Pareja de mujeres chinas |
Para los chinos, dos siglos
antes de nuestra era, la relación amorosa entre dos mujeres era una situación
tolerada socialmente, sobre todo en el ámbito de la Corte imperial. Durante la Dinastía Ping (desde el siglo
XVII a comienzos del XX) había clubes femeninos, llamados Asociaciones de la Orquídea Dorada, en los que se
establecían matrimonios grupales de mujeres y se adoptaban a niñas como hijas,
que gozaban del derecho a heredar que los hombres. El amor de una mujer por
otra era un tópico literario respetable.
Una
sonrisa tuya cuando nos encontramos / Y yo me vuelvo muda y olvido las
palabras. / (…) Jugamos juegos del vino / y una a la otra nos recitamos poemas.
/ (…) Luego una a la otra nos pintamos hermosas cejas. / Quiero poseerte por
completo / Tu cuerpo de jade / y tu corazón prometido (Wu Tsao: Para la
cortesana Chi´Ng Lin)
La libertad que alcanzaron
las amantes del mismo género no se difundió en otras culturas, ni tampoco se
mantuvo en China. La escasa visibilidad que se concedía a las mujeres en las
culturas del Mediterráneo, incidió en la falta de información sobre aquellas
que se sintieran atraídas por personas de su mismo género. Eso no importaba
demasiado, porque no planteaba dudas sobre la legitimidad de la descendencia.
En el fondo, era un alivio que ellas evitaran el contacto con hombres,
dejándolas sin embargo a disposición de ellos, cuando deseaban tener hijos.
Para los antiguos griegos,
no había mayores conflictos en reconocer la existencia de otras parejas que no
fueran aquellas dedicadas a la reproducción de la especie. Junto al amor entre
opuestos (hombre/mujer) podía haber también el amor entre iguales.
Puesto que las esposas no
eran demasiado apreciadas por una sociedad que las limitaba a la función de
reproductoras, mayores elogios merecían las educadas y bien maquilladas
hetairas, que no se casaban y recibían mejor educación. Con ellas un hombre
podía beber, discutir asuntos serios y disfrutar de su experiencia en las artes
amatorias. La posibilidad de que un hombre se interesara en otro hombre, no
causaba escándalo e incluso se la recomendaba... ¡siempre y cuando se tratara
de una relación pasajera, con un menor de edad!
Al analizar esta situación,
se advierte cuánto cambian las mentalidades. La pedofilia es hoy un delito
sancionado en la mayor parte de los países. Abusar del poder del adulto, para
seducir a jóvenes que se encuentran en etapa de formación y suelen no ser
capaces de negarse a las presiones de alguien mayor, repugna a la conciencia
moderna. Para los antiguos griegos, una pareja estable entre dos personas del
mismo sexo, era también reprobable, porque se oponía a los intereses del Estado
(al ser incapaces de reproducirse). Las relaciones con menores podían ser
toleradas, porque estaban condenadas a disolverse al cabo de tres o cuatro
años, cuando los adolescentes crecían, perdían su encanto o la credulidad
inicial, para convertirse en ciudadanos adultos, por lo tanto comprometidos por
la sociedad patriarcal a casarse con mujeres y tener hijos.
Platón describe en El
Simposio un mítico origen de la humanidad en el que había seres humanos
dobles, unidos por la espalda. Algunas de estas parejas estaban compuestas por
un hombre y una mujer, otras por dos hombres y otras por dos mujeres. Aunque
esas criaturas fueron separadas por Zeus durante uno de sus arranques de ira,
quedaba en los descendientes la nostalgia del origen, que los impulsaba a
buscar la mitad perdida. Por eso algunos hombres buscan a la mujer que los
complementa, pero también hay hombres y mujeres que evidentemente buscan a una
mitad de su mismo sexo.
En la cultura griega, que
valoraba la institución del matrimonio, sin preocuparse del desarrollo
intelectual, ni los derechos cívicos de las mujeres, los contactos entre
personas de distintos sexo quedaban limitados a la procreación, mientras que en
forma paralela se facilitaba la proximidad entre personas del mismo sexo. Tanto
los negocios, como la guerra, el deporte y la educación, permitían el contacto
íntimo entre los hombres, mientras que el gineceo o área del hogar reservado a
las mujeres (el harem para los musulmanes), era un espacio raramente
frecuentado por los hombres, reservado para los miembros de la familia, se
convertía en el ámbito ideal para la intimidad entre ellas.
Solomon: Safo y Erinne |
La rebelión de Safo y sus
seguidoras se daba en varios niveles: por un lado, era la lucha de las mujeres
por la instrucción que la sociedad patriarcal les negaba y la búsqueda de un
espacio para manifestar sus dotes intelectuales. Por el otro, incluía el
intento de independizarse eróticamente de los hombres. Safo estableció en
Mitilene una escuela para mujeres, donde se las entrenaba en la práctica de la
danza, la música y la pintura.
Esto no causaría demasiada extrañeza
en la actualidad, cuando se supone que debe haber igualdad de oportunidades
para ambos géneros. Si se toma en cuenta la opinión (adversa) de los griegos
sobre la instrucción femenina, el proyecto adquiere un carácter de desafío. La
comunidad de mujeres puede haberse organizado de acuerdo a principios similares
a las comunidades de hombres de la época, donde las actividades sexuales eran
consideradas normales y solo se condenaban si se pretendía continuarlas pasada
la etapa de formación de los más jóvenes.
Posteriormente, ante la
falta de datos biográficos sobre la biografía de Safo, se decidió atribuirle una
historia de amor no correspondido con un hombre tan hermoso, Faón, de quien se
habría enamorado también la diosa Afrodita. Desconsolada por la indiferencia
del hombre, se inventó que Safo habría decidido matarse. De ese modo, con un
gesto de sometimiento póstumo de la mujer independiente, se dejaba satisfecho a
todo el mundo: aquellos que admiraban su poesía y aquellos que detestaban su
autonomía.
Pareja femenina en Lesotho |
Las comunidades de mujeres
han reaparecido con diferentes características en otras culturas. Se prohibía a
las monjas católicas, por ejemplo, compartir una cama y se establecía que
durante las noches hubiera lámparas iluminando el recinto donde ellas durmieran.
Motsoalle es la denominación que se
otorgaba en Lesotho, una nación africana, a las parejas de mujeres. En
Occidente, una relación de ese tipo hubiera sido sancionada por las leyes y la
opinión pública. Si algo parecido se daba, lo habitual en el pasado era
ocultarlo para eludir sanciones. La situación no se ignoraba, pero al mismo tiempo
se prefería no mencionarla abiertamente, a diferencia de la condena explícita a
las parejas masculinas.
Los conquistadores europeos
que llegaron al Nuevo Mundo y describieron sus costumbres a comienzos del siglo
XVI, dejaron testimonio de situaciones inaceptables para ellos, que sin embargo
no eran reprimidas en las sociedades indígenas:
Indias de
esta región juran y prometen castidad, y así no se casan ni conocen hombre de
ninguna calidad, ni lo consentirán aunque las maten. Estas dejan todas las
actividades de mujeres e imitan a los hombres y realizan sus oficios como si no
fuesen mujeres. Traen el cabello cortado como los machos, van a la guerra y de
cacería con arcos y flejas (…) y cada uno tiene una mujer a su servicio, que le
hace de comer como si estuviesen casadas. (Pêro de Magalhâes de Gândavo)
Tal vez dos amantes
femeninas no fueran condenadas en Europa a morir en la hoguera por haber sido
sorprendidas involucradas en una relación sexual, como se hacía con los
hombres, y apenas se considerara necesario azotarlas en público, pero si dos
mujeres utilizaban para su placer algún instrumento que imitara los órganos
masculinos, la sanción se agravaba, como quedó documentado en la acusación a la
pareja formada por Catalina de Belunza y Mariche, a comienzos del siglo XVI.
Penetrarse
entre sí como lo harían un hombre y una mujer, desnudas, en la cama, tocándose
y besándose, la una encima del vientre o la panza de la otra, un crimen que
habían perpetrado en numerosas y diversas ocasiones. (Fiscal General de San
Sebastián)
Emily Dickinson - Susan Gilbert |
Ellas podían ser amigas, comadres, socias, pero se daba por sentado que apenas se les acercara un hombre, se convertirían en enemigas por la atención masculina, que debía ser el centro de sus vidas.
Cuando la escritora norteamericana Emily Dickinson le escribe a mediados del siglo XIX a Susan Gilbert, su cuñada, que ha debido trasladarse a otra ciudad, sobre la posibilidad de que ambas se reúnan, tal como desde hace años lo desean, la eventualidad se vuelve tan improbable, que el texto la describe como algo a lo que ambas renuncian de antemano.
Casi he permanecido
un año entero sin ti. (…) Ahora, como pronto te tendré, te sostendré en mis
brazos; perdonarás las lágrimas (…). Esas uniones, mi Susie querida, por las
cuales dos vidas son una, esta adopción dulce y extraña en donde podemos mirar,
y todavía no se admite, ¡cómo puede llenarnos el corazón y hacerlo latir
violentamente! (Emily Dickinson: carta a Susan Gilbert), Emil
La sociedad inglesa tiene
tradicionalmente fama de restrictiva y conservadora, pero al mismo tolera la
existencia de personajes excéntricos, como Eleanor Butler y Sarah Ponsonby, dos
damas de la clase alta que decidieron apartarse de sus familias y vivir juntas
por cincuenta años, en una pequeña propiedad irlandesa de Llangolen, durante
las últimas décadas del siglo XVIII. Gracias a la ayuda de parientes y amigos,
armaron un ambiente precioso y anacrónico, evocador del Medioevo, donde
recibían la visita de artistas y personalidades no convencionales de la época,
como los escritores ingleses Walter Scott, Percy Shelley, William Wordsworth y
Lord Byron de Inglaterra, o el príncipe alemán Hermann von Pückler-Muskau.
¿Se las admiraba como
precursoras de una liberación de las costumbres que las grandes tendencias
políticas no tomaban en cuenta, o se las observaba como especímenes curiosos,
bastante ridículos por sus vestiduras? Librarse de los hombres requería de las
mujeres disponer de recursos propios, una situación inimaginable para la
sociedad de la época. No de otro modo podían recluirse para vivir su sexualidad
y dedicarse al estudio y la escritura. La alternativa de llevar una vida
similar a la de otras mujeres, quedaba descartada. Butler y Ponsonby gozaron de
una fama que atraía también a otras mujeres, como Anne Lister, hija de un rico
comerciante.
Ella había mantenido
relaciones con compañeras de estudios y su conducta debió ser inaceptable para
la familia, porque fue internada en un manicomio. Al heredar una fortuna de una
de sus tías, pudo organizar su vida de acuerdo a sus intereses: la Historia de
Grecia, los viajes por Europa y el cuidado de sus propiedades. Lister vestía de
negro, a diferencia de la moda femenina de la época, participaba en actividades
que se consideraban masculinas, y causaba molestias a sus parejas, que se
negaban a mostrarse con ella en público. Marianne Belcombe rompió la relación
que habían mantenido, cuando la vio vestida de hombre. Desafiar la condena
social no entraba en sus planes. En 1834, Lister inició una relación con Anna
Walker, una mujer bastante más joven, a la que convirtió en su heredera,
después de lograr que un pastor anglicano bendijera su boda.
Lister dedicó buena parte de
su vida a la jardinería, la política local (aunque las leyes no le permitieran
votar) y la imponente escritura de sus diarios (27 volúmenes) donde describe
con detalles su vida sexual… solo que no en inglés, para dejarlos al alcance de
cualquiera, sino en una lengua inventada por ella, que utilizaba las alfabeto
griego y signos algebraicos, que solo pudo ser descifrada un siglo y medio más
tarde.
Tú
tendrás cada sonrisa, cada suspiro de ternura. Uno solo serán nuestros
intereses, una sola nuestra unión. Y cada deseo que el amor inspira, cada beso,
cada sentimiento de encanto, solo me hará más segura y más enteramente tuya.
(Anne Lister)
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