Las Venus de Wilendorf o Vestonice, documentan los límites de las ensoñaciones eróticas masculinas del Paleolítico, referidas las mujeres. Enormes pechos, grandes caderas y cabezas carentes de rasgos. Revelan poco espacio para el cerebro. Es un resumen de la anatomía femenina, que los cazadores llevaban probablemente como amuleto, cuando se apartaban de las mujeres para buscar alimento.
Las figuras minoicas representadas en frescos de hace tres mil años, plantean mujeres seductoras, de grandes ojos y bocas pintadas, con los senos al aire, cabelleras onduladas y cinturas estrechas, que ondulan en sus faldas ajustadas.
Comparadas con ellas, las mujeres griegas de cabellos cortos, sin maquillaje, cubiertas por ropajes sueltos, no intentan competir en la tarea de atraer a los hombres. Su cultura no se los permite. Ellas debían ser discretas y reservarse para sus esposos, que las utilizaban para engendrar hijos, no para deleitarse con su compañía.
Las geishas y actrices de los grabados pornográficos de Utamaro, tienen rostros redondeados, largas narices, bocas minúsculas y muslos carnosos, que prometen utilizar todos los recursos de su cuerpo para experimentar todas las posibilidades del placer que la Naturaleza le ha otorgado a las mujeres, y eventualmente contagiarlo a un hombre.
Hasta el Medioevo europeo, que puede verse como una época que dedicaba escasa atención al sexo y cuando lo hacía lo condenaba al presentarlo como una de las herramientas más temibles del Demonio, se encargó de representar a mujeres embarazadas, de piel perfecta y mirada soñadora, con la excusa de utilizar como paradigma insuperable de belleza a la Virgen María.
Los hombres de las culturas más opuestas, fantasearon siempre con mujeres que por su aspecto físico prometen ser las reproductoras más idóneas. Una institución como el harem islámico, propiedad de un hombre que legítimamente dispone de un repertorio ilimitado de hembras, establecido para su exclusivo disfrute, ha sido una de las fantasías más deleitosas e imposibles del imaginario de Occidente.
Ningún hombre en su sano juicio espera que esas hembras perfectas y en stand by existan en la realidad. Se trata de visiones parcializadas de lo femenino ofrecidas a sus consumidores, antes por los artistas plásticos, hoy por los medios masivos, capaces de estimular el natural apetito de los hombres por las mujeres, que al mismo tiempo les informan que deben resignarse a que no les resultará nada fácil encontrar algo parecido cuando traten de hallar pareja.
Las pin-ups de Alberto Vargas poblaron desde la revistas para hombres y la publicidad gráfica, las ensoñaciones eróticas de los varones norteamericanos de mediados del siglo XX, con sus ropas agitadas por el viento y la muy libre exhibición de cuerpos redondeados. Ellas estaban más desvestidas que sus predecesoras, las míticas chicas Gibson de comienzos del siglo XX, pero la representación de mujeres con cintura de avispa, muslos interminables, pies minúsculos, grandes senos y caderas prominentes, promotoras de la última moda y dispuestas a exhibirse con mayor liberalidad que las mujeres del mundo real, pueden ser menos enfáticas en su exhibición de piel, pero se ajustan a los mismos criterios de exaltación de lo erótico, en detrimento de cualquier otra manifestación de lo femenino en el mundo moderno.
En la Argentina de mediados del siglo XX, las chicas dibujadas por Guillermo Divito planteaban un ideal femenino que hubiera sido inútil buscar en la realidad, porque solo existía en las páginas de Rico Tipo, una revista dirigida a los hombres, que los niños podían hojear desde que comenzó a publicarse en 1944, sin demasiados riesgos de exponerse a información que gente de más edad hubiera juzgado que resultaba inadecuado para su edad.
Las chicas de Divito andaban casi siempre juntas, de a dos, tres o cuatro, con lo que multiplicaban el placer de admirarlas desde distintos ángulos, a la par que dificultaba cualquier intento de abordarlas. Por el momento, parecían enfrascadas en su diálogo, pero no costaba imaginarlas unidas contra cualquier intruso. Ellas no percibían la vecindad de los observadores, y por lo tanto no reprimían sus opiniones poco amables respecto de los hombres.
Divito las representaba comentando sin pelos en la lengua las incidencias grotescas a las que se veían expuestas las mujeres durante la vida en pareja o las inevitables rivalidades con otras de su mismo género. Nada les resultaba más ajeno que la actualidad política o los conflictos sociales. Con otras ropas, hubieran podido ser figuras de la Corte de Luis XIV, inmorales e ingeniosas, pero de todos modos triviales.
Los hombres que Divito dibujaba eran bajos, feos o por lo menos ridículos, narigones, dotados de grandes vientres y piernas delgadísimas, ojos desorbitados por el deseo, sin señales de sexo, mientras las mujeres se encontraban siempre en la plenitud de sus encantos, seguras del poder que tenían sobre el otro género.
En los chistes, al menos, lo peor que podía pasarle a un hombre era que alguna mujer muy superior a él, que en la realidad nunca lo tomaría en cuenta como pareja, se burlara de su torpeza, aunque simultáneamente le permitiera observarla.
Sigmund Freud lo había explicado varios años antes, en un ensayo difícil de leer, sobre cuya existencia es probable que los lectores de Rico Tipo no tuvieran la menor idea, porque a diferencia de la prensa norteamericana dirigida al mismo sector (Esquire, por ejemplo) la alta cultura no se entrometía en sus páginas para redimir la declarada liviandad del pasatiempo).
El lector de Rico Tipo reía, espontáneamente, sin necesidad de efectuar el menor esfuerzo de interpretación de las imágenes, y a pesar de ello no sabía por qué lo estaba haciendo. Reírse de las humillaciones eróticas de personajes masculinos ridículos (equivalentes a los eunucos del harem islámico) y de las ocurrencias de mujeres formidables, pero a la vez incapaces de percibir el fisgoneo de los lectores, fundamentaban un programa editorial infalible.
En Rico Tipo circulaba un humor adulto y heterosexual, pero sin atisbos de genitalidad. Las chicas tan deseables, aparecían siempre seguidas y deseadas, pero no asediadas, por hombrecitos muy inferiores, que guardaban respecto de ellas la misma desproporción física que tienen los sapos machos respecto de las enormes hembras de su especie.
Mi chica no responde a un tipo real y determinado de mujer, pues jamás he trabajado con modelos vivientes. En esto tuve la primera gran sorpresa de mi vida: primero creé a la chica… ¡y después comencé a verla en la calle! (Guillermo Divito)
Los cuerpos de las chicas de Divito revelaban desproporciones que terminaban por imponerse como un canon de belleza, si se las comparaba con mujeres de la realidad. Tenían piernas interminables, pies minúsculos, cinturas diminutas, grandes pechos y caderas. Usaban poca ropa, pero nunca llegaban a destaparse demasiado, a diferencia de las pin-ups de Vargas, eternas víctimas del viento que les levantaba la falda y las ropas demasiado ajustadas, a punto de reventar ojales y disparar lejos los botones.
En una revista declaradamente trivial como Rico Tipo, que dejaba de lado cualquier intento de sátira social, se utilizaba el erotismo para convocar a una masa considerable de lectores deseosos de renovar, semana tras semana, la exhibición de estilizados cuerpos femeninos. Hay que estar insatisfecho, para pensar con tal dedicación en un solo aspecto de las mujeres.
A pesar de las expectativas, el sexo quedaba siempre fuera de las páginas de Rico Tipo. No había en ellas escenas de cama, ni representaciones del coito. La actividad sexual de los personajes había ocurrido mucho antes de lo que mostraba la imagen o podía ocurrir mucho después, y en todos los casos debía comunicarse mediante alusiones verbales y sobreentendidos.
Los cuerpos femeninos dibujados por Divito son tentadores, pero se anuncian intocables. Pueden ser destapados hasta cierto punto, pero no desnudados. Respetan un código del pudor que pone límites a la infracción aparente y lo vuelve aceptable en una sociedad que no se siente cómoda con las amenazas que trae la modernidad.
¿Es que las mujeres no solo iban a tener voto y copar los puestos de trabajo, sino que también reivindicaban un rol activo en la sexualidad?
Los intentos de destape iban acompañados por demostraciones paradojales de pudor. En el cine de México y Argentina de la época, el ombligo de las bailarinas debía cubrirse con una gran lentejuela, una cadena o un cinturón, como si se hubieran propuesto respetar las restricciones establecidas por el Código Hays para el cine de Hollywood, a comienzos de los años `30.
Divito (como era también el caso de Vargas) se las compone para evitar la representación del ombligo en las escenas de playa.
Poco antes de la invención del bikini, los traseros femeninos dibujados por Divito aparecían como un bulto notable pero sin mayores detalles. En los `50 aparecieron en los espectáculos de Buenos Aires vedettes como Nélida Roca o Nélida Lobato y los glúteos femeninos comenzaron a exhibirse en el escenario de los teatros de revista (aunque no en el cine y de ningún modo en la naciente televisión) por lo que en los dibujos de Divito pasaron a tener tanta importancia como los senos.
Iba quedando atrás la época de la mujer seductora pero imprecisa, más soñada que táctil, como la madura Marlene Dietrich en una escena de Kismet, cuando baila en un traje que aparenta ser transparente, en el que sin embargo no exhibe más de lo que una señora decente solía revelar en una reunión social. Hasta los años `40, la trasgresión permitida a los medios consistía en dar en imaginar. Una década más tarde, eso comenzó a cambiar.
El imaginario de las chicas de Divito fue quedando atrás a medida que la modernidad se impuso. La caricatura no hacía falta para transgredir mediante caricaturas poco verosímiles, el eterno deseo masculino de ver representada la sexualidad. Se iniciaba la era de Playboy o Hustler, con su declarada exhibición de carne femenina que no deja a ningún observador ninguna duda sobre la realidad de los cuerpos registrados por la cámara fotográfica.
Para excitar a los observadores, la estilización parece haberse desechado, aunque regrese bajo la forma de siliconas y fotoshop. Desde la actualidad, las chicas de Divito continúan siendo irreverentes, pero al mismo tiempo controladas, casi intelectuales, por lo tanto respetables, parte de una Historia del Erotismo que no termina de escribirse.