Amal Clooney |
En gran parte de los países árabes, las mujeres conservan el
apellido de sus familias paternas al casarse. En el mundo cristiano, las mujeres quedan
marcadas por el nombre del marido y suelen exhibirlo con evidente orgullo, para
diferenciarse de otras, que no habían sido capaces de retener legalmente a
ningún hombre. En los países de habla inglesa (con excepción de Escocia) las
mujeres pierden su nombre y apellido de solteras, para convertirse en la
impersonal esposa de su marido. Cuando se los nombra en público, son el Señor y
la Señora X. Se habla en plural de los X. Eventualmente, los hijos pueden
conservar el apellido materno como segundo nombre. Mujeres que tienen una
imagen pública, adoptan una práctica similar, como es el caso de Hillary Rodham
Clinton.
Hillary Rodham Clinton |
En Latinoamérica, estas mujeres casadas conservan su nombre
y apellido, pero deben agregar un “de” que indica su pertenencia al marido, al
mismo tiempo que el cese de su anterior dependencia del padre. Las militantes
por los derechos de la mujer de fines del siglo XIX y comienzos del XX,
luchaban entre otras cosas por la conservación del apellido de soltera, como
señal de la independencia femenina. Lucy Stone, la primera mujer en graduarse
en una universidad norteamericana, a pesar de estar casada, en su carrera como
militante por la abolición de la esclavitud negra, decidió conservar su
apellido de soltera. Solo en el curso del siglo XX, gran parte de las mujeres
profesionales han reivindicado el derecho a conservar el apellido de soltera,
sin hacer mención a su posible relación de pareja.
El abandono del apellido del hombre, para adoptar el de la
mujer, es poco frecuente, y en ciertos casos es visto como una señal que
degrada al hombre. Hablar del Señor X, atribuyendo al marido el apellido de la
mujer con quien se encuentra relacionado, no puede ser visto como algo normal,
sino su evaluación como un don nadie.
Joko Ono y John Lennon |
Buday y Bijon |
¿Cómo marcan las mujeres a los hombres? Colette, la
escritora que durante su juventud había sido la esposa y verdadera autora de
varias novelas de Willy, al madurar escribió Chéri, una obra donde la relación
tradicional de dominio entre hombres y mujeres se invierte. No hablaba de lo
que desconociera. A los 47 años, había iniciado una relación con un adolescente
de 16, para colmo su hijastro. En la ficción, Léa de Lonval, la protagonista de
casi medio siglo de edad, es una prostituta de lujo, que encuentra al muy joven
hijo de una amiga, que está por cumplir veinte años, y autorizada por ella se
dedica a formarlo (se entiende, en las artes amatorias y la vida elegante)
sabiendo que la aventura que disfruta carece de futuro para ella, porque tarde
o temprano él querrá tener hijos y buscará una esposa joven que se los dé.
Colette |
Sutil, llegaste a mí, como una
tentación / llenando de ansiedad mi corazón. / Yo no comprendía cómo se quería
/ en tu mundo raro y por ti aprendí. / Por ese me pregunto, al ver que me
olvidaste / ¿por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti. (Frank Domínguez: Tú
me acostumbraste)
Las mujeres pueden marcar socialmente a los hombres, con
tanta facilidad y poco esfuerzo, se considera desde la óptica machista, que la
situación quita el sueño a muchos y justifica la vigilancia a la que quedan
sometidas las mujeres. Tal vez ellas no alienten el propósito de ofender a sus
parejas, pero son vistas como seres tan inestables, tan fáciles de confundir,
que hasta por descuido, involuntariamente, causan daños irreparables.
Cuando ellas son infieles, se considera que deshonran a sus
parejas, exponiéndolas a la burla de la comunidad. Los hombres engañados,
cuando esto se descubre, se convierten en cornudos, una denominación que rara
vez alguien considera necesario aplicar a las mujeres.
Ojalá se hubiera atrevido a
preguntarle, cuando aún estaba viva, la razón por la que, a pesar de todo, se
había acostado con otros. A menudo pensaba en ello. En realidad había estado a
punto de interrogarla: ¿qué buscabas en ellos? ¿Qué me faltaba a mí? Fue pocos
meses antes de que falleciera. Pero al final no tuvo el valor para abordar el
asunto ante una mujer que, atormentada por fuertes dolores, luchaba contra la
muerte. Y ella desapareció del mundo en que él vivía sin haberle dado ninguna
explicación. (Haruki Murakami: Drive my car)
La evolución de las costumbres de la modernidad, plantea
otras figuras femeninas amenazantes para los hombres, incluso agresoras,
siguiendo el modelo antiguo de Judith de Betulia o Salomé, dos heroínas
dispares, que tienen en común el objetivo de decapitar a un hombre. En la
mitología de México prehispánico, una sirena seduce a los hombres incautos y
los castra con la improbable vagina dentada. En la cuenca del Amazonas del Perú
hay deidades con atributos similares. Una vieja fantasía masculina presenta a
la mujer como un riesgo mortal, que debe ser evitado, a pesar de la innegable
atracción que ejerce sobre el hombre.
En la mitología, según Claude Lévi-Strauss, los hombres se
ven obligados a despojar a las mujeres de sus vaginas dentadas, para que dejen
de ser impenetrables y pueda fecundárselas.
Lorena y John Bobbit |
Cuando un hombre celoso ciega a su mujer en Chile a mediados
del 2016, concreta brutalmente el deseo de que ella no pueda fijarse nunca más
en otro, incluso después de que la pareja se haya roto, como consecuencia de su
gesto irresponsable. La voluntad de marcar la propiedad vitalicia ejercida por
un hombre sobre el cuerpo de la mujer que le fue entregada para su disfrute, se
impone por encima de las repercusiones que deberá pagar aquel que se atreve a
concretar deseos que muchos tienen. Si ella no es de él, tampoco debería ser de
nadie.
Mujer quemada |
Hay hombres y mujeres que muerden a sus parejas, en un
intento de dejar alguna huella visible de su paso por ese cuerpo ajeno, que de
acuerdo a sus planes hubieran querido retener indefinidamente, para su
exclusivo disfrute. Después de una noche apasionada, el agredido tendrá que
ocultar a la vista de la comunidad esa marca que no es infamante, pero sí incómoda
de explicar, cuando preferiría no delatar su sometimiento. Las ropas
“recatadas”, sueltas, el velo femenino en las comunidades islámicas, cumplen la
función de cubrir no solo aquel cuerpo que podría tentar a los posibles rivales
masculinos, sino la carne marcada por el agresor.
Las uñas de las mujeres pueden ser un arma temible durante
las relaciones de pareja. Mostrar algún rasguño puede ser ofrecido por los
hombres como la evidencia de una relación apasionada, que sus amigos
probablemente envidiarán, pero la reiteración y sobre todo la intensidad de las
agresiones sugiere algo bastante incómodo: esa mujer que marca es incontrolable
(una evidencia que va en descrédito de la mítica imagen masculina).
Para el imaginario colectivo, la intensidad del amor humano
se mide por las cicatrices de todo tipo que deja en aquellos que lo
experimentan. Puede tratarse de marcas físicas, como aquellas que resulta
imposible ocultar después de una quemadura (según los organismos que brindan
protección a las mujeres, esta opción se ha vuelto cada vez más frecuente en
las relaciones de pareja durante los últimos años) e involucran traumas
emocionales que se arrastran el resto de la vida.
A partir de esa demarcación feroz del territorio de un
cuerpo que se dice amar, pero se intenta controlar, desaparece la
disponibilidad erótica del otro, se vuelve poco deseable o incluso repulsivo
para las eventuales parejas, y (lo peor de todo) convence a la víctima de que
lo mejor que puede hacer es no exponerse de nuevo a un riesgo similar, porque
las consecuencias del abandono a la pasión han sido horribles.
El uso del fuego y el alcohol
tienen que ver con la concepción del cuerpo de la mujer como el cuerpo del
pecado. Es un simbolismo muy fuerte. El castigo se expresa en quemar el cuerpo
como expresión de todo: lo físico, la psiquis, el espíritu. Es una manera de
ejercer el dominio absoluto sobre la mujer como una manifestación de posesión y
apropiación. (Horacio Vonmaro)