Frank Dicksee; Romeo y Julieta |
En la poesía laberíntica de Shakespeare, después de una
mirada casual, el hombre se acerca a la mujer que se ha propuesto enamorar,
planteando un contacto inicial muy leve, pero de todos modos imprudente, de
acuerdo a los costumbres de la época, que de no ser rechazado podría conducir a
otros, cada vez más íntimos, imposibles de retroceder una vez alcanzados, en
una escalada pasional que la atracción de los sexos ha establecido para quienes
se encuentran sometidos a sus leyes. Miradas, caricias, besos, confrontación
física, posesión, son las etapas de una relación que primero se controla y no
tarda en desatarse. Bastaría acceder a una, por error, por descuido o
voluntariamente, para caer en una espiral inexorable.
Tocar o tan solo acercarse un hombre a una mujer, mancha el
cuerpo y el buen nombre de ella, de acuerdo al código de comportamiento propio
de la sociedad tradicional, que en Occidente se ha ido derrumbando lentamente y
en Oriente continúa vigente. La mujer es definida como frágil, en otras razones,
para disuadirla de la posibilidad de resistirse y evitar las agresiones. Ella
debería estar disponible para que un hombre la reclame en cualquier momento
como su posesión natural. Si no consigue atraer a nadie, debe considerarse
frustrada.
El primer amor deja una marca no pocas veces indeleble en la
memoria de la gente, porque en el momento en que se lo experimenta, no se
cuenta con otras experiencias con las cuales compararlo. Parece maravilloso, y
en el caso de Julieta (pero no el de Romeo, que antes de encontrarla a ella,
apenas unos minutos antes, había cortejado con el mismo entusiasmo a Rosalinda)
la muerte llega para ponerle un fin prematuro a la existencia del personaje y
preservar esa ilusión.
El último amor suele ser recordado también, por las razones
opuestas: clausura una etapa que no volverá a abrirse. Ambos establecen dos
límites que los diferencian del resto de las relaciones en las que alguien pudo
involucrarse, sobre todo cuando esas relaciones fueron muchas y por ese motivo tienden
a confundirse unas con otras.
El énfasis que se le otorga en tantas culturas a la
virginidad femenina, o más bien a su pérdida por la penetración sexual de un
hombre, manifiesta la posibilidad de que una mujer quede marcada por el resto
de su vida, gracias a un accidente que en muchos casos podría evaluarse como
trivial, si no acarreara el embarazo. Nada resulta, en cambio, más distante de
la realidad.
Esa marca tan oculta como decisiva, era el objeto de
inspecciones minuciosas de casamenteras y maridos; también de médicos y
curanderas, como la evocada en La Celestina, donde se describe a la vieja protagonista
como alguien que remienda virginidades y promete a los clientes masculinos,
las mujeres intactas que ellos han imaginado y están dispuestos a pagar por el
privilegio de marcarlas, aunque sea a un precio mayor del que corresponde en la realidad.
Aquellas mujeres que por sus precauciones y la de sus
familiares permanecían intactas, valían por esa única circunstancia, más que
las otras. Las marcadas, en cambio, dejaban de ser aptas para la institución del
matrimonio y el respeto de la comunidad; eran denunciadas como impuras (en
muchas culturas se justificaba lapidarlas) y en el mejor de los casos quedaban
libradas a la opción de prostituirse para sobrevivir.
Aquiles y Pentesilea |
PENTESILEA: ¿No lo besé? ¿Lo
despedacé entonces? (…) Fue un error. ¡Besos o dentelladas! Cualquier que ame
de corazón, puede confundir los unos con los otros.
Florinda y Tancredo |
En Jerusalén liberada,
el poema de Torcuato Tasso, Tancredo es un caballero cristiano, participante de
una de las Cruzadas que intenta rescatar el San Sepulcro, mientras Clorinda es
un guerrera musulmana, que lucha contra su enamorado, vestida con una armadura
masculina. Cualquier posibilidad de un acuerdo amoroso queda postergada
indefinidamente. Primero, cada uno tendría que derrotar al otro, y en tal caso,
la relación no quedaría en el simple reconocimiento de su victoria, sino que
exigiría la muerte del rival. En este caso, como le sucedió a Aquiles, el
hombre se impone. Tancredo toma la precaución de bautizar a Clorinda antes de
que ella muera, herida por su enamorado.
Mozart: Don Giovanni |
En Italia, seiscientas
cuarenta. / En Alemania, doscientas treinta y una; / Cien en Francia; en
Turquía noventa y una; / pero en España son ya mil tres. / Entre éstas hay
campesinas, / camareras, ciudadanas, / condesas, baronesas, / marquesas, princesas.
/ Mujeres de toda condición / de toda forma, de toda edad. (Wolfgang Amadeus
Mozart y Lorenzo da Ponte: Don Juan)
Demasiados amores (si la palabra corresponde) para
considerarlos cada uno por separado, se considera la respuesta normal de un
hombre en posesión de sus atributos, ante la diversidad y facilidad de las
ofertas femeninas. Las proezas eróticas de Don Juan, revelan que es posible pasar
sin demasiado esfuerzo de una mujer a la siguiente, aprovechando la fama que precede
al seductor, y de algún modo le prepara la tarea. Cuando él se acerca a una de
sus víctimas, ella conoce cuáles son sus intenciones y solo tiene que dejarlo
hacer.
Se tiene la impresión de que el esfuerzo (mínimo) que el
hombre dedica a conquistar a cada mujer, hace que la conquista actual borre con
su presencia el interés que le hubiera dedicado a la anterior. De acuerdo a esta perspectiva estadística,
entablar un contacto sexual con alguien, es una actividad trivial, comparable a
una competencia deportiva, un desafío que puede acumular puntaje y anécdotas
divertidas para compartir con otros hombres, que deja fuera las emociones.
El ideal de un amor único o al menos insuperable, que se
distingue del resto, que habitualmente se disfrutó en el pasado y también se
perdió (quizás para siempre) es el fantasma que ronda el texto de las novelas
rosas, la trama de las telenovelas y la letra de las canciones populares. Se
trata de la visión nostálgica de un paraíso erótico del que alguien fue
expulsado y por más que intente, no encuentra la manera de recuperar.
Solamente una vez / amé en la
vida. / Solamente una vez / y nada más. /
Una vez nada más / en mi huerto brilló la esperanza, / la esperanza que
alumbra el camino / de mi soledad. / Una vez nada / se entrega el alma / con la
dulce y total / renunciación. (Agustín Lara: Solamente una vez)
Aquello que se perdió, lejos de
olvidarse, para clausurar de una vez por todas el duelo, es presentado como algo
insuperable, permanece como un hito con el cual se comparan los otros amores,
en lo que después de todo puede verse como un intento de probar que nada será
capaz de desdibujar el impacto. Sin embargo, todo lo anterior puede ser visto
apenas como una estrategia masculina destinada a convencer a las mujeres de que
los hombres sufren tanto como ellas, o tal vez más, que experimentan la misma
sensación de haber sido marcados por sus parejas.
Mujer agredida |
A diferencia de las mujeres que
una vez marcadas por un hombre, quedan incluidas por la opinión dominante en
una categoría incómoda (simultáneamente son víctimas y cómplices en una
agresión que no debieron aceptar), mientras que de un hombre marcado por la
pasión de una mujer que perdió, se espera que se recupere lo antes posible; por
ejemplo, que intente aminorar y anular el duelo, mediante el acercamiento a otras
mujeres, comenzando por aquellas que solo lo satisfacen sexualmente, pero no
involucran sus sentimientos.
En la vida hay amores / que
nunca pueden olvidarse. / Imborrables momentos / que siempre guarda el corazón.
/ (…) He besado otras bocas / buscando nuevas ansiedades / y otros brazos
extraños me estrechan / llenos de emoción / pero solo consiguen hacerme /
recordar los tuyos / que inolvidablemente vivirán en mí. (Julio Gutiérrez:
Inolvidable)
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