domingo, 28 de agosto de 2016

MUJERES ENTRE MUJERES


Ingres: El baño turco
Jean Auguste Dominique Ingres, pintor académico del siglo XIX, nunca visitó un baño turco, tema que pintó repetidas veces a lo largo de su vida. Tuvo que conformarse con leer y releer el texto de Lady Mary Wortley Montagu, una curiosa viajera inglesa de comienzos del siglo XVIII, que visitó Adrianópolis y tuvo acceso a situaciones que estaban vedadas a los ojos de los hombres.

Había no menos de doscientas bañistas. Las señoras tomaron asiento, las esclavas las peinaban, todas estaban en su estado natural, completamente desnudas. Sin embargo entre ellas no había gestos indecentes, ni posturas lascivas. Caminaban y se ponían en movimiento con una gracia majestuosa. Había muchas bien formadas, con la piel de una blancura deslumbrante y solo estaban tocadas con sus cabellos, separados en trenzas, que les caían sobre los hombros, adornadas con perlas y cintas. (Mary Wortley Montagu: Cartas)  
Henri de Toulouse Lautrec
El resto, debía imaginarse, como hizo Ingres, y esto podía ser evaluado como una frustración, pero también como un estímulo para la mentalidad masculina. Dos mujeres (o más) pueden ser amigas inseparables, da por sentado la sabiduría popular, pero basta que aparezca un hombre atractivo (a veces, ni siquiera tanto: solo disponible) para que cualquier acuerdo existente entre ellas se quiebre y aflore la traición, la envidia, lo peor de cada una. El prejuicio de que las mujeres no tienen otro objetivo en el mundo que atrapar a un marido, se encuentra tan difundido que cuesta imaginar a dos (o más) mujeres que tengan otros intereses que no pasen por la reproducción, ni compitan por los favores masculinos.
La imagen de una mujer atraída por otra mujer, es demasiado perturbadora para la mentalidad patriarcal. Desubica al hombre de su rol imaginario como centro de la actividad femenina. Para los sumerios, de acuerdo al Código de Hammurabi, redactado en el siglo XVIII antes de nuestra era, había hijas de actitudes varoniles (salzikrum) que tenían derecho a heredar de su padre, como cualquier hombre, y podían tomar una esposa o varias.
En China, durante el siglo III de nuestra era, las relaciones amorosas no ocasionales entre dos mujeres, no causaban mayor escándalo. Era algo que podía suceder, y cuando ocurría se lo tomaba en cuenta, para no cometer el error de presionarlas para rectificar su voluntad o castigarlas por no sumarse a las tendencias heterosexuales dominantes en la sociedad.

Cuando dos mujeres se relacionan entre ellas como marido y mujer, se denomina esta situación dui shi. (Ying Shao)

Miembros de Orquidea Dorada, siglo XX
Las llamadas Asociaciones de la Orquídea dorada, apoyaban la alternativa de que dos mujeres compartieran sus vidas sin necesidad de esconderlo. La institución perduró  hasta  muy avanzado el siglo XX. Las integrantes podían adoptar hijas y heredar.
Cuando se trataba de mujeres que seguían el modelo de comportamiento de Safo, la sociedad europea preferían mirar para otro lado. Si durante siglos se había dudado que las hembras tuvieran alma, y solían ser vistas como un instrumento del Demonio para tentar a los hombres, comprobar que se entretuvieran entre ellas, sin recurrir a artefactos que imitaran los genitales masculinos, no pasaba de ser una estupidez, repulsiva pero incapaz de generar nuevas almas. Todo cambiaba radicalmente, si la relación incluía artefactos. En tal caso, la relación se convertía en una burla inaceptable contra Dios, que había creado al Hombre a su imagen y semejanza. Por lo tanto, se las castigaba a perder un miembro por las dos primeras faltas en las que incurrieran y a morir en la hoguera por la tercera. En eso al menos, quedaban a la par con los sodomitas, condenados también a achicharrarse. ¿Detenía esa amenaza los sentimientos de las mujeres atraídas por otras mujeres?

Cuando recuerdo los besos que me disteis / y la forma en que con tiernas palabras / acariciasteis mis pequeños pechos / quisiera morir / porque no os puedo ver. (Monja de un monasterio de Baviera)

Pareja Medioevo
Este poema del siglo XII podría ser entendido como el discurso demasiado sincero de una mujer a su pareja masculina, si no estuviera destinado a otra mujer. Durante el Medioevo, cuando la religiosidad tenía un rol tan destacado en todos los planos de la sociedad, se desconfiaba de la sexualidad de las monjas. Dentro de los conventos, resultaba evidente que podían estar libres de todo trato con los hombres, como habían prometido al tomar los hábitos ¿pero quién garantizaba que no aprovecharan su aislamiento para disfrutar del sexo con otras mujeres enclaustradas y lejos de testigos? Durante el siglo XIII, se les prohibió a las monjas compartir habitaciones y se les obligaba a mantener siempre alguna luz encendida en el recinto donde dormían.
Las fórmulas de cortesía intercambiadas por las mujeres, lograban expresar a veces sentimientos más intensos de lo que aparentaban:

Así cuando yo mía / te llamo, no pretendo / que juzguen que eres mía, / sino solo que yo ser tuya quiero. (Sor Juana Inés de la Cruz)

La llegada de los conquistadores europeos al continente americano, les deparó más de una sorpresa, como la tolerada convivencia de parejas del mismo sexo, de acuerdo a lo que dejó constancia el monje Pedro de Magalhäes de Gándavo, después de vivir entre los tupinambás.

Algunas indias de esta región juran y prometen castidad y así no se casan ni conocen hombre de ninguna calidad, ni lo consentirán aunque las maten. Estas dejan todas las actividades de mujeres e imitan a los hombres y realizan sus oficios como si no fueran mujeres. Cada una tiene una mujer a su servicio, que le hace de comer como si estuviesen casadas. (Pedro de Magalhäes de Gándavo).

Si algo parecido a una pareja femenina se daba, lo habitual en el pasado era ocultarlo cuidadosamente (los involucrados) y esperar que no causara demasiado escándalo (los testigos más tolerantes). Siendo tan difícil hablar del tema, ¿por qué no callar, simplemente, en la esperanza de que nadie más lo advirtiera o la pasión se enfriara? Cuando el afecto nacía, la intimidad podía ser escasa, pero la relación se manifestaba a través de la palabra escrita, estimulante de la imaginación en quien la redactaba y quién la leía y estaba obligada a esconderla.

Recuerdo tus ojos, con una especie de brillo burlón en ellos, y la sensación de esa esquina suave, justo al noreste de tu boca, contra mis labios. (Eleanor Roosevelt: carta a Lorena Hickock)

Lorena Hickok - Eleanor Roosevelt
La correspondencia entre Eleanor Roosevelt, la sobrina de un Presidente y madura esposa de otro Presidente norteamericano,  madre de cuatro hijos, y Lorena Hickok, una periodista que la acompañó durante décadas, a quien escribió más de dos mil cartas, suministra indicios de una amistad tan profunda y firme que cuesta no interpretar como erótica. Debieron pasar muchos años para que el tema comenzara a mencionarse en público.

Cuando tú vuelvas, si es que vuelves, no te vayas en seguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos. (Gabriela Mistral: carta a Doris Dana)

Gabriela Mistral y Doris Dana
La escritora chilena Gabriela Mistral, ganadora del Premio Nobel de Literatura, mantuvo una prolongada relación de ocho años con su secretaria, Doris Dana, a quien convirtió en su heredera. Durante años, se prefirió no mencionar en público el carácter de esa relación, que ocurría en el extranjero, fuera del escrutinio de parientes, amistades e intrusos. Dana preservó las cartas de su pareja (aunque no aceptó que todas fueran microfilmadas), y sus herederos mantuvieron el silencio hasta varios años después de su muerte.
Marguerite Yourcenar
Tampoco la escritora francesa Marguerite Yourcenar confesó que su relación de cuatro décadas con la profesora Grace Frick, fuera la de una pareja de mujeres, en la que no hacía falta la participación de ningún hombre. Aunque en su obra es frecuente el tema de la homosexualidad masculina (ver Memorias de Adriano) Yourcenar mantuvo una constante distancia respecto de sus experiencias. La relación entre dos mujeres, que no hubiera debido ofender a nadie, quedaba marcada por un pudor que puede confundirse con el temor a la discriminación social.
Lejos de la mentalidad bien pensante de los círculos más educados de Occidente, en la comunidad africana de Lesotho, las mujeres pueden establecer relaciones durables que son aceptadas por la sociedad. En los países islámicos, relaciones de ese tipo son condenadas con la cárcel o la muerte en la actualidad, aunque hubo mayor tolerancia en el pasado.
La posibilidad de que una mujer se sienta atraída por la idea de formar una pareja estable con otra mujer, tradicionalmente ponía en crisis la hipótesis milenaria de que el objetivo fundamental de las parejas debía ser la procreación. Hay sin duda otras formas de concebir la relación, sin importar cuán difícil resulte identificarlas, porque la sociedad suele oponerse a tales decisiones y exige de aquellas que se apartan de la norma heterosexual, un disimulo o un represión de sus impulsos, que en la actualidad no todas están dispuestos a aceptar.
Safo
Los antiguos griegos, no veían mayores conflictos en reconocer la existencia de otras parejas que no fueran aquellas dedicadas a la reproducción de la especie. Junto al amor entre géneros opuestos (hombre/mujer), existía el amor entre iguales. Safo y su círculo femenino de la isla de Lesbos, pueden haber sido una excepción a la sociedad patriarcal dominante, pero indican un ambiente de tolerancia que la cultura cristiana condenó sin atenuantes.
Como las esposas no eran demasiado apreciadas por una sociedad que las limitaba a la función de meras reproductoras de la especie, los mayores elogios que recibían las de su género estaban dedicados a las educadas y bien maquilladas hetairas (prostitutas), que habían tenido la oportunidad de conocer el mundo, no se casaban y disponían de un capital. Con ellas un hombre podía beber, discutir y disfrutar de su habilidad en las artes amatorias.

En la cultura griega, que valoraba el matrimonio, sin preocuparse del desarrollo intelectual y cívico de las mujeres, los contactos entre personas de distintos sexo quedaban limitados a la procreación, mientras que en forma paralela se facilitaba la proximidad entre personas del mismo sexo. La guerra, el deporte y la educación, permitían el contacto íntimo entre los hombres, al mismo tiempo que el gineceo o área del hogar reservado a las mujeres (el harén para los musulmanes) era un espacio raramente frecuentado por los hombres, reservado para los miembros femeninos de la familia, que se convertía en el ámbito ideal para la intimidad entre ellas, aunque no para su educación formal, que hubiera podido independizarlas del mandato masculino.

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