sábado, 28 de mayo de 2016

MUJERES QUE MARCAN A SUS HOMBRES


Amal Clooney
La abogada británica Amal Alamuddin, después de casarse con el actor George Clooney en 2014, retoma su carrera profesional cambiando de apellido. En adelante, se presenta como Amal Clooney. Algo parecido habían hecho años antes figuras del espectáculo como Susan Sarandon, que conservó el apellido de su marido cuando ya no eran pareja. Se trata de opciones personales, tomadas por personas que pueden darse el lujo de obedecer o desobedecer las reglas de la comunidad.
En gran parte de los países árabes, las mujeres conservan el apellido de sus familias paternas al casarse. En el mundo cristiano, las mujeres quedan marcadas por el nombre del marido y suelen exhibirlo con evidente orgullo, para diferenciarse de otras, que no habían sido capaces de retener legalmente a ningún hombre. En los países de habla inglesa (con excepción de Escocia) las mujeres pierden su nombre y apellido de solteras, para convertirse en la impersonal esposa de su marido. Cuando se los nombra en público, son el Señor y la Señora X. Se habla en plural de los X. Eventualmente, los hijos pueden conservar el apellido materno como segundo nombre. Mujeres que tienen una imagen pública, adoptan una práctica similar, como es el caso de Hillary Rodham Clinton.
Hillary Rodham Clinton
En Latinoamérica, estas mujeres casadas conservan su nombre y apellido, pero deben agregar un “de” que indica su pertenencia al marido, al mismo tiempo que el cese de su anterior dependencia del padre. Las militantes por los derechos de la mujer de fines del siglo XIX y comienzos del XX, luchaban entre otras cosas por la conservación del apellido de soltera, como señal de la independencia femenina. Lucy Stone, la primera mujer en graduarse en una universidad norteamericana, a pesar de estar casada, en su carrera como militante por la abolición de la esclavitud negra, decidió conservar su apellido de soltera. Solo en el curso del siglo XX, gran parte de las mujeres profesionales han reivindicado el derecho a conservar el apellido de soltera, sin hacer mención a su posible relación de pareja.
El abandono del apellido del hombre, para adoptar el de la mujer, es poco frecuente, y en ciertos casos es visto como una señal que degrada al hombre. Hablar del Señor X, atribuyendo al marido el apellido de la mujer con quien se encuentra relacionado, no puede ser visto como algo normal, sino su evaluación como un don nadie.
Joko Ono y John Lennon
John Lennon adoptó en 1969 el nombre de John Ono Lennon, para marcar la relación con su amada Joko Ono. El hecho de Michael Buday y Diana Bijon, miembros de una agrupación libertaria norteamericana, demandaran en 2007 al Estado de California, ante la negativa legal a permitir que el hombre utilizara el apellido de su pareja, ha sentado un precedente que obligó a modificar la legislación de varios Estados.
Buday y Bijon
¿Cómo marcan las mujeres a los hombres? Colette, la escritora que durante su juventud había sido la esposa y verdadera autora de varias novelas de Willy, al madurar escribió Chéri, una obra donde la relación tradicional de dominio entre hombres y mujeres se invierte. No hablaba de lo que desconociera. A los 47 años, había iniciado una relación con un adolescente de 16, para colmo su hijastro. En la ficción, Léa de Lonval, la protagonista de casi medio siglo de edad, es una prostituta de lujo, que encuentra al muy joven hijo de una amiga, que está por cumplir veinte años, y autorizada por ella se dedica a formarlo (se entiende, en las artes amatorias y la vida elegante) sabiendo que la aventura que disfruta carece de futuro para ella, porque tarde o temprano él querrá tener hijos y buscará una esposa joven que se los dé.
Colette
La marca dejada en la memoria de un hombre por una mujer mayor, puede ser tan placentera como poco relevante. Un hombre la agradece o la considera un episodio más de su formación personal, que no lo debe atar a su instructora, y no le deja nada de lo cual tenga que avergonzarse ni arrepentirse. Cuando el bolero toca el tema del aprendiz en artes amatorias, ni se molesta en dar a entender el género de la persona a quien se destina el reproche, para facilitar la opción de que lo canten un hombre o una mujer:

Sutil, llegaste a mí, como una tentación / llenando de ansiedad mi corazón. / Yo no comprendía cómo se quería / en tu mundo raro y por ti aprendí. / Por ese me pregunto, al ver que me olvidaste / ¿por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti. (Frank Domínguez: Tú me acostumbraste)

Las mujeres pueden marcar socialmente a los hombres, con tanta facilidad y poco esfuerzo, se considera desde la óptica machista, que la situación quita el sueño a muchos y justifica la vigilancia a la que quedan sometidas las mujeres. Tal vez ellas no alienten el propósito de ofender a sus parejas, pero son vistas como seres tan inestables, tan fáciles de confundir, que hasta por descuido, involuntariamente, causan daños irreparables.
Cuando ellas son infieles, se considera que deshonran a sus parejas, exponiéndolas a la burla de la comunidad. Los hombres engañados, cuando esto se descubre, se convierten en cornudos, una denominación que rara vez alguien considera necesario aplicar a las mujeres.

Ojalá se hubiera atrevido a preguntarle, cuando aún estaba viva, la razón por la que, a pesar de todo, se había acostado con otros. A menudo pensaba en ello. En realidad había estado a punto de interrogarla: ¿qué buscabas en ellos? ¿Qué me faltaba a mí? Fue pocos meses antes de que falleciera. Pero al final no tuvo el valor para abordar el asunto ante una mujer que, atormentada por fuertes dolores, luchaba contra la muerte. Y ella desapareció del mundo en que él vivía sin haberle dado ninguna explicación. (Haruki Murakami: Drive my car)

La evolución de las costumbres de la modernidad, plantea otras figuras femeninas amenazantes para los hombres, incluso agresoras, siguiendo el modelo antiguo de Judith de Betulia o Salomé, dos heroínas dispares, que tienen en común el objetivo de decapitar a un hombre. En la mitología de México prehispánico, una sirena seduce a los hombres incautos y los castra con la improbable vagina dentada. En la cuenca del Amazonas del Perú hay deidades con atributos similares. Una vieja fantasía masculina presenta a la mujer como un riesgo mortal, que debe ser evitado, a pesar de la innegable atracción que ejerce sobre el hombre.
En la mitología, según Claude Lévi-Strauss, los hombres se ven obligados a despojar a las mujeres de sus vaginas dentadas, para que dejen de ser impenetrables y pueda fecundárselas.
Lorena y John Bobbit
La ecuatoriana Lorena Bobbit, en la década de los ´90, alcanzó una breve notoriedad internacional, por castrar en los EEUU a su marido, John Wayne Bobbit, que de acuerdo a su testimonio la golpeaba y le era infiel. Si ella pretendía despojarlo del instrumento con el cual el hombre ejercía legítimamente su poder sobre ella, la cirugía reconstructiva frustró su propósito, mientras la relación conflictiva llegaba a su fin.
Cuando un hombre celoso ciega a su mujer en Chile a mediados del 2016, concreta brutalmente el deseo de que ella no pueda fijarse nunca más en otro, incluso después de que la pareja se haya roto, como consecuencia de su gesto irresponsable. La voluntad de marcar la propiedad vitalicia ejercida por un hombre sobre el cuerpo de la mujer que le fue entregada para su disfrute, se impone por encima de las repercusiones que deberá pagar aquel que se atreve a concretar deseos que muchos tienen. Si ella no es de él, tampoco debería ser de nadie.
Mujer quemada
En Occidente, el acto criminal de la mutilación de una mujer se paga con la cárcel, cuando no puede ser ocultado y causa horror en la comunidad. En otro ámbito cultural, como se da en el mundo islámico, esa mujer habría recibido durante la infancia una ablación de clítoris ordenada por su familia paterna, que le quitaría cualquier tentación de entregarse a mayor actividad sexual que la decidida por su esposo.
Hay hombres y mujeres que muerden a sus parejas, en un intento de dejar alguna huella visible de su paso por ese cuerpo ajeno, que de acuerdo a sus planes hubieran querido retener indefinidamente, para su exclusivo disfrute. Después de una noche apasionada, el agredido tendrá que ocultar a la vista de la comunidad esa marca que no es infamante, pero sí incómoda de explicar, cuando preferiría no delatar su sometimiento. Las ropas “recatadas”, sueltas, el velo femenino en las comunidades islámicas, cumplen la función de cubrir no solo aquel cuerpo que podría tentar a los posibles rivales masculinos, sino la carne marcada por el agresor.
Las uñas de las mujeres pueden ser un arma temible durante las relaciones de pareja. Mostrar algún rasguño puede ser ofrecido por los hombres como la evidencia de una relación apasionada, que sus amigos probablemente envidiarán, pero la reiteración y sobre todo la intensidad de las agresiones sugiere algo bastante incómodo: esa mujer que marca es incontrolable (una evidencia que va en descrédito de la mítica imagen masculina).
Para el imaginario colectivo, la intensidad del amor humano se mide por las cicatrices de todo tipo que deja en aquellos que lo experimentan. Puede tratarse de marcas físicas, como aquellas que resulta imposible ocultar después de una quemadura (según los organismos que brindan protección a las mujeres, esta opción se ha vuelto cada vez más frecuente en las relaciones de pareja durante los últimos años) e involucran traumas emocionales que se arrastran el resto de la vida.
A partir de esa demarcación feroz del territorio de un cuerpo que se dice amar, pero se intenta controlar, desaparece la disponibilidad erótica del otro, se vuelve poco deseable o incluso repulsivo para las eventuales parejas, y (lo peor de todo) convence a la víctima de que lo mejor que puede hacer es no exponerse de nuevo a un riesgo similar, porque las consecuencias del abandono a la pasión han sido horribles.

El uso del fuego y el alcohol tienen que ver con la concepción del cuerpo de la mujer como el cuerpo del pecado. Es un simbolismo muy fuerte. El castigo se expresa en quemar el cuerpo como expresión de todo: lo físico, la psiquis, el espíritu. Es una manera de ejercer el dominio absoluto sobre la mujer como una manifestación de posesión y apropiación. (Horacio Vonmaro)

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