martes, 10 de junio de 2014

TRÁNSITO DE NIÑAS A MUJERES

Where have all the young girls gone? / Long time ago / Where have all the young girls gone? / Taken husbands every one / When will they ever learn? (Pete Seeger y Tao Rodriguez-Seeger: Where have all the flowers gone?)
¿Por qué lamentarse de que los seres humanos gocen de buena salud, evolucionen y pasen fluidamente de la niñez a la adolescencia, luego de la adolescencia a la juventud, etc.? Si algo cabe lamentar es la enfermedad que interrumpe ese tránsito, o la muerte que pone fin a cualquier existencia, pero incluso la muerte puede ser celebrada cuando alivia el dolor. Las jovencitas en la canción de Pete Seeger, en cambio, parecen condenadas a un destino lamentable para el observador, que sin embargo no puede ser más deseado para ellas. Bienvenida la menarquia o primera menstruación, podría suponerse desde un punto de vista objetivo, por perturbadora que resulte la novedad para quienes la experimentan. El cuerpo de las adolescentes les informa que se encuentran sanas y son fértiles. A partir de ese momento, deben controlar sus actos, si no quieren verse involucradas en uno de los tantos embarazos adolescentes que complica la vida de una infinidad de familias en la actualidad. La amenorrea o carencia de regla, es una señal de alerta sobre el funcionamiento inadecuado del cuerpo de una joven. La canción de Seeger, en cambio, plantea que algo (muy apreciado) se pierde en el tránsito de una etapa a la otra. Eso que ya no estará durante el resto de la vida (la inocencia de la niñez) habría que lamentarlo, en lugar de celebrar lo que se haya adquirido en el camino (el conocimiento, la madurez). Vladimir Nabokov convirtió esa nostalgia en el centro de una novela que causó escándalo a mediados del siglo XX.
Entre los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o tres veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino nínfica (o sea, demoníaca); propongo llamar núnfulas a estas criaturas escogidas. (Vladimir Nabokov: Lolita)
Humbert Humbert, el maduro protagonista de Lolita, sufre primero por la imposibilidad de tocar a la niña que lo obsesiona, y sufre de nuevo cuando al entrar en contacto carnal se entera de que al menos otro hombre lo precedió y esa niña es una criatura perversa (por lo tanto, él no llegará a disfrutar nunca el placer de corromperla). Si llega al crimen, es porque lo han despojado de una fantasía tan frágil como capaz de darle sentido a su vida. En todas las culturas existe una falta de simetría en la atención que se presta a llegada a la edad fértil de hombres y mujeres. De este modo se indica no solo a las evidentes diferencias en el desarrollo hormonal de los géneros, sino al espacio que la sociedad les otorga a cada género. Los adolescentes se desarrollan más tarde que las niñas, pero tienen asignados roles dominantes en la relación de pareja, mientras que ellas continúan subordinadas a los varones. Después de todo, ¿no es el entrenamiento más adecuado que pueden recibir para la vida adulta?
La esposa no debe tener sentimientos propios, sino que debe acompañar al marido en los estados de ánimo de éste, ya sean serios, pensativos o bromistas. (Plutarco: Preceptos conyugales)
Nora, la protagonista de la pieza teatral Casa de Muñecas de Henryk Ibsen, escrita en las últimas décadas del siglo XIX, descubre tras un conflictivo proceso de maduración, que no ha crecido demasiado y continúa siendo una niña, a pesar de haberse casado varios años antes y ser la madre de dos hijos. Para su padre, su marido y casi todo el mundo, la madurez sexual de una mujer no se relaciona con la intelectual. Más aún, de acuerdo a la opinión dominante en la sociedad, el género determina que ella no pueda aspirar nunca a esa madurez intelectual. Los griegos de la Antigüedad hicieron aportes fundamentales a la cultura de la Humanidad, que todavía siguen vigentes, y sin embargo no tenían en claro la conexión entre la actividad sexual de hombres y mujeres, con el fenómeno de la procreación. Las mujeres quedaban embarazadas por la intervención de espíritus o astros del firmamento. El viento o los árboles podían ser responsabilizados de la paternidad de seres humanos. Cuando la ciencia terminó de despejar las dudas sobre los mecanismos de la reproducción humana, cosa que no pasó hace mucho tiempo, los prejuicios y mitos de la gente sobre el tema continuaron manifestándose. Aunque hoy es difícil hallar ignorancias similares a las antiguas, no todas las madres se consideran dotadas de conocimientos adecuados sobre el tema, cuando se trata de instruir a sus hijas sobre los resortes fundamentales del funcionamiento de sus propios cuerpos. En ocasiones, la timidez se convierte en el obstáculo principal de la comunicación. ¿Cómo hablar en privado, entre dos personas tan cercanas en todos los aspectos, para referirse a algo que las personas adultas no se atrevían a describir hace pocas generaciones? En pleno siglo XX, durante las clases de Biología de la educación media, se oían por primera vez en público, para incomodidad de algunos jóvenes estudiantes, términos tales como menstruación, anticonceptivos y espermatozoides. Los adolescentes hablaban de eso en privado, pero lo hacían utilizando el léxico cotidiano, que permitía silenciar ciertos aspectos incómodos y transformar a otros en chiste. La terminología científica de los docentes se encargaba de mantener a una cómoda distancia cualquier interrogante posible de los estudiantes. En los países de habla inglesa, todo lo referido a la sexualidad podía ser escrito y publicado en textos que gozaban de autoridad, siempre y cuando se utilizara una lengua muerta como el latín, encargada de describir aquello que la lengua cotidiana no se hubiera atrevido a detallar. En ese contexto se entiende el impacto causado por la publicación de las novelas de D.H.Lawrence (Hijos y amantes, La Serpiente emplumada, El amante de Lady Chaterley) que intentaban otorgar trascendencia a actividades tan elementales como la sexualidad humana y solían ser leídas como textos audaces, que se acercaban a la pornografía.
El mundo está lleno de seres incompletos que andan en dos pies y degradan el único misterio que les queda: el sexo. (D.H. Lawrence)
La primera regla de las adolescentes llegaba hace un siglo cerca de la fiesta de quince, mientras hoy ocurre cinco a siete años antes, en plena infancia. Los especialistas atribuyen este cambio a la industria de la alimentación de nuestra época, saturada de hormonas y pesticidas (una situación que se estudió hace más de veinte años en Puerto Rico) mientras otros estudiosos lo relacionan con el sedentarismo y sobrepeso. El destaque de los pezones y rellenado de los pechos, la aceleración del crecimiento, luego la aparición del vello púbico y de las axilas, eran signos perturbadores para muchas adolescentes del pasado. ¿Cómo los encaran hoy las niñas todavía menos maduras emocionalmente? Aunque se trata de situaciones que todas las mujeres viven, tarde o temprano, cada una lo experimenta de acuerdo a los prejuicios y temores que el entorno suministra. Para las culturas patriarcales, la menstruación era un momento de riesgo que corría todo el grupo que rodeaba a la jovencita que la experimentaba. La preocupación de todos no era por la salud de ella, sino por el daño que podía causar con su involuntaria (y necesaria) efusión de sangre.
Hacia 1952 se estrenó Domani é troppo tardi (Mañana es demasiado tarde) una película que se ocupaba del tema de la llegada de los jóvenes a la madurez sexual. Cualquiera habría pensado que después del caos de la Segunda Guerra Mundial, en un país derrotado como Italia, humillado por varios ejércitos extranjeros, como cuenta la novela de Alberto Moravia La Ciociara, los tabúes referentes a la información sexual hubieran debido ser cosa del pasado, pero eso no era efectivo.
Otra película, Hon dansade en sommar (Un solo verano de felicidad), demostraba que incluso en los países protestantes nórdicos, a los que se supone más liberados en criterios morales, la sexualidad de los adolescentes era una actividad desinformada y en general reprimida por la sociedad tradicional, que conducía la frustración y la muerte de quienes se atrevían a desafiar la opinión dominante. En muchos casos, a pesar de que el tema no podía tomarlas por sorpresa, las madres no se atrevían a advertir a sus hijas sobre los cambios corporales que habrían de sufrir. Del colegio no podía esperar demasiada ayuda, porque los programas de estudio se conformaban con suministrar generalidades que hubiera sido difícil aplicar en la vida cotidiana de los estudiantes, y en el caso de los colegios particulares de orientación religiosa, las monjas y sacerdotes que hubieran debido los instructores, se encontraban todavía peor preparados que las madres, por su inexperiencia y la convicción de que cuanto más se hablara del tema, tanto más se facilitaba la comisión de pecados que ellos debían impedir. Al imponerse la modernidad, el tránsito de niña en mujer pasó a ser representado como un proceso deseable y cómodo, que debía ocurrir lo antes posible. De nuevo, un mito sustituía a otro, que se había desgastado, y las contradicciones del mundo continuaban escamoteadas. En un par de generaciones, se ha llegado a la situación actual, donde las niñas estimuladas por la publicidad, se maquillan, peinan y visten desde muy temprano como mujeres adultas, en una caricatura de la madurez que no se corresponde con su evolución intelectual. Ahora son exhortadas a sentirse mujeres antes de tiempo, aunque solo sea para sumarse a la masa de consumidores.

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