miércoles, 13 de enero de 2016

SUMISIÓN Y RESISTENCIA FEMENINAS


Encuentro de nativos y europeos
La llegada de Colón a lo que él consideraba las Indias, estuvo marcada por la decisión de someter a las mujeres nativas a un trato de botín de guerra. Ellas eran parte del bando enemigo y podían ser utilizadas para lo que el invasor considerara necesario, por ejemplo, como objeto de placer, sin considerar que lo aceptaran o se resistieran. Cualquier escrúpulo moral, cualquier excusa de evangelización de los paganos, según planteaba el Pontífice romano, podía ser dejado de lado, puesto que tal vez no se tratara de seres humanos, dotados de un alma inmortal. ¿Sospechaban ellas que les cabía el derecho a resistirse, a decir que no, aunque desconocieran el idioma que utilizaban los invasores?

Mientras estaba en la barca, hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho Almirante [Cristóbal Colón] me regaló, y después que la hube llevado a mi camarote, y estando ella desnuda, según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir mi deseo pero ella no lo consintió y me dio tal trato con sus uñas que hubiera preferido no haber empezado nunca. (…) Tomé una cuerda y le di de azotes, después de lo cual echó grandes gritos. (…) Finalmente llegamos a estar tan de acuerdo que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de rameras. (Michel de Cúneo: Cronistas de Indias)

Mujer golpeada
El desprecio por las víctimas femeninas de la violencia sexual, no queda reducido a casos aislados, que se destacarían de la opinión dominante, como actos reprobables, que la comunidad opina que deben ser castigados severamente, para desalentar a quienes pudieran imitarlos. Tanto si se da una sanción legal o moral, como si no la hay, quienes sufrieron la violencia quedan marcadas para los testigos. El desprecio organiza el diálogo desigual entre víctimas y victimarios, porque instala a las víctimas en un espacio de indefensión, de carencia de derechos, que los victimarios articulan a su medida, con el objeto de eliminar cualquier duda sobre quiénes son unos y otras.
Las mujeres fueron definidas tradicionalmente por la cultura patriarcal como el sexo débil, aunque las estadísticas actuales demuestren que viven más tiempo que los hombres, a pesar de sobrellevar situaciones tan estresantes o más que las vividas por los hombres. La idea de una minusvalía natural, biológica, imposible de superar, que las convertiría tarde o temprano en las víctimas más probables, cuando se involucran con representantes del otro género, se arraigó sin embargo en el imaginario colectivo, tanto de los hombres como de las mujeres.
Para ellos, la indefensión femenina, lejos de plantear la necesidad de un trato más atento, sugiere la posibilidad de controlarlas sin demasiado riesgo. Después de todo, ¿qué se arriesgaría? Si son abusadas y no les gusta, si piden ayuda o acusan a sus agresores, no las escucharán y lo que es más seguro, ellas casi nunca se atreverán a protestar, porque al hacerlo se marginan de buena parte de la sociedad.
Para ellas, la conciencia de la indefensión, se convierte en la excusa perfecta para no arriesgarse más allá de los límites que la sociedad ha fijado a su género. Cualquier salida fuera de los límites que las instituciones les establecieron tradicionalmente, puede traerles un cúmulo de consecuencias lamentables, que pueden evitar mediante la sumisión.
Pradilla: Rapto de las sabinas
La representación del rapto de las Sabinas, episodio mítico situado en la época de la fundación de Roma, sirve de excusa para los artistas plásticos de todos los tiempos, que desean incluir atractivos desnudos femeninos y vigorosos cuerpos masculinos en acción. En esas imágenes, no es mucho lo que resta del secuestro de mujeres efectuados por los nuevos ocupantes del territorio, que carecían de esposas y no imaginaron nada mejor que invitar a sus vecinos a unas carreras de caballos y libaciones alcohólicas, durante las cuales se apoderaron de las mujeres y las violaron. ¿Qué podía ocurrir después? ¿La venganza de las familias ofendidas? Para el mito, habría ocurrido un paradójico desenlace. Las mujeres ofendidas interceden ante los suyos, para que acepten a los ofensores, sin duda rústicos, pero también seductores.
Rubens: Rapto de las sabinas

Las sabinas, interponiéndose entre yernos y suegros, los unieron. (Virgilio: La Eneida)

En las pinturas elaboradas para evocar ese desconfiable happy end, hay una representación de la violencia indeseable, combinada con una celebración del abuso que termina (si puede creerse la versión de los vencedores) en una fiesta de reconciliación. ¿Por qué molestarse en condenarla, entonces? Abusar de la condición del derrotado es una situación rutinaria. En los textos de la Biblia, la alternativa de una guerra contra los vecinos que constituyen una amenaza para el pueblo elegido por Dios, promete a quienes participen, el disfrute de todas las crueldades posibles.

Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y saqueadas todas las casas, y violadas las mujeres, y la mitad de la ciudad irá en cautiverio. (Ezequiel 14:02)

Mariano Fortuny: Tarquinio y Lucrecia
En la Antigua Roma, la noble Lucrecia era la esposa de Colatino. El hijo del rey Tarquinio se enamoró de ella, le propuso convertirse en su amante y al ser rechazado amenazó con matarla junto a uno de sus esclavos, para que pareciera haber sido sorprendida en adulterio. Lucrecia no tuvo otra salida que ceder, pero al día siguiente informó lo sucedido a su padre y a Colatino. A continuación, se clavó un puñal en el pecho y murió delante de los suyos. La historia causó tal indignación popular, que el rey y su parentela fueron expulsados de la ciudad.
Lucrecia se convierte en heroína popular gracias a una triple victimización que acepta, no de buen grado, y sin embargo la deja marcada. Primero, salva su vida, sometiéndose al capricho del violador. Luego confiesa la falta en la que incurrió contra su voluntad. Por último, se quita del medio, para no constituir una carga insostenible para la honra de su marido y su familia paterna. Dada la enorme disparidad de fuerzas que se enfrentan, la víctima no puede controlar al adversario, sino publicar la ofensa que sufrió, para que otros más fuertes la venguen.
Artemisia Gentileschi: Judith y Holofernes
La historia de Lucrecia no ha perdido vigencia, pero el tipo de respuesta femenina sí. Una pintora del Renacimiento italiano, Artemisia Gentileschi, que pintó varias versiones de la decapitación de Holofernes por Judith, habría pasado por la experiencia de ser violada a los dieciocho años. Ella no esperó que su padre la vengara, ni tampoco aceptó casarse con el violador, como le ofrecían los negociadores. Prefirió la vergüenza de denunciarlo ante un Tribunal, exponiéndose a la marginación social. Durante el proceso que condenó al hombre a un año de cárcel y el exilio, Gentileschi dejó un testimonio escrito de lo sucedido.

Cerró la habitación con llave [su agresor] y una vez cerrada me lanzó sobre un lado de la cama, dándome con una mano en el pecho, me metió una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos, y alzándome las ropas, que le costó mucho hacerlo, metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza, comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré los pelos y antes de que pusiera dentro el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne. (Artemisia Gentileschi).

¿Cómo imponer alguna paridad entre los participantes de una relación que incluye a quienes la naturaleza y/o la sociedad asignan distintos roles y cuotas de poder? Los hombres suelen ser designados por el contexto social como cazadores, mientras se define paralelamente a las mujeres como sus presas inevitables. Si un hombre se resiste a acechar y perseguir, tanto como si una mujer se niega a ofrecerse y negarse por turnos, eso afecta a la otra parte, que se desconcierta o reclama por la ruptura de un acuerdo tradicional basado en la disparidad.
Los hombres sospechan frecuentemente de la fidelidad de las mujeres, y no tardan en volverse violentos por ese motivo, aunque no tengan pruebas de nada, mientras que las mujeres sufren el desamor de los hombres, que atribuyen a su propia incapacidad para retenerlos, o a la maldad de otras mujeres decididas a arruinar una relación de pareja que hubiera debido continuar hasta que la muerte los separara.

En sus interacciones grupales los niños aprenden (…) que las figuras masculinas son importantes; los hombres saben, son infalibles y deben ser imitados; un hombre está para cosas grandes, para sobresalir y dominar a otros. (Abarca Paniagua: Discontinuidades en el modelo hegemónico de masculinidad)

De un hombre engañado por una mujer, la sociedad espera (más bien exige) que no acepte ser expuesto como la víctima pasiva de la ofensa, una circunstancia que acarrea el deshonor para su género. Él debe reaccionar de inmediato, no solo defendiéndose de la injuria que sufrió, sino (como se da en muchas culturas) castigando a quien lo traicionó. En el pasado, matar a la mujer infiel no era considerado un crimen, sino un acto de Justicia, que restauraba un orden moral vulnerado. Esa mujer debía pagar por sus actos reprobables, para que otras mujeres tentadas de hacer algo parecido se contuvieran.
Cuando una mujer pasa por una situación similar, se espera en cambio que perdone sin demasiado trámite lo sucedido, en beneficio de la continuidad de la familia, o que en último caso busque ayuda (en lo posible, la de otros hombres) que la vengarían, a pesar de la marca infame que ahora ella carga por tanto tiempo como esos protectores decidan.
Siempre quedan dudas que afectan de manera desigual a la honra de ambos géneros. ¿Acaso habrá sido la mujer violada tan inocente como ella reclama, cuando busca la compasión de la sociedad (que de acuerdo a sus normas debería discriminarla por su debilidad) o conseguir el perdón de los suyos (que se consideran deshonrados por la desgracia que le ocurrió, tal vez porque ella lo excitaba)? ¿Acaso el violador fue tan culpable como se lo juzga desde la perspectiva de la víctima? ¿No se tratará más bien de un hombre sano, puede decirse que “normal”, incapaz de desoír el reclamo de sus hormonas? Si la mujer no lo tentó, como afirman las de su género, desde la época de Adán y Eva, él debe aceptar para sí la imagen cruel que la tradición le impone. Créase o no, al abusar de la mujer, él dio cumplimiento a un mandato social para el que fue sistemáticamente acondicionado desde la infancia y que no fue capaz de resistir, porque de hacerlo (aunque solo de manera excepcional, por compasión o descuido) se expondría al desprecio de sus pares.
Rosario Castellanos
En cuanto a ella, al admitir que puedan abusarla, no solo confirma su posición desventajosa, la de su género, condenado a reproducir la especie, y por lo tanto susceptible de recibir la simiente de los machos, sino que (al menos por un instante, aquel durante el cual el hombre despliega sus herramientas de intimidación o seducción, porque haría cualquier promesa con tal de poseerla) ella se convierte en el centro de un universo donde habitualmente se la margina. 

Al principio me daba vergüenza, me humillaba / que los hombres me vieran de ese modo / después. Que me negaran / el derecho a negarme cuando no tenía ganas / porque me habían fichado como puta. / Y ni siquiera cobro. Y ni siquiera / puedo tener caprichos en la cama. / Son todos unos tales. ¿Qué por qué no lo hago? / Porque me siento sola. O me fastidio. (Rosario Castellanos:  Kinsey Report)

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