miércoles, 18 de junio de 2014

VIGILANTES CHAPERONAS

Al comparar distintas culturas, se advierte que los hombres y las mujeres son alentados (incluso conminados) por la sociedad a formar parejas estables y tener hijos, mientras que en forma paralela se les ponen obstáculos, destinados a restringir las tendencias que se opongan a las normas establecidas. El incesto, la promiscuidad, la homosexualidad, incluso la soltería y la dedicación a la vida contemplativa, quedan fuera de las opciones que se aceptan en la comunidad, y en algunos casos se las reprime en forma decidida. Los asirios alentaban a las jóvenes casaderas a prostituirse durante un año en beneficio del culto de la diosa Ishtar, pero una vez superado ese período que se consideraba educativo y piadoso, el matrimonio se imponía, con reglas de fidelidad no menos estrictas que las actuales. Raros son los ejemplos de sociedades en las que el llamado amor libre se tolera abiertamente, como sucedió durante los primeros años de la Unión Soviética (como queda registrado en la comedia Cama o Sofá de Abram Room) o el ámbito de las comunas hippies norteamericanas de los años `70. ¿Qué puede hacerse con una modalidad de relación donde los individuos se reúnen o separan sin mayores problemas, de acuerdo al capricho o la atracción sexual que experimentan unos por otros? Hoy pueden amarse apasionadamente, a pesar de lo cual mañana advierten que eran incompatibles, porque se aburrieron o se les cruzó en el camino otra pareja más interesante. Una volatilidad semejante es peligrosa para la estabilidad social. Las hormonas no suelen fundamentar relaciones demasiado sólidas, ni tampoco previsibles, como es el objetivo de cualquier institución. El simple entusiasmo, el enamoramiento que estalla en segundos y como llegó se desvanece, no brinda ninguna base confiable para la comunidad. Por lo tanto, los hombres y mujeres que se sienten atraídos mutuamente, deben superar las barreras en ocasiones odiosas, que se les plantean desde las instituciones, para dificultar el cumplimiento de un encuentro que sin embargo se presenta como deber.
Cuando hay que armar parejas, la intermediación femenina de la chaperona (carabina o dueña en España) resultaba insustituible para la cultura patriarcal. Bartolomé Murillo pintó a una Joven y su Dueña. La primera se exhibe en una ventana, mientras la segunda se cubre la cara y al mismo tiempo garantiza con su gesto pudoroso, que la soltera no esté ofreciéndose sin condiciones. Puede ser que los hombres desconfíen de la idoneidad de las mujeres en las tareas del gobierno, en el manejo de los negocios o el culto religioso, tareas que se consideran serias y difíciles de controlar. Para compensarlas de tanta represión de las habilidades femeninas, se les otorga el control de los asuntos domésticos, una esfera de menor rendimiento económico, donde le toca a los hombres la imagen de poco confiables, porque ante el menor inconveniente, dejan de lado las normas que ellos mismos elaboraron. Las mujeres (también los eunucos, en aquellas sociedades en las que tal clase de personas es fabricada) son los convocados para organizar la existencia de jóvenes solteras, cuyo honor debería preservarse para el matrimonio. Ellas no pueden circular demasiado en busca de marido (situación que es el objetivo fundamental de sus vidas) porque la simple exposición pública las devalúa ante la comunidad, tal como pensaban los griegos del mundo antiguo o los musulmanes de todas las épocas.
Si las mujeres quieren conocer a eventuales parejas masculinas (o hacer que los hombres solteros las descubran, se interesen en ellas y las libren de la vergüenza de pasar el resto de sus vidas sin marido) tendrán que recurrir a los servicios de especialistas femeninas, que por su condición social desprotegida o por su edad madura, no corren tantos peligros de sufrir el abuso masculino. La chaperona o acompañante femenina, era quien impedía tradicionalmente que las parejas heterosexuales se quedaran a solas en público o privado, una situación que de acuerdo a la visión tradicional conducía inevitablemente a la deshonra de de la mujer involucrada. Bastaba la breve soledad de una pareja para que todo el mundo considerara que aprovechando la circunstancia, había habido alguna actividad sexual. Imposible hacerse ilusiones respecto de los hombres, porque se los consideraba depredadores compulsivos. Bastaba que una mujer hubiera quedado expuesta a la vecindad de un hombre en una habitación cerrada, a pocos metros del resto de la familia, en el zaguán de la casa familiar, en una calle o plaza poco iluminada, en una última fila de una sala de cine, en el interior de un auto sin luces, para que se diera por hecho el contacto sexual entre ambos.
Durante todo ese tiempo del noviazgo, el novio solamente podía robarle unos cuantos besitos a la muchacha cuando su mamá se iba de a la cocina a colar café; unas cuantas caricias más apasionadas (…) si se les presentaba la oportunidad en algún lugar, y si tenía mucha suerte, le rozaría una rodilla a su futura esposa. (Esteban Fernández: Los antiguos noviazgos cubanos)
La chaperona insobornable y experimentada en esas lides (incluso la misma madre o una tía, no cualquier hermana o hermano menor, cuya complicidad pudiera ser comprada con algunas golosinas) acompañaba a las parejas durante los encuentros del noviazgo, un proceso lento de acercamiento y contención, que podía insumir varios años, durante los cuales se suponía que la pareja llegaba a conocerse bien, aunque lo más probable era que todo el contacto se redujera a diálogos rutinarios, pequeños regalos intercambiados regularmente, breves besos y preparativos interminables de la ropas y la vajilla utilizarían después del matrimonio. Los intereses de la familia de la novia estaban cautelados durante este proceso por la vigilancia de la chaperona. Con su presencia incómoda, ella recordaba a la pareja que no habían terminado de consolidarse, los límites de conducta impuestos por la opinión dominante: la reglamentación de días y horas de visitas, el lugar donde se efectuaban los encuentros, la iluminación y el mobiliario que iban a utilizar los novios para no molestar a nadie.
No podían acercarse demasiado, aunque compartieran el mismo asiento. El sofá era inadecuado, porque no costaba mucho convertirlo en peligroso lecho. Las sillas separadas resultaban una tortura para aquellos que a pesar de las restricciones deseaban tocarse. Durante el siglo XIX y comienzos del XX, se utilizó el ingenioso vis-a-vis, un sillón para dos personas, que obligaba a sentarse en direcciones opuestas, por lo que quedaban de lado (podían besarse fugazmente) a pesar de que cualquier contacto de la cintura para abajo quedara impedido.
Buena parte de la intimidad entre los novios quedaba postergada a momentos tales como la recepción o la despedida, que ocurrían en la tierra de nadie de la entrada a la casa de la novia. Allí, en la puerta de calle o en el zaguán mal iluminado, se intercambiaban besos furtivos, caricias, toqueteos, incluso la consumación de la actividad sexual tantas veces reprimida, en situaciones precarias, con riesgo de que la privacidad fuera invadida en cualquier momento por la llegada de parientes o vecinos. En pocas décadas, las restricciones anteriores fueron levantadas en buena parte del planeta. Los adultos están distraídos o han desesperado de la posibilidad de controlar la conducta sexual de sus hijos y parecen dispuestos a aceptar lo que sea. Las nuevas generaciones no consiguen imaginar, desde la más temprana adolescencia, que los adultos puedan cuestionar su vida sexual sin que se rían en su cara. Hay categorías como “los amigos con ventaja” que se han ido difundiendo en distintos sectores sociales y desdibujan la frontera que tradicionalmente se daba entre amistad y concubinato. Sexo hay, esporádico, pero compromiso no. Mejor dicho, el sexo no compromete demasiado, puesto que hay preservativos, anticonceptivos, píldoras del día después, etc. Por lo tanto, las chaperonas que controlaban la sexualidad de los novios debieran ser un tema del folklore, tan improbable como los carros tirados por caballos y el cine mudo.En la actualidad, sin embargo, los gobiernos locales de Japón, deseosos de detener la baja constante de la tasa de fertilidad que sufre el país, emplean a mujeres que recorren las casas de sus vecinos para averiguar la disponibilidad de hombres solteros. Ellas organizan fiestas destinadas a poner en contacto a hombres y mujeres que de otro modo, por el aislamiento que se ha vuelto una característica no buscada de la modernidad, continuarían cada uno por su lado. Internet ha llegado también para relacionar a solitarios, desde los chats que permiten diálogos desinhibidos entre solitarios, a los servicios de las empresas on line, que ofrecen organizar todo tipo de parejas. En la fantasía de un cantor popular brasileño, la testigo del cortejo amoroso se convierte en el centro de una perversa relación entre tres.
Yo me siento el rey / de un pequeño harén, / aunque ya no sepamos bien / quién vigila a quién. (Moderatto: Chaperona
)

martes, 10 de junio de 2014

TRÁNSITO DE NIÑAS A MUJERES

Where have all the young girls gone? / Long time ago / Where have all the young girls gone? / Taken husbands every one / When will they ever learn? (Pete Seeger y Tao Rodriguez-Seeger: Where have all the flowers gone?)
¿Por qué lamentarse de que los seres humanos gocen de buena salud, evolucionen y pasen fluidamente de la niñez a la adolescencia, luego de la adolescencia a la juventud, etc.? Si algo cabe lamentar es la enfermedad que interrumpe ese tránsito, o la muerte que pone fin a cualquier existencia, pero incluso la muerte puede ser celebrada cuando alivia el dolor. Las jovencitas en la canción de Pete Seeger, en cambio, parecen condenadas a un destino lamentable para el observador, que sin embargo no puede ser más deseado para ellas. Bienvenida la menarquia o primera menstruación, podría suponerse desde un punto de vista objetivo, por perturbadora que resulte la novedad para quienes la experimentan. El cuerpo de las adolescentes les informa que se encuentran sanas y son fértiles. A partir de ese momento, deben controlar sus actos, si no quieren verse involucradas en uno de los tantos embarazos adolescentes que complica la vida de una infinidad de familias en la actualidad. La amenorrea o carencia de regla, es una señal de alerta sobre el funcionamiento inadecuado del cuerpo de una joven. La canción de Seeger, en cambio, plantea que algo (muy apreciado) se pierde en el tránsito de una etapa a la otra. Eso que ya no estará durante el resto de la vida (la inocencia de la niñez) habría que lamentarlo, en lugar de celebrar lo que se haya adquirido en el camino (el conocimiento, la madurez). Vladimir Nabokov convirtió esa nostalgia en el centro de una novela que causó escándalo a mediados del siglo XX.
Entre los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o tres veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino nínfica (o sea, demoníaca); propongo llamar núnfulas a estas criaturas escogidas. (Vladimir Nabokov: Lolita)
Humbert Humbert, el maduro protagonista de Lolita, sufre primero por la imposibilidad de tocar a la niña que lo obsesiona, y sufre de nuevo cuando al entrar en contacto carnal se entera de que al menos otro hombre lo precedió y esa niña es una criatura perversa (por lo tanto, él no llegará a disfrutar nunca el placer de corromperla). Si llega al crimen, es porque lo han despojado de una fantasía tan frágil como capaz de darle sentido a su vida. En todas las culturas existe una falta de simetría en la atención que se presta a llegada a la edad fértil de hombres y mujeres. De este modo se indica no solo a las evidentes diferencias en el desarrollo hormonal de los géneros, sino al espacio que la sociedad les otorga a cada género. Los adolescentes se desarrollan más tarde que las niñas, pero tienen asignados roles dominantes en la relación de pareja, mientras que ellas continúan subordinadas a los varones. Después de todo, ¿no es el entrenamiento más adecuado que pueden recibir para la vida adulta?
La esposa no debe tener sentimientos propios, sino que debe acompañar al marido en los estados de ánimo de éste, ya sean serios, pensativos o bromistas. (Plutarco: Preceptos conyugales)
Nora, la protagonista de la pieza teatral Casa de Muñecas de Henryk Ibsen, escrita en las últimas décadas del siglo XIX, descubre tras un conflictivo proceso de maduración, que no ha crecido demasiado y continúa siendo una niña, a pesar de haberse casado varios años antes y ser la madre de dos hijos. Para su padre, su marido y casi todo el mundo, la madurez sexual de una mujer no se relaciona con la intelectual. Más aún, de acuerdo a la opinión dominante en la sociedad, el género determina que ella no pueda aspirar nunca a esa madurez intelectual. Los griegos de la Antigüedad hicieron aportes fundamentales a la cultura de la Humanidad, que todavía siguen vigentes, y sin embargo no tenían en claro la conexión entre la actividad sexual de hombres y mujeres, con el fenómeno de la procreación. Las mujeres quedaban embarazadas por la intervención de espíritus o astros del firmamento. El viento o los árboles podían ser responsabilizados de la paternidad de seres humanos. Cuando la ciencia terminó de despejar las dudas sobre los mecanismos de la reproducción humana, cosa que no pasó hace mucho tiempo, los prejuicios y mitos de la gente sobre el tema continuaron manifestándose. Aunque hoy es difícil hallar ignorancias similares a las antiguas, no todas las madres se consideran dotadas de conocimientos adecuados sobre el tema, cuando se trata de instruir a sus hijas sobre los resortes fundamentales del funcionamiento de sus propios cuerpos. En ocasiones, la timidez se convierte en el obstáculo principal de la comunicación. ¿Cómo hablar en privado, entre dos personas tan cercanas en todos los aspectos, para referirse a algo que las personas adultas no se atrevían a describir hace pocas generaciones? En pleno siglo XX, durante las clases de Biología de la educación media, se oían por primera vez en público, para incomodidad de algunos jóvenes estudiantes, términos tales como menstruación, anticonceptivos y espermatozoides. Los adolescentes hablaban de eso en privado, pero lo hacían utilizando el léxico cotidiano, que permitía silenciar ciertos aspectos incómodos y transformar a otros en chiste. La terminología científica de los docentes se encargaba de mantener a una cómoda distancia cualquier interrogante posible de los estudiantes. En los países de habla inglesa, todo lo referido a la sexualidad podía ser escrito y publicado en textos que gozaban de autoridad, siempre y cuando se utilizara una lengua muerta como el latín, encargada de describir aquello que la lengua cotidiana no se hubiera atrevido a detallar. En ese contexto se entiende el impacto causado por la publicación de las novelas de D.H.Lawrence (Hijos y amantes, La Serpiente emplumada, El amante de Lady Chaterley) que intentaban otorgar trascendencia a actividades tan elementales como la sexualidad humana y solían ser leídas como textos audaces, que se acercaban a la pornografía.
El mundo está lleno de seres incompletos que andan en dos pies y degradan el único misterio que les queda: el sexo. (D.H. Lawrence)
La primera regla de las adolescentes llegaba hace un siglo cerca de la fiesta de quince, mientras hoy ocurre cinco a siete años antes, en plena infancia. Los especialistas atribuyen este cambio a la industria de la alimentación de nuestra época, saturada de hormonas y pesticidas (una situación que se estudió hace más de veinte años en Puerto Rico) mientras otros estudiosos lo relacionan con el sedentarismo y sobrepeso. El destaque de los pezones y rellenado de los pechos, la aceleración del crecimiento, luego la aparición del vello púbico y de las axilas, eran signos perturbadores para muchas adolescentes del pasado. ¿Cómo los encaran hoy las niñas todavía menos maduras emocionalmente? Aunque se trata de situaciones que todas las mujeres viven, tarde o temprano, cada una lo experimenta de acuerdo a los prejuicios y temores que el entorno suministra. Para las culturas patriarcales, la menstruación era un momento de riesgo que corría todo el grupo que rodeaba a la jovencita que la experimentaba. La preocupación de todos no era por la salud de ella, sino por el daño que podía causar con su involuntaria (y necesaria) efusión de sangre.
Hacia 1952 se estrenó Domani é troppo tardi (Mañana es demasiado tarde) una película que se ocupaba del tema de la llegada de los jóvenes a la madurez sexual. Cualquiera habría pensado que después del caos de la Segunda Guerra Mundial, en un país derrotado como Italia, humillado por varios ejércitos extranjeros, como cuenta la novela de Alberto Moravia La Ciociara, los tabúes referentes a la información sexual hubieran debido ser cosa del pasado, pero eso no era efectivo.
Otra película, Hon dansade en sommar (Un solo verano de felicidad), demostraba que incluso en los países protestantes nórdicos, a los que se supone más liberados en criterios morales, la sexualidad de los adolescentes era una actividad desinformada y en general reprimida por la sociedad tradicional, que conducía la frustración y la muerte de quienes se atrevían a desafiar la opinión dominante. En muchos casos, a pesar de que el tema no podía tomarlas por sorpresa, las madres no se atrevían a advertir a sus hijas sobre los cambios corporales que habrían de sufrir. Del colegio no podía esperar demasiada ayuda, porque los programas de estudio se conformaban con suministrar generalidades que hubiera sido difícil aplicar en la vida cotidiana de los estudiantes, y en el caso de los colegios particulares de orientación religiosa, las monjas y sacerdotes que hubieran debido los instructores, se encontraban todavía peor preparados que las madres, por su inexperiencia y la convicción de que cuanto más se hablara del tema, tanto más se facilitaba la comisión de pecados que ellos debían impedir. Al imponerse la modernidad, el tránsito de niña en mujer pasó a ser representado como un proceso deseable y cómodo, que debía ocurrir lo antes posible. De nuevo, un mito sustituía a otro, que se había desgastado, y las contradicciones del mundo continuaban escamoteadas. En un par de generaciones, se ha llegado a la situación actual, donde las niñas estimuladas por la publicidad, se maquillan, peinan y visten desde muy temprano como mujeres adultas, en una caricatura de la madurez que no se corresponde con su evolución intelectual. Ahora son exhortadas a sentirse mujeres antes de tiempo, aunque solo sea para sumarse a la masa de consumidores.

martes, 3 de junio de 2014

VIUDAS INCONSOLABLES Y VIUDAS ALEGRES

Las mujeres no necesitan tanto a los hombres, como los hombres a las mujeres. (John Gray: Los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus)
La reina Artemisia, en el siglo IV antes de nuestra era, mandó a construir en Halicarnaso una espléndida tumba dedicada a Mausolo, su marido, que por razones de Estado también era su hermano. El monumento, una de las siete maravillas de la Antigüedad, ya no existe, pero sí el ejemplo de la mujer fiel a la memoria de su pareja (tal vez porque no lo sobrevivió más de dos años). ¿Acaso Artemisia hubiera podido reinar sola, sin que nadie se escandalizara por su audacia, o se habría visto obligada a buscar otro marido, para calmar a la opinión dominante? En la cultura paternalista, el destino de una mujer que ostente una alta posición, no incluye la alternativa de permanecer sin pareja. Por eso, la muerte de Artemisia es el final más adecuado para que se la recuerde como el modelo que deberían imitar otras viudas menos dedicadas. En el momento de constituir una pareja, una mujer sin capital ni experiencia en el terreno de la sexualidad era lo deseable para los hombres, por las oportunidades que brindaba de hacer con ella lo que se les ocurriera, encontrando colaboración o al menos ninguna resistencia. La docilidad propia de aquellos que no han tenido la oportunidad de formarse una opinión, pasa a convertirse en uno de los principales atractivos femeninos, y eso no es tan fácil de encontrar en una viuda. Ella tiene el atractivo de sus posesiones, en el caso de que las leyes le permitieran heredarlas del muerto y en forma paralela el handicap de una experiencia que promete mayor resistencia a los abusos.
Petronio cuenta la historia de una virtuosa matrona de Éfeso, que acaba de enviudar y no se conforma con correr detrás del cadáver del marido, tras haberse desgarrado las ropas y desordenarse los cabellos, de acuerdo al duelo de hace dos mil años. La viuda de Efeso se encierra en la tumba y renuncia a comer y beber, desoyendo los consejos de su familia. Quiere morir, después de haberlo perdido al hombre que era todo para ella. Cuando lleva cinco noches llorando, un soldado que pasa por el lugar descubre a la desconsolada mujer, se apiada de su situación y trata de alimentarla. Ella se resiste al comienzo, pero finalmente el hambre puede más, come algunos bocados, su ánimo cambia y al cabo de pocas horas termina haciendo el amor con el soldado, que la conduce fuera de la necrópolis. El autor concluye la historia que la conciencia moderna celebraría por la aceptación de la realidad, con una moraleja condenatoria del género femenino:
Confía tu barco a los vientos / pero jamás tu corazón a una mujer / porque las olas son más firmes / que la fidelidad de una mujer. (Petronio)
¿Hubiera sido más digna de elogio la muerte por inanición de la viuda? Para los pensadores cristianos del Medioevo, que concebían al matrimonio como una unión que permitía establecer las jerarquías imprescindibles entre los géneros, la viuda era sospechosa de buscar el placer egoísta y una vida independiente, aprovechando la ausencia del hombre que la había guiado por la buena senda. Para evitar que las viudas se salieran con la suya, opinaban los teólogos, debían encerrarlas en algún convento, donde les gustara o no, se dedicarían a la vida contemplativa (una opción que no interesaba a todas ellas) o devueltas lo antes posible al control masculino que se establece durante el matrimonio. Casarse con el candidato que la familia decida, olvidando cualquier estancamiento en el dolor por la pareja perdida, era una obligación moral de la viuda.
Así como de nadie se exige la virginidad perpetua, porque es una dote rara (...) menos conviene aún empujar la flor de los años a la perpetua viudez, porque (...) es más fácil la total abstinencia del placer desconocido, que privarse en absoluto de él, luego de haberlo probado. (Erasmo de Rótterdam: La Viuda Cristiana)
Si las mujeres suelen verse más restringidas que los hombres en sus decisiones, por la institución del matrimonio, la sociedad se encarga de vigilar los movimientos de aquellas que por el azar de la viudez quedan libres de la tutela masculina. ¿Serán capaces de convertirse en dueñas de su destino? ¿No borrarán de un plumazo el historial que hasta entonces controlaba el hombre?
Una exitosa opereta de comienzos del siglo XX, La Viuda Alegre de Franz Lehár, presenta en clave trivial esa idea condenatoria de la mujer sola. Hanna ha quedado libre del marido viejo y millonario y viaja a Paris, donde no es improbable que encuentre a quien la consuele. Sus compatriotas se preocupan de eso y le envían a Danilo, un diplomático que en el pasado fue su amante, con la misión de volver a seducirla e impedir que el capital de la mujer emigre. Después de encuentros y desencuentros, valses y champagne, el previsible final feliz combina dos asuntos al parecer tan opuestos como el reencuentro de una pareja y el control del capital.
¿Hay vida después de la muerte (para el integrante de la pareja que sobrevive)? En la escéptica cultural occidental, la respuesta es positiva, aunque la imagen femenina se devalúe. En otras culturas, como la hindú, había otras expectativas. Tradicionalmente se esperaba que las viudas aceptaran la oportunidad de incinerarse junto con el muerto. Eso no sucede casi nunca en la actualidad, pero continúa dándose una situación no menos cruel, surgida de la ruptura con la familia paterna que implica el matrimonio para las mujeres. Como las mujeres hindúes se incorporan al casarse a la familia del marido, la muerte del hombre las deja en total indefensión. No pueden volver atrás, porque la familia de la que surgieron ya no las recibe. Se calcula que hay alrededor de treinta y tres millones de viudas que sufren castigos tales como convertirse de por vida en criadas no remuneradas de sus suegras e hijos. Para evitar ese destino, desde hace siglos, muchas de ellas emigran a la ciudad de Vrindavan, donde se entregan al culto de Krishna y sobreviven malamente de las limosnas que obtienen de los fieles. En la China tradicional, las mujeres enviudaban con frecuencia, porque las vendían en matrimonio apenas llegadas a la pubertad, para casarse con hombres mayores. Muerto el marido, no les estaba permitido casarse de nuevo, porque se consideraba que una decisión como esa acarreaba mala suerte para toda la familia. En la tribu norteamericana de los Shuswap, se consideraba que las viudas eran impuras, y por lo tanto se las encerraba en una choza durante el tiempo asignado al duelo, prohibiéndoles tocarse la cabeza y el resto del cuerpo. En la España del siglo XVI, el luto de las viudas se encontraba cuidadosamente reglamentado por la sociedad. Durante el primer año, ella debía permanecer encerrada y las parientas y amigas podían visitarla todos los días, con el objeto de guardar silencio en su compañía. Durante el segundo año del duelo, se permitía la conversación sobre tema insospechable del tiempo, así como los rezos y el bordado en compañía. También se aceptable la presencia de un sacerdote, como único representante del sexo opuesto que fuera ajeno a la familia. Durante el tercer año, se permitía que entre las mujeres reunidas circularan copitas de vino dulce, bizcochos y confituras. Los cuatro años que completaban el duelo, iban espaciando las visitas (y el control sobre la existencia de la viuda). Si a pesar de restricciones como esas, alguna viuda encontraba una nueva pareja antes de dar por terminado el luto, su nuevo marido quedaba obligado a vestir de negro por ella. Las parejas prometen en el momento de casarse que van amarse y atenderse en la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separe, no suelen detenerse a pensar en dos hechos incómodos: primero, que no siempre van a estar en condiciones de cumplir con la promesa. Segundo y lo más probable, que el hombre muera antes que la mujer, como demuestran las estadísticas, dejándola a ella en libertad de lamentar sinceramente la pérdida hasta el fin de su vida o consolarse mediante la elección de una nueva pareja.
La reina Victoria de Inglaterra fue una de las viudas más notorias del siglo XIX. Casada antes de haber cumplido los veinte años con el Príncipe Alberto de Sajonia, demostró el afecto que sentía por su pareja al otorgarle el tratamiento de Alteza Real, darle nueve hijos y convertirlo en su principal consejero. Pocas dudas quedaban del amor que se profesaba la pareja. Después de veinte años de matrimonio, él muere y Victoria se viste de negro por el resto de su vida, evita las presentaciones públicas y no vuelve a Londres, ciudad donde se encuentra la sede del gobierno del Imperio. ¿No era la imagen perfecta de un mujer poderosa, pero al mismo tiempo sometida a las decisiones de un hombre, que desaparece de la vida pública cuando él falta? Un siglo más tarde, la imagen de Victoria ha revelado ciertas contradicciones, que de haber sido conocidas para los contemporáneos, hubieran perturbado la perfección mítica requerida por el ejercicio del poder. La viuda inconsolable, que se debatía entre el dolor de la pérdida del único hombre de su vida y sus deberes respecto del Imperio que le tocó gobernar, no aceptaba nada que la desdibujara. La discreta relación de Victoria con John Brown, su eterno caballerizo, por ejemplo, ha dado lugar a más de una hipótesis, incluyendo la de un prolongado romance e incluso un matrimonio secreto entre ambos. Brown muere en 1883 y Victoria lo sobrevive hasta 1901, con lo que completa un reinado de sesenta y cuatro años.
La historia de Jackie Bouvier, viuda del presidente John F.Kennedy, que al cabo de pocos años se casó con el empresario naviero Aristóteles Onassis, deja en evidencia las molestias que producen las mujeres capaces de reorganizar su vida. ¿Por qué lo hizo? ¿Por dinero? ¿Atraída por un hombre feo y bastante mayor que ella? ¿Hubiera debido permanecer sola, vestida de negro y dedicada a cuidar la tumba del marido? Tiempo después de la muerte de Onasis, se planteó la hipótesis de que ella esperaba proteger a sus hijos, entonces pequeños, de aquellos que con absoluta impunidad habían logrado terminar con un Presidente. ¿Por qué la gente cree que la mujer que sobrevive al castigo de la viudez, no merece estar en este mundo?
Una mujer enlutada lloraba sobre una tumba. -Consuélese, señora –dijo un simpático desconocido-. La piedad del cielo es infinita. En algún lado hay otro hombre, además de su esposo, con quien usted puede ser feliz. -Lo había, lo había –sollozó ella- pero está en esta tumba. (Ambrose Bierce: La viuda inconsolable)