miércoles, 7 de mayo de 2014

PASIÓN DE REVOLUCIONARIAS

El varón es por naturaleza superior y la hembra inferior. Uno dirige y la otra es dirigida (Aristóteles)
Desde que se tenía memoria, aunque no desde siempre, las mujeres se encontraban subordinadas a los hombres, que de acuerdo a las leyes y la costumbre debían protegerlas a ellas y a su descendencia. Si ellos no se preocupaban de cumplir ese rol o si lo hacían mal, no era un tema que estuviera en discusión, o al menos las mujeres no se encontraban en condiciones de efectuar reclamos sobre una tutela que las estorbaba. El rol decisivo de los hombres era inamovible y se confundía con los dogmas de fe. Ponerlo en duda constituía un desafío innecesario, por improductivo y condenado al fracaso de antemano. Bajo la monarquía absolutista derrocada por la Revolución Francesa de 1789, ni la burguesía ni el pueblo llano contaban demasiado en el momento de tomar decisiones sobre el destino de la nación. Los hombres habían advertido que se les cobraban impuestos, que se los convocaba para exponer la vida y morir en la guerra, pero el poder continuaba siendo ejercido por una minoría dinástica, que gozaba de privilegios inauditos por el solo mérito de haber nacido. Los filósofos habían considerado que esa situación era intolerable y debía conducir a un cambio radical.
¿Qué podían decir de las mujeres? Ellas eran las desposeídas entre los desposeídos. Su malestar se confundía con las quejas y aspiraciones del resto de la sociedad. La Revolución alteró ese acuerdo circunstancial que habían establecido las mujeres con las demandas de los hombres. Pasaron a ser ciudadanas que luchaban junto al resto de los ciudadanos, para recuperar derechos que les habían sido negados por el Viejo Régimen. Al desarrollarse la Revolución, el Rey fue despojado de sus odiosos privilegios y honores, aprisionado como un criminal, juzgado y guillotinado (para que no hubiera la menor posibilidad de arrepentirse y devolverle el trono), los nobles fueron desposeídos de sus propiedades y enviados a la muerte o el exilio, mientras los miembros del pueblo llano, se encargaban de conducir el Estado. Las mujeres no se quedaron en casa, bordando y esperando el regreso de los hombres, para enterarse de lo sucedido y celebrar sus actos heroicos. En 1789, fueron las mujeres quienes marcharon antes que el resto de la sociedad en la Toma de la Bastilla, donde se encerraba a los presos políticos, y la marcha sobre el palacio de Versailles, odiado símbolo de la monarquía. Luego los hombres y el ejército se sumaron en sus demandas.
Las tricoteuses (tejedoras) frecuentaban las sesiones de la Convención y el Tribunal. Ellas eran mujeres del pueblo, a quienes la Revolución les posibilitó salir de la cocina y las tareas domésticas. Ellas tejían, mientras los hombres discutían y tomaban las decisiones que afectaban a todos. No aceptaban quedarse calladas, a pesar de no se les hubiera otorgado el derecho a hablar. Insultaban a gritos a los oradores que se oponían a sus puntos de vista. Exigían la adopción de leyes más radicales. Presenciaban las ejecuciones de miembros de la nobleza, que se habían vuelto un espectáculo cotidiano. Junto a las agrupaciones revolucionarias masculinas que proliferaron por entonces, el Club de los Jacobinos o el Club de los Cordeleros, hubo agrupaciones femeninas tales como el Club de las Republicanas Revolucionarias, el Club de las Amazonas Revolucionarias, el Club de las Ciudadanas, etc. que habían sido fundadas y conducidas por mujeres. Olympe de Gouges redactó en 1791 una Declaración de los Derechos de la Mujer, paralela a la Declaración de los Derechos del Hombre que había votado la Revolución. Su iniciativa no prosperó. Claire Lacombe era una actriz cuando estalló la Revolución. Fue herida en un brazo durante el asalto de las Tullerías, en el que participó con los hombres. Fundó la Sociedad de Mujeres Republicanas Revolucionarias, a la que se incorporaron mujeres trabajadoras. Durante el Terror, esa organización extremista fue disuelta y Lacombe tuvo que regresar al teatro. Etta Palm era una extranjera en Paris, que se sintió estimulada por el estallido de la Revolución. Primero abrió un salón literario en su casa, lugar donde se reunían los partidarios del cambio social para exponer sus ideas. Luego fundó una Sociedad Patriótica en la que solo participaban mujeres. En 1790 pronunció ante la Asamblea un Discurso sobre la Injusticia de las Leyes que favorecían a los hombres, a expensas de los Derechos de las mujeres.
Señores: Puesto que ustedes me permiten tomar la defensa de mi sexo, comienzo por solicitar su indulgencia; su mis luces y mis medios no responde a la tarea que he emprendido, y a lo que podría esperar de la justicia de su causa; (…) Les pido que consideren que soy mujer, nacida y educada en un país extranjero. Si la construcción de mis frases no está de acuerdo a las reglas de Academia Francesa, es porque he consultado a mi corazón, más que al Diccionario. (Etta Palm)
Tantas precauciones no bastaron para que atendieran a sus reclamos. Algunos de estos grupos de mujeres eran muy activos. Pretendieron imponer el uso del gorro frigio de color rojo que simbolizaba la Igualdad a todas las de su género. En 1795 exigían que la represión a los opositores a la República se intensificara. Llegaron a apuñalar a un diputado que se opuso a la medida. Los revolucionarios (hombres) decidieron clausurar las sociedades femeninas. Se decretó que las mujeres sorprendidas en motines serían reprimidas sin contemplaciones y encarceladas. Se prohibió el acceso de las mujeres a las sesiones de la Asamblea Nacional. Una joven belga, Théroigne de Méricourt, fue la fundadora de la Sociedad de Amigos de la Ley junto a su amigo, Gilbert Romme. Años atrás, cuando decidió abandonar el hogar paterno por diferencias con su madrastra, había llegado a prostituirse para sobrevivir. Una vez instalada en Paris, gracias a su relación con el Marqués de Persan, abrió un salón literario frecuentado por los futuros revolucionarios. Al comenzar la Revolución, Méricourt no se conformó con ser una buena anfitriona. De acuerdo a lo que se cuenta, habría participado sable en mano en la Toma de la Bastilla. Los partidarios de la monarquía la vilipendiaron por sus ideas republicanas, describiéndola como un personaje promiscuo y rencoroso, que solo buscaba vengarse de la sociedad que la había marginado.
Ustedes [los hombres] anularon todo los privilegios [de la nobleza]; anulen también los del sexo masculino. Trece millones de esclavas llevan las cadenas que les colocaron trece millones de déspotas. (Théroigne de Méricourt)
Méricourt era imprudente, por apasionada y cometió el error de enfrentar al poderoso Robespierre, en medio de la lucha de facciones que estuvo a punto de desembocar en una guerra civil. Creó una legión de amazonas (mujeres armadas) con la que pretendía invadir los Países Bajos para liberarlos de la monarquía. Tanto activismo no anunciaba premios ni reconocimientos para ella. Había que silenciarla pronto, para que su ejemplo no cundiera entre las mujeres. Méricourt fue castigada por una banda de seguidoras de Robespierre, que le quitaron la ropa interior y la azotaron en plena calle.
Ciudadanas: demostremos a los hombres que no somos inferiores a ellos en valentía y bravura; demostremos a toda Europa que las mujeres francesas conocen y está a la altura de las ideas de su siglo, despreciando los prejuicios absurdos y antinaturales. (…) Francesas (…) rompamos nuestras cadenas. Ya es hora de que las mujeres abandonen el vergonzoso estado de nulidad en que el orgullo y la injusticia de los hombres las mantienen hace tanto tiempo. Volvamos a las época en que las galas y las altivas germanas deliberaban en las asambleas públicas y combatían al lado de sus esposas para rechazar a los enemigos. (Théroigne de Méricourt)
En el otoño de 1794, cuando tenía 32 años, la declararon loca y recluyeron en el manicomio de Salpetrière, donde vivió en condiciones atroces y murió 23 años más tarde. No solo sufrió el encierro, sino la amargura de ver el desgaste de la República y la Restauración de la Monarquía contra la que había luchado. La imagen que permanece, en cambio, es la de una mujer temible, por desaforada, que se encuentra a la par de los hombres. Una monstruosidad que el poeta evoca medio siglo más tarde para causar espanto.
¿Habeis visto a Théroigne, amante de las matanzas / excitando al asalto a un pueblo descalzo / con las mejillas y los ojos de fuego, representando a su personaje / y subiendo con el sable en mano las escaleras reales? (Charles Baudelaire: Las flores del Mal)
En 1830, Eugene Delacroix representó a la Libertad bajo la forma de una mujer con el gorro frigio y los senos al descubierto, sucia por el combate en el que se encuentra empeñada, que esgrime una bandera republicana en una mano y un fusil con bayoneta en la otra. Ella alienta a una masa de todos los sectores de la sociedad para que la siga, en una revuelta contra el poder del monarca que había restringido la circulación de la prensa y suprimido las actividades del Parlamento. Es una imagen paradojal, porque si bien las mujeres participaron en todos los procesos sociales de la época, rara vez les fueron concedidas responsabilidades directivas. Podían ser aceptadas como metáforas, porque en la realidad no era demasiado probable que se las oyera. Aunque las mujeres hubieran perdido en los últimos años del siglo XVIII el miedo a hacer oír sus reclamos, de todos modos no tenían cómo hacerse valer en una sociedad que les reservaba un rol secundario, similar al de los menores de edad y los incapacitados. Esa insatisfacción acumulada, alimentó años después a las luchas de las socialistas y anarquistas. El reconocimiento de sus derechos como ciudadanas tardó muchas décadas en completarse. Elegir a las autoridades o ser elegidas ellas mismas como autoridades, son dos situaciones que no se aceptaron sin hallar enconada resistencia de parte de los hombres.

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