jueves, 5 de noviembre de 2015

MUJERES TRAVESTIDAS: ESCAPAR DE LA PRISIÓN DEL GÉNERO



Si se encuentra sola o se cree sola en el mundo, [la mujer] se disfraza de hombre y con ello asume las prerrogativas de hombre; toma la espada y se marcha en busca de aquel que la engañó. (Charles Vincent)
 En el teatro de la época de Shakespeare, como se sabe, los personajes femeninos debían ser interpretados por hombres jóvenes, que todavía no tenían barba, porque la exhibición en el escenario de una actriz hubiera sido considerado un acto similar a la oferta de una prostituta. Esa restricción conocida por los dramaturgos isabelinos, impide a las figuras femeninas alcanzar el protagonismo. La encantadora Julieta tiene menos peso que Romeo en la historia que los involucra a ambos, tal como la desdichada Ofelia carece de las oportunidades de lucimiento que las puestas por el autor a disposición de Hamlet.
Ellen Terry como Porcia
En ciertos momentos privilegiados de la acción dramática, algunas de esas mujeres ficticias que habitan las comedias, deben disfrazarse de hombres, por lo que no recuperan el verdadero género del actor, sino que se ven obligadas a simular que simulan. Le sucede a Porcia en The Merchant of Venice, a Viola en Twelve Night. Porcia simula ser un hombre, para actuar como abogado, librar a su marido de la deshonra y a su amigo Antonio de la muerte. La adopción de apariencia masculina, no tiene otra justificación que apoyar sus objetivos heterosexuales.
Para Viola, el aspecto masculino tiene como objeto evitar el abuso al que inevitablemente quedaría sometida, si se presentara como la atractiva mujer que es, en un país donde no conoce a nadie y carece de otros recursos que no sean los de su ingenio. Si otra mujer se enamora de ella, no es su responsabilidad, sino uno de los varios obstáculos que debe supera y otorgan mayor interés a la historia. El equívoco, no hace falta aclararlo, finalmente se disipa: un hombre se enamora de Viola y la mujer que intentaba seducirla deja de interesarse en ella.
Barbra Streisand en Yentl
Otra cosa ocurre en Yentl, el cuento de Isaac Singer adaptado para el cine por Barbra Streissand, donde una mujer judía, que pretende estudiar la Torah, se disfraza de hombre para acceder a ese privilegio que de acuerdo a la tradición le está negado a su género. La trama conduce a la travesti a un matrimonio de apariencia convencional, que finalmente se anula. De acuerdo a la óptica del siglo XX, marcada por los reclamos feministas, el acceso al conocimiento es un valor superior, que justifica un engaño que se detiene en la frontera de la homosexualidad.
En el ámbito del teatro del Siglo de Oro español, cuando se encuentran activos dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, aparecen personajes femeninos que abandonan sus ropas tradicionales para vestirse de hombres. Este era un recurso que atraía a la audiencia de la época, mientras generaba todo tipo de recelos entre los censores. El reemplazo de las faldas por calzas, destacaba partes de la anatomía femenina (las piernas) que en la vida cotidiana quedaban ocultas y planteaban otra gestualidad, otro vocabulario que estaba fuera del alcance de las mujeres.

Las damas no desdigan de su nombre / y si mudaren de traje, sea de modo / que pueda personarse, porque suele / el disfraz varonil agradar mucho. (Lope de Vega: El Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo)

Ese cambio de apariencia va acompañado en forma paralela por un cambio de actitud respecto de los conflictos tradicionales que suele afrontar una mujer. En lugar de pedir la ayuda de un hombre de la familia, que la proteja y resuelva los conflictos que por su complejidad superan el limitado ámbito de acción de una mujer, la heroína de La Devoción de la Cruz de Calderón abandona los hábitos del convento donde se halla recluida, se viste de hombre y sale en busca del hombre que le prometió matrimonio, para dejarla después. Algo parecido hacen Rosaura en La Vida es Sueño o Leocadia y Teodosia en Don Quijote. Para enfrentar a hombres tramposos, la mujer adopta la apariencia de sus adversarios.

La mujer en atuendo masculino, escapando de conventos, peleando en guerras, robando en los caminos, puede por su apariencia física despertar los deseos del público masculino, pero también encarna una poderosa fantasía de todas las posibilidades sociales negadas a las mujeres de la sociedad española del Renacimiento. (Ursula K. Heisse: Transvestism and the Stage Controversy in Spain and England, 1580-1680)

Anne Bonney
De la Inglaterra, del siglo XVIII llegan historias extrañas, como la de Anne Bonney, una pirata y Mary East, que se vestía y actuaba como un soldado del Rey. Si en el teatro es posible crear las situaciones adecuadas para el equívoco prospere, cuesta aceptar que en la realidad pudiera mantenerse un engaño como ese.
La alemana María van Antwerpen, que había quedado huérfana antes de la pubertad y sobrevivió como empleada doméstica, se enroló como soldado cuando tenía 27 años, utilizando el nombre de Jan van Ant. Un año más tarde se casó con una mujer que no estaba enterada de su verdadero sexo. Dos años después fue descubierta su impostura. La juzgaron y condenaron al exilio, donde sedujo a otra mujer con la que de nuevo contrajo matrimonio. Utilizando el nombre de Machiel van Antwerpen, volvió a enrolarse en el ejército. Cuando la descubrieron, la sometieron de nuevo al exilio.
Fuera del mundo de los aventureros, donde se tiene la impresión de que todo lo excepcional se vuelve posible, un señor Brown era en realidad Charlote Clarke. En cuanto a James Fox, en realidad había nacido Mary East y vivía tranquilamente con su esposa. Mary Hamilton fue conocida también como Charles Hamilton. Ella había escapado de la casa de sus padres vestida con las ropas de su hermano. Ayuda a un médico durante tres años y a continuación instala su propio consultorio. Se casó con Mary Price, quien meses después de la boda se consideró defraudada y la llevó ante los tribunales, donde se descubrió que Hamilton había contraído otros matrimonios con distintas mujeres.

La mujer no llevará vestido de hombre, ni el hombre vestido de mujer, porquie Dios aborrece al que hace tal cosa. (Deuteronomio 5, 22)

Como el lesbianismo resultaba impensable para la época (de hecho, la palabra será inventada un par de siglos más tarde) costó tipificar qué delito había cometido Mary Hamilton. Su conducta resultaba escandalosa e inaceptable. Sobre eso no había dudas, podía citarse la Biblia en apoyo a la decisión de condenarla. En escarmiento, fue azotada en público en cuatro pueblos sucesivamente, por la falta de haber vestido ropas que no se correspondían con las de su género y por casarse con catorce mujeres.
Juana de Arco
Si la historia ocurrida hace tres siglos resulta inverosímil, puede comparársela con la del General Tito Anibal de Paixo Gomes, un estafador portugués que se hizo pasar por abogado y militar, agente de la CIA, etc., cuando en realidad se trataba de Maria Teresinha Gomes, nacida en 1933 en la isla de Madeira. Ella había estado casada durante casi veinte años con la enfermera Joaquina Costa, en pleno siglo XX, al parecer sin que su esposa percibiera el fraude.
Uno de los argumentos que inclinan a los jueces ingleses a condenar a muerte a Juana de Arco en el Medioevo, no fue la conducción eficaz del ejército francés, sino el haberse vestido de hombre para conducir a los soldados. El peligro concreto que ella representaba, era haber transgredido exitosamente uno de los límites milenarios a los que se sometían todas las de su género. Dejarla con vida, era apostar a que el mal ejemplo cundiera. Separar nítidamente lo masculino de lo femenino era el objetivo del vestuario y el arreglo personal, aunque los medios utilizados no fueran siempre los mismos.
En el Medioevo las mujeres ocultaban su cabello, eludían el maquillaje y disimulaban las formas de su cuerpo, utilizando un corsé que aplanaba el pecho, mientras los hombres lucían cabelleras largas, se maquillaban y vestían ropas ajustadas y de colores llamativos, que resaltaban el bulto del sexo, plumas en los tocados, etc. Es lo que suele ocurrir en la naturaleza, donde los machos suelen ser más vistosos que las hembras, porque esa es una de las herramientas que utilizan para seducirlas e intimidar a los adversarios.
Desde la Antigüedad, los hombres eran quienes exhibían con mayor desparpajo su cuerpo en público (aprovechando situaciones tan ligadas a lo que se supone estrictamente masculino como el deporte y la guerra). A partir del siglo XIX, en cambio, lo masculino pasa a ser el sinónimo de lo discreto y restringido, mientras lo femenino se presenta como lo artificioso y tentador.
Coco Chanel
Durante el siglo XX, la diseñadora Coco Chanel labra su fama al desarmar la tradicional silueta femenina, que tomaba como modelo el reloj de arena (pecho y caderas prominentes, cintura estrechísima, largas faldas) para plantear un esquema renovador, que surge del reciclaje del vestuario masculino. Camisetas y gorras de marinero, cabellos cortados a la garçonne, carencia de corsé, pantalones. La mujer se vuelve graciosa, natural, cómoda, cuando se confronta al hombre fuera del hogar que le había designado como su reino y su prisión, para marcar al mismo tiempo su igualdad y su diferencia. No se trata de un hecho limitado al ámbito de la moda, sino de un cambio de mentalidad. Corresponde a la incorporación de la mujer al campo laboral, primero como auxiliar de los hombres, encargada de tareas subordinadas en áreas que no resultan demasiado competitivas, luego de igual a igual con ellos.
Marlene Dietrich en Morocco
El travestismo femenino se revela como un recurso seductor en la imagen cinematográfica de Marlene Dietrich. En el filme Morocco (1931), canta en una escena de cabaret vestida de hombre, regala la flor que lleva en la solapa a una espectadora y a continuación la besa en la boca. En Blonde Venus (1932) donde personifica a otra artista de cabaret, luce un smoking blanco y sombrero de copa. Son figuras de mujeres heterosexuales, que adoptan en el escenario la ropa masculina más elegante, con el objeto de seducir a hombres que no se confunden respecto de su identidad.
Viktor und Viktoria (1933), una comedia cinematográfica alemana, retoma la idea de Shakespeare de la confusión de géneros y la somete a la diversidad de roles que se ha vuelto habitual en la sociedad moderna. Una cantante desempleada, en medio de la gran crisis económica de entonces, simula ser un travesti masculino para conseguir trabajo. Interpretando en el escenario a un hombre que se viste de mujer. Gracias a la ficción, obtiene un éxito formidable y también el cortejo incómodo de una mujer que la cree hombre y de un hombre que no advierte en ella a una mujer.
Dianne Keaton en Annie Hall
La actriz Dianne Keaton, en el filme Annie Hall (1977) dio forma ideal a la chica desenvuelta, moderna, educada, que utiliza ropas de hombre y no se molesta en ajustarlas a su cuerpo, para demostrar que sabe quién es, en un territorio que no le pertenece a su tradicional adversario masculino. No imita al hombre, solo es alguien que se presenta a la par del hombre, en un momento histórico en el que no parece casual que los hombres rebeldes (los hippies, por ejemplo) adopten largas cabelleras, ropas coloridas, collares y otros ornamentos que habían sido hasta entonces patrimonio femenino.

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