Florén Delbene y Libertad Lamarque: Besos brujos |
El tema de la mujer que sufre sin quejarse (más aún,
cantando, en el caso de Lamarque) víctima del desamor de su pareja primero, del
abandono de sus hijos después y hasta de la incomprensión de los nietos en la
tercera edad, demuestra la persistencia de una actitud que no tiene
equivalentes en los personajes masculinos.
Los hombres pueden cumplir una variedad de roles, desde
seductores a crueles o indiferentes, mientras que a la mujer suele estarle
reservado uno, el de víctima que conoce su situación y sin embargo no puede
resistirse, porque sabe o supone que siempre lleva las de perder. La letra de
un tango cantado por Lamarque en uno de sus primeros filmes lo resumía a la
perfección:
¡Déjame, no quiero que me beses! Por tu culpa estoy sufriendo / la
tortura de mis penas… / ¡Déjame, no quiero que me toques! / Me lastiman esas
manos, / me lastiman y me queman. / No prolongues más mi desventura. / Si eres
hombre bueno así lo harás. (Alfredo Maleaba y Rodolfo Sciammarella: Besos
brujos)
Ahora bien; si el destinatario de la súplica no era
precisamente alguien que se apiadara de la mujer indefensa y decidiera
protegerla; si por casualidad se excitara al comprobar la disparidad de fuerzas
que ella confiesa… En todos los conflictos posibles, la mujer del melodrama
audiovisual calla, ruega, cede, llora y de ese modo conmueve a la audiencia
masiva que contempla su sometimiento, dando a entender que esa es la única
actitud digna de ser imitada por sus congéneres.
¿Qué otra cosa podían hacer en el contexto de la sociedad
paternalista las mujeres, cuando se considera su relación desigual con los
hombres? Entregarse, y lo más probable, sufrir a continuación, porque la
sociedad le exige tomar precauciones, como lograr la aprobación de los suyos y
casarse.
¿Qué reclamaban los hombres de las mujeres? Apoderarse de
sus cuerpos y lo más probable, disfrutarlo.
El sometimiento era la situación que no se nombraba, porque después de
todo parecía ser tan natural e inseparable de la condición humana, que hubiera
sido ofensivo recordársela a nadie.
Genoveva de Brabante, heroína de un cuento medieval,
atormentaba la imaginación de los niños del siglo XX, desde las dramatizaciones
de la radio y el cine. Casada por amor y fiel a su marido, ella sufría el acoso
del Mayordomo, que al ser rechazado la acusaba de infidelidad, mientras
Sigifredo, el marido, estaba ausente, luchando contra los moros. En prisión,
Genoveva paría un hijo al que llamaba Desdichado. Conducida al bosque por
quienes habían sido designados como sus verdugos, ella lograba apiadarlos. Por
primera vez, Genoveva se resistía y demostraba su elocuencia, para evitar la
muerte de su hijo. Los verdugos entregaban al Mayordomo los ojos de un perro,
como prueba de que habían cumplido la tarea. En el bosque, mientras tanto, una
cierva protegía a Genoveva, que no salía de una cueva. Cuando Sigifredo
regresaba, la daba por muerta. Durante una cacería, hallaba a la mujer y el
hijo, como corresponde a todo cuento de hadas que reclama un final feliz. La
virtud era recompensada, a pesar de que el personaje había sufrido situaciones
que hubieran debido destruirla.
Fragonard: El beso robado |
El hombre no debe cubrirse la
cabeza [al rezar], pues él es imagen de Dios y refleja su gloria, mientras que
la mujer refleja la gloria del hombre. (San Pablo: Corintios 1, siglo I)
Mujeres independientes, capaces de ganarse la vida y tomar
decisiones por cuenta propia, eran una anomalía de la naturaleza, que podían
ser admiradas a la distancia, como los ocupantes exóticos del Zoológico o los
protagonistas de cuentos de hadas, que ningún adulto espera que se conviertan
en realidad.
Cary Grant y Rosalind Russell: His Girl Friday |
La noción moderna de pareja humana supone cierta igualdad
entre sus integrantes. Aunque la
Naturaleza establezca roles nítidos para los géneros (la mujer es quien se
embaraza y pare, el hombre es quien la embaraza) otros son intercambiables (el
hombre o la mujer pueden sostener el hogar, por separado o en forma conjunta,
como cuando se trata de lavar los platos o criar los hijos). A pesar de lo
anterior, ninguno debería subordinar al otro. La noción de una pareja tan dispar
que alguno de los integrantes pase a ser considerado propiedad del otro o carga
del otro, sin atisbos de reciprocidad, escandaliza al pensamiento de la
modernidad.
Schariar y Scherezada |
De no haber sido una eximia narradora y estratega,
Scherezada y decenas de jóvenes inocentes hubieran muerto para satisfacer el
rencor de Schariar. El único rol que se atribuye a las mujeres, desde las más
pérfidas hasta las más inocentes, suele ser para muchas culturas el de
reiteradas víctimas de sus parejas masculinas. Que ellas sean inocentes, no
cambia demasiado la situación. Más bien facilita el abuso, puesto que no atinan
a defenderse.
No le corresponde a una mujer
decidir nada por sí misma, sino que está sometida a la reglas de las tres
obediencias. Cuando es joven, siempre tiene que depender de sus padres,. Cuando
está casada tiene que obedecer a su marido, cuando es viuda tiene que obedecer
a su hijo. (Mencio, 320 AC)
¿Cómo imponer los mismos derechos y obligaciones en una
pareja que incluye a individuos a quienes la naturaleza y/o la sociedad asignan
distintos roles y desiguales cuotas de poder? Los hombres suelen ser designados
por el contexto social como cazadores, mientras se define paralelamente a las
mujeres como sus presas inevitables. Si un hombre se resiste a acechar y
perseguir, tanto como si una mujer se niega a ofrecerse y negarse por turnos,
eso afecta a la otra parte, que se desconcierta o reclama por la ruptura de un
acuerdo tradicional basado en la disparidad.
Mediados siglo XX: piropo callejero |
Los hombres sospechan de la fidelidad de las mujeres, y no
tardan en volverse violentos por ese motivo, aunque no tengan pruebas, mientras
que las mujeres sufren el desamor de los hombres, que atribuyen a su propia
incapacidad para retenerlos, o a la maldad de otras mujeres decididas a
arruinar su relación de pareja.
De un hombre agredido, la sociedad espera (más bien reclama)
que no acepte ser exhibido como una víctima pasiva, porque eso lo muestra como
el deshonor de su género, sino que reaccione de inmediato, no solo defendiéndose
de la injuria, sino derrotando a quien lo ofendió, mientras que de una mujer
que sufre una situación similar, se aguarda que huya de la amenaza y solicite
ayuda (en lo posible, de otros hombres tan dignos de confianza como el primero).
Siempre hay lugar para las dudas que afectan de manera
desigual a ambos géneros. ¿La víctima femenina fue tan inocente como proclama?
¿El evidente victimario masculino fue tan culpable como se afirma? ¿No se
tratará más bien de un pobre hombre, momentáneamente dominado por sus hormonas
y la imagen de su género que la sociedad le ha impuesto y él no se encuentra en
condiciones de rechazar?
Cada mujer debiera estar caminando
como Eva, acongojada y arrepentida, y como castigo debería sentir el dolor de
dar a luz a los hijos, necesitando del marido y siendo dominada por éste.
(Tertuliano de Cartago)
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