viernes, 14 de noviembre de 2014

RECLAMOS: UN ESPACIO PROPIO DE LAS MUJERES


Marie Dentière
Marie Dentière, esposa de un Teólogo protestante, durante la Reforma de comienzos del siglo XVI, se definía como una ferviente partidaria de la renovación del cristianismo y no podía evitar la crítica al mismo movimiento religioso en el que participaba, porque no había hallado en él más oportunidades para expresar sus pensamientos, que las habituales en el seno de la Iglesia Católica. Las quejas que se atrevió a publicar constituían un abierto desafío a las estructuras del Poder, que prometía costarle caro.

Pareciera que la alianza que [las mujeres nos] colocamos en nuestra mano el día del matrimonio, fuera como el anillo del rey Giges, que tenía la propiedad de hacerlo invisible, pero en nuestro caso, no para protegernos de nuestros enemigos, sino para arrebatarnos el derecho al tiempo y al espacio, para impedirnos el acceso a la plaza pública. (Marie Dentière)

A pesar de la rebelión contra la autoridad del Papa romano, Calvino había prohibido en su culto la prédica de las mujeres, tal como la Iglesia Católica había hecho durante siglos. La sociedad patriarcal concedía un limitado espacio al desempeño de las mujeres, con tal que lo dedicaran al servicio de la familia, comenzando por la obediencia al esposo, desatendiendo sus propios intereses. Ellas podían ser vistas como reinas de la cocina y el dormitorio, pero en ningún caso sus dueñas, puesto que debían compartir esos territorios con otras personas (los hombres de la familia) a quienes les correspondía seguir.

El lugar de la mujer es la casa. (Pierre-Joseph Proudhon: ¿Qué es la propiedad?)
Mujeres revolucionarias

Quien declara esto es un destacado ideólogo del cambio social del siglo XIX. Él se negaba a aceptar cualquier posibilidad de que las mujeres fueran incluidas entre los beneficiados por el nuevo régimen de derechos y obligaciones propuesto por la Revolución Francesa. Si las ciudadanas continuaban marginadas ¿de quiénes debían esperarse las decisiones que terminaran con esa situación?

Para una mujer (…) tener una habitación propia, no digamos una habitación tranquila y a prueba de sonido, era algo impensable aún a principios del siglo XIX, a menos que los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos (…). Sus capital, que dependía de la buena voluntad de su padre, solo le alcanzaba para vestir; ella estaba desprovista de pequeñas posesiones al alcance hasta de hombres pobres, como Keats, Tennyson o Carlyle. (Virginia Woolf: Una habitación propia)

Virginia Woolf
El reclamo de un espacio gobernado por las mujeres, imagen de su independencia en todos los aspectos de la vida, reaparece en distintos momentos de la Historia, en forma declarada o encubierta, sin quedar satisfecho nunca. La escritora Virginia Woolf tituló uno de sus ensayos Una habitación propia. Ese era el reclamo de una intelectual de comienzos del siglo XX, que pertenecía al grupo Bloomsbury, una reunión de pensadores de vanguardia, provenientes de la clase alta inglesa, que exploraban todas las ideas renovadoras que circulaban en la época, desde las políticas y estéticas, hasta las sexuales.
En ese ambiente que podía suponerse liberado de convenciones, Woolf planteaba la necesidad de establecer un espacio propio de las mujeres, que les permitiera descubrir sus intereses y desarrollar sus proyectos. Si ellas pesaban tan poco en la Historia de la Humanidad, era porque no habían llegado a disfrutar las condiciones materiales que posibilitaron el rol asumido por los hombres.
Nora Helmer, protagonista de la pieza teatral Casa de Muñecas de Henryk Ibsen, estrenada cuarenta años antes, era todavía más radical: no había ninguna posibilidad de desarrollo independiente para la mujer, mientras continuara atada a la institución del matrimonio.
Jenny Westphalen y Karl Marx
Casi por la misma época, Karl Marx le planteaba por escrito a su esposa la urgente necesidad de acordar un distanciamiento que debía servirles para reconsiderar su relación (y al menos en el caso de él, para facilitar su relación con otra mujer).

La separación temporal es útil, ya que la comunicación constante origina la apariencia de monotonía que lima la diferencia entre las cosas. Hasta las torres de cerca no parecen tan altas, mientras las minucias de la vida diaria, al tropezar con ellas crecen desmesuradamente. Lo mismo sucede con las pasiones: los hábitos consuetudinarios que como resultado de la proximidad se apoderan del hombre por entero y toman forma de pasión, dejan de existir tan pronto desaparece del campo visual su objeto directo. Las pasiones profundas (…) recuperan su vigor bajo el mágico influjo de la ausencia. (Karl Marx: carta a su esposa Jenny von Westphalen)

No cuesta demasiado entender que los seres humanos se atraen y necesitan acercarse, tocarse, establecer una intimidad en la que los espacios de cada uno se confunden, porque las fronteras desaparecen, pero la idea de compartir durante la mayor parte del tiempo el poco o mucho espacio que se dispone con otra persona, no siempre ha sido vista como la forma ideal de convivir.
Para algunos, levantar las barreras y renunciar al espacio propio, es una decisión atemorizante, que amenaza con trastornar sus hábitos más arraigados y los obliga a retroceder, postergando cualquier compromiso a largo plazo, como el matrimonio. ¿Será posible amoldarse a la rutina de convivir con alguien que hasta entonces se conocía de lejos o basándose en breves encuentros, que disimulaban pequeñas o grandes incompatibilidades? ¿Terminará arrepintiéndose del proyecto de compartir el espacio?
Hay parejas encantadoras o seductoras, que sin embargo roncan, que huelen mal cuando los perfumes y desodorantes se disipan, que hablan más de lo necesario, que están siempre vigilando a la otra persona. Hay novios atentos al mínimo capricho de sus novias, que se revelan como celosos patológicos, una vez que la vida en común se establece. ¿Aceptará cada miembro de la pareja las (buenas y malas) costumbres que el otro aporta a la relación, que no suelen ser confesadas durante la etapa de acercamiento, que a veces ni siquiera se han revelado y no siempre están dispuestos a sacrificar?
Mujeres griegas en el gineceo
Para los griegos de la Antigüedad, establecer una prudente distancia entre los géneros era la única alternativa que se dejaba para la mujer digna de respeto y el hombre responsable ante sus iguales. Según los espartanos que vivían preparándose para la guerra, la vecindad del enamoramiento heterosexual, el matrimonio y la vida familiar, planteaban riesgos indeseables para los intereses del Estado. Que los encuentros sexuales entre marido y mujer debieran hacerse sin luces, indica no la obligación de preservar el pudor, como la imposición de mantener lo más impersonal que fuera posible una relación que no debía complicarse con el afecto. Hasta la simple idea de comer en familia era interpretada como un resquebrajamiento de la disciplina militar.En la democrática Atenas, el lugar asignado a la mujer no era más amplio. 
La esposa ocupaba un espacio propio, el Gineceo, ubicado lejos de la calle, en la parte más oculta de la casa, compartido con sirvientas y niños pequeños. El hombre la visitaba cada vez que deseaba, para mantener relaciones sexuales destinadas a la procreación. Una vez satisfecho, se apartaba a su propio espacio, que incluía las calles y plazas, compartidas con otros hombres.
Los encuentros más estimulantes entre hombres y mujeres ocurrían durante las orgías, banquetes que combinaban la discusión intelectual del alto vuelo, el sexo, la comida y el consumo de vino. Allí, las mujeres invitadas eran atractivas y bien educadas hetairas (prostitutas) con quienes los hombres discurrían de igual a igual, acerca de política y filosofía. Estaban maquilladas, lucían largas cabelleras y escotes, habían leído libros y estaban informadas sobre la actualidad, a diferencias de las esposas. Cualquier desborde estaba permitido en ese espacio controlado por los hombres, similares a los clubes Playboy del siglo XX, con la diferencia de la cultura involucrada.
Los espartanos desconfiaban tanto de las relaciones heterosexuales, que ponían límites legales odiosos como la obligación efectuar los contactos en la más completa oscuridad, sin otro objeto que generar ciudadanos útiles para el Estado. Hasta la simple idea de comer en familia era interpretada como un resquebrajamiento de la disciplina militar.
Mujeres chinas del Medioevo
La idea de recluir a las mujeres para facilitar su control, reaparece en diversas culturas. En un palacio construido en China alrededor del siglo XIV, se asignaban distintas áreas a las distintas categorías de miembros de la familia. Las habitaciones del señor de la casa estaban en la parte delantera, mientras que a las mujeres se les reservaba otros espacios, en el centro de la casa. La esposa legal y sus hijos vivían en una casa que miraba al este, mientras que las concubinas y sus hijos habitaban casas que miraban al oeste. Cada familia tenía sus habitaciones propias, sus muebles y un patio que les permitía vivir sin contactarse con la familia de al lado, a pesar de estar todos relacionados con el señor de la casa. Al dividirlas, el hombre confirmaba su rol decisivo y simultáneamente el rol accesorio de las mujeres.
Pies de mujer china
En ocasiones, juzgan, están demasiado próximos de la pareja, a quien ven dormir o despertar, libre de los artificios de la seducción diurna, y donde están sin mayores defensas cuando se desencadena una agresión. Dormir con la pareja, aplaca los temores nocturnos a la soledad, suministra un interlocutor permanente, que fuerza a un diálogo continuado, capaz de agotar todos los temas imaginables y destruir gran parte del encanto de cualquier relación. Muchas parejas naufragan en el territorio de la cama compartida, mientras que otras solo se mantienen vigentes gracias a esa vecindad donde se acompañan, consuelan o establecen treguas en el final de cada jornada.

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