viernes, 15 de agosto de 2014

MUTILACIONES FEMENINAS


Protesta contra infibulación en África
Para judíos y musulmanes, los hombres deben ser circuncidados (extirpación de parte del prepucio) al octavo día de haber nacido, en el caso de los judíos, y antes de la pubertad para los musulmanes. Se trata simultáneamente de una costumbre higiénica y un rito religioso, que tiene más de tres mil años de antigüedad. Moisés lo prescribió como una de las señales inequívocas que distinguían a sus seguidores de los hombres de otros pueblos con los que se veían obligados a convivir.
Más de una vez se ha intentado comparar la circuncisión masculina, con la infibulación femenina. Mientras la primera tiene pocos riesgos para la salud de quienes la sobrellevan y ha sido adoptada masivamente en países como los EEUU, donde predomina el cristianismo, la segunda solo ofrece ventajas para otras personas, que no son precisamente las mujeres que la sufren como recuerdo de su rol subordinado en la sociedad.

No se trata de juzgar una cultura, sino de apreciar una costumbre. La ablación genital femenina no corresponde a una cultura –entendida como un proceso, expresión de la vida humana, forma de comunicación y respuesta a unas necesidades básicas- sino a una costumbre, es decir, a la fijación de una norma. (Benedicte Lucas: Aproximación Antropológica a la práctica de la ablación o mutilación genital femenina)

Se trata de costumbres ancestrales, que incluso cuando se encuentran prohibidas por las leyes, continúan practicándose de manera clandestina, tal como sucedía hace cientos de años. Desde el punto de vista de los líderes comunitarios que eligen a las candidatas que serán sometidas a la operación, y establecen las fechas en que se consumará ese ritual por el que previamente pasaron sus madres y abuelas. Aquellas víctimas que se resisten, deshonran a sus familias y son consideradas feas por aquellos que las conocen, ineptas para ser entregadas en matrimonio.
Waris Dirie e hija
La mutilación del clítoris es presentada como una garantía de comportamiento honesto. ¿Qué argumentos pueden esgrimirse contra una práctica que tantas mujeres han aceptado y consideran su máximo orgullo? A los cinco años, la futura modelo de alta costura Waris Dirie, nacida en Somalia, sufrió la ablación del clítoris, una mutilación sexual que es frecuente entre las niñas nacidas en veintiocho países africanos.

Cuando no era más alta que una cabra, mi madre me sujetó mientras una anciana me seccionaba el clítoris y la parte interna de la vagina y cosía la herida. No dejó más que una minúscula abertura del tamaño de una cabeza de fósforo para orinar y menstruar. (…) Fue el peor momento de mi vida. El dolor era insoportable y sentí que iba a morir. Aún cuando era muy pequeña, supe inmediatamente que me estaban haciendo estaba mal. (Waris Dirie)

A los trece años, su padre intentó casarla con un anciano, a cambio de cinco camellos. Waris escapó hacia Europa y al crecer desarrolló una exitosa carrera en los EEUU, en el campo del modelaje. A los veintiocho años, después de haber denunciado en un libro la situación de la que había sido víctima, se convirtió en Embajadora de las Naciones Unidas que recorre el mundo haciendo campaña para erradicar esa práctica.
Dos mil años antes de nuestra era, de acuerdo a la prueba que suministran algunas momias, los antiguos egipcios ya realizaban operaciones de ese tipo. En Mali se supone tradicionalmente que en el clítoris reside un espíritu maligno. Se lo considera una parte masculina de la mujer, que debe ser extirpada para embellecerla. En Somalia, Gambia, Etiopía, Senegal, Togo, Nigeria, Burkina Faso o Ghana, afecta a la mayoría de la población femenina. También se la ha practicado en varios pueblos de Asia y América precolombina, con el objeto de mantener bajo control a las mujeres, impidiendo que disfruten las relaciones sexuales y obligándolas a mantenerse fieles a sus maridos.
 Los familiares no dudan en someterlas a operaciones que tienen graves riesgos para su cuerpo, resultan sumamente dolorosas y se realizan bajo condiciones de higiene nada confiables, por lo que dan lugar a infecciones graves. Como consecuencia de lo anterior, al menos una quinta parte de las mujeres que son sometidas a infibulación queda incapacitada para tener hijos.
Herramientas de la infibulación
Durante la operación, que no puede ser observada por los hombres, ni tampoco por mujeres que no hayan pasado por el mismo rito, se extirpa una parte de los genitales femeninos, para suturar a continuación los bordes del clítoris. Coser los genitales femeninos, es una oscura fantasía de los hombres celosos, recogida en La Filosofía en el Tocador, la novela filosófica del Marqués de Sade.
Gracias a una medida tan cruel, nadie podrá en adelante ocupar el cuerpo de esa mujer que le pertenece al hombre que ordenó la operación (al menos por vía vaginal, como puede inferir cualquiera). El cosido asegura que no llegarán a embarazarla casualmente, aunque no puedan evitarse otras prácticas sexuales igualmente eficaces para generar placer, pero no reproductivas.
Durante la noche de bodas, el marido disfruta la certeza de que esa mujer, cuyos genitales acaban de abrir exclusivamente para él, como un regalo precioso, no ha sido tocada por otros hombres. Más aún, que la incomodidad que habrá de acompañarla durante el resto de su vida, cada vez que deba someterse a una relación sexual, convertirá en indeseable para ella cualquier contacto con un hombre, incluyendo al marido.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, hay diferentes modalidades de intervención, entre las cuales se cuenta el corte exterior del prepucio femenino, en algunos casos acompañado por el corte parcial o total del clítoris (con lo que se dificulta el coito y debe recurrirse a la cesárea cuando se produce un parto). En otros casos, se efectúa el corte exterior del clítoris, el corte parcial o total de los genitales con reducción de la abertura vaginal. Esta es la infibulación que solo deja libre un estrecho orificio, como experimentó Waris Dirie. A veces, el corte va acompañado por una cauterización (quema) del clítoris.
El tormento se inflige durante la infancia, en ocasiones poco después de haber nacido, y de eso se encargan las comadronas y curanderas que la trajeron al mundo. Las mujeres de la familia suelen colaborar sujetando los brazos y piernas de quienes sufren la mutilación sin anestesia ni mayores precauciones higiénicas en aquellas que la ejecutan.
Niña sometida a infibulación
Muchas niñas mueren por complicaciones surgidas tras la operación. Los gritos y el llanto de la víctima no están bien vistos por los testigos. Se supone que se trata de pésimos augurios respecto de la futura relación de la niña con el marido. Luego, en el ansiado y temido momento del matrimonio, llega otra experiencia no menos dolorosa, porque las ligaduras de sus genitales de la desposada se sueltan para facilitar la penetración sexual del marido.
En esas condiciones, el coito suele resultar doloroso para la mujer. Si por cualquier circunstancia el hombre tiene que apartarse por un tiempo de su esposa, se vuelven a coser los genitales. La infibulación obliga a las mujeres a caminar dando pasos muy cortos (si corrieran o dieran zancadas, podrían descoserse) y los hombres consideran ese estilo de desplazamiento como algo muy atractivo.
En África, la posibilidad de que una mujer no pase por la mutilación, la expone a quedarse soltera, porque socialmente se prefiere para el matrimonio a aquellas que pudieron ser infieles en el pasado, o que podrían serlo en el futuro.
En algunas sociedades, la ceremonia queda reducida a una representación amenazante pero no sangrienta. Se acerca un cuchillo a los genitales femeninos, se pincha el clítoris, se corta el vello púbico y se deja alguna pequeña cicatriz en el vientre o parte interior del muslo, para recordar una costumbre que perdió vigencia pero podría ser reimplantada en cualquier momento, si la niña olvidara los valores que le fueron impuestos.
La infibulación femenina es visto como un tema demasiado privado por aquellas a quienes afecta, un asunto que gracias al pudor y la ignorancia de sus consecuencias para la salud, no se mencionaba hasta no hace mucho y rara vez se discute públicamente.
Dos millones de mujeres jóvenes son mutiladas todos los años, para calmar los temores masculinos sobre su fidelidad. Se calcula que hay entre 120 a 130 millones de mujeres que han pasado por la infibulación. Ellas viven en África, Pakistán, Sri Lanka, Indonesia, India y Malasia.
Las migraciones masivas de las últimas décadas, han llevado la costumbre arcaica a países europeos tan ajenos a la cultura islámica como Alemania, Suecia, Italia, Noruega y Francia, donde se ha comprobado la dificultad de erradicarla. Durante el siglo XIX, los mismos médicos europeos la practicaban con el objeto declarado de curar la histeria y la ninfomanía.

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