sábado, 28 de mayo de 2016

MUJERES MARCADAS POR SUS HOMBRES



Frank Dicksee; Romeo y Julieta
ROMEO: Si mi indigna mano profana con su contacto este divino relicario, he aquí mi expiación; ruborosos peregrinos, mis labios se hallan prontos a borrar con un tierno beso la ruda impresión causada. (William Shakespeare: Romeo y Julieta)

En la poesía laberíntica de Shakespeare, después de una mirada casual, el hombre se acerca a la mujer que se ha propuesto enamorar, planteando un contacto inicial muy leve, pero de todos modos imprudente, de acuerdo a los costumbres de la época, que de no ser rechazado podría conducir a otros, cada vez más íntimos, imposibles de retroceder una vez alcanzados, en una escalada pasional que la atracción de los sexos ha establecido para quienes se encuentran sometidos a sus leyes. Miradas, caricias, besos, confrontación física, posesión, son las etapas de una relación que primero se controla y no tarda en desatarse. Bastaría acceder a una, por error, por descuido o voluntariamente, para caer en una espiral inexorable.
Tocar o tan solo acercarse un hombre a una mujer, mancha el cuerpo y el buen nombre de ella, de acuerdo al código de comportamiento propio de la sociedad tradicional, que en Occidente se ha ido derrumbando lentamente y en Oriente continúa vigente. La mujer es definida como frágil, en otras razones, para disuadirla de la posibilidad de resistirse y evitar las agresiones. Ella debería estar disponible para que un hombre la reclame en cualquier momento como su posesión natural. Si no consigue atraer a nadie, debe considerarse frustrada.
El primer amor deja una marca no pocas veces indeleble en la memoria de la gente, porque en el momento en que se lo experimenta, no se cuenta con otras experiencias con las cuales compararlo. Parece maravilloso, y en el caso de Julieta (pero no el de Romeo, que antes de encontrarla a ella, apenas unos minutos antes, había cortejado con el mismo entusiasmo a Rosalinda) la muerte llega para ponerle un fin prematuro a la existencia del personaje y preservar esa ilusión.
El último amor suele ser recordado también, por las razones opuestas: clausura una etapa que no volverá a abrirse. Ambos establecen dos límites que los diferencian del resto de las relaciones en las que alguien pudo involucrarse, sobre todo cuando esas relaciones fueron muchas y por ese motivo tienden a confundirse unas con otras.
El énfasis que se le otorga en tantas culturas a la virginidad femenina, o más bien a su pérdida por la penetración sexual de un hombre, manifiesta la posibilidad de que una mujer quede marcada por el resto de su vida, gracias a un accidente que en muchos casos podría evaluarse como trivial, si no acarreara el embarazo. Nada resulta, en cambio, más distante de la realidad.
Esa marca tan oculta como decisiva, era el objeto de inspecciones minuciosas de casamenteras y maridos; también de médicos y curanderas, como la evocada en La Celestina, donde se describe a la vieja protagonista como alguien que remienda virginidades y promete a los clientes masculinos, las mujeres intactas que ellos han imaginado y están dispuestos a pagar por el privilegio de marcarlas, aunque sea a un precio mayor del que corresponde en la realidad.
Aquellas mujeres que por sus precauciones y la de sus familiares permanecían intactas, valían por esa única circunstancia, más que las otras. Las marcadas, en cambio, dejaban de ser aptas para la institución del matrimonio y el respeto de la comunidad; eran denunciadas como impuras (en muchas culturas se justificaba lapidarlas) y en el mejor de los casos quedaban libradas a la opción de prostituirse para sobrevivir.
Aquiles y Pentesilea
La relación conflictiva entre los integrantes de una pareja, no debilitan el interés que los une. En La Ilíada, Aquiles y Pentesilea se sienten atraídos a pesar de encontrarse en bandos enemigos. Cuando luchan, expresan el deseo que los domina. La pasión se manifiesta en ellos como agresión física. En lugar de acariciarse, hay un duelo a muerte. El placer del posible contacto físico resulta eclipsado por la voluntad de imponer al otro sus condiciones, comenzando por el proyecto de quitarle la vida. En la tragedia de Heinrich von Kleist, la mujer es quien derrota al hombre enamorado, que se presenta sin armas al combate. Ella comienza a darse cuenta de la ferocidad de lo sucedido muy tarde, como si el encuentro hubiera ocurrido en sueños.

PENTESILEA: ¿No lo besé? ¿Lo despedacé entonces? (…) Fue un error. ¡Besos o dentelladas! Cualquier que ame de corazón, puede confundir los unos con los otros.

Florinda y Tancredo
En Jerusalén liberada, el poema de Torcuato Tasso, Tancredo es un caballero cristiano, participante de una de las Cruzadas que intenta rescatar el San Sepulcro, mientras Clorinda es un guerrera musulmana, que lucha contra su enamorado, vestida con una armadura masculina. Cualquier posibilidad de un acuerdo amoroso queda postergada indefinidamente. Primero, cada uno tendría que derrotar al otro, y en tal caso, la relación no quedaría en el simple reconocimiento de su victoria, sino que exigiría la muerte del rival. En este caso, como le sucedió a Aquiles, el hombre se impone. Tancredo toma la precaución de bautizar a Clorinda antes de que ella muera, herida por su enamorado.
Mozart: Don Giovanni
Cuando se baja del mundo de los héroes al de los personajes libertinos, la necesidad de marcar a las parejas adquiere una apariencia burlona. El aria de Leporelo, el sirviente del Don Giovanni de Mozart, en la que se enumeran las conquistas del protagonista de la ópera, tanto como las descripciones interminables de amantes de Giacomo Casanova contenidas en sus Memorias, tienden a volverse repetitivas, y por lo tanto anónimas, menos divertidas que tediosas.

En Italia, seiscientas cuarenta. / En Alemania, doscientas treinta y una; / Cien en Francia; en Turquía noventa y una; / pero en España son ya mil tres. / Entre éstas hay campesinas, / camareras, ciudadanas, / condesas, baronesas, / marquesas, princesas. / Mujeres de toda condición / de toda forma, de toda edad. (Wolfgang Amadeus Mozart y Lorenzo da Ponte: Don Juan)

Demasiados amores (si la palabra corresponde) para considerarlos cada uno por separado, se considera la respuesta normal de un hombre en posesión de sus atributos, ante la diversidad y facilidad de las ofertas femeninas. Las proezas eróticas de Don Juan, revelan que es posible pasar sin demasiado esfuerzo de una mujer a la siguiente, aprovechando la fama que precede al seductor, y de algún modo le prepara la tarea. Cuando él se acerca a una de sus víctimas, ella conoce cuáles son sus intenciones y solo tiene que dejarlo hacer.
Se tiene la impresión de que el esfuerzo (mínimo) que el hombre dedica a conquistar a cada mujer, hace que la conquista actual borre con su presencia el interés que le hubiera dedicado a la anterior.  De acuerdo a esta perspectiva estadística, entablar un contacto sexual con alguien, es una actividad trivial, comparable a una competencia deportiva, un desafío que puede acumular puntaje y anécdotas divertidas para compartir con otros hombres, que deja fuera las emociones.
El ideal de un amor único o al menos insuperable, que se distingue del resto, que habitualmente se disfrutó en el pasado y también se perdió (quizás para siempre) es el fantasma que ronda el texto de las novelas rosas, la trama de las telenovelas y la letra de las canciones populares. Se trata de la visión nostálgica de un paraíso erótico del que alguien fue expulsado y por más que intente, no encuentra la manera de recuperar.

Solamente una vez / amé en la vida. / Solamente una vez / y nada más. /  Una vez nada más / en mi huerto brilló la esperanza, / la esperanza que alumbra el camino / de mi soledad. / Una vez nada / se entrega el alma / con la dulce y total / renunciación. (Agustín Lara: Solamente una vez)

Aquello que se perdió, lejos de olvidarse, para clausurar de una vez por todas el duelo, es presentado como algo insuperable, permanece como un hito con el cual se comparan los otros amores, en lo que después de todo puede verse como un intento de probar que nada será capaz de desdibujar el impacto. Sin embargo, todo lo anterior puede ser visto apenas como una estrategia masculina destinada a convencer a las mujeres de que los hombres sufren tanto como ellas, o tal vez más, que experimentan la misma sensación de haber sido marcados por sus parejas.
Mujer agredida
A diferencia de las mujeres que una vez marcadas por un hombre, quedan incluidas por la opinión dominante en una categoría incómoda (simultáneamente son víctimas y cómplices en una agresión que no debieron aceptar), mientras que de un hombre marcado por la pasión de una mujer que perdió, se espera que se recupere lo antes posible; por ejemplo, que intente aminorar y anular el duelo, mediante el acercamiento a otras mujeres, comenzando por aquellas que solo lo satisfacen sexualmente, pero no involucran sus sentimientos.

En la vida hay amores / que nunca pueden olvidarse. / Imborrables momentos / que siempre guarda el corazón. / (…) He besado otras bocas / buscando nuevas ansiedades / y otros brazos extraños me estrechan / llenos de emoción / pero solo consiguen hacerme / recordar los tuyos / que inolvidablemente vivirán en mí. (Julio Gutiérrez: Inolvidable)

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