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Henri de Toulouse-Lautrec: Prostitutas |
Aparta, pues, los ojos de la
mujer ataviada, y no mires la hermosura que tiene, porque de la vista nace el
pensamiento, del pensamiento la delectación, de la delectación el
consentimiento, del consentimiento la obra, de la obra la costumbre, de la
costumbre la obstinación, y así la condenación para siempre jamás. (Francisco
de Castro: Reformación Cristiana, fines del siglo XVI)
Al observar culturas distantes y las épocas más opuestas, se
advierte una situación que reaparece: mujeres que se venden (o que con más
frecuencia son vendidas por aquellos que tienen algún poder sobre ellas) y
hombres que están dispuestos a comprarlas (en ciertas ocasiones, alquilándolas
por un rato, en otras convirtiéndose en su propietario legal por el resto de la
vida). La imagen es perturbadora para quienes han crecido en el área de
influencia de las grandes religiones monoteístas, que suelen asociar al sexo
con el pecado, la mancha del historial de alguien (sobre todo, la mujer) que no
puede quitarse después de adquirida o que debe expiarla (pagarla) de manera
cruenta.
En Chipre y Fenicia, en la ciudad de Babilonia como en
Baalbec, cientos de años antes de nuestra era, las mujeres demostraban su
devoción por la diosa de la fertilidad (Artemisa para los griegos, Astarté o
Ishtar para los sumerios) prostituyéndose a los extranjeros, en las gradas del
templo de la divinidad, con el objeto de donar las ganancias obtenidas al
culto. No quedan testimonios que permitan averiguar cuáles eran los
sentimientos de aquellos que se involucraban en el tráfico carnal. ¿Lo sufrían
estas mujeres como una carga que no se correspondía con sus deseos? ¿Lo
aceptaban como una obligación pasajera, similar a lo que hoy es el servicio
militar en muchos países? ¿Llegaban a disfrutarlo como un aprendizaje de
técnicas sexuales, del cual salían mejor preparadas para el matrimonio?
No importaba que esas mujeres fueran pobres o ricas. Todas
cumplían con el ritual. Ante la ausencia de viajeros que se daba en ciertas
épocas, algunas de estas fieles debían esperar años para dar cumplimiento a sus
obligaciones y quedar en condiciones de casarse.
Una costumbre como ésta, fue condenada por los hebreos, sus
enemigos, que habían estado sometidos a los babilónicos y no guardaban buena
memoria de esa etapa de su Historia. Para los hebreos, la prostituta debía ser
lapidada. Ella enlodaba la imagen del pueblo elegido. Se había expuesto al
contacto con hombres de otras creencias. La mala fama que la sociedad
babilónica arrastra, puede atribuirse a la decisión hebrea de diferenciarse de
sus vecinos que los habían sometido durante siglos.
De los labios de la adúltera
fluye miel; su lengua es más suave que el aceite. Pero al fin resulta más
amarga que la hiel y más cortante que una espada de dos filos. Sus pies
descienden hasta la muerte, sus pasos van derecho al sepulcro. (Proverbios 5:
3-5)
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José Echenagusia: Sansón y Dalila |
Seducción y perdición de la mujer aparecen estrechamente
ligadas en el texto de la Biblia. Aquella que accede a los requerimientos
masculinos (y a sus propios deseos) sin atenerse a las normas de contención
establecidas por la comunidad, no tiene la oportunidad de redimirse después. En
la prostitución femenina no parece haber otro objetivo que extraviar el buen
criterio de los hombres, atraparlos con el objeto de despojarlos de su capital
y alejarlos de la fe de sus mayores. Dalila no desea a Sansón; solo le permita
que él acceda a su cuerpo para derrotar a un conductor del pueblo enemigo.
En el relato de Ezequiel, el comportamiento de dos hermanas
hebreas que se prostituyen en Egipto, es descrito en detalle pero sin atisbos
de complacencia, con asco, a manera de ejemplo que debe recordarse para no
incurrir en nada parecido:
Mandaron a traer a gente de
tierras lejanas, y mientras tanto se bañaron, se pintaron los ojos y se
adornaron con joyas. Cuando ellos llegaron, ellas los recibieron recostadas en
lujosas camas. La mesa estaba ya servida, frente a ellas, y allí pusieron el
incienso y el perfume que antes me ofrecían a mí [Dios]. El griterío que se
escuchaba era el de una multitud en fiesta. Era la gente que había llegado del
desierto, y que estaba adornando a esas mujeres con pulseras y con bellas
diademas. (…) Pero un día los hombres justos las acusarán y declararán
culpables, porque son unas adúlteras y asesinas. (Ezequiel: 23: 40-45)
Para el Evangelista, la posibilidad de una redención de la
mujer pública, viene a sumarse a esa visión condenatoria, aunque solo en casos
excepcionales, como el de María Magdalena (o el personaje que nos ha legado la
tradición, compuesto por varias mujeres bíblicas del mismo nombre) la decisión
de convertirse a la nueva fe le permitiría borrar el pasado, a condición de
dedicarse a la difusión del nuevo ideario que la redimía.
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Banquete griego con hetairas |
En Grecia, como en Roma, la prostitución era tolerada
(después de todo, ¿dónde podía un hombre libre encontrar vino, música y buena
conversación femenina, si no era en compañía de alguna hetaira?) pero se la
mantenía a prudente distancia de la familia legalmente constituida, para que no
la corrompiera con su ejemplo; también para que no enlodaran la imagen familiar
de sus clientes.
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José Frappa: Friné y los jueces |
La cortesana Friné, modelo de pintores y escultores, cuyo
cuerpo solía ser comparado con el de la diosa Afrodita, fue acusada de impiedad
(un delito que acarreaba la muerte, como había comprobado Sócrates). Para
defenderla, su abogado Hipérides le pidió que se desnudara ante el tribunal.
Bastó ese recurso para que los jueces decidieran que no podían privar al mundo
de tanta belleza, que debía provenir de los dioses.
Para los romanos, el ejercicio de la prostitución no era un
oficio exclusivo de las mujeres. Los burdeles masculinos eran tan frecuentes
como aquellos atendidos por mujeres. Constantino, emperador romano que se
convirtió al cristianismo, prohibió esos establecimientos durante el siglo
cuarto de nuestra era, demolió los templos de la diosa de la fertilidad y ordenó
que construyeran iglesias en los mismos lugares.
Durante el Medioevo europeo, se alternó la persecución de
las prostitutas, a quienes se marcaba con un hierro candente para que no
pudieran ocultar la condena de la sociedad, con la aceptación de que se trataba
de un mal menor, dada la situación de los hombres, que no podían casarse
libremente antes de cumplir los treinta años. La homosexualidad, la
masturbación o el bestialismo, se consideraba, eran males todavía peores. Cada
una de esas prácticas exponía a los culpables al fuego eterno del Infierno. La
mujer que se prostituía era comparada con la sentina de los barcos y los
desagües de los palacios: infames, pero inevitables.
Expulsad a las cortesanas y en
seguida las pasiones lo confundirán todo, ya que llevan una vida impura, pero
las leyes del orden les asignan un lugar, por más vil que sea. (Agustín de
Hipona: Confesiones)
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Prostíbulo medieval |
De acuerdo a pensadores cristianos del Medioevo, el tráfico
carnal constituía un pecado venial, si existía consentimiento entre las partes.
En todo caso, era preferible la prostitución de los solteros, antes que la
infidelidad que atentaba contra uno de los sacramentos instituidos por Dios. Desde
el siglo XIV se instalaron burdeles en zonas segregadas de las grandes ciudades
europeas, aprovechando la autorización que se les concedía, para cobrarles
impuestos que debían financiar las obras públicas. De ese modo, la actividad
era tolerada y al mismo tiempo restringida detrás de altos muros, en la
confianza de que su existencia no corrompería al resto de la comunidad.
Dondequiera aparecen las prostitutas, demuestran que la
sociedad no otorga a los hombres y las mujeres los mismos derechos y
obligaciones. Más aún, demuestran que las mujeres suelen ser puestas al
servicio unilateral de los hombres, quienes las buscan para disfrutar (ellos)
de la actividad sexual que exigen sus hormonas, pero no están dispuestos a
considerarlas (a ellas) como sus iguales en el disfrute, por lo que acompañan
el contacto más íntimo con el desprecio.
Vender su cuerpo, o más
precisamente adquirirlo para uso sexual, constituye uno de los últimos recursos
posibles cuando los medios legítimos de adquisición económica (…) resultan
inaccesibles. La prostitución depende de la economía informal, al igual que
actividades como el robo, la venta de drogas, la mendicidad o (…) la venta de
sangre. En este sentido (…) el ejercicio de la sexualidad venal nunca es un
acto voluntario y deliberado. Producto de la ausencia de medios alternativos de
vida, resulta siempre de una coacción o, en el mejor de los casos, de un
adaptación resignada a una situación marcada por por el desamparo, la carencia
o la violencia. (Lilian Mathieu: Las causas económicas y sociales de la
prostitución)
La libertad irresponsable que un
hombre experimentaba durante su trato con prostitutas, no hubiera podido ser
disfrutada en la relación con sus parejas legítimas, cuya compañía
probablemente le había sido impuesta por su familia, que no andaba nunca
demasiado lejos. El maltrato verbal o físico de la mujer, por ejemplo, no
quedaba totalmente excluido del matrimonio, pero debía administrarse con cierta
prudencia, para evitar que la víctima recurriera a parientes dispuestos a
conceder crédito a sus quejas.
Durante el siglo XVIII, el
Marqués de Sade, casado con una dama de su misma clase social, pagaba a
prostitutas para que se dejaran azotar (una satisfacción perversa entre las
muchas que las firmes convicciones morales de la marquesa rehusaban
concederle). Tan fácil de establecer era
el acuerdo con esas mujeres, que el Marqués descontroló los vejámenes y terminó
siendo juzgado y encarcelado por su testimonio.
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Egon Schiele: Prostituta |
El escritor Leopold
Sacher-Masoch, avanzado el siglo XIX, pagaba también a prostitutas, para que
ellas lo azotaran. Se trata de dos casos de demandas inhabituales,
y por varios motivos inaceptables para muchas
parejas que no se han formado gracias al dinero que circula entre los
participantes y derriba cualquier escrúpulo.
Pintores como Egon Schiele en
Austria y Henri de Toulouse-Lautrec en Francia, frecuentaron los burdeles del
siglo XIX y retrataron con crudeza a sus asiladas. No las disfrazaron de diosas
antiguas, de rasgos clásicos y pubis depilado. Son mujeres sometidas a tratos
no pocas veces infame, cansadas, aburridas, indiferentes al observador.
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Ernest James Belloq: prostituta de New Orleans |
El fotógrafo Ernest James Belloq hizo algo parecido en New
Orleans, pero en unos casos las hizo enmascararse para ocultar su identidad y
en otros dañó los negativos con la misma intención, porque se trataba de un
oficio perseguido y necesitaba protegerlas. El cineasta japonés Kenji Mizoguchi
filmó delicadamente y sin adornos, historias de prostíbulos de antes y después
de la Segunda Guerra Mundial, retratando a mujeres obligadas a prostituirse
contra su voluntad.
Ninguno de estos artistas pretendía moralizar a los
contemporáneos, como había sido habitual en el arte del pasado (ahí está, como
muestra, la muy joven pero infame protagonista de la novela Manón Lescaut del
siglo XVII), ni tampoco idealizaban el tema, para volverlo más atractivo para
los eventuales clientes de las prostitutas (como hizo con elegancia el grabador
japonés Katsushika Hokusai, a comienzos del siglo XIX).
Imposible de ser erradicada, pero también imposible de ser
oficializada, la prostitución revelaba las contradicciones de una sociedad que
en el mejor de los casos, apenas podía intentar que no causara demasiados daños
a la salud pública. Guy de Maupassant mostró en el cuento La Casa Tellier el
universo pacífico y sin horizontes de un burdel provinciano de mediados del
siglo XIX.
El prejuicio de la deshonra
asociado a la prostitución, tan violento y tan vivo en las ciudades, no existe
en la campaña de Normandía. El campesino dice “Es una buena profesión” y
enviaría a sus hijos a mantener un harén de mujeres, como los enviarían a dirigir
un internado de señoritas. (Guy de Maupassant: La Casa Tellier)