martes, 16 de junio de 2015

MUJERES QUE AMAN A OTRAS MUJERES (I): EL PASADO



Pareja de mujeres chinas
En el código Hammurabi de los sumerios, redactado en el siglo XVIII antes de nuestra era, se reconoce la existencia de mujeres (denominadas salzikrum) que tienen derechos sucesorios diferentes de los del resto de las de su género. Ellas heredaban a su padre y podían armar una familia con una esposa o varias.
Para los chinos, dos siglos antes de nuestra era, la relación amorosa entre dos mujeres era una situación tolerada socialmente, sobre todo en el ámbito de la Corte imperial. Durante la Dinastía Ping (desde el siglo XVII a comienzos del XX) había clubes femeninos, llamados Asociaciones de la Orquídea Dorada, en los que se establecían matrimonios grupales de mujeres y se adoptaban a niñas como hijas, que gozaban del derecho a heredar que los hombres. El amor de una mujer por otra era un tópico literario respetable.

Una sonrisa tuya cuando nos encontramos / Y yo me vuelvo muda y olvido las palabras. / (…) Jugamos juegos del vino / y una a la otra nos recitamos poemas. / (…) Luego una a la otra nos pintamos hermosas cejas. / Quiero poseerte por completo / Tu cuerpo de jade / y tu corazón prometido (Wu Tsao: Para la cortesana Chi´Ng Lin)

La libertad que alcanzaron las amantes del mismo género no se difundió en otras culturas, ni tampoco se mantuvo en China. La escasa visibilidad que se concedía a las mujeres en las culturas del Mediterráneo, incidió en la falta de información sobre aquellas que se sintieran atraídas por personas de su mismo género. Eso no importaba demasiado, porque no planteaba dudas sobre la legitimidad de la descendencia. En el fondo, era un alivio que ellas evitaran el contacto con hombres, dejándolas sin embargo a disposición de ellos, cuando deseaban tener hijos.
Para los antiguos griegos, no había mayores conflictos en reconocer la existencia de otras parejas que no fueran aquellas dedicadas a la reproducción de la especie. Junto al amor entre opuestos (hombre/mujer) podía haber también el amor entre iguales.
Puesto que las esposas no eran demasiado apreciadas por una sociedad que las limitaba a la función de reproductoras, mayores elogios merecían las educadas y bien maquilladas hetairas, que no se casaban y recibían mejor educación. Con ellas un hombre podía beber, discutir asuntos serios y disfrutar de su experiencia en las artes amatorias. La posibilidad de que un hombre se interesara en otro hombre, no causaba escándalo e incluso se la recomendaba... ¡siempre y cuando se tratara de una relación pasajera, con un menor de edad!
Al analizar esta situación, se advierte cuánto cambian las mentalidades. La pedofilia es hoy un delito sancionado en la mayor parte de los países. Abusar del poder del adulto, para seducir a jóvenes que se encuentran en etapa de formación y suelen no ser capaces de negarse a las presiones de alguien mayor, repugna a la conciencia moderna. Para los antiguos griegos, una pareja estable entre dos personas del mismo sexo, era también reprobable, porque se oponía a los intereses del Estado (al ser incapaces de reproducirse). Las relaciones con menores podían ser toleradas, porque estaban condenadas a disolverse al cabo de tres o cuatro años, cuando los adolescentes crecían, perdían su encanto o la credulidad inicial, para convertirse en ciudadanos adultos, por lo tanto comprometidos por la sociedad patriarcal a casarse con mujeres y tener hijos.
Platón describe en El Simposio un mítico origen de la humanidad en el que había seres humanos dobles, unidos por la espalda. Algunas de estas parejas estaban compuestas por un hombre y una mujer, otras por dos hombres y otras por dos mujeres. Aunque esas criaturas fueron separadas por Zeus durante uno de sus arranques de ira, quedaba en los descendientes la nostalgia del origen, que los impulsaba a buscar la mitad perdida. Por eso algunos hombres buscan a la mujer que los complementa, pero también hay hombres y mujeres que evidentemente buscan a una mitad de su mismo sexo.
En la cultura griega, que valoraba la institución del matrimonio, sin preocuparse del desarrollo intelectual, ni los derechos cívicos de las mujeres, los contactos entre personas de distintos sexo quedaban limitados a la procreación, mientras que en forma paralela se facilitaba la proximidad entre personas del mismo sexo. Tanto los negocios, como la guerra, el deporte y la educación, permitían el contacto íntimo entre los hombres, mientras que el gineceo o área del hogar reservado a las mujeres (el harem para los musulmanes), era un espacio raramente frecuentado por los hombres, reservado para los miembros de la familia, se convertía en el ámbito ideal para la intimidad entre ellas.
Solomon: Safo y Erinne
La rebelión de Safo y sus seguidoras se daba en varios niveles: por un lado, era la lucha de las mujeres por la instrucción que la sociedad patriarcal les negaba y la búsqueda de un espacio para manifestar sus dotes intelectuales. Por el otro, incluía el intento de independizarse eróticamente de los hombres. Safo estableció en Mitilene una escuela para mujeres, donde se las entrenaba en la práctica de la danza, la música y la pintura.
Esto no causaría demasiada extrañeza en la actualidad, cuando se supone que debe haber igualdad de oportunidades para ambos géneros. Si se toma en cuenta la opinión (adversa) de los griegos sobre la instrucción femenina, el proyecto adquiere un carácter de desafío. La comunidad de mujeres puede haberse organizado de acuerdo a principios similares a las comunidades de hombres de la época, donde las actividades sexuales eran consideradas normales y solo se condenaban si se pretendía continuarlas pasada la etapa de formación de los más jóvenes.
Posteriormente, ante la falta de datos biográficos sobre la biografía de Safo, se decidió atribuirle una historia de amor no correspondido con un hombre tan hermoso, Faón, de quien se habría enamorado también la diosa Afrodita. Desconsolada por la indiferencia del hombre, se inventó que Safo habría decidido matarse. De ese modo, con un gesto de sometimiento póstumo de la mujer independiente, se dejaba satisfecho a todo el mundo: aquellos que admiraban su poesía y aquellos que detestaban su autonomía.
Pareja femenina en Lesotho
Las comunidades de mujeres han reaparecido con diferentes características en otras culturas. Se prohibía a las monjas católicas, por ejemplo, compartir una cama y se establecía que durante las noches hubiera lámparas iluminando el recinto donde ellas durmieran. Motsoalle es la denominación que se otorgaba en Lesotho, una nación africana, a las parejas de mujeres. En Occidente, una relación de ese tipo hubiera sido sancionada por las leyes y la opinión pública. Si algo parecido se daba, lo habitual en el pasado era ocultarlo para eludir sanciones. La situación no se ignoraba, pero al mismo tiempo se prefería no mencionarla abiertamente, a diferencia de la condena explícita a las parejas masculinas.
Los conquistadores europeos que llegaron al Nuevo Mundo y describieron sus costumbres a comienzos del siglo XVI, dejaron testimonio de situaciones inaceptables para ellos, que sin embargo no eran reprimidas en las sociedades indígenas:

Indias de esta región juran y prometen castidad, y así no se casan ni conocen hombre de ninguna calidad, ni lo consentirán aunque las maten. Estas dejan todas las actividades de mujeres e imitan a los hombres y realizan sus oficios como si no fuesen mujeres. Traen el cabello cortado como los machos, van a la guerra y de cacería con arcos y flejas (…) y cada uno tiene una mujer a su servicio, que le hace de comer como si estuviesen casadas. (Pêro de Magalhâes de Gândavo)

Tal vez dos amantes femeninas no fueran condenadas en Europa a morir en la hoguera por haber sido sorprendidas involucradas en una relación sexual, como se hacía con los hombres, y apenas se considerara necesario azotarlas en público, pero si dos mujeres utilizaban para su placer algún instrumento que imitara los órganos masculinos, la sanción se agravaba, como quedó documentado en la acusación a la pareja formada por Catalina de Belunza y Mariche, a comienzos del siglo XVI.

Penetrarse entre sí como lo harían un hombre y una mujer, desnudas, en la cama, tocándose y besándose, la una encima del vientre o la panza de la otra, un crimen que habían perpetrado en numerosas y diversas ocasiones. (Fiscal General de San Sebastián)

Emily Dickinson - Susan Gilbert
Era una imagen demasiado perturbadora para la sensibilidad de los contemporáneos. Demostraba que el hombre podía ser sustituido sin demasiado esfuerzo por una mujer en el afecto de otra, a pesar de lo cual era difícil que eso se diera, al menos públicamente, porque la cultura patriarcal reprimía cualquier manifestación sexual entre dos hembras.
Ellas podían ser amigas, comadres, socias, pero se daba por sentado que apenas se les acercara un hombre, se convertirían en enemigas por la atención masculina, que debía ser el centro de sus vidas.
Cuando la escritora norteamericana Emily Dickinson le escribe a mediados del siglo XIX a Susan Gilbert, su cuñada, que ha debido trasladarse a otra ciudad, sobre la posibilidad de que ambas se reúnan, tal como desde hace años lo desean, la eventualidad se vuelve tan improbable, que el texto la describe como algo a lo que ambas renuncian de antemano.

Casi he permanecido un año entero sin ti. (…) Ahora, como pronto te tendré, te sostendré en mis brazos; perdonarás las lágrimas (…). Esas uniones, mi Susie querida, por las cuales dos vidas son una, esta adopción dulce y extraña en donde podemos mirar, y todavía no se admite, ¡cómo puede llenarnos el corazón y hacerlo latir violentamente! (Emily Dickinson: carta a Susan Gilbert), Emil



La sociedad inglesa tiene tradicionalmente fama de restrictiva y conservadora, pero al mismo tolera la existencia de personajes excéntricos, como Eleanor Butler y Sarah Ponsonby, dos damas de la clase alta que decidieron apartarse de sus familias y vivir juntas por cincuenta años, en una pequeña propiedad irlandesa de Llangolen, durante las últimas décadas del siglo XVIII. Gracias a la ayuda de parientes y amigos, armaron un ambiente precioso y anacrónico, evocador del Medioevo, donde recibían la visita de artistas y personalidades no convencionales de la época, como los escritores ingleses Walter Scott, Percy Shelley, William Wordsworth y Lord Byron de Inglaterra, o el príncipe alemán Hermann von Pückler-Muskau.
¿Se las admiraba como precursoras de una liberación de las costumbres que las grandes tendencias políticas no tomaban en cuenta, o se las observaba como especímenes curiosos, bastante ridículos por sus vestiduras? Librarse de los hombres requería de las mujeres disponer de recursos propios, una situación inimaginable para la sociedad de la época. No de otro modo podían recluirse para vivir su sexualidad y dedicarse al estudio y la escritura. La alternativa de llevar una vida similar a la de otras mujeres, quedaba descartada. Butler y Ponsonby gozaron de una fama que atraía también a otras mujeres, como Anne Lister, hija de un rico comerciante.
Ella había mantenido relaciones con compañeras de estudios y su conducta debió ser inaceptable para la familia, porque fue internada en un manicomio. Al heredar una fortuna de una de sus tías, pudo organizar su vida de acuerdo a sus intereses: la Historia de Grecia, los viajes por Europa y el cuidado de sus propiedades. Lister vestía de negro, a diferencia de la moda femenina de la época, participaba en actividades que se consideraban masculinas, y causaba molestias a sus parejas, que se negaban a mostrarse con ella en público. Marianne Belcombe rompió la relación que habían mantenido, cuando la vio vestida de hombre. Desafiar la condena social no entraba en sus planes. En 1834, Lister inició una relación con Anna Walker, una mujer bastante más joven, a la que convirtió en su heredera, después de lograr que un pastor anglicano bendijera su boda.
Lister dedicó buena parte de su vida a la jardinería, la política local (aunque las leyes no le permitieran votar) y la imponente escritura de sus diarios (27 volúmenes) donde describe con detalles su vida sexual… solo que no en inglés, para dejarlos al alcance de cualquiera, sino en una lengua inventada por ella, que utilizaba las alfabeto griego y signos algebraicos, que solo pudo ser descifrada un siglo y medio más tarde.

Tú tendrás cada sonrisa, cada suspiro de ternura. Uno solo serán nuestros intereses, una sola nuestra unión. Y cada deseo que el amor inspira, cada beso, cada sentimiento de encanto, solo me hará más segura y más enteramente tuya. (Anne Lister)

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