viernes, 2 de diciembre de 2016

PAREJAS IMPOSIBLES DEL AMOR CORTÉS


Solo el amor cortés de los trovadores ha convertido en lo principal la insatisfacción misma. Creóse entonces una forma del ideal erótico que era susceptible de recoger y albergar predominantemente un contenido ético, sin renunciar por ello a todo nexo con el amor natural a la mujer. (Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media)

En algún momento de la Edad Media, durante el siglo XII, aparece en el sur de Francia la idea del amor cortés (una denominación inventada en los últimos años del siglo XIX, dado que los contemporáneos lo conocían como amor puro o amor fino). Se trataba de una exaltación de la mujer que aparece elevada a una posición de privilegio, desde donde puede evaluar el comportamiento masculino y de acuerdo a sus criterios, castigarlo o premiarlo con sus favores. Sin duda los hombres y las mujeres se sentían atraídos sexualmente desde que se tiene memoria, pero no por ello lo decían en público, ni menos aún lo escribían y cantaban. No era un tema digno de mención.
Durante el siglo XI, se difunde en Europa cristiana el culto a la Virgen María, reverenciada como el ideal de las mujeres, una figura que los hombres están autorizados amar por sus virtudes a toda prueba, pero que bajo ninguna circunstancia llegan a tocar. Sobre el modelo de este amor místico, puede suponerse, adquiere forma el amor cortesano y esto no debería sorprender a nadie. Los elementos de la liturgia cristiana solían ser utilizados para describir los avatares de la sexualidad que no pueden ser nombrados literalmente.
La mujer destinataria del amor cortés es endiosada por su enamorado. Llega a convertirse en una imagen obsesiva para ciertos hombres que no son precisamente sus parejas legales.

Según la tesis oficialmente admitida, el amor cortés nació de una reacción contra la anarquía brutal de las costumbres feudales. Se sabe que el matrimonio, en el siglo XIII, se había convertido para los señores en una pura y simple ocasión de enriquecerse y anexarse tierras dadas en dote o esperada como herencia. Cuando el negocio funcionaba mal, se repudiaba a la mujer. (Denis de Rougemont: El Amor en Occidente)

Occitania era un territorio donde convivían adversarios tales como los cristianos romanos y los cátaros que se tomaban tantas libertades con la doctrina, que en ocasiones podían terminar quemados en la hoguera. También andaban por allí los judíos ortodoxos y los musulmanes. Una vecindad de culturas que podían derivar en el contagio mutuo de temas y enfoques. Los poetas árabes fueron tal vez los primeros en otorgarle a la mujer un rol privilegiado que resultaba ajeno a la cultura cristiana.

Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino, / mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente. / Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida. ( ¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir? / Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad. / Parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache. (Ibn Hazm: El collar de la paloma)

Las mujeres quedaban solas mucho tiempo, porque  sus padres, sus hermanos y sus maridos pasaban la mayor parte del tiempo ocupados en cacerías, guerras contra sus vecinos o interminables Cruzadas, que pretendían rescatar de los otomanos la ciudad de Jerusalén y el Santo Sepulcro. ¿Acaso todas las mujeres permanecían fieles a esos hombres, que aprovechaban el espacio que habían creado para su exclusivo disfrute? Ellos podían compartir sus vidas, por un rato, sin comprometerse, con otras mujeres, extranjeras, prostitutas o prisioneras.    

Buen compañero, cantando os llamo; / no durmáis ya, que oigo al pájaro cantar / buscando el día por el monte / y tengo miedo de que el celoso os sorprenda, / ¡Pronto llegará el alba! (Giraud de Borneth)

Mientras los señores feudales andaban lejos, las esposas se convertían en el centro de la actividad económica, administrativa, intelectual y hasta militar de sus dominios. Los trovadores alababan a esas mujeres autónomas, pero no disponibles, con quienes nunca hubieran podido casarse, por pertenecer a clases sociales opuestas y por estar casadas. A pesar de tantos obstáculos de peso, en ciertos casos ellas correspondían al cortejo de los poetas (aunque de acuerdo a la leyenda, los maridos guerreros hubieran tomado la precaución de encerrarlas en cinturones de castidad, cuyas llaves se llevaban consigo y debían impedir cualquier intento de coito vaginal).
En ese ambiente controlado por mujeres educadas como Leonor de Aquitania o Marie de France, florece la cortesía, el trato civilizado, capaz de sublimar los instintos elementales, que habitualmente se imponen en las relaciones que se dan entre hombres y mujeres; un código respetado por todas las partes, que otorga un rol más activo a la mujer, cuando se trata de establecer una pareja, y le impone al hombre la obligación de seducir, en lugar de usar la fuerza.
La mujer del ámbito cortesano no es presentada como un objeto más de su patrimonio, que el hombre utiliza de acuerdo a su capricho, sino como alguien dotado de individualidad y extremadamente valioso, que cuesta obtener y puede perderse en cualquier momento, si por descuido o a sabiendas, se falta a las reglas de comportamiento acordadas. La idea nueva que domina esta relación desigual, es que el hombre se encuentra al servicio de la mujer, tal como el vasallo se pone al servicio del señor feudal.

Estar enamorado es tender hacia el cielo por medio de una mujer (Uc de Saint Cyr).

Por primera vez en la Historia, las mujeres que el cristianismo describía  reiteradamente como tentadoras y temibles puertas del infierno, como las más horrendas armas del diablo, comienzan a ser presentadas en las canciones de los trovadores, como el objeto inalcanzable (y tanto más poderoso) de un deseo masculino eternamente frustrado, que genera composiciones poética. Ellas son atractivas y al mismo tiempo virtuosas (o al menos eso es lo que se canta, para complacerlas).
En el siglo XI aparecen las Cortes del Amor donde las damas instruidas protegen a los trovadores que se les acercan para convertirlas en el objeto de sus canciones. A lo largo del siglo XII surgen por un lado la poesía amorosa escrita por mujeres, que están comenzando a educarse y descubrir la posibilidad de expresar su propia visión del mundo, que no tiene por qué coincidir con la masculina, y por el otro los Tribunales de Amor, presididos por mujeres de la nobleza, como hubo en Toulouse, Narbonne y Poitiers, que se dedicaban a juzgar las llamadas faltas contra el amor, prolijamente enumeradas por André Le Chapelain.

Huye de la avaricia como de una plaga peligrosa y practica la liberalidad.
Evita siempre la mentira.
No seas maledicente.
No divulgues los secretos de tus amantes.
No tengas varios confidentes de tu amor.
Resérvate para tu amante.
No trates a sabiendas de apartar a tu prójimo de su amiga.
No busques el amor de una mujer que de algún modo avergonzara desposar.
Estate siempre atento a los reclamos de las damas.
Trata siempre de ser digno de pertenecer a la caballería del amor.
Al entregarte a los placeres del amor, no sobrepases los deseos de tu amante.
Así des o recibas los placeres del amor, observa siempre cierto pudor. (André Le Chapelain: Preceptos de Amor)

Para seducir a las mujeres, los hombres admitidos en las Cortes deben ponerse al servicio incondicional de ellas, tal como prometen someterse a sus decisiones, ser fieles y defender su honor ante cualquier sospecha que pudiera mancillar su honor (situación capaz de acarrearles problemas tales como ser quemadas).
Los hombres de la clase alta competían en torneos atléticos o misiones difíciles, para obtener el favor de las damas, consistente en la obtención de prendas de vestuario (generalmente pañuelos que conservaban el aroma femenino) o simples miradas, promesas de un amor que no iba a concretarse. A veces, ellos pueden esperar alguna respuesta de ellas durante años y no conseguir nada más que un reproche por la insistencia, que no las compromete a entregarse.
El amor cortés es la manifestación de un deseo masculino que no espera consumarse, que utiliza la distancia respecto de la mujer, como motivación literaria o como el modelo de vida de apariencia virtuosa, pero no menos pecaminosa para las normas de la Iglesia. Georges Duby se ha preguntado si esta sublimación no es en realidad un discurso homosexual encubierto, el simulacro mediante el cual los trovadores cantan al poder del marido ausente (pero actuante, a pesar de la distancia) que se manifiesta en la imposibilidad de que la esposa abandonada se atreva a traicionarlo con otros hombres de su misma clase social, a pesar de la tentación (simbólica) representada por el artista.
El amor cortés indica la aparición de otro tipo de comunicación en el interior de las parejas, uno donde se llega a reconocer en la mujer a un interlocutor que no se encuentra sometido por completo a la voluntad del hombre.

La escasa conexión entre las bellas formas del ideal del amor cortés y la realidad del noviazgo y del matrimonio, era causa de que el elemento del juego de la conversación, del pasatiempo literario, pudiera desplegarse sin trabas en todo lo concerniente a la vida amorosa refinada. El ideal del amor, la bella ficción de lealtad y abnegación, no tenía espacio en las consideraciones materiales con que se contraía matrimonio. (Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media)