Bernini: Apolo y Dafne |
Corren veloces el dios y la
muchacha, él por la esperanza y ella por el temor. Sin embargo, el perseguidor,
ayudado por las alas del amor, es más rápido, se niega el descanso, acosa la
espalda de la fugitiva y echa su aliento sobre los cabellos de ella, que le
ondean sobre el cuello. Agotadas sus fuerzas [Dafne] palideció, vencida por la
fatiga de tan acelerada huida, mira las aguas del Peneo y dice: “Socórreme,
padre, si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura
por la que he gustado en demasía”. (Ovidio: Las metamorfosis)
¿Qué le cuesta conceder el favor que se le reclama, sin
ofrecerle ninguna satisfacción, por ejemplo un regalo, una suma dinero, una
palabra amable, una caricia? Hay diferencias entre la condición de esposa y la
condición de prostituta, que no implican mayores ventajas para la primera
Eso abre, no obstante otra duda. ¿Para qué se casó una mujer,
si no tomaba en cuenta la intimidad sexual? ¿Para obtener una foto? ¿Para que
alguien ajeno a la familia se encargue de mantenerla? ¿Para que sus amigas no
la consideren fracasada? Ella o sus asesores debieron estar muy mal informados
respecto de las obligaciones ineludibles de una esposa. ¿Acaso no es más fácil
para ella aceptar el acoso del marido, sabiendo que si no se opone, el mal rato
al que se encuentra expuesta pasará pronto, aunque sin duda habrá de repetirse
periódicamente, a pesar de que ella no llegue a disfrutarlo nunca?
Rosario Castellanos |
Con frecuencia, que puedo
predecir, / mi marido hace uso de sus derechos o / como él gusta llamarlo, paga
el débito / conyugal. Y me da la espalda. Y ronca. / Yo me resisto siempre /
por decoro / pero siempre también / cedo. Por obediencia. / No, no me gusta
nada. / De cualquier modo no debería de gustarme / porque yo soy decente ¡y él
es tan material! / Además me preocupa
otro embarazo. / Y esos jadeos fuertes y el chirrido / de los resortes de la
cama pueden / despertar a los niños que no duermen después. (Rosario
Castellanos. Kinsey Report)
José Echenagusia: Sansón y Dalila |
En forma paralela, las mujeres quedan sometidas a la
incertidumbre del embarazo, que habrá de esclavizarlas durante los meses del
embarazo, y más allá, obligarlas a no pensar en otras cosa que la crianza de su
prole, durante años.
Para las culturas paternalistas, la indiferencia sexual o la
frigidez de las mujeres es un dato más que conveniente, incluso tranquilizador,
para los hombres que aspiran a controlar a las mujeres en otros aspectos de
mayor relevancia social (financieros, educativos, cívicos, religiosos). Si son
tan carentes de iniciativa en la cama, cabe suponer que a ellas tampoco les
importaría manifestarse en asuntos de mayor relevancia, que tradicionalmente se
atribuyen a los hombres. Una cultura que otorga desiguales oportunidades y
obligaciones a los dos géneros, establece conflictos que pueden ignorarse en
ocasiones, pero no por ello se resuelven satisfactoriamente para ambas partes.
A cualquier mujer le gustaría
ser fiel. Lo difícil es hallar un hombre a quien serle fiel. (Marlene Dietrich)
Si las mujeres no experimentan demasiado placer durante la
actividad sexual que se comprometieron a mantener con sus esposos, si ponen
todo tipo de excusas para postergarla, resulta probable que tampoco intentarán
nada por ese lado fuera del matrimonio. Esa situación no les promete a las
mujeres una mejor calidad de vida, pero sin duda asegura la honra de sus padres,
hermanos, esposos e hijos. No está mal visto que ellas renuncien al disfrute de
su cuerpo, siempre y cuando se encuentren dispuestas para conceder a su marido eso
que a ellas les ha sido prohibido para que no se extravíen.
De todos modos, la cultura patriarcal acostumbra a las
mujeres a presentarse como un objeto infalible de atracción masculina. Los
machos van a solicitarlas fueron programados por la cultura machista para
hacerlo; van a competir entre ellos, como hacen los urogallos o los alces
dispuestos a demostrar que son dignos de una hembra; van a esperar que ellas
los acepten como pareja.
Aquellos que no reaccionan pronto, de acuerdo a ese
mecanismo biológico elemental, se convierten en un desafío que puede volverlos
más atractivos a los ojos femeninos. ¿Cómo derribar esa contención inesperada,
inaceptable para el orgullo de la mujer?
Giovanni Lanfranco: José y la mujer de Potifar |
El casto José, que rechaza las insinuaciones de la esposa de
Potifar, no es precisamente un héroe de la mentalidad masculina moderna. El
personaje bíblico tiene virtudes admirables, desde su generosidad con los
miembros de su familia que lo han perjudicado, hasta su capacidad de administrar
sabiamente los negocios de su patrón, pero la castidad no contribuye a que se
lo aprecie más. ¿Acaso las mujeres no lo tientan? ¿Por qué la indiferencia
sexual, una virtud tan apreciada cuando se piensa en las mujeres, pasa a
convertirse en evidente objeto de escarnio cuando se refiere a la conducta de
un hombre?
Los hombres incapaces de controlar sus deseos, son vistos en
el peor de los casos, por la mentalidad dominante, como simples víctimas de un
temperamento apasionado, mientras que las mujeres que caen en la misma
categoría, lo más probable es que sean execradas. ¿Cómo se atreven? Tal ha sido la milenaria
tradición dominante en Oriente y Occidente, donde a nadie se le ocurría
entender que la limitación de la experiencia femenina en el disfrute del sexo,
pueda alimentar conflictos que debieran resolverse gracias a incómodos diálogos
de pareja (“¿Lo pasaste bien?”, “¿Qué te ha gustado más?”, “¿Qué no te ha caído
bien?”) o buscando la intermediación de alguna autoridad competente (desde
consejeros espirituales a psicólogos y médicos) encargados de orientar a
quienes lo consultan sobre una materia tan privada.
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