuerda que esa garantía se encuentra restringida por la decisión de cualquier hombre excitado. La mujer es fuego y el hombre paja, plantea el refrán. Reunirlos, aunque sea brevemente y en un lugar público, por casualidad, es favorecer una pasión que puede consumir a ambos. R
egálame tu sonrisa vertical, simpaticona. (Piropo anónimo)
Hay algo patético en el piropeador: cuando se muestra más agresivo. Atemoriza, porque no confía en su capacidad de seducir. Espanta u ofrende, precisamente a quien pretende atraer. Hiere y ofende, porque no le resulta posible acariciar. Viola el pudor, porque sabe que no será invitado a entablar un diálogo amoroso. Al mismo tiempo, hay algo equívoco en los piropeadotes. Al agredir a una mujer, confirman la importancia que tiene para ellos la comunidad de otros hombres. No es raro que el piropo surja de un grupo masculino que observa (fichar, se decía en el pasado) a una mujer aislada, la designan como una posible víctima. Mediante el piropo guarango, uno de ellos excita la imaginación de los otros. El piropo se destina de rebote a los pares, tanto como a las hembras. Uno de los machos demuestra su capacidad de agresión ante los otros posibles agresores. Uno se da el lujo de demostrar que hombres y mujeres no pueden entenderse en un plano de igualdad y respeto, que los hombres están unidos contra las mujeres, que la cercanía masculina es preferible a la que se da en privado entre los dos géneros.