viernes, 2 de diciembre de 2016

PAREJAS IMPOSIBLES DEL AMOR CORTÉS


Solo el amor cortés de los trovadores ha convertido en lo principal la insatisfacción misma. Creóse entonces una forma del ideal erótico que era susceptible de recoger y albergar predominantemente un contenido ético, sin renunciar por ello a todo nexo con el amor natural a la mujer. (Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media)

En algún momento de la Edad Media, durante el siglo XII, aparece en el sur de Francia la idea del amor cortés (una denominación inventada en los últimos años del siglo XIX, dado que los contemporáneos lo conocían como amor puro o amor fino). Se trataba de una exaltación de la mujer que aparece elevada a una posición de privilegio, desde donde puede evaluar el comportamiento masculino y de acuerdo a sus criterios, castigarlo o premiarlo con sus favores. Sin duda los hombres y las mujeres se sentían atraídos sexualmente desde que se tiene memoria, pero no por ello lo decían en público, ni menos aún lo escribían y cantaban. No era un tema digno de mención.
Durante el siglo XI, se difunde en Europa cristiana el culto a la Virgen María, reverenciada como el ideal de las mujeres, una figura que los hombres están autorizados amar por sus virtudes a toda prueba, pero que bajo ninguna circunstancia llegan a tocar. Sobre el modelo de este amor místico, puede suponerse, adquiere forma el amor cortesano y esto no debería sorprender a nadie. Los elementos de la liturgia cristiana solían ser utilizados para describir los avatares de la sexualidad que no pueden ser nombrados literalmente.
La mujer destinataria del amor cortés es endiosada por su enamorado. Llega a convertirse en una imagen obsesiva para ciertos hombres que no son precisamente sus parejas legales.

Según la tesis oficialmente admitida, el amor cortés nació de una reacción contra la anarquía brutal de las costumbres feudales. Se sabe que el matrimonio, en el siglo XIII, se había convertido para los señores en una pura y simple ocasión de enriquecerse y anexarse tierras dadas en dote o esperada como herencia. Cuando el negocio funcionaba mal, se repudiaba a la mujer. (Denis de Rougemont: El Amor en Occidente)

Occitania era un territorio donde convivían adversarios tales como los cristianos romanos y los cátaros que se tomaban tantas libertades con la doctrina, que en ocasiones podían terminar quemados en la hoguera. También andaban por allí los judíos ortodoxos y los musulmanes. Una vecindad de culturas que podían derivar en el contagio mutuo de temas y enfoques. Los poetas árabes fueron tal vez los primeros en otorgarle a la mujer un rol privilegiado que resultaba ajeno a la cultura cristiana.

Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino, / mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente. / Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida. ( ¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir? / Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad. / Parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache. (Ibn Hazm: El collar de la paloma)

Las mujeres quedaban solas mucho tiempo, porque  sus padres, sus hermanos y sus maridos pasaban la mayor parte del tiempo ocupados en cacerías, guerras contra sus vecinos o interminables Cruzadas, que pretendían rescatar de los otomanos la ciudad de Jerusalén y el Santo Sepulcro. ¿Acaso todas las mujeres permanecían fieles a esos hombres, que aprovechaban el espacio que habían creado para su exclusivo disfrute? Ellos podían compartir sus vidas, por un rato, sin comprometerse, con otras mujeres, extranjeras, prostitutas o prisioneras.    

Buen compañero, cantando os llamo; / no durmáis ya, que oigo al pájaro cantar / buscando el día por el monte / y tengo miedo de que el celoso os sorprenda, / ¡Pronto llegará el alba! (Giraud de Borneth)

Mientras los señores feudales andaban lejos, las esposas se convertían en el centro de la actividad económica, administrativa, intelectual y hasta militar de sus dominios. Los trovadores alababan a esas mujeres autónomas, pero no disponibles, con quienes nunca hubieran podido casarse, por pertenecer a clases sociales opuestas y por estar casadas. A pesar de tantos obstáculos de peso, en ciertos casos ellas correspondían al cortejo de los poetas (aunque de acuerdo a la leyenda, los maridos guerreros hubieran tomado la precaución de encerrarlas en cinturones de castidad, cuyas llaves se llevaban consigo y debían impedir cualquier intento de coito vaginal).
En ese ambiente controlado por mujeres educadas como Leonor de Aquitania o Marie de France, florece la cortesía, el trato civilizado, capaz de sublimar los instintos elementales, que habitualmente se imponen en las relaciones que se dan entre hombres y mujeres; un código respetado por todas las partes, que otorga un rol más activo a la mujer, cuando se trata de establecer una pareja, y le impone al hombre la obligación de seducir, en lugar de usar la fuerza.
La mujer del ámbito cortesano no es presentada como un objeto más de su patrimonio, que el hombre utiliza de acuerdo a su capricho, sino como alguien dotado de individualidad y extremadamente valioso, que cuesta obtener y puede perderse en cualquier momento, si por descuido o a sabiendas, se falta a las reglas de comportamiento acordadas. La idea nueva que domina esta relación desigual, es que el hombre se encuentra al servicio de la mujer, tal como el vasallo se pone al servicio del señor feudal.

Estar enamorado es tender hacia el cielo por medio de una mujer (Uc de Saint Cyr).

Por primera vez en la Historia, las mujeres que el cristianismo describía  reiteradamente como tentadoras y temibles puertas del infierno, como las más horrendas armas del diablo, comienzan a ser presentadas en las canciones de los trovadores, como el objeto inalcanzable (y tanto más poderoso) de un deseo masculino eternamente frustrado, que genera composiciones poética. Ellas son atractivas y al mismo tiempo virtuosas (o al menos eso es lo que se canta, para complacerlas).
En el siglo XI aparecen las Cortes del Amor donde las damas instruidas protegen a los trovadores que se les acercan para convertirlas en el objeto de sus canciones. A lo largo del siglo XII surgen por un lado la poesía amorosa escrita por mujeres, que están comenzando a educarse y descubrir la posibilidad de expresar su propia visión del mundo, que no tiene por qué coincidir con la masculina, y por el otro los Tribunales de Amor, presididos por mujeres de la nobleza, como hubo en Toulouse, Narbonne y Poitiers, que se dedicaban a juzgar las llamadas faltas contra el amor, prolijamente enumeradas por André Le Chapelain.

Huye de la avaricia como de una plaga peligrosa y practica la liberalidad.
Evita siempre la mentira.
No seas maledicente.
No divulgues los secretos de tus amantes.
No tengas varios confidentes de tu amor.
Resérvate para tu amante.
No trates a sabiendas de apartar a tu prójimo de su amiga.
No busques el amor de una mujer que de algún modo avergonzara desposar.
Estate siempre atento a los reclamos de las damas.
Trata siempre de ser digno de pertenecer a la caballería del amor.
Al entregarte a los placeres del amor, no sobrepases los deseos de tu amante.
Así des o recibas los placeres del amor, observa siempre cierto pudor. (André Le Chapelain: Preceptos de Amor)

Para seducir a las mujeres, los hombres admitidos en las Cortes deben ponerse al servicio incondicional de ellas, tal como prometen someterse a sus decisiones, ser fieles y defender su honor ante cualquier sospecha que pudiera mancillar su honor (situación capaz de acarrearles problemas tales como ser quemadas).
Los hombres de la clase alta competían en torneos atléticos o misiones difíciles, para obtener el favor de las damas, consistente en la obtención de prendas de vestuario (generalmente pañuelos que conservaban el aroma femenino) o simples miradas, promesas de un amor que no iba a concretarse. A veces, ellos pueden esperar alguna respuesta de ellas durante años y no conseguir nada más que un reproche por la insistencia, que no las compromete a entregarse.
El amor cortés es la manifestación de un deseo masculino que no espera consumarse, que utiliza la distancia respecto de la mujer, como motivación literaria o como el modelo de vida de apariencia virtuosa, pero no menos pecaminosa para las normas de la Iglesia. Georges Duby se ha preguntado si esta sublimación no es en realidad un discurso homosexual encubierto, el simulacro mediante el cual los trovadores cantan al poder del marido ausente (pero actuante, a pesar de la distancia) que se manifiesta en la imposibilidad de que la esposa abandonada se atreva a traicionarlo con otros hombres de su misma clase social, a pesar de la tentación (simbólica) representada por el artista.
El amor cortés indica la aparición de otro tipo de comunicación en el interior de las parejas, uno donde se llega a reconocer en la mujer a un interlocutor que no se encuentra sometido por completo a la voluntad del hombre.

La escasa conexión entre las bellas formas del ideal del amor cortés y la realidad del noviazgo y del matrimonio, era causa de que el elemento del juego de la conversación, del pasatiempo literario, pudiera desplegarse sin trabas en todo lo concerniente a la vida amorosa refinada. El ideal del amor, la bella ficción de lealtad y abnegación, no tenía espacio en las consideraciones materiales con que se contraía matrimonio. (Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media)

jueves, 22 de septiembre de 2016

TEMIDO AMANECER DE MUJERES MANIPULADORAS


Sacher-Masoch y Wanda
La posibilidad de encontrar una mujer dominante es una fantasía tan atractiva como alarmante para los hombres de los tiempos modernos. Desde hace casi un siglo las mujeres se cortan los cabellos muy cortos, fuman en público, visten pantalones, usan lenguaje grosero, asumen cargos directivos, en una constante demostración de que no son menos que un hombre. ¿Cómo no sentirse fascinado ante la posibilidad de una (pasajera y novedosa)  inversión de los roles habituales, sobre todo cuando un hombre se siente seguro de que nada puede cambiar en las relaciones de poder entabladas tradicionalmente por los géneros?
En tal caso, la breve transformación de la mujer que había estado sometida y aparentaba disfrutarlo, en mujer dominante, agrega pimienta, variedad, a una rutina que se ha vuelto demasiado previsible, y por lo tanto poco placentera.

Una mujer que no hace del hombre su súbdito, su esclavo, ¿qué digo? su juguete, y no le traiciona riendo, es una loca. (Leopold von Sacher-Masoch)

Ángel Zúñiga Argüelles: La mujer y el pelele
Cuesta reconocer en esta imagen amenazante, perversa, a la mujer idealizada , inerme, condenada al sacrificio, que la literatura de Oriente y Occidente había reciclado durante siglos, probablemente con el objeto de que la realidad terminara por ajustarse a su visión machista del mundo.
Un clásico de la ficción erótica francesa, La mujer y el pelele, la novela de Pierre Louys publicada en 1898, que ha sido adaptada varias veces al cine, cuenta la historia de una mujer joven y desalmada, que somete a un incauto hombre maduro… al no concederle nunca el sexo que está ofreciéndole. No lo hace para preservar su virtud, sino para someter al galán. Lejos de aburrirse de tantos intentos fallidos de asaltar el cuerpo de una mujer, cuando podría utilizar a otra, el hombre queda encadenado a ella, intentando repetidamente una posesión que habrá de frustrarse de un modo u otro.

Después de lo que había ocurrido, solo podía optar por tres soluciones: abandonarla, forzarla o matarla. Me decidí por la cuarta, que era sufrirla. (Pierre Louys: La mujer y el pelele)

De acuerdo a la tradición machista, la mujer cuenta con un arma infalible para controlar al hombre en fuerza física y privilegios sociales: el sexo con el que vino al mundo. Precisamente eso que la vuelve tan débil cuando no ha aprendido aún a defenderse, puede ser empleado para someter a su tradicional adversario, que lo necesita con  urgencia para satisfacer sus fantasías de conquistador.

Déjese usted llevar por los impulsos de su naturaleza, pero nunca a medias. Si no puede usted ser una mujer buena y honrada, sea usted un demonio. (Leopold von Sacher-Masoch)

Der Blaue Engel
Lola Lola, cantante de cabaret del filme Der Blaue Engel, seduce en 1931 a los adolescentes de un colegio secundario alemán y al maduro profesor que los maltrata y no logra controlar a los estudiantes excitados por la mujer. Ella es vulgar, exhibe sus muslos en poses provocativas, desde el escenario mira con descaro a sus admiradores. Por eso no tarda en atrapar al docente, consigue que se case con ella, que abandone la seguridad de su cátedra y se convierta en otro miembro del grupo de artistas de variedades que va de ciudad en ciudad, con su espectáculo. Ella lo arruina, lo engaña, lo humilla en público y finalmente no mueve un dedo para evitar que muera. ¿Qué pasa por su interior mientras tanto? Resulta imposible averiguarlo. Es un ser proveniente de otro mundo, indescifrable y por lo tanto mortal.
Felicien Rops: Tentación de San Antonio
Josef von Sternberg, el director del filme, confesó haberse inspirado en las pinturas de Felicien Rops, un artista francés de fines del siglo XIX, que elaboró figuras de hembras ambiguas y temibles, como Salomé, Ariadna, o prostitutas anónimas. En La tentación de San Antonio, una aparición femenina infernal (por lo voluptuosa) reemplaza al Cristo crucificado bajo el cual reza el hombre virtuoso. La relación entre los sexos ha perdido la impunidad que gozaba tradicionalmente. La mujer que el hombre hubiera utilizado para su exclusivo disfrute, se revela de pronto como un trampa destinada a perderlo. Si se acerca, lo atrapará, y nada parece menos evitable que intentar tocarla, poseerla, porque se ofrece desnuda, incitante.
Lulu, protagonista de dos piezas teatrales de Franz Wedekind, puede resultar mortal, tanto para los hombres como para las mujeres que atrae. Es de acuerdo a las evidencias una mujer libre, pero también irresponsable, una fuerza de la naturaleza que nadie puede controlar. Ella deteriora todo lo que toca, demostrando la justicia de las advertencias antifeministas más antiguas. Su modernidad le permite ampliar el rango de su poder destructivo. Inevitablemente, debe caer víctima de su propia estupidez, porque después de todo, una criatura tan lamentable debe ser castigada, para que el ejemplo de rebeldía no cunda.
Marlene Dietrich
¿Cuál era el punto de vista de la mujer que permitía a von Sternberg darle forma visual a sus fantasías? Marlene Dietrich escribía poemas, que guardaba para ella, relativos a hombres con los que alternó dentro y fuera de la producción audiovisual.

Al perderte / Me siento como un pescador se siente / Al perder la captura que él creía / Tener segura / En el anzuelo / Mientras perfora / Las branquias de su presa. (Marlene Dietrich: A Ernest Hemingway)

Las mujeres no sometidas del pasado, tenían que parecer temibles, porque de otro modo no se les hubiera reconocido tan fácilmente la posibilidad de competir (o colaborar) de igual a igual con los hombres, tanto en la política como en la vida profesional. Eso dejaba abiertas pocas alternativas a las mujeres: debían mostrarse como víctimas dispuestas al sacrificio, o en el caso opuesto como traidoras, desafiantes de los códigos morales, crueles ejecutoras de venganzas o trepadoras solapadas. Quizás no fueran imágenes demasiado amables ni variadas, pero al menos dejaban entrever la existencia de una mentalidad masculina a la defensiva.
Wonder Woman
Wonder Woman, un comic que comenzó a publicarse en 1941, apenas entrados los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, se diferencia de decenas de otros comics de la época, protagonizados por hombres jóvenes y musculosos, vestidos con ropas ajustadas. Ellos luchaban habitualmente contra adversarios masculinos no menos atractivos. En oposición, Diana Prince, la Wonder Woman es una mujer atlética, princesa de la raza de las amazonas, dotada de poderes tan contundentes como la inmortalidad, vestida con ropas reveladoras, que se defiende con sus brazaletes y un lazo capaz de borrarla mente y obligar a decir la verdad a sus enemigos. La fantasía de los lectores adolescentes podía ser estimulada por la visión de una hembra que no aceptaría ser dominada por ningún hombre. Aunque se presentaba exteriormente como otra pin up tan poco cubierta como las conejitas de Playboy, para disfrute de los jóvenes, llegó a convertirse en un ícono feminista de las jóvenes.
El hecho de que el comic hubiera sido creado por William Moulton Marston, un académico que en 1940 analizaba el poder educativo (no siempre utilizado) del medio, indica la intención de ofrecer un modelo nuevo de comportamiento femenino, capaz de influir en la mentalidad de las nuevas generaciones.

Ni siquiera las niñas quieren ser niñas tanto tiempo como nuestro modelo femenino, que carece de fuerza y poder. No queriendo ser chicas, no quieren que se las vea sensible, sumisas. (…) Las cualidades fuertes de las mujeres se han convertido en algo despreciable, debido a su debilidad. El remedio obvio era crear un personaje femenino con toda la fuerza de Superman, además de todo el encanto de una mujer. (William Moulton Marston)

A Star is Born
Mujeres fuertes, o en todo caso, mujeres conscientes de sus poderes más allá del sexo, en la relación con sus parejas masculinas, van definiéndose a lo largo del siglo XX. En una famosa película de 1937, A star is born, un consagrado actor de Hollywood, que se encuentra en decadencia por su adicción al alcohol, encuentra a una mujer joven en la que advierte grandes condiciones para convertirla en actriz. Se casan, él la ayuda en su carrera profesional, le aporta sus contactos en la industria, mientras ella intenta (y fracasa repetidamente) mantenerlo sobrio. La mujer no tarda en lograr la consagración, mientras el hombre se convence de que no hay oportunidades de encausar su propia vida y se suicida, para no estorbar la carrera en ascenso de su pareja.
Svengali
Se trata de una historia con más de un punto de contacto con la de Svengali, en parte simétrica de la fantasía victoriana. El encuentro de una pareja heterosexual deriva en la confirmación de la desgracia para uno de sus integrantes, en este caso el hombre, a la par que resulta beneficiosa para la mujer. Ella no lo devora, como hace la mantis religiosa en la naturaleza, pero tampoco puede evitar el proceso de destrucción que ha programado para sí mismo, desde mucho antes de conocerla.
De algún modo, las mujeres dominantes ofrecen a los hombres que las aceptan, imágenes paradojales de quienes fueron sus madres. Aunque seductoras, pueden ser temibles al mismo tiempo. En lugar de protestar por la separación inicial que sufre el recién nacido, expulsado de una matriz que lo había protegido, para arrojarlo al mundo real, con todos sus riesgos que no puede prever, las fantasías adultas de muchos hombres plantean imágenes de hembras poderosas, que expulsan al hombre después de haberle drenado sus energías y gran parte de su interés por la vida.
La mujer fatal es una construcción literaria que vino a justificar la institución del machismo en la realidad. Los hombres deberían agredir o controlar física e intelectualmente a las mujeres, porque han descubierto que ellas gozan de poderes insospechados, peligrosos, que a pesar de ser mantenidos en reserva, en cualquier momento ellas utilizarán contra los hombres. Al tomar la iniciativa de discriminarlas y someterlas, solo intentarían evitar el descalabro de una proliferación de mujeres conscientes de sus atributos.

La mujer, tal y como la ha creado la naturaleza y como se relaciona en el presente con el hombre, es su enemigo, y solo puede ser su esclava o su désporta, pero nunca su compañera. Solo podrá ser esto último, cuando gocen de los mismos derechos, cuando haya igualdad en la formación y en el trabajo. (Leopold Sacher-Masoch)

viernes, 9 de septiembre de 2016

MUJERES PROSTITUIDAS (II): DE LA TOLERANCIA AL ESCARNIO

Flora Tristán

Comprendo al salteador de caminos que saquea a los que pasan y entregan su cabeza a la guillotina. Comprendo al soldado que juega constantemente su vida y no recibe nada a cambio. Comprendo al marinero que expone la suya al furor de los mares. (…) Pero no podría comprender a la mujer pública abdicando de ella misma, aniquilando su voluntad, sus sensaciones, entregando su cuerpo a la brutalidad y el sufrimiento. (Flora Tristán: Paseos en Londres)

Flora Tristán, la pionera del feminismo y el socialismo internacional, describe el mundo de la prostitución inglesa en 1840, cuando decenas de miles de mujeres vendían sus cuerpos en Londres, aprovechando la bonanza económica generada por la Revolución Industrial. Una sociedad que brinda oportunidades desiguales a los ricos y pobres que la componen, a hombres y mujeres, degrada inevitablemente a los más débiles. ¿Cómo puede ser que tantas mujeres acepten ese tipo de vida, que les promete enfermedades, miseria y una muerte temprana? ¿Acaso les están reservadas otras maneras menos penosas de ganarse la vida?
Marie Duplessis (inspiradora de La Dama de las Camelias)
Marguerite Gautier, la protagonista de La Dama de las camelias de Alexander Dumas (hijo) es una de las figuras más conmovedoras de la ficción del siglo XIX y el paradigma de la prostituta redimida por el encuentro (in extremis) del amor verdadero.
A diferencia de Manon Lescaut, que se comporta como una irresponsable, que no atina a distinguir quién la ama, quién la utiliza para su exclusivo placer, Marguerite es la cortesana prudente que se ha establecido en el ámbito de la alta sociedad francesa, vendiéndose a los maduros clientes que le permiten sostener un costoso tren de vida, pese a lo cual se enamora de un hombre joven bello y sin recursos, como si fuera por primera vez. ¿Acaso esta situación  no es la fantasía recurrente de tantos clientes de prostitutas? Por algo imposible de explicar, precisamente ellos se destacarán del resto de los hombres que pasaron por el cuerpo de una mujer que los ha fascinado, y salvarán a esa perdida del justo castigo al que se ha hecho acreedora.
Marguerite conmueve a los espectadores porque reiteradamente sufre por lo que se supone que hizo, pero no llega a detallarse. En oposición al paradigma de María Magdalena, y a pesar de sus buenas intenciones, Marguerite no consigue cambiar de vida. La muerte se la lleva oportunamente, evitando que al intentar rehacer su vida, la sociedad le recuerde que no hay redención posible para alguien como ella. Si no muriera de tisis, se convertiría en la demostración escandalosa de que el pecado se lava con el arrepentimiento, como promete (pero en la práctica no siempre acepta) la doctrina cristiana.

El sacerdote ungió con los santos óleos los pies, las manos y la frente de la moribunda, recitó una breve oración y Marguerite se encontró preparada para ir al cielo, donde irá sin duda, si Dios ha visto las pruebas de su vida y la santidad de su muerte. (Alexander Dumas (h): La Dama de las camelias)

Daniel Santos
La canción popular del siglo XX extrema la oposición entre lo venerado y lo vilipendiado. Resulta imposible separar una cosa de la otra. Se adora aquello que antes o después de haber sido instalado en un sitio que se dice único, puede ser mancillado sin contemplaciones. El hombre enamorado de una prostituta, la convierte por virtud del canto en un objeto inalcanzable que por definición no es.

Virgen de medianoche / Virgen eso eres tú / para adorarte toda / rasga tu manto azul. / Señora del pecado / cuna de mi canción / vine arrodillado / junto a tu corazón. (Pedro Galindo Galarza: Virgen de Medianoche)

Marlene Dietrich
El cine de la primera mitad del siglo XX se encargó de elaborar imágenes seductoras de mujeres prostituidas, como vehículo para el lucimiento de actrices que difícilmente hubieran atraído a nadie si interpretaban otros personajes. Todos los filmes que Marlene Dietrich hizo bajo las órdenes de Josef von Sternberg, la llevan a interpretar prostitutas. Gran parte de los filmes de Greta Garbo y Rita Hayworth caen en el mismo esquema. En el cine mexicano, no hubo cantante o bailarina tropical (figuras como Ninón Sevilla, Meche Barba, María Antonieta Pons o Rosa Carmina) que no afrontara ese tipo de personajes. El tráfico carnal no aparece nunca en escena, para evitar la censura de entonces. Se lo reemplaza por la exhibición de la mujer en el mundo del espectáculo, de acuerdo a una asociación de ideas que viene desde la Antigüedad: a las actrices se las consideraba prostitutas (y con toda probabilidad lo eran, como demuestra la historia de Teodosia, posteriormente convertida en emperatriz de Bizancio y por último elevada a los altares).
Tradicionalmente se acusa a las prostitutas de corromper la moral pública, de atraer con armas pérfidas a los hombres incapaces de resistirse, de empobrecer a sus clientes al cobrarles por aproximadamente lo mismo que otras mujeres conceden de manera gratuita, como parte de sus varias obligaciones domésticas; de contagiar enfermedades que tradicionalmente no se sabía muy bien cómo tratar y destruir familias. Se las convierte en las peores enemigas de las mujeres decentes, aquellas que se encuentran sometidas a los mismos hombres, pero también al encierro del hogar, la religión y la opinión dominante.
Se estigmatiza a los hijos de las prostitutas (asignarle esa filiación a alguien, es uno de los insultos más frecuentes en una cantidad de lenguas) porque hasta no hace mucho, cuando entraron en juego los análisis de ADN, resultaba improbable descubrir quién había sido el padre de alguien nacido de una mujer sometida a esa situación.
Se las condena al infierno por sus pecados, mientras se guarda un discreto silencio sobre la responsabilidad de quienes fueron sus parejas ocasionales o sus proxenetas que lucraron con la explotación de esos cuerpos. Sor Juana Inés de la Cruz, en un célebre poema, reclamó contra esa falta de simetría que caracteriza a la moral dominante.

Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis. (Sor Juana Inés de la Cruz)

Los testimonios suministradas por las prostitutas informan que sus parejas eventuales exigen de ellas varias funciones complejas: entrenamiento sexual de los clientes inexpertos, consuelo de los tímidos, estimulación de aquellos que manifiestan problemas de cualquier tipo, escucha paciente (puede decirse que terapéutica) de los solitarios, etc.
Prostitutas de Yoshiwara
Para los japoneses, esa compañía puede asumir varias formas: por un lado se encuentra la prostituta tradicional, a quien el hombre paga por mantener relaciones sexuales, pero también puede tratarse de una geisha o acompañante de juergas masculinas, que recita cortos poemas, cuenta historias picantes, canta, baila, sirve el té o bebidas alcohólicas a sus clientes. En esa cultura, la geisha suministra compañía, un diálogo trivial pero divertido, asistencia durante la comida y la bebida, incluso cercanía física desprovista de contacto sexual. Es la esposa ideal, una que se exhibe ante los amigos pero no molesta con escenas de celos, ni hace reclamos desmedidos, ni descuida su aspecto personal en la intimidad.
En la actualidad, el turismo sexual es una de las alternativas que se ofrecen a mujeres maduras, poseedoras de buenos medios económicos y provenientes de países en los que ya no les resulta posible hallar pareja estable. Mientras los hombres del mundo desarrollado viajan al sudeste asiático en busca de compañía ocasional, las mujeres prefieren los países europeos del Mediterráneo y las islas del Caribe.

“Tú pagas y harás de mí lo que quieras”. En esta sola frase todo está dicho: la prostituta se erige en sujeto soberano para exigir el pago, y tan pronto es satisfecha esa exigencia, se abolirá como soberanía para metamorfosearse en el instrumento del pagador. Se erige, pues, en libre sujeto que va a jugar a ser esclava, Su prestación va a ser una simulación, y ella no lo oculta. El cliente, por otra parte, lo sabe. Sabe que no puede comprar unos sentimientos y una complicidad verdaderos. Le compra la simulación. Y lo que finalmente desea es que esta simulación sea más real que natural, que le haga vivir imaginariamente una relación venal, como si fuera una relación verdadera. (André Gorz: La prostitución)

Última ofensa a las prostitutas, planteada por la cultura contemporánea, ahora se las imita y reemplaza durante el ejercicio del comercio sexual que ellas acaparaban. Los travestis sustituyen a las tradicionales mujeres de la calle, con el objeto de ganarse la vida y sembrar más de una duda sobre los verdaderos intereses sexuales de sus clientes. ¿Puede considerárselos víctimas de un simulacro, una promesa engañosa, que reaccionan indignados (a veces, con violencia) cuando advierten el engaño al que fueron sometidos, y en el que detestan verse enredados? ¿O por lo contrario, buscan el contacto con alguien que sin ser mujer, exagera sus recursos femeninos de seducción y combina en su persona los atractivos de ambos sexos?
Durante los últimos años, se ha vuelto políticamente correcto hablar de las travestis, convirtiendo una imagen mental de los aludidos en un dato incontrovertible de identidad. Ser mujer ya no sería ni siquiera una construcción cultural, como planteaba hace un par de generaciones Simone de Beauvoir, sino una convicción personal, refrendada por los documentos que suministra el Estado y la comunidad debe aceptar sin otras pruebas, para evitar que se la acuse de discriminación.
Tal vez se considere que las mujeres han obtenido ya tantas reivindicaciones en el mundo profesional de hoy, que el ejercicio de la prostitución al que se encontraban destinadas esté perdiendo la combinación de encanto y disgusto que anteriormente suscitaba de la sociedad. Para el autor del poema del siglo XVI recuperado por Camilo José Cela, la variedad de denominaciones que disponía para referirse a esas mujeres tan deseadas como despreciadas, soñados alivios de su soledad, indica la importancia que ellas habían adquirido en su mundo imaginario.

De cuantas coimas tuve toledanas / de Valencia, Sevilla y otras tierras / izas, rabizas y colipoterras, / hurgamanderas y putarazanas / de cuantas siestas, noches y mañanas / me venían a buscar dando de cerras, / las Vargas, las Correas y Gaitanas, / me veo morir ahora de penuria / en esta desleal isla maldita. (Anónimo: Cancionero General de Amberes)

sábado, 3 de septiembre de 2016

MUJERES PROSTITUIDAS (I): DEL ESTIGMA A LA PIEDAD


Henri de Toulouse-Lautrec: Prostitutas


Aparta, pues, los ojos de la mujer ataviada, y no mires la hermosura que tiene, porque de la vista nace el pensamiento, del pensamiento la delectación, de la delectación el consentimiento, del consentimiento la obra, de la obra la costumbre, de la costumbre la obstinación, y así la condenación para siempre jamás. (Francisco de Castro: Reformación Cristiana, fines del siglo XVI)

Al observar culturas distantes y las épocas más opuestas, se advierte una situación que reaparece: mujeres que se venden (o que con más frecuencia son vendidas por aquellos que tienen algún poder sobre ellas) y hombres que están dispuestos a comprarlas (en ciertas ocasiones, alquilándolas por un rato, en otras convirtiéndose en su propietario legal por el resto de la vida). La imagen es perturbadora para quienes han crecido en el área de influencia de las grandes religiones monoteístas, que suelen asociar al sexo con el pecado, la mancha del historial de alguien (sobre todo, la mujer) que no puede quitarse después de adquirida o que debe expiarla (pagarla) de manera cruenta. 

En Chipre y Fenicia, en la ciudad de Babilonia como en Baalbec, cientos de años antes de nuestra era, las mujeres demostraban su devoción por la diosa de la fertilidad (Artemisa para los griegos, Astarté o Ishtar para los sumerios) prostituyéndose a los extranjeros, en las gradas del templo de la divinidad, con el objeto de donar las ganancias obtenidas al culto. No quedan testimonios que permitan averiguar cuáles eran los sentimientos de aquellos que se involucraban en el tráfico carnal. ¿Lo sufrían estas mujeres como una carga que no se correspondía con sus deseos? ¿Lo aceptaban como una obligación pasajera, similar a lo que hoy es el servicio militar en muchos países? ¿Llegaban a disfrutarlo como un aprendizaje de técnicas sexuales, del cual salían mejor preparadas para el matrimonio?
No importaba que esas mujeres fueran pobres o ricas. Todas cumplían con el ritual. Ante la ausencia de viajeros que se daba en ciertas épocas, algunas de estas fieles debían esperar años para dar cumplimiento a sus obligaciones y quedar en condiciones de casarse.
Una costumbre como ésta, fue condenada por los hebreos, sus enemigos, que habían estado sometidos a los babilónicos y no guardaban buena memoria de esa etapa de su Historia. Para los hebreos, la prostituta debía ser lapidada. Ella enlodaba la imagen del pueblo elegido. Se había expuesto al contacto con hombres de otras creencias. La mala fama que la sociedad babilónica arrastra, puede atribuirse a la decisión hebrea de diferenciarse de sus vecinos que los habían sometido durante siglos.

De los labios de la adúltera fluye miel; su lengua es más suave que el aceite. Pero al fin resulta más amarga que la hiel y más cortante que una espada de dos filos. Sus pies descienden hasta la muerte, sus pasos van derecho al sepulcro. (Proverbios 5: 3-5)

José Echenagusia: Sansón y Dalila
Seducción y perdición de la mujer aparecen estrechamente ligadas en el texto de la Biblia. Aquella que accede a los requerimientos masculinos (y a sus propios deseos) sin atenerse a las normas de contención establecidas por la comunidad, no tiene la oportunidad de redimirse después. En la prostitución femenina no parece haber otro objetivo que extraviar el buen criterio de los hombres, atraparlos con el objeto de despojarlos de su capital y alejarlos de la fe de sus mayores. Dalila no desea a Sansón; solo le permita que él acceda a su cuerpo para derrotar a un conductor del pueblo enemigo.
En el relato de Ezequiel, el comportamiento de dos hermanas hebreas que se prostituyen en Egipto, es descrito en detalle pero sin atisbos de complacencia, con asco, a manera de ejemplo que debe recordarse para no incurrir en nada parecido:

Mandaron a traer a gente de tierras lejanas, y mientras tanto se bañaron, se pintaron los ojos y se adornaron con joyas. Cuando ellos llegaron, ellas los recibieron recostadas en lujosas camas. La mesa estaba ya servida, frente a ellas, y allí pusieron el incienso y el perfume que antes me ofrecían a mí [Dios]. El griterío que se escuchaba era el de una multitud en fiesta. Era la gente que había llegado del desierto, y que estaba adornando a esas mujeres con pulseras y con bellas diademas. (…) Pero un día los hombres justos las acusarán y declararán culpables, porque son unas adúlteras y asesinas. (Ezequiel: 23: 40-45)

Para el Evangelista, la posibilidad de una redención de la mujer pública, viene a sumarse a esa visión condenatoria, aunque solo en casos excepcionales, como el de María Magdalena (o el personaje que nos ha legado la tradición, compuesto por varias mujeres bíblicas del mismo nombre) la decisión de convertirse a la nueva fe le permitiría borrar el pasado, a condición de dedicarse a la difusión del nuevo ideario que la redimía.
Banquete griego con hetairas
En Grecia, como en Roma, la prostitución era tolerada (después de todo, ¿dónde podía un hombre libre encontrar vino, música y buena conversación femenina, si no era en compañía de alguna hetaira?) pero se la mantenía a prudente distancia de la familia legalmente constituida, para que no la corrompiera con su ejemplo; también para que no enlodaran la imagen familiar de sus clientes.
José Frappa: Friné y los jueces
La cortesana Friné, modelo de pintores y escultores, cuyo cuerpo solía ser comparado con el de la diosa Afrodita, fue acusada de impiedad (un delito que acarreaba la muerte, como había comprobado Sócrates). Para defenderla, su abogado Hipérides le pidió que se desnudara ante el tribunal. Bastó ese recurso para que los jueces decidieran que no podían privar al mundo de tanta belleza, que debía provenir de los dioses.  
Para los romanos, el ejercicio de la prostitución no era un oficio exclusivo de las mujeres. Los burdeles masculinos eran tan frecuentes como aquellos atendidos por mujeres. Constantino, emperador romano que se convirtió al cristianismo, prohibió esos establecimientos durante el siglo cuarto de nuestra era, demolió los templos de la diosa de la fertilidad y ordenó que construyeran iglesias en los mismos lugares.
Durante el Medioevo europeo, se alternó la persecución de las prostitutas, a quienes se marcaba con un hierro candente para que no pudieran ocultar la condena de la sociedad, con la aceptación de que se trataba de un mal menor, dada la situación de los hombres, que no podían casarse libremente antes de cumplir los treinta años. La homosexualidad, la masturbación o el bestialismo, se consideraba, eran males todavía peores. Cada una de esas prácticas exponía a los culpables al fuego eterno del Infierno. La mujer que se prostituía era comparada con la sentina de los barcos y los desagües de los palacios: infames, pero inevitables.

Expulsad a las cortesanas y en seguida las pasiones lo confundirán todo, ya que llevan una vida impura, pero las leyes del orden les asignan un lugar, por más vil que sea. (Agustín de Hipona: Confesiones)

Prostíbulo medieval
De acuerdo a pensadores cristianos del Medioevo, el tráfico carnal constituía un pecado venial, si existía consentimiento entre las partes. En todo caso, era preferible la prostitución de los solteros, antes que la infidelidad que atentaba contra uno de los sacramentos instituidos por Dios. Desde el siglo XIV se instalaron burdeles en zonas segregadas de las grandes ciudades europeas, aprovechando la autorización que se les concedía, para cobrarles impuestos que debían financiar las obras públicas. De ese modo, la actividad era tolerada y al mismo tiempo restringida detrás de altos muros, en la confianza de que su existencia no corrompería al resto de la comunidad. 
Dondequiera aparecen las prostitutas, demuestran que la sociedad no otorga a los hombres y las mujeres los mismos derechos y obligaciones. Más aún, demuestran que las mujeres suelen ser puestas al servicio unilateral de los hombres, quienes las buscan para disfrutar (ellos) de la actividad sexual que exigen sus hormonas, pero no están dispuestos a considerarlas (a ellas) como sus iguales en el disfrute, por lo que acompañan el contacto más íntimo con el desprecio.

Vender su cuerpo, o más precisamente adquirirlo para uso sexual, constituye uno de los últimos recursos posibles cuando los medios legítimos de adquisición económica (…) resultan inaccesibles. La prostitución depende de la economía informal, al igual que actividades como el robo, la venta de drogas, la mendicidad o (…) la venta de sangre. En este sentido (…) el ejercicio de la sexualidad venal nunca es un acto voluntario y deliberado. Producto de la ausencia de medios alternativos de vida, resulta siempre de una coacción o, en el mejor de los casos, de un adaptación resignada a una situación marcada por por el desamparo, la carencia o la violencia. (Lilian Mathieu: Las causas económicas y sociales de la prostitución)

La libertad irresponsable que un hombre experimentaba durante su trato con prostitutas, no hubiera podido ser disfrutada en la relación con sus parejas legítimas, cuya compañía probablemente le había sido impuesta por su familia, que no andaba nunca demasiado lejos. El maltrato verbal o físico de la mujer, por ejemplo, no quedaba totalmente excluido del matrimonio, pero debía administrarse con cierta prudencia, para evitar que la víctima recurriera a parientes dispuestos a conceder crédito a sus quejas.
Durante el siglo XVIII, el Marqués de Sade, casado con una dama de su misma clase social, pagaba a prostitutas para que se dejaran azotar (una satisfacción perversa entre las muchas que las firmes convicciones morales de la marquesa rehusaban concederle).  Tan fácil de establecer era el acuerdo con esas mujeres, que el Marqués descontroló los vejámenes y terminó siendo juzgado y encarcelado por su testimonio.
Egon Schiele: Prostituta
El escritor Leopold Sacher-Masoch, avanzado el siglo XIX, pagaba también a prostitutas, para que ellas lo azotaran. Se trata de dos casos de demandas inhabituales,  y por varios motivos inaceptables para muchas parejas que no se han formado gracias al dinero que circula entre los participantes y derriba cualquier escrúpulo.
Pintores como Egon Schiele en Austria y Henri de Toulouse-Lautrec en Francia, frecuentaron los burdeles del siglo XIX y retrataron con crudeza a sus asiladas. No las disfrazaron de diosas antiguas, de rasgos clásicos y pubis depilado. Son mujeres sometidas a tratos no pocas veces infame, cansadas, aburridas, indiferentes al observador.
Ernest James Belloq: prostituta de New Orleans
El fotógrafo Ernest James Belloq hizo algo parecido en New Orleans, pero en unos casos las hizo enmascararse para ocultar su identidad y en otros dañó los negativos con la misma intención, porque se trataba de un oficio perseguido y necesitaba protegerlas. El cineasta japonés Kenji Mizoguchi filmó delicadamente y sin adornos, historias de prostíbulos de antes y después de la Segunda Guerra Mundial, retratando a mujeres obligadas a prostituirse contra su voluntad.
Ninguno de estos artistas pretendía moralizar a los contemporáneos, como había sido habitual en el arte del pasado (ahí está, como muestra, la muy joven pero infame protagonista de la novela Manón Lescaut del siglo XVII), ni tampoco idealizaban el tema, para volverlo más atractivo para los eventuales clientes de las prostitutas (como hizo con elegancia el grabador japonés Katsushika Hokusai, a comienzos del siglo XIX).
Imposible de ser erradicada, pero también imposible de ser oficializada, la prostitución revelaba las contradicciones de una sociedad que en el mejor de los casos, apenas podía intentar que no causara demasiados daños a la salud pública. Guy de Maupassant mostró en el cuento La Casa Tellier el universo pacífico y sin horizontes de un burdel provinciano de mediados del siglo XIX.

El prejuicio de la deshonra asociado a la prostitución, tan violento y tan vivo en las ciudades, no existe en la campaña de Normandía. El campesino dice “Es una buena profesión” y enviaría a sus hijos a mantener un harén de mujeres, como los enviarían a dirigir un internado de señoritas. (Guy de Maupassant: La Casa Tellier)