sábado, 18 de abril de 2015

PASIÓN DE MUJERES SOMETIDAS


Florén Delbene y Libertad Lamarque: Besos brujos
En las películas argentinas y mexicanas de Libertad Lamarque, desde fines de los años `30 hasta mediados de los `80, la protagonista se sacrificaba en distintas etapas de su vida: primero como joven soltera, luego como esposa, a continuación como madre madura, finalmente como abuela y bisabuela, durante los conflictos domésticos que constituían su única preocupación.
El tema de la mujer que sufre sin quejarse (más aún, cantando, en el caso de Lamarque) víctima del desamor de su pareja primero, del abandono de sus hijos después y hasta de la incomprensión de los nietos en la tercera edad, demuestra la persistencia de una actitud que no tiene equivalentes en los personajes masculinos.
Los hombres pueden cumplir una variedad de roles, desde seductores a crueles o indiferentes, mientras que a la mujer suele estarle reservado uno, el de víctima que conoce su situación y sin embargo no puede resistirse, porque sabe o supone que siempre lleva las de perder. La letra de un tango cantado por Lamarque en uno de sus primeros filmes lo resumía a la perfección:

¡Déjame, no quiero que me beses! Por tu culpa estoy sufriendo / la tortura de mis penas… / ¡Déjame, no quiero que me toques! / Me lastiman esas manos, / me lastiman y me queman. / No prolongues más mi desventura. / Si eres hombre bueno así lo harás. (Alfredo Maleaba y Rodolfo Sciammarella: Besos brujos)

Ahora bien; si el destinatario de la súplica no era precisamente alguien que se apiadara de la mujer indefensa y decidiera protegerla; si por casualidad se excitara al comprobar la disparidad de fuerzas que ella confiesa… En todos los conflictos posibles, la mujer del melodrama audiovisual calla, ruega, cede, llora y de ese modo conmueve a la audiencia masiva que contempla su sometimiento, dando a entender que esa es la única actitud digna de ser imitada por sus congéneres.
¿Qué otra cosa podían hacer en el contexto de la sociedad paternalista las mujeres, cuando se considera su relación desigual con los hombres? Entregarse, y lo más probable, sufrir a continuación, porque la sociedad le exige tomar precauciones, como lograr la aprobación de los suyos y casarse.
¿Qué reclamaban los hombres de las mujeres? Apoderarse de sus cuerpos y lo más probable, disfrutarlo.  El sometimiento era la situación que no se nombraba, porque después de todo parecía ser tan natural e inseparable de la condición humana, que hubiera sido ofensivo recordársela a nadie.
Genoveva de Brabante, heroína de un cuento medieval, atormentaba la imaginación de los niños del siglo XX, desde las dramatizaciones de la radio y el cine. Casada por amor y fiel a su marido, ella sufría el acoso del Mayordomo, que al ser rechazado la acusaba de infidelidad, mientras Sigifredo, el marido, estaba ausente, luchando contra los moros. En prisión, Genoveva paría un hijo al que llamaba Desdichado. Conducida al bosque por quienes habían sido designados como sus verdugos, ella lograba apiadarlos. Por primera vez, Genoveva se resistía y demostraba su elocuencia, para evitar la muerte de su hijo. Los verdugos entregaban al Mayordomo los ojos de un perro, como prueba de que habían cumplido la tarea. En el bosque, mientras tanto, una cierva protegía a Genoveva, que no salía de una cueva. Cuando Sigifredo regresaba, la daba por muerta. Durante una cacería, hallaba a la mujer y el hijo, como corresponde a todo cuento de hadas que reclama un final feliz. La virtud era recompensada, a pesar de que el personaje había sufrido situaciones que hubieran debido destruirla.
Fragonard: El beso robado
Entregarse a un hombre no ha sido nunca la garantía de que la mujer que toma esa decisión habrá de recibir el amor y la protección que le prometieron. Cuando el hombre toma posesión de la mujer, de acuerdo a la tradición patriarcal, puede hacer con ella lo que desee, incluyendo destruirla, si se siente defraudado por su respuesta. Esos poderes los ejerce el hombre incluso después de muerto, porque la familia exige de la viuda una fidelidad sin demasiado objeto. Si la mujer muere, en cambio, el hombre puede reemplazarla sin preocupaciones y de inmediato. La posibilidad de quedarse sin un hombre, solo promete dificultades para la mujer que podría comenzar a considerarse libre de su tutela.

El hombre no debe cubrirse la cabeza [al rezar], pues él es imagen de Dios y refleja su gloria, mientras que la mujer refleja la gloria del hombre. (San Pablo: Corintios 1, siglo I)

Mujeres independientes, capaces de ganarse la vida y tomar decisiones por cuenta propia, eran una anomalía de la naturaleza, que podían ser admiradas a la distancia, como los ocupantes exóticos del Zoológico o los protagonistas de cuentos de hadas, que ningún adulto espera que se conviertan en realidad.
Cary Grant y Rosalind Russell: His Girl Friday
A mediados del siglo XX, mujeres insumisas llegaban a la pantalla de cine. Eran la periodista de His Girl Friday, o la empresaria gastronómica de Mildred Pierce. Ellas estaban interpretadas por famosas actrices, eran bellas, se encontraban bien vestidas y peinadas. Invitaban a mirarlas con extrañeza y alivio, porque no era demasiado probable encontrarlas en la realidad o que las mujeres conocidas las imitaran.
La noción moderna de pareja humana supone cierta igualdad entre sus integrantes.  Aunque la Naturaleza establezca roles nítidos para los géneros (la mujer es quien se embaraza y pare, el hombre es quien la embaraza) otros son intercambiables (el hombre o la mujer pueden sostener el hogar, por separado o en forma conjunta, como cuando se trata de lavar los platos o criar los hijos). A pesar de lo anterior, ninguno debería subordinar al otro. La noción de una pareja tan dispar que alguno de los integrantes pase a ser considerado propiedad del otro o carga del otro, sin atisbos de reciprocidad, escandaliza al pensamiento de la modernidad.
Schariar y Scherezada
En el texto de Las Mil y una Noches, el rey Schariar se entera de que su primera esposa lo ha engañado, a pesar de los recaudos que ha tomado, como mantenerla encerrada en el harem, lejos de los hombres que pudieran quitársela, ordena que la decapiten y a continuación contrae sucesivos matrimonios con vírgenes a las que sus servidores ajustician después de la noche de bodas. Tiene que aparecer Scherezada, para que el monarca se convierta en prisionero virtual de las historias que ella le cuenta por las noches y deja inconclusas al amanecer, con el objeto de salvar su vida.
De no haber sido una eximia narradora y estratega, Scherezada y decenas de jóvenes inocentes hubieran muerto para satisfacer el rencor de Schariar. El único rol que se atribuye a las mujeres, desde las más pérfidas hasta las más inocentes, suele ser para muchas culturas el de reiteradas víctimas de sus parejas masculinas. Que ellas sean inocentes, no cambia demasiado la situación. Más bien facilita el abuso, puesto que no atinan a defenderse.

No le corresponde a una mujer decidir nada por sí misma, sino que está sometida a la reglas de las tres obediencias. Cuando es joven, siempre tiene que depender de sus padres,. Cuando está casada tiene que obedecer a su marido, cuando es viuda tiene que obedecer a su hijo. (Mencio, 320 AC)

¿Cómo imponer los mismos derechos y obligaciones en una pareja que incluye a individuos a quienes la naturaleza y/o la sociedad asignan distintos roles y desiguales cuotas de poder? Los hombres suelen ser designados por el contexto social como cazadores, mientras se define paralelamente a las mujeres como sus presas inevitables. Si un hombre se resiste a acechar y perseguir, tanto como si una mujer se niega a ofrecerse y negarse por turnos, eso afecta a la otra parte, que se desconcierta o reclama por la ruptura de un acuerdo tradicional basado en la disparidad.
Mediados siglo XX: piropo callejero
Los hombres sospechan de la fidelidad de las mujeres, y no tardan en volverse violentos por ese motivo, aunque no tengan pruebas, mientras que las mujeres sufren el desamor de los hombres, que atribuyen a su propia incapacidad para retenerlos, o a la maldad de otras mujeres decididas a arruinar su relación de pareja.
De un hombre agredido, la sociedad espera (más bien reclama) que no acepte ser exhibido como una víctima pasiva, porque eso lo muestra como el deshonor de su género, sino que reaccione de inmediato, no solo defendiéndose de la injuria, sino derrotando a quien lo ofendió, mientras que de una mujer que sufre una situación similar, se aguarda que huya de la amenaza y solicite ayuda (en lo posible, de otros hombres tan dignos de confianza como el primero).
Siempre hay lugar para las dudas que afectan de manera desigual a ambos géneros. ¿La víctima femenina fue tan inocente como proclama? ¿El evidente victimario masculino fue tan culpable como se afirma? ¿No se tratará más bien de un pobre hombre, momentáneamente dominado por sus hormonas y la imagen de su género que la sociedad le ha impuesto y él no se encuentra en condiciones de rechazar?

Cada mujer debiera estar caminando como Eva, acongojada y arrepentida, y como castigo debería sentir el dolor de dar a luz a los hijos, necesitando del marido y siendo dominada por éste. (Tertuliano de Cartago)


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