Ninon de Lenclos |
La resistencia de una mujer no
es siempre una prueba de su virtud, sino más frecuentemente de su experiencia.
(Ninón de Lenclos)
Ellas pueden hacerse valer, negándose a suministrar aquello
que se les solicita (se les arrebata con frecuencia) en una cultura que tiende
a marginarlas de las iniciativas de todo tipo. Dado que tienen pocas cartas,
deben aprender a utilizarlas.
La indiferencia a los reclamos del sexo era una de las virtudes
pregonadas (aunque no necesariamente practicada) por el cristianismo, heredada
de los grandes filósofos estoicos de la Antigüedad, tanto para los hombres como
para las mujeres. De acuerdo a un mito que circuló hace tiempo, el Papa de Roma
habría recomendado a las mujeres alemanas que intentaran moverse durante el
coito, aunque no sintieran la necesidad de hacerlo, para evitar el pecado nefando
en el que habría incurrido un Emperador de ese origen, que llegó a consumar la
relación carnal con su esposa, sin advertir que ella estaba muerta. Necrófilo a
pesar suyo, la culpa era de una mujer indiferente a los placeres de la carne.
Richard Burton y Elizabeth Taylor en The taming of the shrew |
Si el proceso ocurre al amparo del matrimonio, todo lo
suceda estará en orden para la sociedad. Ella y él saldrán ganando de la
aniquilación de la resistencia femenina. Si ocurre fuera del matrimonio, él
ganará y ella perderá toda respetabilidad, pasará a ser una mujer usada y
devaluada, a quien le costará mucho rescatar su dignidad.
Responder a la pasión de los hombres, excitarlos mediante
gestos y palabras, excitarse durante el intento, no eran las estrategias más
frecuentes de las mujeres mejor consideradas por la comunidad, y definían en
cambio la situación de las prostitutas, a las que podía admirarse por sus dotes
amatorias, lo cual equivalía a desearlas y despreciarlas al mismo tiempo. Después
de todo, ¿de qué modo inaceptable para un hombre celoso podían haber adquirido
esas destrezas? Mejor era no averiguarlo.
No plantear ninguna resistencia a las propuestas masculinas
en materia sexual, ni suministrarles ningún estímulo una vez que las parejas se
constituían legalmente: tales eran los límites planteados por la opinión
dominante a la mayor parte de las mujeres. Adiestradas por sus madres o (lo que
resultaba más probable) libradas a su propio ingenio, ellas dejaban toda la
iniciativa sexual a sus parejas masculinas.
Egon Schiele: Dibujo |
En épocas en que se desestimulaba la instrucción de las
mujeres, cuando los hombres querían disfrutar un trato más experto en la cama,
debían solicitarlo de las profesionales del sexo, que durante milenios han sido
adiestradas en esas prácticas, para simular una excitación convincente, siempre
y cuando se les compensara por sus servicios. Las prostitutas podían ser
despreciadas socialmente, pero no perdían por eso su atractivo. Todo lo
contrario. Recurrir a ellas tenía (tiene) para muchos hombres el incentivo de
desafiar los tabúes de la sociedad, liberarse de restricciones que
habitualmente se respetan.
Los hombres van de putas para
sentirse varones. (Fito Páez)
Las mujeres venales, compartidas por innumerables clientes, esas
que simulan experimentar con todos el mismo placer, pero probablemente lo fingen
para causar buena impresión a quienes exigen ese espectáculo privado que
reconforta su ego, unen a los hombres que las frecuentan, a sabiendas de que
ninguno puede reclamar exclusividad sobre ellas. Pertenecen por un rato a
cualquiera que pague la tarifa estipulada por sus servicios. Alimentar celos o
imaginar duraderos proyectos de vida con ellas, relaciones que las quiten de
circulación y las reserven para el disfrute de uno solo, son ideas ridículas
que pueden concebirse en un momento de entusiasmo, pero al pensarlo mejor se
desechan.
Se iba allá cada noche,
alrededor de las once, como se va a un café, simplemente. Se encontraban seis a
ocho, siempre los mismos; no eran juerguistas, sino hombres honorables, jóvenes
funcionarios del gobierno; tomaba su chartreuse alegremente con alguna de las
muchachas, o bien charlaban seriamente con Madame, a quien todos respetaba.
Luego se recogían a dormir antes de la medianoche. Los jóvenes algunas veces se
quedaban. (Guy de Maupassant: La Casa Tellier)
Henri de Toulouse-Lautrec: Pintura |
No llega a ser una escena familiar, pero el burdel
pueblerino ostenta la rutina de un lugar respetable, o al menos necesario de la
comunidad del siglo XIX. Compartir mujeres de mala vida (no al mismo tiempo)
establece una camaradería y una complicidad inevitable entre quienes las frecuentan
y sin embargo, en la vida social, en caso de encontrarlas, negarían conocerlas.
En los prostíbulos nacieron tradicionalmente negocios, amistades, acuerdos
masculinos, alimentados por el reconocimiento y la aceptación de las debilidades
de todos los que buscaban allí compañía.
Sócrates, discípulo y Diotima |
Fue así desde la Antigüedad, cuando
Sócrates dejaba en su casa a su esposa, la malhumorada Xantipa, para disfrutar
los razonamientos sutiles y las artes amatorias de una hetaira como Diotima, la
extranjera de Mantinea.
En cuanto a las mujeres de la otra categoría, las denostadas
(por aburridas) esposas legítimas, bajo ninguna circunstancia se acepta que
puedan ser compartidas con otros hombres. ¿Cómo se tendría una certeza sobre la
filiación de la prole, si la promiscuidad se aceptara? Cuando el adulterio es
un hecho y la situación no puede ser ocultada, se convierte en causal de
divorcio o crimen. La esposa del amigo es sagrada, se dicen tradicionalmente los
hombres, unos a otros. Cuando alguien se atreve a violar esta norma, se lo
considera una traición imperdonable y estalla una enemistad mortal entre el
infractor y el traicionado.
Para la mentalidad masculina, es inaceptable que las esposas
disfruten la pasión ilegítima tanto como la legal, y peor aún que en la
práctica revelen haber disfrutado más lo ilegítimo que lo legal. Cualquier
posibilidad de comparación entre los dos órdenes resulta odiosa, porque se supone
que esas mujeres habían quedado reservadas para los hombres que las desposaron,
y si por cualquier motivo no disfrutaban demasiado la legalidad, mejor hubieran
hecho en resignarse o considerarlo un justo castigo a sus expectativas, porque
nada mejor les estaba reservado.
Para el taoísmo chino, la actividad sexual involucra a las
grandes fuerzas del universo: el Yin (la tierra o principio femenino) y el Yan
(el cielo o principio masculino). Cuando Su Nu intenta responder las preguntas
de Huang Ti sobre la manera de reconocer las sensaciones que experimentan sus
parejas, describe una decena de indicadores del comportamiento femenino durante
la actividad sexual, con lo que demuestra que el placer de la mujer no solo es
posible, sino que debe ser tomado en cuenta; más aún, que es una de las mayores
preocupaciones del hombre que se le acercó.
La mujer extiende sus pies y
los dedos de los pies, intenta retener el martillo de jade masculino dentro de
ella, pero no está seguro de qué modo desea que él empuje. Al mismo tiempo,
emite murmullos con voz ahogada. Esto indica que está a punto de llegar a la
marea del Yin.
De repente averigua lo que
desea y tuerce un poco su cintura. Transpira algo y sonríe. Esto indica que
desea que él no acabe aún, pues todavía desea más. (Jolan Chan: El Tao del
Amor)