Encuentro de nativos y europeos |
Mientras estaba en la barca,
hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho Almirante [Cristóbal
Colón] me regaló, y después que la hube llevado a mi camarote, y estando ella
desnuda, según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir
mi deseo pero ella no lo consintió y me dio tal trato con sus uñas que hubiera
preferido no haber empezado nunca. (…) Tomé una cuerda y le di de azotes,
después de lo cual echó grandes gritos. (…) Finalmente llegamos a estar tan de
acuerdo que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de
rameras. (Michel de Cúneo: Cronistas de Indias)
Mujer golpeada |
Las mujeres fueron definidas tradicionalmente por la cultura
patriarcal como el sexo débil, aunque las estadísticas actuales demuestren que
viven más tiempo que los hombres, a pesar de sobrellevar situaciones tan
estresantes o más que las vividas por los hombres. La idea de una minusvalía
natural, biológica, imposible de superar, que las convertiría tarde o temprano
en las víctimas más probables, cuando se involucran con representantes del otro
género, se arraigó sin embargo en el imaginario colectivo, tanto de los hombres
como de las mujeres.
Para ellos, la indefensión femenina, lejos de plantear la
necesidad de un trato más atento, sugiere la posibilidad de controlarlas sin
demasiado riesgo. Después de todo, ¿qué se arriesgaría? Si son abusadas y no
les gusta, si piden ayuda o acusan a sus agresores, no las escucharán y lo que
es más seguro, ellas casi nunca se atreverán a protestar, porque al hacerlo se
marginan de buena parte de la sociedad.
Para ellas, la conciencia de la indefensión, se convierte en
la excusa perfecta para no arriesgarse más allá de los límites que la sociedad
ha fijado a su género. Cualquier salida fuera de los límites que las
instituciones les establecieron tradicionalmente, puede traerles un cúmulo de
consecuencias lamentables, que pueden evitar mediante la sumisión.
Pradilla: Rapto de las sabinas |
Rubens: Rapto de las sabinas |
Las sabinas, interponiéndose
entre yernos y suegros, los unieron. (Virgilio: La Eneida)
En las pinturas elaboradas para evocar ese desconfiable happy end, hay una representación de la
violencia indeseable, combinada con una celebración del abuso que termina (si
puede creerse la versión de los vencedores) en una fiesta de reconciliación.
¿Por qué molestarse en condenarla, entonces? Abusar de la condición del
derrotado es una situación rutinaria. En los textos de la Biblia, la alternativa de una
guerra contra los vecinos que constituyen una amenaza para el pueblo elegido
por Dios, promete a quienes participen, el disfrute de todas las crueldades
posibles.
Porque yo reuniré a todas las
naciones para combatir contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y saqueadas
todas las casas, y violadas las mujeres, y la mitad de la ciudad irá en
cautiverio. (Ezequiel 14:02)
Mariano Fortuny: Tarquinio y Lucrecia |
Lucrecia se convierte en heroína popular gracias a una triple
victimización que acepta, no de buen grado, y sin embargo la deja marcada.
Primero, salva su vida, sometiéndose al capricho del violador. Luego confiesa
la falta en la que incurrió contra su voluntad. Por último, se quita del medio,
para no constituir una carga insostenible para la honra de su marido y su
familia paterna. Dada la enorme disparidad de fuerzas que se enfrentan, la
víctima no puede controlar al adversario, sino publicar la ofensa que sufrió,
para que otros más fuertes la venguen.
Artemisia Gentileschi: Judith y Holofernes |
La historia de Lucrecia no ha perdido vigencia, pero el tipo
de respuesta femenina sí. Una pintora del Renacimiento italiano, Artemisia
Gentileschi, que pintó varias versiones de la decapitación de Holofernes por
Judith, habría pasado por la experiencia de ser violada a los dieciocho años.
Ella no esperó que su padre la vengara, ni tampoco aceptó casarse con el
violador, como le ofrecían los negociadores. Prefirió la vergüenza de
denunciarlo ante un Tribunal, exponiéndose a la marginación social. Durante el
proceso que condenó al hombre a un año de cárcel y el exilio, Gentileschi dejó
un testimonio escrito de lo sucedido.
Cerró la habitación con llave
[su agresor] y una vez cerrada me lanzó sobre un lado de la cama, dándome con
una mano en el pecho, me metió una rodilla entre los muslos para que no pudiera
cerrarlos, y alzándome las ropas, que le costó mucho hacerlo, metió las dos
rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza, comenzó a
empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré los pelos y antes de
que pusiera dentro el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne.
(Artemisia Gentileschi).
¿Cómo imponer alguna paridad entre los participantes de una
relación que incluye a quienes la naturaleza y/o la sociedad asignan distintos
roles y cuotas de poder? Los hombres suelen ser designados por el contexto
social como cazadores, mientras se define paralelamente a las mujeres como sus
presas inevitables. Si un hombre se resiste a acechar y perseguir, tanto como
si una mujer se niega a ofrecerse y negarse por turnos, eso afecta a la otra
parte, que se desconcierta o reclama por la ruptura de un acuerdo tradicional
basado en la disparidad.
Los hombres sospechan frecuentemente de la fidelidad de las
mujeres, y no tardan en volverse violentos por ese motivo, aunque no tengan
pruebas de nada, mientras que las mujeres sufren el desamor de los hombres, que
atribuyen a su propia incapacidad para retenerlos, o a la maldad de otras
mujeres decididas a arruinar una relación de pareja que hubiera debido
continuar hasta que la muerte los separara.
En sus interacciones grupales los niños aprenden (…) que las
figuras masculinas son importantes; los hombres saben, son infalibles y deben
ser imitados; un hombre está para cosas grandes, para sobresalir y dominar a
otros. (Abarca Paniagua: Discontinuidades en el modelo
hegemónico de masculinidad)
De un hombre engañado por una mujer, la sociedad espera (más
bien exige) que no acepte ser expuesto como la víctima pasiva de la ofensa, una
circunstancia que acarrea el deshonor para su género. Él debe reaccionar de
inmediato, no solo defendiéndose de la injuria que sufrió, sino (como se da en
muchas culturas) castigando a quien lo traicionó. En el pasado, matar a la
mujer infiel no era considerado un crimen, sino un acto de Justicia, que
restauraba un orden moral vulnerado. Esa mujer debía pagar por sus actos
reprobables, para que otras mujeres tentadas de hacer algo parecido se
contuvieran.
Cuando una mujer pasa por una situación similar, se espera
en cambio que perdone sin demasiado trámite lo sucedido, en beneficio de la
continuidad de la familia, o que en último caso busque ayuda (en lo posible, la
de otros hombres) que la vengarían, a pesar de la marca infame que ahora ella
carga por tanto tiempo como esos protectores decidan.
Siempre quedan dudas que afectan de manera desigual a la
honra de ambos géneros. ¿Acaso habrá sido la mujer violada tan inocente como
ella reclama, cuando busca la compasión de la sociedad (que de acuerdo a sus
normas debería discriminarla por su debilidad) o conseguir el perdón de los
suyos (que se consideran deshonrados por la desgracia que le ocurrió, tal vez
porque ella lo excitaba)? ¿Acaso el violador fue tan culpable como se lo juzga
desde la perspectiva de la víctima? ¿No se tratará más bien de un hombre sano, puede
decirse que “normal”, incapaz de desoír el reclamo de sus hormonas? Si la mujer
no lo tentó, como afirman las de su género, desde la época de Adán y Eva, él
debe aceptar para sí la imagen cruel que la tradición le impone. Créase o no, al
abusar de la mujer, él dio cumplimiento a un mandato social para el que fue
sistemáticamente acondicionado desde la infancia y que no fue capaz de resistir,
porque de hacerlo (aunque solo de manera excepcional, por compasión o descuido)
se expondría al desprecio de sus pares.
Rosario Castellanos |
En cuanto a ella, al admitir que puedan abusarla, no solo
confirma su posición desventajosa, la de su género, condenado a reproducir la
especie, y por lo tanto susceptible de recibir la simiente de los machos, sino
que (al menos por un instante, aquel durante el cual el hombre despliega sus
herramientas de intimidación o seducción, porque haría cualquier promesa con
tal de poseerla) ella se convierte en el centro de un universo donde
habitualmente se la margina.
Al principio me daba vergüenza,
me humillaba / que los hombres me vieran de ese modo / después. Que me
negaran / el derecho a negarme cuando no tenía ganas / porque me habían fichado
como puta. / Y ni siquiera cobro. Y ni siquiera / puedo tener caprichos en la
cama. / Son todos unos tales. ¿Qué por qué no lo hago? / Porque me siento sola.
O me fastidio. (Rosario Castellanos:
Kinsey Report)