¡Oh, qué plaga, que aburrimiento, qué tedio es tener que tratarse con ellas mayor tiempo que los breves instantes en que son buenas para el placer. (Francisco de Quevedo)Si por cualquiera motivo las mujeres no pueden ser disfrutadas sexualmente por los hombres, ¿hay algún otro criterio que justifique su existencia? ¿Qué uso puede dárseles? El ingenioso Quevedo no encuentra muchas alternativas fuera del placer. Lo tientan en ocasiones, de ningún modo todo tiempo, porque la excitación constante se convertiría en tortura, pero fuera de esos breves encuentros no las tolera. Mientras ellas atraigan a los hombre, habrá que aceptarlas, incluso llegará a hacérseles creer que son maravillosas, el objeto de todos los pensamientos masculinos, pero apenas se calme la sexualidad y aburran, serán apartadas sin demasiada consideración.
Pepe Antártico
La voluntad de mantener a las mujeres a cierta distancia de
los hombres, para que no los molesten en su tarea de controlar el mundo, puede
suponerse que indica la censura de los placeres del sexo, tan arraigada en la
mentalidad medieval, que ha tardado mucho tiempo en disiparse. En la
actualidad, nada de eso quedaría en pie, puede suponerse.
Playboy 2007 |
Playboy, la revista editada por Hugh Hefner a partir de 1953,
pone en distribución imágenes frecuentes de mujeres desnudas que no esconden
nada (salvo las poses que no las favorecen). Otras publicaciones del mismo
tipo, demuestran que el mercado de las representaciones de la carne femenina es
inagotable y más aún, resistente a los cambios de mentalidad que afecta a otros
planos de la cultura. La llegada del cine y la televisión no dejó de lado ese
material. La pornografía se vende, se actualiza, se especializa, se diversifica,
llega a ocupar más de un tercio de las páginas de Internet.
Cuando Rudolf II de Bohemia reunió durante el siglo XVI un
colección de curiosidades, entre las cuales muestras de arte erótico. Encargaba
o compraba pinturas que brindaban a sus ojos, en la intimidad del Palacio,
personajes de la Mitología
griega, como excusa para representar actividades sexuales poco ortodoxas. La
excitación sexual era por entonces un lujo disfrutado por unos pocos
consumidores cultos (conocedores de las alusiones a la cultura antigua)
dispuestos a financiar la producción de imágenes que invitan al fantaseo, pero
no a compartirlas.
Francisco de Goya: La Maja desnuda |
La modernidad ha democratizado el estímulo sexual. En el
pasado, solo los potentados disponían de imágenes femeninas excitantes. Cuando
Goya recibe (probablemente de Manuel Godoy) el mandato de pintar La Maja
Desnuda, pinta también otra versión, donde la mujer está vestida. Se especula
que las dos obras estaban instaladas en un ingenioso artefacto que permitía
exhibir una u otra, de acuerdo a la voluntad del propietario, que de ese modo
intentaba escapar al control de la Inquisición.
En la segunda mitad del siglo XX, en cambio, Hugh Hefner, Larry
Flynt, Bob Guccione y otros empresarios editaron millones de ejemplares de
revistas en colores, que se vendían en
los kioscos de la prensa (a veces ensobradas en una envoltura transparente que
impedía revisar el contenido) y se suponía destinadas al consumo de una masiva
audiencia masculina.
El peso de la mujer
en el imaginario masculino es ratificado todos los días por la publicidad
audiovisual de productos de consumo, por la prensa sensacionalista y las
páginas eróticas de Internet. Esas mujeres venden (no necesariamente a sí
mismas) afirman los expertos. Han sido puestas donde las descubre el hombre menos
atento, presencias seductoras, disponibles para anunciar productos y servicios
que no llamarían la atención si ellas no los promovieran.
Tienen las bocas carnosas, abiertas y miran sin el menor
pudor a quienes las espían. Aunque aparezcan solas en la imagen, sus miradas,
sus poses, su actividad física o su relajada pasividad, se encuentran dirigidas
a un observador que se halla frente a la pantalla, delante del cartel o la
página impresa, y sin duda disfruta el espectáculo de esa mujer que lo designa
como su cómplice, su pareja del momento.
Alberto Vargadas: Pin Up |
Las pin ups de Alberto
Vargas de los años `40, que obtuvieron tanta notoriedad en los medios masivos,
combinan la tentación con la sorpresa. Fueron creadas para excitar a los
hombres que participaban en la Segunda
Guerra Mundial, a quienes designan con la mirada, pero al
mismo tiempo adoptan la gestualidad de la inocencia sorprendida. Créase o no,
ellas aparentaban estar sorprendidas de ser vistas y sin duda no esperaban ser
tocadas. Solo por casualidad sus faldas volaban gracias al oportuno viento,
mientras los escotes se desbocaban y los gestos íntimos eran observados por curiosos
que no debían culparse de hacerlo. Su teatral inocencia denotaba que no llegaban
a entender muy bien qué les estaban pasando. Eran víctimas tontas o al menos
representaban ese rol, para facilitar la agresión imaginaria de los hombres.
¿Qué puede haber más seductor para un hombre, que la imagen
de una mujer desnuda o con poca ropa? En ocasiones, cuando se encuentra
vestida, ella no puede esperar para desvestirse. El Strip tease ha llegado a
presentarse como un arte de los prolegómenos sexuales. Acompañada por la
música, sin prisa, la mujer se quita una prenda tras otra (y tiene muchas, que
sin embargo no llegan a cubrirla). En las versiones clásicas del strip tease,
la desnudez no se completa. Incluso sin ropas, las poses bien estudiadas
todavía tapan algo, por lo general los genitales.
Las mujeres de los medios excitan las fantasías de los
hombres que las contemplan, los hacen sentirse poderosos, infalibles, adecuados
para satisfacer los deseos de esas figuras que lo miran como si estuvieran
desafiándolo. Al menos mientras no las toquen, pueden sentirse capaces de
controlarlas y obtener placeres al mismo
tiempo. Ni los retratos de los equipos masculinos de fútbol gozan del mismo
nivel de adhesión. En contraste con eso ¿quién consigue ser hombre y mantenerse
indiferente a las mujeres? Casi nadie, incluyendo a los travestis que se mantienen a distancia de ellas, pero las imitan y
parodian con tanto esmero.
Bailarina de Burlesque |
En el escenario del music
hall, el burlesque y el teatro
de revistas, uno de los números tradicionales y más celebrados es un sketch en el que un cómico de cierta
edad, hábil en el manejo del doble sentido verbal y gestual, probablemente
ridículo por su edad y actitud conquistadora, encara a una mujer muy atractiva
pero tonta, no demasiado vestida, incapaz de entender el doble sentido del
discurso masculino. La permanencia del esquema durante décadas (demostrada por
el paso del teatro a la televisión, sin que fuera necesario efectuar demasiados
cambios) indica la persistencia del disfrute de la audiencia. El actor cómico
se daba el gusto de controlar en público a esa hembra que la audiencia
masculina hubiera deseado tocar, pero no le estaba permitido tocar, accesible
para los ojos y a la vez inalcanzable.
Gordo Porcel y Susana Giménez |
Cabe pensar en una tendencia reciente de la industria
cultural moderna, que utiliza a las mujeres para dirigir la atención hacia otra
cosa, pero no es así. Esculturas primitivas, como la de Willendorf, tallada
veinte a veintidós siglos antes de nuestra era, simplifica la imagen femenina,
quitándole toda importancia a cualquier aspecto que no sean los pechos y las
caderas. En ese momento, quizás no hubiera otras cosas que destacar en ellas,
que fuera apreciado por el resto de la sociedad. ¿En la actualidad tampoco?
Artemisia Gentileschi: Susana y los viejos |
Las figuraciones más frecuentes de la mujer en las artes
plásticas tradicionales, tienen características similares. Susana, esposa de Joaquín,
es espiada dos viejos hipócritas mientras se baña. La codician, se le acercan y
al ser rechazados la acusan de impudor. Muchos pintores han aprovechado la
historia para representar a una joven mujer desnuda, personaje inhabitual en la Biblia (la otra bañista es
Bethsabé, espiada involuntariamente desde una terraza vecina por el Rey David,
que a continuación no repara en apremios y abusos, con tal de convertirla en su
amante, después de haber alejado al marido).
La casta Susana suele ocupar el centro de la imagen,
mientras los viejos se camuflan en la vegetación. Cualquier observador puede
disfrutar la visión de ese cuerpo indefenso, porque la representación del
rechazo de la mujer o el castigo del voyeurismo que pone fin a la historia, no
suelen hallar espacio. Cuando Artemisia Gentileschi pinta el episodio de Susana
y los viejos, a comienzos del siglo XVII, muestra que la joven rechaza el
asedio de estos ancianos que no pueden ser considerados por la sociedad como
hombres ejemplares. Ella es la víctima y los acusa, pone al observador de la
pintura como testigo de su inocencia. Se trata del punto de vista inusitado de
una mujer sobre la lujuria masculina, una perspectiva moderna, que tiene cuatro
siglos de antigüedad.