viernes, 9 de septiembre de 2016

MUJERES PROSTITUIDAS (II): DE LA TOLERANCIA AL ESCARNIO

Flora Tristán

Comprendo al salteador de caminos que saquea a los que pasan y entregan su cabeza a la guillotina. Comprendo al soldado que juega constantemente su vida y no recibe nada a cambio. Comprendo al marinero que expone la suya al furor de los mares. (…) Pero no podría comprender a la mujer pública abdicando de ella misma, aniquilando su voluntad, sus sensaciones, entregando su cuerpo a la brutalidad y el sufrimiento. (Flora Tristán: Paseos en Londres)

Flora Tristán, la pionera del feminismo y el socialismo internacional, describe el mundo de la prostitución inglesa en 1840, cuando decenas de miles de mujeres vendían sus cuerpos en Londres, aprovechando la bonanza económica generada por la Revolución Industrial. Una sociedad que brinda oportunidades desiguales a los ricos y pobres que la componen, a hombres y mujeres, degrada inevitablemente a los más débiles. ¿Cómo puede ser que tantas mujeres acepten ese tipo de vida, que les promete enfermedades, miseria y una muerte temprana? ¿Acaso les están reservadas otras maneras menos penosas de ganarse la vida?
Marie Duplessis (inspiradora de La Dama de las Camelias)
Marguerite Gautier, la protagonista de La Dama de las camelias de Alexander Dumas (hijo) es una de las figuras más conmovedoras de la ficción del siglo XIX y el paradigma de la prostituta redimida por el encuentro (in extremis) del amor verdadero.
A diferencia de Manon Lescaut, que se comporta como una irresponsable, que no atina a distinguir quién la ama, quién la utiliza para su exclusivo placer, Marguerite es la cortesana prudente que se ha establecido en el ámbito de la alta sociedad francesa, vendiéndose a los maduros clientes que le permiten sostener un costoso tren de vida, pese a lo cual se enamora de un hombre joven bello y sin recursos, como si fuera por primera vez. ¿Acaso esta situación  no es la fantasía recurrente de tantos clientes de prostitutas? Por algo imposible de explicar, precisamente ellos se destacarán del resto de los hombres que pasaron por el cuerpo de una mujer que los ha fascinado, y salvarán a esa perdida del justo castigo al que se ha hecho acreedora.
Marguerite conmueve a los espectadores porque reiteradamente sufre por lo que se supone que hizo, pero no llega a detallarse. En oposición al paradigma de María Magdalena, y a pesar de sus buenas intenciones, Marguerite no consigue cambiar de vida. La muerte se la lleva oportunamente, evitando que al intentar rehacer su vida, la sociedad le recuerde que no hay redención posible para alguien como ella. Si no muriera de tisis, se convertiría en la demostración escandalosa de que el pecado se lava con el arrepentimiento, como promete (pero en la práctica no siempre acepta) la doctrina cristiana.

El sacerdote ungió con los santos óleos los pies, las manos y la frente de la moribunda, recitó una breve oración y Marguerite se encontró preparada para ir al cielo, donde irá sin duda, si Dios ha visto las pruebas de su vida y la santidad de su muerte. (Alexander Dumas (h): La Dama de las camelias)

Daniel Santos
La canción popular del siglo XX extrema la oposición entre lo venerado y lo vilipendiado. Resulta imposible separar una cosa de la otra. Se adora aquello que antes o después de haber sido instalado en un sitio que se dice único, puede ser mancillado sin contemplaciones. El hombre enamorado de una prostituta, la convierte por virtud del canto en un objeto inalcanzable que por definición no es.

Virgen de medianoche / Virgen eso eres tú / para adorarte toda / rasga tu manto azul. / Señora del pecado / cuna de mi canción / vine arrodillado / junto a tu corazón. (Pedro Galindo Galarza: Virgen de Medianoche)

Marlene Dietrich
El cine de la primera mitad del siglo XX se encargó de elaborar imágenes seductoras de mujeres prostituidas, como vehículo para el lucimiento de actrices que difícilmente hubieran atraído a nadie si interpretaban otros personajes. Todos los filmes que Marlene Dietrich hizo bajo las órdenes de Josef von Sternberg, la llevan a interpretar prostitutas. Gran parte de los filmes de Greta Garbo y Rita Hayworth caen en el mismo esquema. En el cine mexicano, no hubo cantante o bailarina tropical (figuras como Ninón Sevilla, Meche Barba, María Antonieta Pons o Rosa Carmina) que no afrontara ese tipo de personajes. El tráfico carnal no aparece nunca en escena, para evitar la censura de entonces. Se lo reemplaza por la exhibición de la mujer en el mundo del espectáculo, de acuerdo a una asociación de ideas que viene desde la Antigüedad: a las actrices se las consideraba prostitutas (y con toda probabilidad lo eran, como demuestra la historia de Teodosia, posteriormente convertida en emperatriz de Bizancio y por último elevada a los altares).
Tradicionalmente se acusa a las prostitutas de corromper la moral pública, de atraer con armas pérfidas a los hombres incapaces de resistirse, de empobrecer a sus clientes al cobrarles por aproximadamente lo mismo que otras mujeres conceden de manera gratuita, como parte de sus varias obligaciones domésticas; de contagiar enfermedades que tradicionalmente no se sabía muy bien cómo tratar y destruir familias. Se las convierte en las peores enemigas de las mujeres decentes, aquellas que se encuentran sometidas a los mismos hombres, pero también al encierro del hogar, la religión y la opinión dominante.
Se estigmatiza a los hijos de las prostitutas (asignarle esa filiación a alguien, es uno de los insultos más frecuentes en una cantidad de lenguas) porque hasta no hace mucho, cuando entraron en juego los análisis de ADN, resultaba improbable descubrir quién había sido el padre de alguien nacido de una mujer sometida a esa situación.
Se las condena al infierno por sus pecados, mientras se guarda un discreto silencio sobre la responsabilidad de quienes fueron sus parejas ocasionales o sus proxenetas que lucraron con la explotación de esos cuerpos. Sor Juana Inés de la Cruz, en un célebre poema, reclamó contra esa falta de simetría que caracteriza a la moral dominante.

Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis. (Sor Juana Inés de la Cruz)

Los testimonios suministradas por las prostitutas informan que sus parejas eventuales exigen de ellas varias funciones complejas: entrenamiento sexual de los clientes inexpertos, consuelo de los tímidos, estimulación de aquellos que manifiestan problemas de cualquier tipo, escucha paciente (puede decirse que terapéutica) de los solitarios, etc.
Prostitutas de Yoshiwara
Para los japoneses, esa compañía puede asumir varias formas: por un lado se encuentra la prostituta tradicional, a quien el hombre paga por mantener relaciones sexuales, pero también puede tratarse de una geisha o acompañante de juergas masculinas, que recita cortos poemas, cuenta historias picantes, canta, baila, sirve el té o bebidas alcohólicas a sus clientes. En esa cultura, la geisha suministra compañía, un diálogo trivial pero divertido, asistencia durante la comida y la bebida, incluso cercanía física desprovista de contacto sexual. Es la esposa ideal, una que se exhibe ante los amigos pero no molesta con escenas de celos, ni hace reclamos desmedidos, ni descuida su aspecto personal en la intimidad.
En la actualidad, el turismo sexual es una de las alternativas que se ofrecen a mujeres maduras, poseedoras de buenos medios económicos y provenientes de países en los que ya no les resulta posible hallar pareja estable. Mientras los hombres del mundo desarrollado viajan al sudeste asiático en busca de compañía ocasional, las mujeres prefieren los países europeos del Mediterráneo y las islas del Caribe.

“Tú pagas y harás de mí lo que quieras”. En esta sola frase todo está dicho: la prostituta se erige en sujeto soberano para exigir el pago, y tan pronto es satisfecha esa exigencia, se abolirá como soberanía para metamorfosearse en el instrumento del pagador. Se erige, pues, en libre sujeto que va a jugar a ser esclava, Su prestación va a ser una simulación, y ella no lo oculta. El cliente, por otra parte, lo sabe. Sabe que no puede comprar unos sentimientos y una complicidad verdaderos. Le compra la simulación. Y lo que finalmente desea es que esta simulación sea más real que natural, que le haga vivir imaginariamente una relación venal, como si fuera una relación verdadera. (André Gorz: La prostitución)

Última ofensa a las prostitutas, planteada por la cultura contemporánea, ahora se las imita y reemplaza durante el ejercicio del comercio sexual que ellas acaparaban. Los travestis sustituyen a las tradicionales mujeres de la calle, con el objeto de ganarse la vida y sembrar más de una duda sobre los verdaderos intereses sexuales de sus clientes. ¿Puede considerárselos víctimas de un simulacro, una promesa engañosa, que reaccionan indignados (a veces, con violencia) cuando advierten el engaño al que fueron sometidos, y en el que detestan verse enredados? ¿O por lo contrario, buscan el contacto con alguien que sin ser mujer, exagera sus recursos femeninos de seducción y combina en su persona los atractivos de ambos sexos?
Durante los últimos años, se ha vuelto políticamente correcto hablar de las travestis, convirtiendo una imagen mental de los aludidos en un dato incontrovertible de identidad. Ser mujer ya no sería ni siquiera una construcción cultural, como planteaba hace un par de generaciones Simone de Beauvoir, sino una convicción personal, refrendada por los documentos que suministra el Estado y la comunidad debe aceptar sin otras pruebas, para evitar que se la acuse de discriminación.
Tal vez se considere que las mujeres han obtenido ya tantas reivindicaciones en el mundo profesional de hoy, que el ejercicio de la prostitución al que se encontraban destinadas esté perdiendo la combinación de encanto y disgusto que anteriormente suscitaba de la sociedad. Para el autor del poema del siglo XVI recuperado por Camilo José Cela, la variedad de denominaciones que disponía para referirse a esas mujeres tan deseadas como despreciadas, soñados alivios de su soledad, indica la importancia que ellas habían adquirido en su mundo imaginario.

De cuantas coimas tuve toledanas / de Valencia, Sevilla y otras tierras / izas, rabizas y colipoterras, / hurgamanderas y putarazanas / de cuantas siestas, noches y mañanas / me venían a buscar dando de cerras, / las Vargas, las Correas y Gaitanas, / me veo morir ahora de penuria / en esta desleal isla maldita. (Anónimo: Cancionero General de Amberes)

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