viernes, 14 de noviembre de 2014

MUJERES ENCLAUSTRADAS



Estoy como una mosca atrapada en una telaraña. (Rosie: carta escrita a Marius Feneck, vecino que no le respondió, durante su encierro en Londres)

Rescate de Rapunzel por el Príncipe
En Rapunzel, el cuento popular recopilado a comienzos del siglo XIX por los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, una heroína de largas trenzas vive en lo alto de una torre inaccesible, donde la encerraron para evitar que entre en contacto con  ningún hombre. Quien la mantiene allí, desde los doce años, es una mujer madura, la Dama Gothel, una hechicera. Eso no impide que la joven cante para sentirse acompañada y suelte sus cabellos dorados, llamando la atención del Príncipe heredero que pasa por ese lugar apartado. Rapunzel lo seduce involuntariamente, porque ese parece ser su Destino o si se prefieren términos más modernos, la irresistible pulsión de sus hormonas.  
La mujer impedida de formar una pareja por decisiones de quienes ejercen la autoridad, de acuerdo a criterios que ni siquiera entiende, halla la forma de burlar la prohibición. En los cuentos de hadas el encierro femenino suele ser físico, no mental. A diferencia de las heroínas del siglo XIX de Jane Austin, que se encuentran presas de las convenciones sociales, Rapunzel, Blanca Nieves o la Bella Durmiente aceptan la primera oportunidad que se les brinda para escapar con el primer hombre que tienen delante de los ojos. En el caso de Rapunzel, que la torre carezca de puerta no es mayor obstáculo para entrar en contacto con su posible pareja. Ella le permite utilizar sus largos cabellos para escalar la torre y seducirla.

En el primer momento, Rapunzel se asustó mucho, al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían visto ninguno. Pero el Príncipe le dirigió la palabra con gran afabilidad y le explicó que su canto le había impresionado de tal manera su corazón, que ya no había gozado de un momento de paz hasta hallar la manera de subir a verla. Al escucharlo, perdió Rapunzel el miedo, y cuando él le preguntó si lo quería como esposo, viendo la muchacha que era joven y apuesto, pensó: “Me querrá más que la vieja” [la Hechicera] y le respondió, poniendo la mano en la suya: “Sí, mucho deseo irme contigo”, (Jakpv y Wilhelm Grimm: Rapunzel)

De acuerdo a estas historias destinadas a la infancia, que siempre resultan aleccionadoras, dignas de ser tomadas como modelos de comportamiento, la vida en pareja no tiene comparación posible con el tedio de la soledad. Desde el punto de vista masculino, la fantasía de salvar a una mujer tiene varios aspectos destacados. Primero, establece el rol providencial del hombre, cuya intervención termina con una situación injusta que la mujer sola es incapaz de resolver.
Segundo y consecuencia de lo anterior, ella debe quedar eternamente agradecida por el servicio que le han prestado; o lo que es igual, debe considerarse sometida al hombre a partir de ese momento. Por eso la liberación de Rapunzel de su torre, entraña un segundo y definitivo encierro, esta vez en el interior de la institución del matrimonio vigilada por el Estado y la Iglesia.
Dama de Shalott
Elena, la dama de la isla de Shalott que aparece en el poema de Alfred Tennyson, es un hada de los tiempos del Rey Arturo. Vive encerrada en una torre, cantando y tejiendo día y noche un tapiz inacabable, como el de Penélope, sin la esperanza de que un hombre (su pareja soñada) la rescate de la reclusión algún día. Ni siquiera conoce el motivo de la maldición que le impide mirar directamente el mundo real, por lo que se conforma con ver las imágenes que refleja (y también distorsiona) un espejo puesto frente a la ventana. Fuera de la torre, en la orilla opuesta, se encuentra el castillo de Camelot, del cual entran y salen los caballeros, que cabalgan ágiles y agitan pendones que atraen la mirada. El joven Lancelot, el más atractivo por la pureza de su vida, se encuentra entre ellos.

A un tiro de flecha de su alero / cabalgaba él en medio de las mieses; / venía el sol brillando entre las hojas, / llameando en las broncíneas grebas / del audaz y valiente Lancelot. / Un cruzado por siempre de rodillas / ante una dama fulgía en su escudo / por los remotos campos amarillos / cercanos a Shalott. (Tennyson: La Dama de Shalott)

Elena se enamora de él y decide rebelarse contra la maldición. Se dice que está harta de vivir entre sombras. Mira directamente el paso del caballero y el espejo se quiebra. Elena abandona la protección de la torre, aborda un bote y se deja llevar por la corriente del río, rumbo a Camelot, donde espera reunirse con su amado. Cuando Lancelot la descubre, de regreso de una de sus misiones, ella está muerta.
La historia de la dama de Shalott instruye a las mujeres sobre los riesgos de poner fin a la reclusión que sufren por decisión propia.  Dentro de su encierro, ellas permanecen libres del escarnio del tiempo. No cambian. Están solas y sin duda estériles, pero (si ello sirve de consuelo) son eternamente jóvenes. Al entrar en contacto con el mundo real y alternar con la diversidad de hombres que lo habitan, quedan expuestas a los riesgos que afronta cualquier mujer, una circunstancia que significa decepción, envejecimiento y muerte. La moraleja implícita es que conviene conformarse con la vida en la torre, cualesquiera sean sus límites, porque el mundo exterior se revela todavía más temible.
En una época definida por la universalidad de los derechos humanos, abundan los enclaustramientos de mujeres, destinados a facilitar la sumisión a un hombre que de otro modo no estaría en condiciones de reclamar la obediencia de ellas.
Natascha Kampush después de su liberación
En 1996, la joven Natascha Kampusch escapó del encierro en que la había mantenido Wolfgang Prikopil, su raptor durante ocho años, tiempo en que la fotografió y grabó en video, para vender el material en el mercado de pornografía sadomasoquista de Viena. La progresiva desubicación de la adolescente ha sido descrita por ella.

Es una sensación muy extraña que todo funcione sin ti y que no haya nadie para rescatarte. El secuestrador me decía que yo no le importaba a nadie, y que ya era una persona muerta. (Natascha Kampusch)

En 2008, fue descubierto en Austria otro hombre que había encerrado a su hija, durante más de veinte años, en un refugio subterráneo, lugar donde ella fue abusada sexualmente y llegó a parir seis hijos. Aproximadamente por la misma época, en la India, descubrieron a una mujer de treinta años que había pasado ocho años encerrada en una cabaña por sus padres.
En septiembre de 2009, en Estambul, aparecieron nueve mujeres que habían aceptado participar en una presunta versión femenina del reality show Gran Hermano que duró varios meses, durante los cuales sus imágenes fueron registradas y difundidas por Internet.
Noticias similares provienen de los más opuestos rincones del planeta. En la actualidad, cuando ni las monjas suelen permanecer encerradas en sus conventos, los hombres intentan controlar a sus parejas mediante formas variadas de privación de libertad.
En Carmen de Areco, Argentina, descubrieron a cinco mujeres jóvenes encerradas en cubículos del sótano de un cabaret donde las obligaban a prostituirse. Esta es una modalidad frecuente en el tráfico de personas: se conduce a las mujeres lejos de su ambiente habitual, donde es menos probable que nadie las ayude, y se las encierra para soltarlas solo para que las utilice un cliente.
No conviene pensar que la restricción es ejercida por explotadores tan evidentes como los intermediarios de la prostitución. En abril de 2010, en México apareció una mujer que habría permanecido encerrada por sus padres veinte años, desde que comenzó su adolescencia, probablemente para ocultar o (lo más probable) facilitar una agresión incestuosa.
Los abusos de la modernidad suelen diferir poco de los medievales. En julio de 2010, la prensa española contó la historia de una esposa gallega que cayó de un balcón y murió cuando intentaba escapar del departamento donde su pareja la mantenía encerrada.
Mujeres musulmanas veladas
En 2013, la policía inglesa descubre a tres mujeres de distintas edades (69, 57 y 30) y distintas nacionalidades (malasia, irlandesa e inglesa) que habían sido encerradas en una casa de Londres por una pareja anciana, durante treinta años, sin que los vecinos advirtieran nada. La más joven de las prisioneras había nacido en el encierro.
Una de las fantasías masculinas más arraigadas en distintas culturas, es la de apoderar y encerrar a una mujer que se considera deseable (a muchas mujeres, si eso resulta posible, como sucede en el harén) por un tiempo indeterminado, con el objeto de exponerlas a otros hombres o para obligarlas a generar riquezas que ellos no compartirán con ellas.
Edward Hopper: Pintura
Directamente conectada con la fantasía anterior se encuentra otra no menos halagadora para el narcisismo del hombre: aquella que se refiere al rescate de una mujer que fue encerrada injustamente por otro hombre o las instituciones que las marginan. En esta fantasía, lejos de hacer ningún esfuerzo para liberarse de la restricción que sufre, la prisionera aguarda la llegada del caballero que ha decidido a liberarla del primer captor, para apoderarse de ella a continuación (solo que ahora, bajo la condición de legítima esposa).
Las dos historias confirman los roles tradicionales que se atribuyen a las relaciones entre hombres y mujeres. Ellos se encargan de las tareas más atractivas: encierran o liberan mujeres, afrontando el riesgo de competir con otros hombres que tienen los mismos objetivos, mientras ellas los dejan hacer, aunque sufran durante la espera, y no ven otra alternativa que entregarse al salvador, como lo habían hecho antes con el raptor.

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