martes, 12 de enero de 2016

HISTORIAS DE LA IMAGINARIA HISTERIA Y SUS PROMETIDAS CURAS



Las mujeres con histeria no deben ser tocadas; ese es un trabajo para los maridos y los médicos. (Avicena)

Vibrador de comienzos del siglo XX
En el interior de la pareja, una alternativa que la sociedad le ha ofrecido tradicionalmente a la mujer como la mejor forma posible de organizar su vida adulta, ella tropieza con una serie de trampas, que van desde la oportunidad de quedar sometida al maltrato doméstico del marido, que debería aceptar como una muestra de amor o para evitarle un dolor a los hijos que los necesitan a ambos, hasta la confirmación de su incapacidad para disfrutar la sexualidad personal, en el mismo grado que parece disfrutarla el hombre que la comparte con ella.

No es una imagen nueva, esa de las mujeres minusválidas en varios planos, que parecen complementarse. Aquellas que no podían votar, porque se daba por sentado que no estaban informadas, ni eran capaces de organizar una opinión sobre el mundo más allá de las cuatro paredes de su hogar, tampoco debían disfrutar de su sexualidad. La marginación en este aspecto, era a la vez un hándicap femenino y el sustento de una de sus más apreciadas virtudes. Puesto que las mujeres se aburrían o molestaban con la rutina de ser el instrumento de la reproducción de la especie, podía confiarse en su fidelidad y la paternidad de la prole.
Ellas no se atreverían, más aún, no llegarían a interesarse, en probar las destrezas amatorias de otros hombres. Al actuar de ese modo, serían posesiones más seguras para quienes se veían como sus legítimos dueños, aunque probablemente se volvieran al mismo tiempo menos equilibradas, irritables y propensas a manifestar una serie inexplicable de dolencias, que se consideraba típicamente femeninas.
Tanya Wexler: Histeria
Histeria, un filme dirigido por Tanya Wexler, recrea con cierto ingenio, pero sin demasiado apego a la Historia, una situación que cuesta imaginar en la actualidad: las terapias de la histeria femenina, una enfermedad nerviosa que los médicos identificaban desde la Antigüedad y oficialmente dejó de existir a mediados del siglo XX, cuando las asociaciones profesionales evaluaron que carecía de fundamentos científicos.
Hipócrates describía los síntomas de la histeria (convulsiones en distintas áreas del cuerpo femenino) en el siglo VI antes de nuestra era, que no podían ser más variados y molestos: irritabilidad, respiración agitada, jaquecas, vahídos, espasmos, insomnio, falta de apetito, hinchazón atribuida a retención de líquidos.
Para Galeno, la histeria surgía de la privación de actividades sexuales de las mujeres.
Plaga del baile de Estrrasburgo
De acuerdo a la medicina de la Edad Media (una época donde los conocimientos sobre las funciones del cuerpo humano avanzaron muy poco, para no entrar en conflicto con la religión cristiana) la abstinencia sexual provocaba una “sofocación de la matriz”. El remedio que se proponía era una intensificación de la actividad sexual, en el caso de las mujeres casadas, y recurrir a los masajes vaginales de una matrona (la misma que se encargaba de los partos) cuando se trataba de solteras.
A veces ocurrían situaciones inexplicables, como la epidemia de baile que ocurrió en Estrasburgo, a comienzos del siglo XVI, cuando primero una mujer comenzó a bailar en la calle, durante casi una semana, luego se le sumaron otros vecinos, hasta llegar a ser 400 que no lograban detenerse. Algunos murieron y otros finalmente se agotaron. Hoy se hablaría de histeria colectiva.
Durante el siglo XX, en Tanganica (hoy Tanzania) tres estudiantes de una escuela religiosa comenzaron a reír incontroladamente, la situación se contagió a 159 adolescentes. Algunas rieron durante horas, otras lo hicieron durante dieciséis días. La escuela fue cerrada,  pero los accesos de risa, combinados con episodios de llanto, se contagiaron a la aldea cercana, donde persistieron durante meses, hasta desaparece de manera tan misteriosa como habían llegado.
Histeria de la risa en Tanganica
Las dolencias imaginarias podían ser tan abrumadoras como las orgánicas, pero no se les daba demasiada importancia. En el curso del siglo XIX, una época que suele considerarse demasiado represiva, pero a la vez hipócrita, en todos los aspectos referidos a la sexualidad humana, comenzó a definirse un relevante cambio cultural, que consistió en el reconocimiento de que a las mujeres no les correspondía resignarse a la desventajosa situación que le había sido atribuida en el ámbito de la sexualidad y tal vez les correspondiera comenzar a exigir un trato más justo.
Algunas enfermaban de lo que se denominaba histeria durante años, dejando en evidencia que necesitaban ayuda profesional, porque libradas a sus propias fuerzas, no conseguían superar sus limitaciones.
Anuncio cura de histeria del siglo XIX
Se suponía que la histeria afectaba en Europa a dos de cada tres mujeres del siglo XIX. Ellas eran atendidas por médicos que suministraban un tratamiento recomendado tradicionalmente para las monjas y solteronas desde el Medioevo, que consistía en repetidos masajes aplicados a los genitales, un procedimiento capaz de conducirlas, después de algunos minutos, a lo que se denominaba un paroxismo histérico (en otras palabras, un orgasmo) capaz de aliviar temporalmente las tensiones acumuladas.
Una alternativa menos invasora, la hidroterapia, que consistía en la aplicación de chorros de agua a presión sobre los genitales femeninos cubiertos con ropas, causaba el mismo efecto, evitando la incomodidad de tocar o invadir el cuerpo de la paciente con las manos, era utilizada rutinariamente en las casas de baño de Inglaterra y las colonias inglesas de América del Norte, promediando el siglo XVIII.
La perspectiva moderna puede ver de otro modo esas terapias que se pusieron de moda sin causar ningún escándalo, como demuestran los anuncios de los profesionales que la administraban y se publicaban en la prensa, junto a los anuncios de dentistas y peluqueros. Después de todo, pensarían las pacientes, eran médicos titulados quienes ofrecían, no solo sus manos expertas, sino también utilizando la última novedad de un siglo rico en innovaciones técnicas, como el motor a vapor o la electricidad.
Hoy se hablaría del empleo de rayos laser, laparoscopía o células-madre, cualquier procedimiento costoso y innovador, con el objeto de deslumbrar a una clienta ávida de milagros. Entonces se prometía la salud mental, porque “Vibración es vida”, de acuerdo a los instructivos del equipamiento anunciado, sin el menor pudor.
Mujeres griegas en gineceo
En la Antigüedad, los instrumentos de estimulación sexual femenina se fabricaban, con estructuras similares a las que muestran hoy las mercancías de sex-shop. Lysistrata, en la comedia de Aristófanes que lleva su nombre, representada en el siglo V antes de nuestra era, se queja de que por causa de la guerra interminable que mantienen atenienses y espartanos, no llegan al mercado los juguetes sexuales que se fabricaban en Mileto, a los que habrían sido tan afectas esas mujeres obligadas a vivir sin sus parejas. Los griegos y romanos elaboraban  adminículos sexuales con una variedad de materiales: cera, madera o piedra pulida, y los lubricaban con aceite de oliva. De Cleopatra se cuenta que usaba uno de cuero, hueco, donde encerraban abejas que le otorgaban una vibración estimulante.
Probablemente los miles de mujeres que fueron acusadas de brujería, encarceladas, torturadas y quemadas en hogueras durante los siglos XV al XVII, no pasaran de ser histéricas que imaginaban haber copulado con el Diablo, volar montadas en escobas y otras imposibilidades. Si ellas lo creían, ¿por qué no habrían de convencer a sus jueces, que las condenaban al tormento si haber tenido otra evidencia que las denuncias de testigos impresionables y sus propias confesiones?
Vibrador del siglo XIX
Hacia el final del siglo XIX, durante el auge de la Revolución Industrial, se esperaba algo más refinado, eficaz y sin precedentes que aliviara la insatisfacción sexual. George Taylor patentó en 1869 en los EEUU un aparatoso vibrador metálico, que funcionaba a vapor, como las locomotoras, de funcionamiento tan complejo que debía ser controlado por especialistas. También los hubo a pedal, que podían ser autoimpulsados por quienes recibían el masaje (siempre y cuando pudieran mantener la adecuada coordinación muscular durante todo el proceso).
Vibrador a vapor
Hacia 1880, Joseph Mortimer Granville, patentó un instrumento eléctrico y portátil, alimentado por baterías, que debía aliviar la tediosa actividad manual del profesional de la Medicina que trataba la histeria mediante los tediosos (para él) masajes manuales. Granville, inventor prudente o tal vez interesado en explorar un nuevo perfil de consumidores, comenzó por probarlos en hombres, a quienes no se suponía víctimas de la dolencia.
Mucho antes, la ciencia médica se había abierto a la idea de que la histeria (o como se la llamase en el futuro) debía analizarse para averiguar sus causantes, y más aún, si debían arbitrarse tratamientos que la atenuaran o liquidaran, como sucedía con cualquier enfermedad. Jean-Marie Charcot, en su clínica de Paris, en los últimos años del siglo XIX, diferencia la histeria de la epilepsia. Charcot elabora la hipótesis de que sucesos traumáticos operan como una autohipnosis que convence a los pacientes de que sufren lesiones inexistentes. De ellos deriva la idea de recurrir a la hipnosis para curar (o tal vez, tan solo impresionar) a sus pacientes, convenciéndolos de que podían ser liberados de sus síntomas.

Esta enfermedad, la más enigmática de todas las de los nervios, para cuyo enjuiciamiento no habían hallado aún los médicos ningún punto de vista válido, se encontraba precisamente bajo los efectos de un descrédito que se extendía a los médicos dedicados a su estudios. (Sigmund Freud: Charcot)

Rudolf Chrobak, un famoso obstetra vienés, era menos sofisticado al enunciar una receta que no estaba en condiciones de entregar a las mujeres que lo consultaban en busca de alivio para dolencias imaginarias:

El único tratamiento para una enfermedad como esa, lo conocemos todos nosotros, pero no lo podemos prescribir. Requiere penis normalis, dosim repetatur. (Rudolf Chrobak)

Arco histérico
Conocemos la frase (con su pudorosa especificación en latín, como acostumbraban los médicos de entonces, cada vez que encaraban asuntos que podían ofender la sensibilidad de la gente) gracias a Sigmund Freud, quien se la habría oído a su colega y estaba preocupado por situaciones tan inexplicables como las parálisis que sufrían algunos pacientes, y no podían atribuirse a causas orgánicas.
En Viena de comienzos del siglo XX, Freud investigó la histeria como una anomalía del sistema nervioso. Podía surgir durante la infancia de hombres y mujeres por igual. Probablemente se originaba en un trauma sexual no siempre recordado por el paciente, una situación que invitaba a desentrañar la complejidad de la psiquis humana. Allí donde se manifestaba esa dificultad para disfrutar de la sexualidad, había un conflicto no resuelto, que la indagación profesional se dedicaba a investigar con una formidable dosis de paciencia y no demasiadas expectativas de cura, porque la terapia debía ser prolongada y con frecuencia infructuosa. ¿La solución simplista, que planteaba el vibrador, sería capaz de desentrañar ese laberinto?

Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar. (Charles Baudelaire)

Anuncio de vibrador años `30
Durante las primeras décadas del siglo XX, los vibradores de marca Gyro-Lator, Try-New-Life, Barker Universal (una máquina tan versátil que podía ser adaptada como batidor eléctrico en la cocina) o Miracle Ball se promovían en la recatada prensa inglesa. La popularidad que alcanzó el artefacto, le reportó a Granville una gran clientela de la clase alta, que no podía sentirse más segura en la consulta médica. Según el inventor, el empleo del vibrador garantizaba que no se tocara a las damas que recibían el tratamiento.
Las tiendas por departamentos comenzaron a ofrecer vibradores junto a otros electrodomésticos, con lo que el empleo que cada usuario quisiera darle, pasó a convertirse en una actividad privada, sobre la cual ni se hablaba, ni se hacían preguntas incómodas. Pasaron varios años antes de que esos artefactos, que se cuentan entre los primeros electrodomésticos que aparecieron en el mercado (eran más antiguos aún que las inocentes planchas eléctricas y aspiradoras) adquirieran la imagen actual, de auxiliares de la excitación sexual, que se venden en los sex shops o tiendas especializadas de artículos eróticos.
Joycelyn Enders
Más tarde, la creciente visibilidad del cine pornográfico, dejó al descubierto el uso no medicinal de los vibradores, que no se mencionaba en público y la venta de artefactos fue prohibida en gran parte de los EEUU, hasta hace apenas una generación, cuando la epidemia de VIH otorgó a la autoestimulación erótica la imagen de una práctica sexual segura, que había sido condenada unánimemente, y la doctora Joycelyn Elders, alta funcionaria estatal de la salud pública, recomendó en 1994 enseñar en las escuelas, poco antes de ser destituida por el Presidente Bill Clinton. Hasta los políticos más liberales, tienen límites en la opinión dominante que no están dispuestos a traspasar.

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