martes, 20 de octubre de 2015

VÍA CRUCIS DE LAS SOLTERONAS


Representación de La Casa de Bernarda Alba
En la cultura paternalista, que un hombre viviera sin una pareja femenina estable, no era (ni es hoy) un handicap, dado que la sociedad le ofrece decenas de acompañantes ocasionales, algunas remuneradas y otras dispuestas a servirlo, por la esperanza de ser protegidas de un mundo que habitualmente las margina. En paralelo, que una mujer viviera sin una pareja masculina estable, comenzaba por ser un hándicap, que la devaluaba ante los ojos de la comunidad. Al parecer, algo le faltaba a esa mujer y no era cosa de resolver la carencia con parejas ocasionales, porque en ese caso quedaba marginada y sometida al desprecio por la opinión dominante.

MARTIRIO: Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha apartado definitivamente de mí. (Federico García Lorca: La casa de Bernarda Alba)

Bette Davis: Now Voyager

En la iconografía del cine de Hollywood, las solteronas aparecen poco y casi siempre relegadas a personajes secundarios, caracterizadas por ropas anticuadas, actitudes moralistas y aspecto masculino. Pueden ser antipáticas o ridículas y basta verlas para entender que vivan solas. Esto se mantiene en filmes como Now, Voyager o The African Queen, donde la solterona es encarnada por una actriz famosa (Bette Davis, Katherine Hepburn) que en el curso de la trama se redime de su desventaja inicial, cambiando de look y de actitud ante el sexo opuesto.
Katherine Hepburn: African Queen
En la actualidad, gracias a un relajamiento de la mentalidad paternalista, justificado por la independencia económica, hay mujeres que no llegan a casarse, porque han decidido no atarse a un solo hombre. En otros casos, no les atrae demasiado la compañía masculina y prefieren la de su mismo género (aunque no esté demasiado bien visto, pueden hacerlo, e incluso casarse con otra mujer y adoptar hijos, en varios países). Puede suceder también que sean profesionales que otorgan más importancia a una carrera que a una relación, si no es porque han decidido esperar el tiempo que haga falta la llegada del hombre ideal.
Todo lo anterior no impide que tengan hijos, ni que socialmente se las respete. Incluso cuando han fracasado en un intento de establecer pareja o varios, se confía que tengan mejor suerte en el próximo. Si prefieren atender a su desempeño profesión, demorando el establecimiento de una familia, ¿cuál será el problema? Si no les hace falta un hombre, tal vez no sientan lo mismo respecto de otra mujer (situación que no les impide alcanzar la maternidad y algunos países llegar al matrimonio).
Son muchas alternativas, que no conducen a ver la soltería como frustración de los proyectos femeninos. En el pasado, en cambio, cuando las mujeres no llegaban a casarse alrededor de los veinte años, tal como se esperaba de ellas, una circunstancia como esa se convertía en grave impedimento para que tuvieran hijos y gozaran del respeto de sus parientes y vecinos.
Ignorar el matrimonio pero de todos modos ser madre, era una desgracia, de ningún modo una alternativa deseable. La madre soltera había infringido un código de comportamiento, que a pesar de las frecuentes infracciones, conocidas y en ningún caso olvidadas, la devaluaba de inmediato ante los ojos de la comunidad.
Lejos de aparecer como un signo de independencia, la soltería era vista como una incapacidad vergonzosa. ¿Por qué habían quedado solteras esas mujeres? Nunca por decisión propia, ni tampoco por ser superiores al promedio de su generación, se sobreentendía. Algo les había faltado a las solteras: un mínimo de atractivo físico, dinero para comprar el ajuar, buena salud, amabilidad en el trato, contactos sociales. Lo que fuera, las había colocado fuera del grupo de las elegibles como parejas.
El haber sido desdeñada por un hombre antes del matrimonio, después de pasar por un noviazgo formal, reconocido por la comunidad, se convertía en un hándicap temible para las mujeres. ¿Qué había percibido él en su futura pareja, después de dedicarle tanto tiempo y energías a la relación, que podía haberlo desalentado de continuar el proceso? ¿Cuánto habían intimado los novios durante la relación, aprovechando los descuidos de la familia que hubiera debido preservar la integridad física y moral de la mujer? La soltera que no había logrado retener y conducir al matrimonio a su prometido, quedaba marcada. La falla no era casi nunca de él, sino (en primera instancia) de ella, por tonta o impaciente.
Aunque el matrimonio fuera una circunstancia que debía ser resuelta caso a caso, las solteras encaraban su soledad apoyándose en otras que habían pasado o actualmente pasaban por lo mismo. No era nada raro verlas juntas, yendo a misa, haciendo compras, paseando, jugando a las cartas, exhibiéndose en público, para que los hombres que anduvieran en busca de pareja pudieran darse por enterados de su existencia.
Solas no les hubiera sido posible para arriesgarse a mostrarse tanto. La exhibición individual delataba una deliberada búsqueda de compañía (masculina) que inmediatamente calificaba a una mujer como prostituta. Reunidas en grupo, en cambio, buena parte de esas restricciones quedaba superada.
Simone de Beauvoir

Para ser dichosa, hay que ser amada, y para ser amada hay que esperar el amor. La mujer es la Bella Durmiente del Bosque, Piel de Asno, Cenicienta, Blanca Nieves, la que recibe y sufre. En las canciones y en los cuentos se ve que el joven parte a la aventura de la mujer; mata a los dragones y combate contra gigantes, porque ella está encerrada en una torre, un palacio, un jardín o una caverna, está encadenada a una roca, cautiva y dormida, y espera. (…) Los refranes populares le insuflan sueños de paciencia y esperanza. (…) La mujer se asegura los triunfos más deliciosos si antes cae en los abismos de la abyección. (Simone de Beauvoir: El Segundo Sexo)

Estadísticamente, se sabe, nacen cantidades similares de hombres y mujeres, por lo que no es improbable que tarde o temprano todo el mundo encuentre su pareja del otro género. Solo es cosa de buscar y no desesperar (aunque las posibilidades de conseguir pareja se reducen para las mujeres a medida que envejecen). Las guerras se encargan en forma periódica de reducir el número de hombres que buscan pareja. Nuevas generaciones de mujeres disponibles para el matrimonio, mucho más jóvenes y atractivas, llegan para competir con las maduras que no tuvieron éxito.
¿Dónde están los hombres que de acuerdo a los grandes números, hubieran debido corresponder a las solteronas? No era que esos hombres hubieran experimentado crisis religiosas, que hubieran emigrado masivamente en busca de empleos o estuvieran recluidos en prisión, como puede constatarse fácilmente. Sucede sin embargo, que ellos no siempre se acercan a mujeres que parecen estar por encima de su propio lugar en la sociedad. A pesar de la democracia, no hay demasiadas oportunidades de conocer a nadie en esa situación. De intentar el acercamiento, tampoco es muy probable que ellas se hubieran fijado en personas ajenas a su propio círculo.
Teresa de la Parra
En la literatura del siglo XX, las voces femeninas testimonian el drama de la mujer soltera como una frustración que solo se justifica nombrar en texto por el dolor que genera en quien la experimenta. En el caso de la venezolana Teresa de la Parra, que proviene de una familia adinerada, la falta de un hombre que se case con ella, se entiende por la presencia de un padre dominante, que no termina de entregarla al mercado de pretendientes.
La chilena Gabriela Mistral se encuentra en el otro extremo del continente y la escala social, como una mujer poco agraciada y sin recursos, que lo debe todo a su trabajo y se aferra a amores imposibles, con hombres ya casados o condenados por la enfermedad, probablemente para preservar la difícil independencia (o para preservar de la opinión pública su atracción por parejas del mismo sexo).
Gabriela Mistral

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; / miro crecer la niebla como el agonizante, / y por no enloquecer no encuentro los instantes, / porque la noche larga ahora tan solo empieza. (…) Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada / de Dios sobre mí; siempre su aahar sobre mi casa; / siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, / descenderá a cubrirme, terrible y extasiada. (Gabriela Mistral; Desolación)
Ante la escasez de opciones, a la solterona le quedaba el consuelo de entregarse al diálogo con Dios (aunque Dios no le respondiera, como había comprobado Job, mucho antes que ellas).

Señor, no me des ya la dicha. / No sabría manejarla / y con ella iría cohibida / como una nueva rica. (Enriqueta Arvelo Larriva)

En una sociedad que no planteaba pocas oportunidades de trabajo para una mujer, la solterona quedaba sometida a la generosidad o mezquindad de los parientes. Ellos debían mantenerla, para evitar que terminaran prostituyéndose, aunque la utilizaran como parientes pobres, no más costosas que una empleada doméstica. Probablemente era considerada un estorbo y se la hacía objeto de bromas por su excentricidad imposible de ignorar. Vestir santos era una actividad que las definía de un solo trazo, probablemente ocultando aristas menos triviales.
Algunas debían vivir modestamente de las rentas de alguna propiedad familiar que heredaron, en un proceso que las condujo a la indigencia discreta, cuando envejecieron y ya no les quedó nada por vender. Sin maridos, hijos o nietos, ¿a quién acudir en sus últimos años? La lástima que podían concederle los bienintencionados, no dejaba de resultar ofensiva.

Pobre solterona te has quedado / sin ilusión, sin fe… / Tu corazón de angustias se ha enfermado / puesta de sol es hoy tu vida trunca. / Sigues como entonces releyendo / el novelón sentimental, / en el que una niña aguarda en vano / consumida por un mal de amor. (Agustín Bardi y Enrique Cadícamo: Nunca tuvo novio)

Por alguna fatalidad atribuible a la Divina Providencia, o por causa de una fortaleza interior no menos imposible de explicar, las solteronas no servían para someterse a un hombre. No eran el fruto de la fantasía de un escritor, sino las protagonistas de circunstancias menos dramáticas, pero no por eso menos crueles. No había demasiado sitio en el mundo para ellas. Desde el momento en que dejaban de ser elegibles como esposas y madres para los hombres de la comunidad, pasaban a convertirse en un estorbo para sus familias. ¿Quién  se encargaba de alimentarlas y vestirlas? ¿Quién las hospedaba decentemente, para que no dieran que hablar? Aunque ellas se mantuvieran con su trabajo, poco faltaba para que tuvieran que pedir disculpas a los suyos por continuar vivas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario