sábado, 18 de abril de 2015

SUPLANTACIONES: EL EMBARAZO MASCULINO


Los hombres se disfrazan de mujeres en el ambiente del espectáculo, para divertir a la audiencia mediante la representación de los aspectos más ridículos del comportamiento femenino. También lo hacen fuera del escenario, con propósitos variados, desde los rituales religiosos al erotismo. En la actualidad, en algunos países, el género que proclaman los documentos de identidad, refiere a la decisión personal del portador, no a los datos suministrados por sus genitales. Alguien debe ser considerado mujer, si ha manifestado que esa es su decisión, aunque la inspección física revele otros indicios. Las fantasías referidas al género son complejas y se manifiestan también entre los heterosexuales.

Hombres que viven en pareja con mujeres, adoptan un comportamiento femenino durante el parto. No se trata de una burla, como se da en las comparsas carnavalescas. El Síndrome de la couvade (del francés, couver: incubar) refiere los síntomas efectivos del embarazo y la lactancia que experimentan algunos hombres, cuando sus parejas pasan por esas experiencias que la naturaleza parece haberles reservado exclusivamente a ellas.
¿Acaso pierden los hombres contacto con la realidad, al verse sometidos a circunstancias tan estresantes para sus parejas, por lo que olvidan quiénes son ellos, para asumir los problemas ajenos como si fueran propios? En toda pareja humana se da un complejo proceso de empatía, que lleva a cada uno de los integrantes a identificarse con ciertos aspectos del otro, a pesar de las diferencias de género y/o los roles diferentes que les atribuye la sociedad.
Al cabo de cierto tiempo de convivencia, puede ser que hasta sin quererlo, cada uno termina conociendo al otro por fuera y por dentro, se descubre capaz de prever con exactitud sus reacciones, por lo que ambos terminan pareciéndose en gestos, palabras, gustos y fobias. Las parejas en que los participantes permanecen distantes emocionalmente unos de otros, a pesar de la cercanía física y la rutina cotidiana, sugieren una mala relación o niveles exclusivamente ceremoniales de comunicación.
Los roles que asumen hombres y mujeres suelen estar perfectamente diferenciados por la estructura social desde hace siglos, al punto de constituir para la mayoría el equivalente a leyes de la Naturaleza, que están fuera de toda discusión. La posibilidad de incorporar a las mujeres al mercado laboral (saliendo por lo tanto de su casa) o el reclamo de que los hombres compartan la crianza de los niños y otras tareas domésticas que hasta no hace mucho habían sido exclusivas de las mujeres, fueron resistidas, precisamente por oponerse a una asignación de roles que nadie recuerda cuándo se impuso, ni por qué.
Cabe la posibilidad de que las motivaciones no sean tan simples.  ¿Manifiestan de ese modo que envidian a las mujeres? ¿Tienen dudas sobre la paternidad y busca establecer de ese modo que el hijo proviene de su cuerpo, fuera de toda duda que pueda plantear la conducta de la mujer?
Robert Winston, un experto inglés en fecundación artificial, plantea que ya no es imposible implantar un embrión en el vientre de un hombre, para hacer que se desarrolle mediante el suministro de dosis masivas de hormonas femeninas, hasta conducirlo a un parto por cesárea. De hecho, una mujer de Oxford ha utilizado la técnica de la placenta adherida al intestino, para llegar a parir un hijo sin dificultades.
La couvade no es un fenómeno reciente, ni se encuentra localizada en una determinada cultura. Plutarco lo presenta como algo que sucede en Chipre. Diodoro Siculo lo sitúa en Córcega. El geógrafo griego Strabo lo menciona hacia el comienzo de nuestra era como una costumbre de los vascos, instalados en territorios fronterizos de lo que hoy son España y Francia.

Esas mujeres cultivan la tierra tan bien como los hombres, y cuando dan nacimiento a un niño, ponen a sus esposos en cama, en lugar de ir a la cama ellas mismas, y los atienden. (Strabo: Geografía, Libro III, Capítulo 4)

Couvade medieval (siglo XIV)
Las comadronas que atienden habitualmente a la parturienta, atienden también al hombre que la embarazó. A comienzos del siglo XX, la práctica se daba todavía en las islas Baleares y el norte de España. Marco Polo, viajero del siglo XIII, describía situaciones parecidas que habría observado durante su paso por Turkestán.

Cuando una mujer ha dado a luz, el marido permanece en cama cuarenta días durante los cuales él limpia y arregla al niño. Y esto lo hacen porque dicen que la mujer ha sufrido mucho, llevando durante meses el peso del niño y quieren que descansen. Todos los amigos van a ver al marido que permanece en cama y hacen una gran fiesta. La mujer se levanta del lecho, atiende los quehaceres de la casa y sirve al marido en la cama. (Marco Polo: Viajes)

Couvade huichol
Entre los huicholes de México, existe un ritual que confirma el lazo directo que debería establecer el parto entre el padre y el hijo. Cuando se acerca el momento del parto, el padre se sienta en el techo de su choza, encima del lugar ocupado por la parturienta. Le sujetan con cuerdas los testículos, y la esposa sostiene las otras puntas. Cuando ella siente que se acercan las contracciones, tira de las cuerdas para que el esposo comparta los dolores de la llegada al mundo del hijo que engendraron juntos.
La couvade reaparece en lugares apartados de Asia, África, la Polinesia y el continente americano, como si fuera una fantasía recurrente de los seres humanos. Un antropólogo que observó las costumbres de tribus indígenas de la Gran Sabana, encontró situaciones parecidas.

No hay explicaciones satisfactorias sobre su origen. Parece basarse en la creencia de que existe una conexión misteriosa entre el niño y el padre -más directa de la que se da entre el niño y la madre- y es de tal naturaleza que si el padre infringe alguna de las reglas de la couvade durante un tiempo, después del nacimiento del niño, éste sufre. (Everard in Thurn: Among the Indians of Guiana)

En Nueva Guinea, el hombre que acaba de enterarse de la preñez de su pareja, construye una choza para él, la completa con ropas y alimento, se separa temporariamente de su esposa y evita el contacto con otros hombres. Al saber que se acerca el momento del parto, hace la mímica del caso, hasta que la mujer le entrega el hijo recién nacido.
En Bolivia, el padre simula los dolores del parto de su pareja, y una vez nacido el hijo, lo apoya sobre su vientre y lo atiende como si acabara de parirlo, mientras que la madre vuelve a las tareas habituales. El padre guarda cama y recibe las felicitaciones de parientes y amigos.

Sería, pues, posible explicar la covada como un engaño a los espíritus malignos, engañifa motivada por el intento de proteger, en un trance especialmente peligroso, las vidas de la madre y del hijo. Situación para la que, por lo demás, se pueden encontrar muchas otras artimañas en las diferentes culturas. (Xavier Ballester: “Cuando ellos se ponen a parir”)

La couvade afecta de manera más o menos marcada a un porcentaje considerable de hombres de hoy (entre 11% y 65% de los padres, de acuerdo a los estudios de Masoni, Marin, Trimarchi, de Punzio y Fioretti) a partir del tercer mes de gestación de sus hijos. Se han elaborado innumerables bromas que ridiculizan a los hombres que se volverían demasiado sensibles, a pesar de que el tema no es tan trivial como aparenta. La couvade se encuentra, apenas disimulada, en el folklore europeo (por ejemplo, en el cuento de Caperucita Roja, donde el lobo, en el final de la historia, cuando el cazador le abre el vientre, da a luz a la niña y su abuela que devoró enteras).
El síndrome reaparece con menor frecuencia después del parto, durante la etapa de lactancia. También se da en parejas infértiles. Se manifiesta como cambios de humor inexplicables del hombre, antojos de determinados alimentos, náuseas al despertar, molestias en piernas y espalda, irritación al orinar, diarrea o constipación, pérdida del apetito sexual, hipersensibilidad de la piel, ansiedad, agotamiento físico, aumento de peso, incluso dolores abdominales que se asemejan a las contracciones uterinas.
No es una reacción exclusiva de los padres primerizos. A medida que aumenta el número de hijos de una pareja, los síntomas puede ser cada vez más notorios.
Una de las interpretaciones que se da al fenómeno, es de carácter hormonal. Durante el embarazo, las mujeres enviarían mensajes químicos (olfativos) que los hombres detectan sin darse cuenta. En experimentos realizados con hombres a los que se entregan muñecos del tamaño de un recién nacido, mientras se les hace oír grabaciones de bebés que lloran, se comprobó un aumento en la producción de prolactina y cortisol, hormonas presentes en la etapa de lactancia de las mujeres.
Para Sigmund Freud, la couvade esconde resentimientos y celos masculinos. ¿Acaso el hijo que ella trae al mundo es efectivamente hijo del hombre que se encuentra a su lado y pasa a ser considerado automáticamente como el padre? En la actualidad, un examen de ADN debería despejar todas las dudas al respecto. No obstante, en el pasado, la pregunta insidiosa podía continuar abierta, como una fuente de conflictos constante, envenenando la vida de la pareja
Gracias al embarazo, el parto y la lactancia, las mujeres adquieren un protagonismo social que resulta incómodo para ciertos hombres inseguros. Mientras atraviesan esas etapas, ellas dejan de estar sometidas al marido, al que pueden rechazar en la cama, para exigir una autonomía que les permita criar a su hijo. Es una situación paradojal: si bien se liberan del marido, quedan sometidas al hijo.
En el futuro de la pareja, después de haberse superado la etapa maternal, los hombres no saben muy bien cómo afrontarán las nuevas exigencias económicas, ni cómo habrán de someterse de nuevo las mujeres al orden tradicional. Tal vez lo hagan, tal vez no. En medio de una incertidumbre como esa, ¿no resulta envidiable la inesperada (aunque fugaz) autonomía femenina?
Para otros, la couvade manifiesta la compleja relación de empatía que llega a establecerse en el interior de una pareja. Nada de lo que le pasa a uno de sus miembros, llega a resultar ajeno al otro. En las sociedades primitivas, el hombre protegería con su embarazo ficticio a la madre y el hijo de los malos espíritus capaces de agredirlos en ese momento en el que ambos se encuentran demasiado vulnerables. También permitiría validar simbólicamente un asunto tan controvertido como las dudas sobre la paternidad. Si el padre es quien está pariendo un niño ante la comunidad, no pueden quedar preguntas sobre quién lo trajo al mundo.

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