Flora Tristán |
Comprendo al salteador de
caminos que saquea a los que pasan y entregan su cabeza a la guillotina.
Comprendo al soldado que juega constantemente su vida y no recibe nada a
cambio. Comprendo al marinero que expone la suya al furor de los mares. (…)
Pero no podría comprender a la mujer pública abdicando de ella misma,
aniquilando su voluntad, sus sensaciones, entregando su cuerpo a la brutalidad
y el sufrimiento. (Flora Tristán: Paseos en Londres)
Flora Tristán, la pionera del feminismo y el socialismo
internacional, describe el mundo de la prostitución inglesa en 1840, cuando
decenas de miles de mujeres vendían sus cuerpos en Londres, aprovechando la bonanza
económica generada por la Revolución Industrial. Una sociedad que brinda oportunidades desiguales a los ricos
y pobres que la componen, a hombres y mujeres, degrada inevitablemente a los
más débiles. ¿Cómo puede ser que tantas mujeres acepten ese tipo de vida, que
les promete enfermedades, miseria y una muerte temprana? ¿Acaso les están
reservadas otras maneras menos penosas de ganarse la vida?
Marie Duplessis (inspiradora de La Dama de las Camelias) |
Marguerite Gautier, la protagonista de La Dama de las
camelias de Alexander Dumas (hijo) es una de las figuras más conmovedoras de la
ficción del siglo XIX y el paradigma de la prostituta redimida por el encuentro
(in extremis) del amor verdadero.
A diferencia de Manon Lescaut, que se comporta como una
irresponsable, que no atina a distinguir quién la ama, quién la utiliza para su
exclusivo placer, Marguerite es la cortesana prudente que se ha establecido en
el ámbito de la alta sociedad francesa, vendiéndose a los maduros clientes que
le permiten sostener un costoso tren de vida, pese a lo cual se enamora de un
hombre joven bello y sin recursos, como si fuera por primera vez. ¿Acaso esta
situación no es la fantasía recurrente
de tantos clientes de prostitutas? Por algo imposible de explicar, precisamente
ellos se destacarán del resto de los hombres que pasaron por el cuerpo de una
mujer que los ha fascinado, y salvarán a esa perdida del justo castigo al que
se ha hecho acreedora.
Marguerite conmueve a los espectadores porque reiteradamente
sufre por lo que se supone que hizo, pero no llega a detallarse. En oposición
al paradigma de María Magdalena, y a pesar de sus buenas intenciones, Marguerite
no consigue cambiar de vida. La muerte se la lleva oportunamente, evitando que
al intentar rehacer su vida, la sociedad le recuerde que no hay redención
posible para alguien como ella. Si no muriera de tisis, se convertiría en la
demostración escandalosa de que el pecado se lava con el arrepentimiento, como
promete (pero en la práctica no siempre acepta) la doctrina cristiana.
El sacerdote ungió con los
santos óleos los pies, las manos y la frente de la moribunda, recitó una breve
oración y Marguerite se encontró preparada para ir al cielo, donde irá sin
duda, si Dios ha visto las pruebas de su vida y la santidad de su muerte.
(Alexander Dumas (h): La Dama de las camelias)
Daniel Santos |
Virgen de medianoche / Virgen
eso eres tú / para adorarte toda / rasga tu manto azul. / Señora del pecado /
cuna de mi canción / vine arrodillado / junto a tu corazón. (Pedro Galindo
Galarza: Virgen de Medianoche)
Marlene Dietrich |
Tradicionalmente se acusa a las prostitutas de corromper la
moral pública, de atraer con armas pérfidas a los hombres incapaces de
resistirse, de empobrecer a sus clientes al cobrarles por aproximadamente lo
mismo que otras mujeres conceden de manera gratuita, como parte de sus varias
obligaciones domésticas; de contagiar enfermedades que tradicionalmente no se
sabía muy bien cómo tratar y destruir familias. Se las convierte en las peores
enemigas de las mujeres decentes, aquellas que se encuentran sometidas a los
mismos hombres, pero también al encierro del hogar, la religión y la opinión
dominante.
Se estigmatiza a los hijos de las prostitutas (asignarle esa
filiación a alguien, es uno de los insultos más frecuentes en una cantidad de
lenguas) porque hasta no hace mucho, cuando entraron en juego los análisis de
ADN, resultaba improbable descubrir quién había sido el padre de alguien nacido
de una mujer sometida a esa situación.
Se las condena al infierno por sus pecados, mientras se
guarda un discreto silencio sobre la responsabilidad de quienes fueron sus
parejas ocasionales o sus proxenetas que lucraron con la explotación de esos
cuerpos. Sor Juana Inés de la Cruz, en un célebre poema, reclamó contra esa
falta de simetría que caracteriza a la moral dominante.
Hombres necios que acusáis / a
la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis.
(Sor Juana Inés de la Cruz)
Los testimonios suministradas por las prostitutas informan
que sus parejas eventuales exigen de ellas varias funciones complejas:
entrenamiento sexual de los clientes inexpertos, consuelo de los tímidos,
estimulación de aquellos que manifiestan problemas de cualquier tipo, escucha
paciente (puede decirse que terapéutica) de los solitarios, etc.
Prostitutas de Yoshiwara |
En la actualidad, el turismo sexual es una de las
alternativas que se ofrecen a mujeres maduras, poseedoras de buenos medios
económicos y provenientes de países en los que ya no les resulta posible hallar
pareja estable. Mientras los hombres del mundo desarrollado viajan al sudeste
asiático en busca de compañía ocasional, las mujeres prefieren los países
europeos del Mediterráneo y las islas del Caribe.
“Tú pagas y harás de mí lo que
quieras”. En esta sola frase todo está dicho: la prostituta se erige en sujeto
soberano para exigir el pago, y tan pronto es satisfecha esa exigencia, se
abolirá como soberanía para metamorfosearse en el instrumento del pagador. Se
erige, pues, en libre sujeto que va a jugar a ser esclava, Su prestación va a
ser una simulación, y ella no lo oculta. El cliente, por otra parte, lo sabe.
Sabe que no puede comprar unos sentimientos y una complicidad verdaderos. Le
compra la simulación. Y lo que finalmente desea es que esta simulación sea más
real que natural, que le haga vivir imaginariamente una relación venal, como si
fuera una relación verdadera. (André Gorz: La prostitución)
Última ofensa a las prostitutas, planteada por la cultura
contemporánea, ahora se las imita y reemplaza durante el ejercicio del comercio
sexual que ellas acaparaban. Los travestis
sustituyen a las tradicionales mujeres de la calle, con el objeto de ganarse la
vida y sembrar más de una duda sobre los verdaderos intereses sexuales de sus
clientes. ¿Puede considerárselos víctimas de un simulacro, una promesa engañosa,
que reaccionan indignados (a veces, con violencia) cuando advierten el engaño
al que fueron sometidos, y en el que detestan verse enredados? ¿O por lo
contrario, buscan el contacto con alguien que sin ser mujer, exagera sus
recursos femeninos de seducción y combina en su persona los atractivos de ambos
sexos?
Durante los últimos años, se ha vuelto políticamente
correcto hablar de las travestis, convirtiendo una imagen mental de los
aludidos en un dato incontrovertible de identidad. Ser mujer ya no sería ni
siquiera una construcción cultural, como planteaba hace un par de generaciones
Simone de Beauvoir, sino una convicción personal, refrendada por los documentos
que suministra el Estado y la comunidad debe aceptar sin otras pruebas, para
evitar que se la acuse de discriminación.
Tal vez se considere que las mujeres han obtenido ya tantas
reivindicaciones en el mundo profesional de hoy, que el ejercicio de la
prostitución al que se encontraban destinadas esté perdiendo la combinación de
encanto y disgusto que anteriormente suscitaba de la sociedad. Para el autor
del poema del siglo XVI recuperado por Camilo José Cela, la variedad de
denominaciones que disponía para referirse a esas mujeres tan deseadas como
despreciadas, soñados alivios de su soledad, indica la importancia que ellas
habían adquirido en su mundo imaginario.
De cuantas coimas tuve
toledanas / de Valencia, Sevilla y otras tierras / izas, rabizas y
colipoterras, / hurgamanderas y putarazanas / de cuantas siestas, noches y
mañanas / me venían a buscar dando de cerras, / las Vargas, las Correas y
Gaitanas, / me veo morir ahora de penuria / en esta desleal isla maldita.
(Anónimo: Cancionero General de Amberes)
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