viernes, 1 de abril de 2016

MUJERES INDIFERENTES U OPUESTAS AL SEXO (I)


Bernini: Apolo y Dafne
En la mitología griega, la bella ninfa Dafne, perseguida por Apolo, consigue que su padre, el río Peneo, la convierta en un arbusto, un laurel, con tal de salvarla del acoso del dios. Está en su derecho negarse a conceder su cuerpo al seductor, por poderoso que él sea, como había hecho antes con otros pretendientes que intentaban limitar su libertad de cazadora, pero esta decisión finalmente le cuesta cara: pierde la voz, la movilidad y la tersura del cuerpo humano, queda reducida a la materia poco apetecible de un arbusto rugoso, que Apolo utiliza como puede (elabora coronas con sus hojas perfumadas y siempre verdes, por ejemplo, para llevarla siempre consigo).

Corren veloces el dios y la muchacha, él por la esperanza y ella por el temor. Sin embargo, el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es más rápido, se niega el descanso, acosa la espalda de la fugitiva y echa su aliento sobre los cabellos de ella, que le ondean sobre el cuello. Agotadas sus fuerzas [Dafne] palideció, vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira las aguas del Peneo y dice: “Socórreme, padre, si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que he gustado en demasía”. (Ovidio: Las metamorfosis)

La víctima del acoso sexual puede resistirse al acosador (con consecuencias variadas, que van desde el pedido de disculpas de aquel que la molestaba sin imaginar siquiera la posibilidad de ser rechazado, hasta la violación y el femicidio en los que se hace caso omiso de la resistencia de la víctima). Cuando el desencuentro ocurre al amparo de la institución del matrimonio, la negativa se vuelve más difícil de justificar, primero porque el hombre suele considerarse con derechos adquiridos sobre el cuerpo de su pareja, luego porque esa convicción es compartida por la mayoría de la sociedad, y finalmente porque los argumentos de la mujer que se resiste suenan falaces: su deber es participar o en todo caso entregarse a la iniciativa de su pareja.
¿Qué le cuesta conceder el favor que se le reclama, sin ofrecerle ninguna satisfacción, por ejemplo un regalo, una suma dinero, una palabra amable, una caricia? Hay diferencias entre la condición de esposa y la condición de prostituta, que no implican mayores ventajas para la primera
Eso abre, no obstante otra duda. ¿Para qué se casó una mujer, si no tomaba en cuenta la intimidad sexual? ¿Para obtener una foto? ¿Para que alguien ajeno a la familia se encargue de mantenerla? ¿Para que sus amigas no la consideren fracasada? Ella o sus asesores debieron estar muy mal informados respecto de las obligaciones ineludibles de una esposa. ¿Acaso no es más fácil para ella aceptar el acoso del marido, sabiendo que si no se opone, el mal rato al que se encuentra expuesta pasará pronto, aunque sin duda habrá de repetirse periódicamente, a pesar de que ella no llegue a disfrutarlo nunca?
Rosario Castellanos
En un poema satírico de Rosario Castellanos, el monólogo de la mujer solicitada por un hombre que ella declara no atraerle, pero que se encuentra obligada a aceptar, por la promesa de amarlo y servirlo, hecha ante las autoridades civiles y religiosas, suministra indicios nada simples sobre los motivos de la resistencia femenina y la confianza respecto de las armas que dispone su sexo para solicitar en ciertos casos, o defraudar en otros, en el campo de batalla de la cama, al único hombre que debería acercársele.

Con frecuencia, que puedo predecir, / mi marido hace uso de sus derechos o / como él gusta llamarlo, paga el débito / conyugal. Y me da la espalda. Y ronca. / Yo me resisto siempre / por decoro / pero siempre también / cedo. Por obediencia. / No, no me gusta nada. / De cualquier modo no debería de gustarme / porque yo soy decente ¡y él es tan material! /  Además me preocupa otro embarazo. / Y esos jadeos fuertes y el chirrido / de los resortes de la cama pueden / despertar a los niños que no duermen después. (Rosario Castellanos. Kinsey Report)

José Echenagusia: Sansón y Dalila
Siempre hay una infinidad de cuestionamientos en la vida de una pareja, que tienen un común denominador: el rechazo de la intimidad sexual, que es una circunstancia de alto riesgo para los participantes. No solo pueden contagiarse enfermedades venéreas: los hombres quedan demasiado expuestos en esos momentos a la influencia femenina, con resultados tan lamentables como la ceguera y pérdida de fuerzas que sufrió el mítico Sansón de los hebreos, derrotado por la filistea Dalila, durante el sueño relajado que siguió al coito. Si ella le concedió su cuerpo, puede suponerse, no fue porque él la atrajera, sino para obtener lo que el ejército de su pueblo no había logrado en el campo de batalla. Entregarse a una mujer, de acuerdo a esa óptica, es concederle un poder que la alienta a abusar de su posición circunstancial.
En forma paralela, las mujeres quedan sometidas a la incertidumbre del embarazo, que habrá de esclavizarlas durante los meses del embarazo, y más allá, obligarlas a no pensar en otras cosa que la crianza de su prole, durante años.
Para las culturas paternalistas, la indiferencia sexual o la frigidez de las mujeres es un dato más que conveniente, incluso tranquilizador, para los hombres que aspiran a controlar a las mujeres en otros aspectos de mayor relevancia social (financieros, educativos, cívicos, religiosos). Si son tan carentes de iniciativa en la cama, cabe suponer que a ellas tampoco les importaría manifestarse en asuntos de mayor relevancia, que tradicionalmente se atribuyen a los hombres. Una cultura que otorga desiguales oportunidades y obligaciones a los dos géneros, establece conflictos que pueden ignorarse en ocasiones, pero no por ello se resuelven satisfactoriamente para ambas partes.

A cualquier mujer le gustaría ser fiel. Lo difícil es hallar un hombre a quien serle fiel. (Marlene Dietrich)

Si las mujeres no experimentan demasiado placer durante la actividad sexual que se comprometieron a mantener con sus esposos, si ponen todo tipo de excusas para postergarla, resulta probable que tampoco intentarán nada por ese lado fuera del matrimonio. Esa situación no les promete a las mujeres una mejor calidad de vida, pero sin duda asegura la honra de sus padres, hermanos, esposos e hijos. No está mal visto que ellas renuncien al disfrute de su cuerpo, siempre y cuando se encuentren dispuestas para conceder a su marido eso que a ellas les ha sido prohibido para que no se extravíen.
De todos modos, la cultura patriarcal acostumbra a las mujeres a presentarse como un objeto infalible de atracción masculina. Los machos van a solicitarlas fueron programados por la cultura machista para hacerlo; van a competir entre ellos, como hacen los urogallos o los alces dispuestos a demostrar que son dignos de una hembra; van a esperar que ellas los acepten como pareja.
Aquellos que no reaccionan pronto, de acuerdo a ese mecanismo biológico elemental, se convierten en un desafío que puede volverlos más atractivos a los ojos femeninos. ¿Cómo derribar esa contención inesperada, inaceptable para el orgullo de la mujer?
Giovanni Lanfranco: José y la mujer de Potifar
El casto José, que rechaza las insinuaciones de la esposa de Potifar, no es precisamente un héroe de la mentalidad masculina moderna. El personaje bíblico tiene virtudes admirables, desde su generosidad con los miembros de su familia que lo han perjudicado, hasta su capacidad de administrar sabiamente los negocios de su patrón, pero la castidad no contribuye a que se lo aprecie más. ¿Acaso las mujeres no lo tientan? ¿Por qué la indiferencia sexual, una virtud tan apreciada cuando se piensa en las mujeres, pasa a convertirse en evidente objeto de escarnio cuando se refiere a la conducta de un hombre?
Los hombres incapaces de controlar sus deseos, son vistos en el peor de los casos, por la mentalidad dominante, como simples víctimas de un temperamento apasionado, mientras que las mujeres que caen en la misma categoría, lo más probable es que sean execradas.  ¿Cómo se atreven? Tal ha sido la milenaria tradición dominante en Oriente y Occidente, donde a nadie se le ocurría entender que la limitación de la experiencia femenina en el disfrute del sexo, pueda alimentar conflictos que debieran resolverse gracias a incómodos diálogos de pareja (“¿Lo pasaste bien?”, “¿Qué te ha gustado más?”, “¿Qué no te ha caído bien?”) o buscando la intermediación de alguna autoridad competente (desde consejeros espirituales a psicólogos y médicos) encargados de orientar a quienes lo consultan sobre una materia tan privada.

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