Solo el amor cortés de los
trovadores ha convertido en lo principal la insatisfacción misma. Creóse
entonces una forma del ideal erótico que era susceptible de recoger y albergar
predominantemente un contenido ético, sin renunciar por ello a todo nexo con el
amor natural a la mujer. (Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media)
En algún momento de la Edad Media, durante el
siglo XII, aparece en el sur de Francia la idea del amor cortés (una
denominación inventada en los últimos años del siglo XIX, dado que los
contemporáneos lo conocían como amor puro o amor fino). Se trataba de una
exaltación de la mujer que aparece elevada a una posición de privilegio, desde
donde puede evaluar el comportamiento masculino y de acuerdo a sus criterios, castigarlo
o premiarlo con sus favores. Sin duda los hombres y las mujeres se sentían
atraídos sexualmente desde que se tiene memoria, pero no por ello lo decían en
público, ni menos aún lo escribían y cantaban. No era un tema digno de mención.
Durante el siglo XI, se difunde en
Europa cristiana el culto a la Virgen María, reverenciada como el ideal de las
mujeres, una figura que los hombres están autorizados amar por sus virtudes a
toda prueba, pero que bajo ninguna circunstancia llegan a tocar. Sobre el
modelo de este amor místico, puede suponerse, adquiere forma el amor cortesano
y esto no debería sorprender a nadie. Los elementos de la liturgia cristiana
solían ser utilizados para describir los avatares de la sexualidad que no
pueden ser nombrados literalmente.
La mujer destinataria del amor
cortés es endiosada por su enamorado. Llega a convertirse en una imagen
obsesiva para ciertos hombres que no son precisamente sus parejas legales.
Según la tesis oficialmente
admitida, el amor cortés nació de una reacción contra la anarquía brutal de las
costumbres feudales. Se sabe que el matrimonio, en el siglo XIII, se había
convertido para los señores en una pura y simple ocasión de enriquecerse y
anexarse tierras dadas en dote o esperada como herencia. Cuando el negocio
funcionaba mal, se repudiaba a la mujer. (Denis de Rougemont: El Amor en
Occidente)
Occitania era un territorio donde
convivían adversarios tales como los cristianos romanos y los cátaros que se
tomaban tantas libertades con la doctrina, que en ocasiones podían terminar
quemados en la hoguera. También andaban por allí los judíos ortodoxos y los musulmanes.
Una vecindad de culturas que podían derivar en el contagio mutuo de temas y
enfoques. Los poetas árabes fueron tal vez los primeros en otorgarle a la mujer
un rol privilegiado que resultaba ajeno a la cultura cristiana.
Me quedé con ella a solas, sin
más tercero que el vino, / mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría
suavemente. / Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida. ( ¡Ay de ti!
¿Es que es pecado este anhelo de vivir? / Yo, ella, la copa, el vino blanco y
la oscuridad. / Parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache. (Ibn Hazm: El
collar de la paloma)
Las mujeres quedaban solas mucho
tiempo, porque sus padres, sus hermanos
y sus maridos pasaban la mayor parte del tiempo ocupados en cacerías, guerras
contra sus vecinos o interminables Cruzadas, que pretendían rescatar de los
otomanos la ciudad de Jerusalén y el Santo Sepulcro. ¿Acaso todas las mujeres
permanecían fieles a esos hombres, que aprovechaban el espacio que habían creado
para su exclusivo disfrute? Ellos podían compartir sus vidas, por un rato, sin
comprometerse, con otras mujeres, extranjeras, prostitutas o prisioneras.
Buen compañero, cantando os
llamo; / no durmáis ya, que oigo al pájaro cantar / buscando el día por el
monte / y tengo miedo de que el celoso os sorprenda, / ¡Pronto llegará el alba!
(Giraud de Borneth)
Mientras los señores feudales
andaban lejos, las esposas se convertían en el centro de la actividad
económica, administrativa, intelectual y hasta militar de sus dominios. Los
trovadores alababan a esas mujeres autónomas, pero no disponibles, con quienes
nunca hubieran podido casarse, por pertenecer a clases sociales opuestas y por
estar casadas. A pesar de tantos obstáculos de peso, en ciertos casos ellas correspondían
al cortejo de los poetas (aunque de acuerdo a la leyenda, los maridos guerreros
hubieran tomado la precaución de encerrarlas en cinturones de castidad, cuyas
llaves se llevaban consigo y debían impedir cualquier intento de coito vaginal).
En ese ambiente controlado por
mujeres educadas como Leonor de Aquitania o Marie de France, florece la
cortesía, el trato civilizado, capaz de sublimar los instintos elementales, que
habitualmente se imponen en las relaciones que se dan entre hombres y mujeres; un código respetado por todas las partes, que otorga
un rol más activo a la mujer, cuando se trata de establecer una pareja, y le
impone al hombre la obligación de seducir, en lugar de usar la fuerza.
La mujer del ámbito cortesano no es presentada como un
objeto más de su patrimonio, que el hombre utiliza de acuerdo a su capricho, sino como alguien dotado
de individualidad y extremadamente valioso, que cuesta obtener y puede perderse en cualquier momento, si por descuido o a sabiendas, se falta a las reglas de comportamiento acordadas. La idea nueva que domina esta relación desigual,
es que el hombre se encuentra al servicio de la mujer, tal como el vasallo se
pone al servicio del señor feudal.
Estar enamorado es tender hacia
el cielo por medio de una mujer (Uc de Saint Cyr).
Por primera vez en la Historia, las mujeres que
el cristianismo describía reiteradamente
como tentadoras y temibles puertas del infierno, como las más horrendas armas
del diablo, comienzan a ser presentadas en las canciones de los trovadores,
como el objeto inalcanzable (y tanto más poderoso) de un deseo masculino
eternamente frustrado, que genera composiciones poética. Ellas son atractivas y
al mismo tiempo virtuosas (o al menos eso es lo que se canta, para
complacerlas).
En el siglo XI aparecen las Cortes
del Amor donde las damas instruidas protegen a los trovadores que se les
acercan para convertirlas en el objeto de sus canciones. A lo largo del siglo
XII surgen por un lado la poesía amorosa escrita por mujeres, que están
comenzando a educarse y descubrir la posibilidad de expresar su propia visión del
mundo, que no tiene por qué coincidir con la masculina, y por el otro los
Tribunales de Amor, presididos por mujeres de la nobleza, como hubo en
Toulouse, Narbonne y Poitiers, que se dedicaban a juzgar las llamadas faltas
contra el amor, prolijamente enumeradas por André Le Chapelain.
Huye de la avaricia como de una
plaga peligrosa y practica la liberalidad.
Evita siempre la mentira.
No seas maledicente.
No divulgues los secretos de
tus amantes.
No tengas varios confidentes de
tu amor.
Resérvate para tu amante.
No trates a sabiendas de
apartar a tu prójimo de su amiga.
No busques el amor de una mujer
que de algún modo avergonzara desposar.
Estate siempre atento a los
reclamos de las damas.
Trata siempre de ser digno de
pertenecer a la caballería del amor.
Al entregarte a los placeres
del amor, no sobrepases los deseos de tu amante.
Así des o recibas los placeres
del amor, observa siempre cierto pudor. (André Le Chapelain: Preceptos de Amor)
Para seducir a las mujeres, los
hombres admitidos en las Cortes deben ponerse al servicio incondicional de
ellas, tal como prometen someterse a sus decisiones, ser fieles y defender su
honor ante cualquier sospecha que pudiera mancillar su honor (situación capaz
de acarrearles problemas tales como ser quemadas).
Los hombres de la clase alta
competían en torneos atléticos o misiones difíciles, para obtener el favor de
las damas, consistente en la obtención de prendas de vestuario (generalmente
pañuelos que conservaban el aroma femenino) o simples miradas, promesas de un
amor que no iba a concretarse. A veces, ellos pueden esperar alguna respuesta
de ellas durante años y no conseguir nada más que un reproche por la
insistencia, que no las compromete a entregarse.
El amor cortés es la manifestación
de un deseo masculino que no espera consumarse, que utiliza la distancia respecto
de la mujer, como motivación literaria o como el modelo de vida de apariencia
virtuosa, pero no menos pecaminosa para las normas de la Iglesia. Georges Duby
se ha preguntado si esta sublimación no es en realidad un discurso homosexual
encubierto, el simulacro mediante el cual los trovadores cantan al poder del
marido ausente (pero actuante, a pesar de la distancia) que se manifiesta en la
imposibilidad de que la esposa abandonada se atreva a traicionarlo con otros
hombres de su misma clase social, a pesar de la tentación (simbólica)
representada por el artista.
El amor cortés indica la aparición
de otro tipo de comunicación en el interior de las parejas, uno donde se llega
a reconocer en la mujer a un interlocutor que no se encuentra sometido por
completo a la voluntad del hombre.
La escasa conexión entre las
bellas formas del ideal del amor cortés y la realidad del noviazgo y del
matrimonio, era causa de que el elemento del juego de la conversación, del
pasatiempo literario, pudiera desplegarse sin trabas en todo lo concerniente a
la vida amorosa refinada. El ideal del amor, la bella ficción de lealtad y
abnegación, no tenía espacio en las consideraciones materiales con que se
contraía matrimonio. (Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media)