Si la mujer pudo vencer al hombre estando en el Paraíso, no debe causarnos admiración que seduzca a los que no están en el Paraíso. (…) Jamás os detengáis con una mujer sola y sin testigos. (San Jerónimo)
Pareja del Medioevo
Huir del riesgo de quedar encadenado a una mujer, es la
advertencia de un hombre respaldado por la Iglesia (que no está solo en sus convicciones:
una multitud de hombres respetados plantea lo mismo sin avergonzarse ni
encontrar voces que los contradigan). Lamentablemente, no es posible prescindir
de la mujer, cuando se trata de reproducir la especie. Aunque solo sea por eso,
ella adquiere cierto valor en la visión medieval del mundo. Al mismo tiempo,
esa mujer carece de independencia (no para vivir sola, sino para expresar sus necesidades
y establecer sus derechos. Ella existe porque el hombre la necesita. Por lo
tanto, depende de él y cifra su mayor logro en la ilusión de fundirse con él.
Son verdaderamente dos en una sola
carne y donde la carne es única, único es el espíritu. Juntos rezan, juntos se
arrodillan, juntos practican el ayuno. Uno enseña al otro, uno honra al otro,
uno sostiene al otro. (Tertuliano)
El hombre es la cabeza de la
mujer, del mismo modo que Cristo es la cabeza del hombre. (Tomás de Aquino).
Hay religiones orientales que toleran o promueven el
disfrute de la sexualidad humana, pero las monoteístas no se cuentan entre
ellas. Para la tradición del cristianismo, resulta legítimo el emparejamiento
humano, siempre y cuando se efectúe con fines reproductivos y en el interior de
un matrimonio celebrado ante la
Iglesia; que garantiza el cumplimiento de un contrato de
asistencia y compañía, hasta que la muerte separe a los contrayentes. Gracias a
un acuerdo solemne, que pone a Dios como testigo, el hombre se compromete a mantener
y guiar a quien acepta como su esposa, mientras la mujer accede a que ese único
hombre utilice su cuerpo como instrumento para aplacar la concupiscencia, vale
decir, para evitar males mayores, tales como el adulterio efectivo o el
abandono a pensamientos aún más pecaminosos.
La delectación de las mujeres dura más tiempo que en los varones,
empero no es de tanta vehemencia y encendimiento, al contrario en los varones,
pues el apetito se les acaba presto, y dura menos que en las mujeres, empero
que en el tiempo que son tentados, tienen mayor furia y encendimiento, pero que
sea lo uno, que sea lo otro, no deben los varones porfiar en satisfacer y
vencer los apetitos de las tales mujeres, si no quieren incurrir en diversas
enfermedades. (Francisco Núñez de Coria: Tratado del uso de las mujeres, 1572)
Pareja del Medioevo |
Martín Lutero, tan crítico de todo aquello que consideraba
las desviaciones doctrinarias del catolicismo, solo aconsejó discreción al landgrave
Felipe de Hesse, uno de sus más fervientes partidarios, que tenía dos esposas.
Si la mujer legítima se resiste,
venga la criada (…) y si ésta tampoco quiere, procúrate una Ester, y manda a
pasea a la Vasti,
como hizo el rey Asuero. (Lutero: Vida Conyugal)
De acuerdo al Atlas Etnográfico (1981) del antropólogo
George Peter Murdock, que analiza a 1170 sociedades humanas, en el 72% de ellas
se practica la poligamia. La idea de que el matrimonio ofrezca el territorio más
adecuado para que se manifiesten las pasiones humanas,
resultaba ajena al cristianismo. No hay nada parecido al Kama Sutra hindú en el
mundo cristiano, pero tampoco lo hay en el judaísmo o el islamismo. Cuando surgieron tendencias que proclamaban lo
contrario (fue el caso de los albigenses y cátaros del Medioevo francés), no
tardaron en ser perseguidos y reprimidos con la muerte. Para la secta de los
bogomilos, refugiada en los Balcanes entre los siglos XI y XV, el celibato era
el estado ideal para quienes pretendía ser considerados puros, porque el mundo
no pasaba de ser una invención del Demonio. Ellos rechazaban en su dieta
cualquier alimento que fuera producto del coito (los huevos y lla carne de los
animales).
El matrimonio cristiano debía ser un ámbito que permitiera
la contención del deseo sexual de los seres humanos y concentrarse en el
diálogo con Dios. La aceptación de la sexualidad en el interior del matrimonio
quedaba restringida por fechas llamadas “de guardar”, como la Cuaresma, el Adviento y
otras. Al sumar ese calendario a las prohibiciones de los días en que la mujer
menstrua y no se considera disponible para el coito (una norma sanitaria que se
remonta a las leyes de Moisés y son acatadas también por judíos y musulmanes),
las posibilidades de que una pareja cristiana disfrutara su sexualidad en el
siglo VIII de nuestra era, no llegaban a las 100 jornadas por año, cifra que
luego se aumentó a 125, en el curso del siglo XVII.
Mujeres músicas |
El amor carnal, alimentado por la lujuria y caracterizado por el
exceso, es asimilable al adulterio y produce los mismos efectos que éste:
lascivia, celos, locura. (Gilbert de Tournai)
En comunidades campesinas del Caribe se cuenta la historia
ejemplarizante de una pareja que se atrevió a mantener relaciones sexuales nada
menos que durante un Viernes Santo, fecha en que el calendario cristiano
prescribe la abstinencia, con la terrible consecuencia de no poder despegar sus
cuerpos a continuación. La imagen puede resultar grotesca, incluso cómica, pero
no se aparta mucho de la descripta por los santos Pablo y Pedro al describir el
Juicio Final, cuando los muertos se levantarán de sus tumbas, unidos a todos
aquellos con quienes se relacionaron sexualmente.
¿Cómo podría autorizarse que las parejas gozaran en la cama,
si tampoco les estaba permitido hacerlo en la mesa o el baño? La mortificación
sistemática de los apetitos del cuerpo se encontraba prescripta por un calendario
que tal vez no mencionara específicamente asuntos tan difíciles de encarar como
la higiene o la conducta sexual, pero planteaba un sistema notoriamente
preocupado por la salvación del alma.
Para san Pablo (Corintios 1, VII, 2-4), al casarse una mujer,
dejaba de ser la dueña de su cuerpo, porque se lo había entregado a su marido,
y viceversa (aunque cuesta imaginar que la simetría fuera tan exacta, porque la
sociedad medieval no le otorgaba a las mujeres las mismas oportunidades que a
los hombres). La doble renuncia al cuerpo que propone san Pablo, indicaría
menos el sometimiento de por lo menos uno de los miembros de la pareja al otro
(como se da en las prácticas sadomasoquistas), que en la entrega de ambos a la
voluntad de Dios, manifestada por la palabra de la Iglesia.
Nuestras Sagradas Escrituras no
nos dicen que hay necesidad alguna de que marido y mujer se atraigan tan fuertemente.
Esa es muestra, más bien, de amores lascivos y desvergonzados; dado que al
inundar sus corazones con deseos lúbricos, continuamente los desean y ellos se
abandonan y no profesan a Dios el amor que le deben. He visto a mujeres que
amaban de tal modo a sus maridos, y sus maridos a ellas, con un amor tan
ardiente, que unas y otros olvidaban de servir a Dios, pues del tiempo que se
le debe a Dios, solo le dedicaban aquel que les dejaba libre sus lascivos
arrumacos. (Pierre de Bourdeilles: Las Damas Galantes)
Donal Crumb; Ilustraciones de La Biblia |
No conviene imaginar al Medioevo como una
época de fanáticos religiosos que hubieran preferido la muerte, antes que
incurrir en el pecado. Durante el siglo XIV, Pierre de La Palu menciona el
procedimiento del coitus interruptus (penetración vaginal de la mujer
por el hombre, que se retira antes de la eyaculación). Se trata de una práctica
anticonceptiva que aparece estigmatizada en la Biblia, no por ineficaz, como
se juzga hoy, sino por transgredir la Ley. Obligado a casarse con la viuda de
su hermano mayor, Onán recurría a ese procedimiento para evitar una
descendencia que no tendría derecho a heredar nada de su patrimonio. Mediante
la estratagema lograba sus fines, pero también desafiaba la voluntad de Dios,
expresada en reglamentos milenarios, y por eso se volvía merecedor de un
castigo ejemplar. El procedimiento que hoy se considera
ineficaz (¿cuántos son los hombres que atinan
a controlarse, precisamente en momentos de descontrol?) debió haberse
difundido bastante hacia el final del Medioevo, porque las tasas de natalidad
descendieron en forma evidente. La otra opción era el aborto, un tema del que
rara vez se habla, y casi siempre para denostar a las mujeres que lo
ejecutaban, no para preocuparse de las motivaciones o las consecuencias en
aquellas que lo experimentaban.
Mujer del Medioevo
Tomás Sánchez en el siglo XVI, alentó a las
mujeres a tener tantos hijos como resultaran de su convivencia con el marido y
se aceptó que la sexualidad en el matrimonio pudiera incluir al placer como uno
de sus principales estímulos.
En el caso de la mujer, se suponía que algo
tan ajeno a las preocupaciones masculinas como el haber disfrutado durante el
coito, podía tener ventajas adicionales para los hijos que se concibieran, tal
como la belleza e inteligencia, pero en ningún caso era una obligación del
marido preocuparse de que ella conociera tales sensaciones. ¡Todo lo contrario!
Una mujer conocedora de las posibilidades más agradables de su cuerpo, en lugar
de resignarse al (mal)trato que le tocara en suerte, se convertía en una demandante
incómoda y un peligro constante para quien la sociedad le había atribuido el
derecho y la obligación de controlarla.
Si Dios, quando formó el ome entendiera / que era mala cosa la
mujer, non la diera / al ome por compañera, nin d’él non la fesiera / si para
bien non fuera, tan noble non saliera. (Arcipreste de Hita: Libro del Buen
Amor)
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