Anarquistas españolas en la Guerra Civil |
Considero funestos y estúpidos
todos nuestros ensueños sobre la emancipación de la mujer; le niego toda clase
de derechos e iniciativa políticos; creo que para la mujer, la libertad y el
bienestar consisten únicamente en el matrimonio, la maternidad, los trabajos
domésticos, la fidelidad al esposo, la castidad y el retiro. El trabajo de la
casa es el sueño dorado de una joven: los que (…) quieren suprimir los trabajos
de la casa deberían explicarnos mejor esta depravación del instinto del sexo.
De mi parte, cuanto más lo pienso, menos puedo concebir un destino para la
mujer que no sea el de la familia y los trabajos caseros. (Pierre-Joseph
Proudhon: Apuntes autobiográficos)
Proudhon, célebre anarquista de mediados del siglo XIX, no se
avergonzaba de plantear ideas tan tradicionales y discriminadoras como esas,
que no atendían los reclamos de un amplio sector relegado de la sociedad.
Tampoco los líderes de la Revolución
Francesa, en los años finales del siglo XVIII habían sido más
sensibles al tema, como demuestra el rol subordinado en que se mantuvo a las
mujeres después de derrocada la monarquía y la pronta marginación de la escena
pública de figuras como Olympe de Gouges, Claire Lacombe o Théroigne de
Méricourt. Puesto que los hombres consideran inútil tomar en cuenta las
reivindicaciones femeninas, ellas mismas tendrían que hacerlo. Esa fue la
lección que tardó en imponerse.
La Voix
des femmes, periódico anarquista, comenzó a publicarse en Francia en 1838.
Petrona Rosende de Sierra había publicado algunos años antes en Buenos Aires, La aljaba. Rosa Guerra publicó La camelia en 1852 y Juana Manso de
Noronha Álbum de señoritas. La
Alborada del Plata,
otro periódico dedicado a las mujeres, dirigido por Manuela Gorriti, planteaba
alrededor de 1880 la necesidad de reducir a ocho horas la jornada de trabajo y
defendía causas tan opuestas a las ideas dominantes como el amor libre.
Ni Dios, ni patrón, ni
marido era el nombre nada conciliador del periódico de cuatro páginas
publicado por Virgina Bolten en Buenos Aires y Montevideo, durante los últimos
años del siglo XIX. Las agrupaciones anarquistas femeninas se instalaron por
entonces en todos los países donde las grandes industrias incorporaban a la
mujer como fuerza de trabajo tan capacitada como la masculina, pero siempre peor
pagada. Las anarquistas ganaron notoriedad, pronunciaban conferencias, fundaban
sindicatos y periódicos de circulación restringida, mientras eran vilipendiadas
por los medios.
Belén de Sárraga |
Belén de Sárraga, médica y famosa anarquista española, se radicó
en Montevideo y recorrió buena parte de Latinoamérica. Visitó las ciudades del
norte de Chile, donde prosperaba la industria del salitre. Allí se fundaron
centros femeninos que llevaban su nombre. Años más tarde, se encontraba en
México, cuando estalló la revolución en España que condujo al establecimiento
de la república. Sárarraga se había definido como una personalidad tan
atractiva, que brindaba conferencias en los teatros y convocaba a una audiencia
seducida por sus ideas renovadoras, en las que se mezclaban el anticlericalismo,
la defensa de los derechos cívicos de la mujer, el reconocimiento de los hijos
nacidos fuera del matrimonio y la prédica espiritista.
Era una mujer bella y una oradora tan motivadora, que los
concurrentes varones que asistieron a una de sus conferencias en Santiago de
Chile, decidieron desuncir los caballos del carruaje que debía conducirla del
teatro al hotel donde se alojaba, tal como se había hecho en otras ocasiones,
después de una presentación de la actriz Sara Bernhardt.
Vengo yo aquí a predicar la
verdad, a emancipar a los que están subyugados. Arranquemos a la mujer, al obrero
y al estudiante de esas influencias [las de la Iglesia Católica] y habremos
alcanzado el ideal del libre pensamiento. (Belén de Sárraga: entrevistada en El
Mercurio)
El entusiasmo de las precursoras anarquistas las llevaba a
predecir un cambio radical de la sociedad, que podía darse muy pronto, si las
mujeres tomaban conciencia de la situación que sufrían y se sumaban masivamente
a su causa. En El Ácrata, un
periódico chileno de 1901, una fervorosa poetisa anarquista escribía:
Arenga de Federica Montseny |
¡Oh, burguesía! Piensa en el
futuro / de la presente sociedad humana, / raciocina con calma y de seguro /
verás temblar tu criminal espada! / ¿Existe acaso algún poder oculto / para que
siempre esclava la mujer / acepte el sucio y miserable insulto / del potentado
o místico burgués?
Las anarquistas no confiaban demasiado en sus congéneres sufragistas,
que reclamaban el derecho al voto para la mujer. Esa fue una conquista que al
avanzar el siglo XX se fue convirtiendo en realidad en todos los países. Las
injusticias de la sociedad no concluían en las urnas, afirmaban las anarquistas.
Después de cientos de años de
profundo sueño, comienzan las mujeres a tornar a la vida que es lucha y
movimiento. (Editorial de Verba Roja)
El texto proviene de un periódico feminista chileno
publicado en 1922. La imagen de la mujer oprimida en varios niveles, sin
derecho a voto, discriminada en el trabajo y el hogar, surge de otra más
antigua y optimista, que todas las niñas conocen, la figura de una Bella
Durmiente que espera al Príncipe Azul que le permitirá quebrar el hechizo y alcanzar
la felicidad.
De acuerdo a Isolina Bohórquez, las madres debían extirpar
del cerebro de sus hijos el fanatismo de la patria y la raza que se aprenden en
la escuela pública, para dar sitio al amor por los trabajadores y afianzar el
odio hacia las clases gobernantes y los explotadores del proletariado.
Aunque en Europa y América rechazaban a las iglesias cristianas,
entendiéndolas como instituciones donde se adormecía y finalmente se discriminaba
a la mujer, algunas feministas adoptaron el lema cristiano de amarse los unos a
los otros. Ellas se consideraban destinadas a establecer la fraternidad entre
los pueblos que los hombres habían fracasado repetidamente desde que se tiene
memoria. Según las feministas de comienzos del siglo XX, si había tantos
hombres destacados en la ciencia, el arte, la política y los negocios, era
porque los habían ocupado a expensas de mujeres no menos capacitadas que ellos.
Al comenzar el siglo XX, más del 70% de las mujeres
españolas eran analfabetas (mientras que algo más de la mitad de los hombres
estaba en la misma situación). La situación fue mejorando en las dos décadas
que siguieron, pero las mujeres continuaron en desventaja respecto de la
escolaridad de los hombres. La lucha de las anarquistas por la educación recuerdan
las palabras de Condorcet:
Cuando se educa a un niño, se
prepara a un hombre educado; cuando se educa a una niña, se afianza también la
educación de una familia. (Condorcet)
Parte de las demandas de las anarquistas quedaron de algún
modo satisfechas durante el siglo XX por la democracia burguesa que ellas
pretendían destruir. El trabajo de difusión de las nuevas ideas había sido
lento, pero no infructífero. Después de obtener el voto, el siguiente paso para
las activistas femeninas fue que las consideraran elegibles para ocupar los
cargos públicos.
No tardaron en ingresar a las universidades. Podían
titularse, pero no siempre ejercían. Con el tiempo, estuvieron representadas en
todas las profesiones imaginables (incluyendo las Fuerzas Armadas, pero de
todos modos excluyendo al sacerdocio católico). Lograron que se eliminaran las
diferencias entre hijos nacidos dentro del matrimonio o fuera de él, que se les
otorgara un fuero maternal, que estén autorizadas a perseguir legalmente a los
hombres que no se responsabilicen de la crianza de los hijos que engendraron…
aunque se continúe pagándoles a veces la mitad del salario por las mismas
tareas que los hombres realizan.
Emma Goldman |
Todas aquellas que alcancen la
deseada igualdad, generalmente lo hacen a expensas de su bienestar físico y
psíquico. Para la gran masa de mujeres trabajadoras, ¿cuánta independencia se
gana, si la estrechez y falta de libertad del hogar es reemplazada por la
estrechez y falta de libertad de la fábrica, las tiendas o la oficina? Más aún,
después de un duro día de trabajo, está la carga de ocuparse de un “hogar,
dulce hogar” frío, atemorizador, desordenado, poco acogedor. ¡Gloriosa
independencia! No es sorprendente los cientos de jóvenes dispuestas a aceptar
la primera oferta de matrimonio, hartas y cansadas de su “independencia” detrás
de un mostrador, una máquina de coser o de escribir”. (Emma Goldman)
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