Si se encuentra sola o se cree sola en el mundo, [la mujer] se disfraza de hombre y con ello asume las prerrogativas de hombre; toma la espada y se marcha en busca de aquel que la engañó. (Charles Vincent)
En el teatro de la época de Shakespeare, como se sabe, los
personajes femeninos debían ser interpretados por hombres jóvenes, que todavía
no tenían barba, porque la exhibición en el escenario de una actriz hubiera
sido considerado un acto similar a la oferta de una prostituta. Esa restricción
conocida por los dramaturgos isabelinos, impide a las figuras femeninas
alcanzar el protagonismo. La encantadora Julieta tiene menos peso que Romeo en
la historia que los involucra a ambos, tal como la desdichada Ofelia carece de
las oportunidades de lucimiento que las puestas por el autor a disposición de
Hamlet.
Ellen Terry como Porcia |
En ciertos momentos privilegiados de la acción dramática,
algunas de esas mujeres ficticias que habitan las comedias, deben disfrazarse
de hombres, por lo que no recuperan el verdadero género del actor, sino que se
ven obligadas a simular que simulan. Le sucede a Porcia en The Merchant of Venice, a Viola en Twelve Night. Porcia simula ser un hombre, para actuar como abogado,
librar a su marido de la deshonra y a su amigo Antonio de la muerte. La
adopción de apariencia masculina, no tiene otra justificación que apoyar sus
objetivos heterosexuales.
Para Viola, el aspecto masculino tiene como objeto evitar el
abuso al que inevitablemente quedaría sometida, si se presentara como la
atractiva mujer que es, en un país donde no conoce a nadie y carece de otros recursos
que no sean los de su ingenio. Si otra mujer se enamora de ella, no es su
responsabilidad, sino uno de los varios obstáculos que debe supera y otorgan
mayor interés a la historia. El equívoco, no hace falta aclararlo, finalmente se
disipa: un hombre se enamora de Viola y la mujer que intentaba seducirla deja
de interesarse en ella.
Barbra Streisand en Yentl |
Otra cosa ocurre en Yentl,
el cuento de Isaac Singer adaptado para el cine por Barbra Streissand, donde
una mujer judía, que pretende estudiar la Torah, se disfraza de hombre para
acceder a ese privilegio que de acuerdo a la tradición le está negado a su
género. La trama conduce a la travesti
a un matrimonio de apariencia convencional, que finalmente se anula. De acuerdo
a la óptica del siglo XX, marcada por los reclamos feministas, el acceso al
conocimiento es un valor superior, que justifica un engaño que se detiene en la
frontera de la homosexualidad.
En el ámbito del teatro del Siglo de Oro español, cuando se
encuentran activos dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, aparecen
personajes femeninos que abandonan sus ropas tradicionales para vestirse de
hombres. Este era un recurso que atraía a la audiencia de la época, mientras
generaba todo tipo de recelos entre los censores. El reemplazo de las faldas
por calzas, destacaba partes de la anatomía femenina (las piernas) que en la
vida cotidiana quedaban ocultas y planteaban otra gestualidad, otro vocabulario
que estaba fuera del alcance de las mujeres.
Las damas no desdigan de su
nombre / y si mudaren de traje, sea de modo / que pueda personarse, porque
suele / el disfraz varonil agradar mucho. (Lope de Vega: El Arte nuevo de hacer
comedias en este tiempo)
Ese cambio de apariencia va acompañado en forma paralela por
un cambio de actitud respecto de los conflictos tradicionales que suele afrontar
una mujer. En lugar de pedir la ayuda de un hombre de la familia, que la
proteja y resuelva los conflictos que por su complejidad superan el limitado
ámbito de acción de una mujer, la heroína de La
Devoción de la Cruz de Calderón abandona
los hábitos del convento donde se halla recluida, se viste de hombre y sale en
busca del hombre que le prometió matrimonio, para dejarla después. Algo
parecido hacen Rosaura en La Vida es Sueño o Leocadia y Teodosia en Don Quijote. Para enfrentar a hombres
tramposos, la mujer adopta la apariencia de sus adversarios.
La mujer en atuendo masculino,
escapando de conventos, peleando en guerras, robando en los caminos, puede por
su apariencia física despertar los deseos del público masculino, pero también
encarna una poderosa fantasía de todas las posibilidades sociales negadas a las
mujeres de la sociedad española del Renacimiento. (Ursula K. Heisse:
Transvestism and the Stage Controversy in Spain and England, 1580-1680)
Anne Bonney |
La alemana María van Antwerpen, que había quedado huérfana
antes de la pubertad y sobrevivió como empleada doméstica, se enroló como
soldado cuando tenía 27 años, utilizando el nombre de Jan van Ant. Un año más
tarde se casó con una mujer que no estaba enterada de su verdadero sexo. Dos
años después fue descubierta su impostura. La juzgaron y condenaron al exilio,
donde sedujo a otra mujer con la que de nuevo contrajo matrimonio. Utilizando
el nombre de Machiel van Antwerpen, volvió a enrolarse en el ejército. Cuando
la descubrieron, la sometieron de nuevo al exilio.
Fuera del mundo de los aventureros, donde se tiene la
impresión de que todo lo excepcional se vuelve posible, un señor Brown era en
realidad Charlote Clarke. En cuanto a James Fox, en realidad había nacido Mary East
y vivía tranquilamente con su esposa. Mary Hamilton fue conocida también como
Charles Hamilton. Ella había escapado de la casa de sus padres vestida con las
ropas de su hermano. Ayuda a un médico durante tres años y a continuación
instala su propio consultorio. Se casó con Mary Price, quien meses después de
la boda se consideró defraudada y la llevó ante los tribunales, donde se
descubrió que Hamilton había contraído otros matrimonios con distintas mujeres.
La mujer no llevará vestido de
hombre, ni el hombre vestido de mujer, porquie Dios aborrece al que hace tal
cosa. (Deuteronomio 5, 22)
Como el lesbianismo resultaba impensable para la época (de
hecho, la palabra será inventada un par de siglos más tarde) costó tipificar
qué delito había cometido Mary Hamilton. Su conducta resultaba escandalosa e
inaceptable. Sobre eso no había dudas, podía citarse la Biblia en apoyo a la
decisión de condenarla. En escarmiento, fue azotada en público en cuatro
pueblos sucesivamente, por la falta de haber vestido ropas que no se
correspondían con las de su género y por casarse con catorce mujeres.
Juana de Arco |
Si la historia ocurrida hace tres siglos resulta inverosímil,
puede comparársela con la del General Tito Anibal de Paixo Gomes, un estafador
portugués que se hizo pasar por abogado y militar, agente de la CIA, etc., cuando en realidad
se trataba de Maria Teresinha Gomes, nacida en 1933 en la isla de Madeira. Ella
había estado casada durante casi veinte años con la enfermera Joaquina Costa, en
pleno siglo XX, al parecer sin que su esposa percibiera el fraude.
Uno de los argumentos que inclinan a los jueces ingleses a
condenar a muerte a Juana de Arco en el Medioevo, no fue la conducción eficaz
del ejército francés, sino el haberse vestido de hombre para conducir a los
soldados. El peligro concreto que ella representaba, era haber transgredido
exitosamente uno de los límites milenarios a los que se sometían todas las de
su género. Dejarla con vida, era apostar a que el mal ejemplo cundiera. Separar
nítidamente lo masculino de lo femenino era el objetivo del vestuario y el
arreglo personal, aunque los medios utilizados no fueran siempre los mismos.
En el Medioevo las mujeres ocultaban su cabello, eludían el maquillaje
y disimulaban las formas de su cuerpo, utilizando un corsé que aplanaba el
pecho, mientras los hombres lucían cabelleras largas, se maquillaban y vestían
ropas ajustadas y de colores llamativos, que resaltaban el bulto del sexo,
plumas en los tocados, etc. Es lo que suele ocurrir en la naturaleza, donde los
machos suelen ser más vistosos que las hembras, porque esa es una de las
herramientas que utilizan para seducirlas e intimidar a los adversarios.
Desde la Antigüedad, los hombres eran quienes exhibían con
mayor desparpajo su cuerpo en público (aprovechando situaciones tan ligadas a
lo que se supone estrictamente masculino como el deporte y la guerra). A partir del siglo XIX, en
cambio, lo masculino pasa a ser el sinónimo de lo discreto y restringido,
mientras lo femenino se presenta como lo artificioso y tentador.
Coco Chanel |
Marlene Dietrich en Morocco |
El travestismo femenino se revela como un recurso seductor
en la imagen cinematográfica de Marlene Dietrich. En el filme Morocco (1931), canta en una escena de
cabaret vestida de hombre, regala la flor que lleva en la solapa a una
espectadora y a continuación la besa en la boca. En Blonde Venus (1932) donde personifica a otra artista de cabaret,
luce un smoking blanco y sombrero de copa. Son figuras de mujeres
heterosexuales, que adoptan en el escenario la ropa masculina más elegante, con
el objeto de seducir a hombres que no se confunden respecto de su identidad.
Viktor und Viktoria
(1933), una comedia cinematográfica alemana, retoma la idea de Shakespeare de
la confusión de géneros y la somete a la diversidad de roles que se ha vuelto
habitual en la sociedad moderna. Una cantante desempleada, en medio de la gran
crisis económica de entonces, simula ser un travesti masculino para conseguir
trabajo. Interpretando en el escenario a un hombre que se viste de mujer.
Gracias a la ficción, obtiene un éxito formidable y también el cortejo incómodo
de una mujer que la cree hombre y de un hombre que no advierte en ella a una
mujer.
Dianne Keaton en Annie Hall |
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