viernes, 1 de abril de 2016

MUJERES INDIFERENTES U OPUESTAS AL SEXO (II)


Ninon de Lenclos
Simular indiferencia al sexo opuesto, aparentar una negativa pudorosa, incluso ofendida, al contacto con el hombre que ha tomado la iniciativa del cortejo, aunque solo sea una herramienta más en el proceso de negociación amorosa, ha llegado a ser una de las técnicas más refinadas que emplean las mujeres, en las más opuestas culturas. Ninón de Lenclos, escritora y cortesana francesa del siglo XVII, no dudaba en reconocerlo:

La resistencia de una mujer no es siempre una prueba de su virtud, sino más frecuentemente de su experiencia. (Ninón de Lenclos)

Ellas pueden hacerse valer, negándose a suministrar aquello que se les solicita (se les arrebata con frecuencia) en una cultura que tiende a marginarlas de las iniciativas de todo tipo. Dado que tienen pocas cartas, deben aprender a utilizarlas.
La indiferencia a los reclamos del sexo era una de las virtudes pregonadas (aunque no necesariamente practicada) por el cristianismo, heredada de los grandes filósofos estoicos de la Antigüedad, tanto para los hombres como para las mujeres. De acuerdo a un mito que circuló hace tiempo, el Papa de Roma habría recomendado a las mujeres alemanas que intentaran moverse durante el coito, aunque no sintieran la necesidad de hacerlo, para evitar el pecado nefando en el que habría incurrido un Emperador de ese origen, que llegó a consumar la relación carnal con su esposa, sin advertir que ella estaba muerta. Necrófilo a pesar suyo, la culpa era de una mujer indiferente a los placeres de la carne.
Richard Burton y Elizabeth Taylor en The taming of the shrew
Una mujer que no opone ningún tipo de resistencia (efectiva o fingida) se devalúa ante los ojos masculinos. Katherina, la mujer irascible de The taming of the shrew (La fierecilla domada) de William Shakespeare, manifiesta su mala educación ante el pretendiente que le impone su familia, Petruchio, pero no puede eludir una sucesión de humillaciones a las que él la somete cuando se convierte en su esposa. Las mujeres que no aceptan la dominación masculina, deben ser domadas sin tomar en cuenta su resistencia, es la moraleja de la comedia, tal como se procede con las yeguas salvajes.
Si el proceso ocurre al amparo del matrimonio, todo lo suceda estará en orden para la sociedad. Ella y él saldrán ganando de la aniquilación de la resistencia femenina. Si ocurre fuera del matrimonio, él ganará y ella perderá toda respetabilidad, pasará a ser una mujer usada y devaluada, a quien le costará mucho rescatar su dignidad.
Responder a la pasión de los hombres, excitarlos mediante gestos y palabras, excitarse durante el intento, no eran las estrategias más frecuentes de las mujeres mejor consideradas por la comunidad, y definían en cambio la situación de las prostitutas, a las que podía admirarse por sus dotes amatorias, lo cual equivalía a desearlas y despreciarlas al mismo tiempo. Después de todo, ¿de qué modo inaceptable para un hombre celoso podían haber adquirido esas destrezas? Mejor era no averiguarlo.
No plantear ninguna resistencia a las propuestas masculinas en materia sexual, ni suministrarles ningún estímulo una vez que las parejas se constituían legalmente: tales eran los límites planteados por la opinión dominante a la mayor parte de las mujeres. Adiestradas por sus madres o (lo que resultaba más probable) libradas a su propio ingenio, ellas dejaban toda la iniciativa sexual a sus parejas masculinas.
Egon Schiele: Dibujo
En épocas en que se desestimulaba la instrucción de las mujeres, cuando los hombres querían disfrutar un trato más experto en la cama, debían solicitarlo de las profesionales del sexo, que durante milenios han sido adiestradas en esas prácticas, para simular una excitación convincente, siempre y cuando se les compensara por sus servicios. Las prostitutas podían ser despreciadas socialmente, pero no perdían por eso su atractivo. Todo lo contrario. Recurrir a ellas tenía (tiene) para muchos hombres el incentivo de desafiar los tabúes de la sociedad, liberarse de restricciones que habitualmente se respetan.

Los hombres van de putas para sentirse varones. (Fito Páez)

Las mujeres venales, compartidas por innumerables clientes, esas que simulan experimentar con todos el mismo placer, pero probablemente lo fingen para causar buena impresión a quienes exigen ese espectáculo privado que reconforta su ego, unen a los hombres que las frecuentan, a sabiendas de que ninguno puede reclamar exclusividad sobre ellas. Pertenecen por un rato a cualquiera que pague la tarifa estipulada por sus servicios. Alimentar celos o imaginar duraderos proyectos de vida con ellas, relaciones que las quiten de circulación y las reserven para el disfrute de uno solo, son ideas ridículas que pueden concebirse en un momento de entusiasmo, pero al pensarlo mejor se desechan.

Se iba allá cada noche, alrededor de las once, como se va a un café, simplemente. Se encontraban seis a ocho, siempre los mismos; no eran juerguistas, sino hombres honorables, jóvenes funcionarios del gobierno; tomaba su chartreuse alegremente con alguna de las muchachas, o bien charlaban seriamente con Madame, a quien todos respetaba. Luego se recogían a dormir antes de la medianoche. Los jóvenes algunas veces se quedaban. (Guy de Maupassant: La Casa Tellier)

Henri de Toulouse-Lautrec: Pintura
No llega a ser una escena familiar, pero el burdel pueblerino ostenta la rutina de un lugar respetable, o al menos necesario de la comunidad del siglo XIX. Compartir mujeres de mala vida (no al mismo tiempo) establece una camaradería y una complicidad inevitable entre quienes las frecuentan y sin embargo, en la vida social, en caso de encontrarlas, negarían conocerlas. En los prostíbulos nacieron tradicionalmente negocios, amistades, acuerdos masculinos, alimentados por el reconocimiento y la aceptación de las debilidades de todos los que buscaban allí compañía. 
Sócrates, discípulo y Diotima
Fue así desde la Antigüedad, cuando Sócrates dejaba en su casa a su esposa, la malhumorada Xantipa, para disfrutar los razonamientos sutiles y las artes amatorias de una hetaira como Diotima, la extranjera de Mantinea.
En cuanto a las mujeres de la otra categoría, las denostadas (por aburridas) esposas legítimas, bajo ninguna circunstancia se acepta que puedan ser compartidas con otros hombres. ¿Cómo se tendría una certeza sobre la filiación de la prole, si la promiscuidad se aceptara? Cuando el adulterio es un hecho y la situación no puede ser ocultada, se convierte en causal de divorcio o crimen. La esposa del amigo es sagrada, se dicen tradicionalmente los hombres, unos a otros. Cuando alguien se atreve a violar esta norma, se lo considera una traición imperdonable y estalla una enemistad mortal entre el infractor y el traicionado.
Para la mentalidad masculina, es inaceptable que las esposas disfruten la pasión ilegítima tanto como la legal, y peor aún que en la práctica revelen haber disfrutado más lo ilegítimo que lo legal. Cualquier posibilidad de comparación entre los dos órdenes resulta odiosa, porque se supone que esas mujeres habían quedado reservadas para los hombres que las desposaron, y si por cualquier motivo no disfrutaban demasiado la legalidad, mejor hubieran hecho en resignarse o considerarlo un justo castigo a sus expectativas, porque nada mejor les estaba reservado.
Para el taoísmo chino, la actividad sexual involucra a las grandes fuerzas del universo: el Yin (la tierra o principio femenino) y el Yan (el cielo o principio masculino). Cuando Su Nu intenta responder las preguntas de Huang Ti sobre la manera de reconocer las sensaciones que experimentan sus parejas, describe una decena de indicadores del comportamiento femenino durante la actividad sexual, con lo que demuestra que el placer de la mujer no solo es posible, sino que debe ser tomado en cuenta; más aún, que es una de las mayores preocupaciones del hombre que se le acercó.

La mujer extiende sus pies y los dedos de los pies, intenta retener el martillo de jade masculino dentro de ella, pero no está seguro de qué modo desea que él empuje. Al mismo tiempo, emite murmullos con voz ahogada. Esto indica que está a punto de llegar a la marea del Yin.
De repente averigua lo que desea y tuerce un poco su cintura. Transpira algo y sonríe. Esto indica que desea que él no acabe aún, pues todavía desea más. (Jolan Chan: El Tao del Amor)

MUJERES INDIFERENTES U OPUESTAS AL SEXO (I)


Bernini: Apolo y Dafne
En la mitología griega, la bella ninfa Dafne, perseguida por Apolo, consigue que su padre, el río Peneo, la convierta en un arbusto, un laurel, con tal de salvarla del acoso del dios. Está en su derecho negarse a conceder su cuerpo al seductor, por poderoso que él sea, como había hecho antes con otros pretendientes que intentaban limitar su libertad de cazadora, pero esta decisión finalmente le cuesta cara: pierde la voz, la movilidad y la tersura del cuerpo humano, queda reducida a la materia poco apetecible de un arbusto rugoso, que Apolo utiliza como puede (elabora coronas con sus hojas perfumadas y siempre verdes, por ejemplo, para llevarla siempre consigo).

Corren veloces el dios y la muchacha, él por la esperanza y ella por el temor. Sin embargo, el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es más rápido, se niega el descanso, acosa la espalda de la fugitiva y echa su aliento sobre los cabellos de ella, que le ondean sobre el cuello. Agotadas sus fuerzas [Dafne] palideció, vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira las aguas del Peneo y dice: “Socórreme, padre, si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que he gustado en demasía”. (Ovidio: Las metamorfosis)

La víctima del acoso sexual puede resistirse al acosador (con consecuencias variadas, que van desde el pedido de disculpas de aquel que la molestaba sin imaginar siquiera la posibilidad de ser rechazado, hasta la violación y el femicidio en los que se hace caso omiso de la resistencia de la víctima). Cuando el desencuentro ocurre al amparo de la institución del matrimonio, la negativa se vuelve más difícil de justificar, primero porque el hombre suele considerarse con derechos adquiridos sobre el cuerpo de su pareja, luego porque esa convicción es compartida por la mayoría de la sociedad, y finalmente porque los argumentos de la mujer que se resiste suenan falaces: su deber es participar o en todo caso entregarse a la iniciativa de su pareja.
¿Qué le cuesta conceder el favor que se le reclama, sin ofrecerle ninguna satisfacción, por ejemplo un regalo, una suma dinero, una palabra amable, una caricia? Hay diferencias entre la condición de esposa y la condición de prostituta, que no implican mayores ventajas para la primera
Eso abre, no obstante otra duda. ¿Para qué se casó una mujer, si no tomaba en cuenta la intimidad sexual? ¿Para obtener una foto? ¿Para que alguien ajeno a la familia se encargue de mantenerla? ¿Para que sus amigas no la consideren fracasada? Ella o sus asesores debieron estar muy mal informados respecto de las obligaciones ineludibles de una esposa. ¿Acaso no es más fácil para ella aceptar el acoso del marido, sabiendo que si no se opone, el mal rato al que se encuentra expuesta pasará pronto, aunque sin duda habrá de repetirse periódicamente, a pesar de que ella no llegue a disfrutarlo nunca?
Rosario Castellanos
En un poema satírico de Rosario Castellanos, el monólogo de la mujer solicitada por un hombre que ella declara no atraerle, pero que se encuentra obligada a aceptar, por la promesa de amarlo y servirlo, hecha ante las autoridades civiles y religiosas, suministra indicios nada simples sobre los motivos de la resistencia femenina y la confianza respecto de las armas que dispone su sexo para solicitar en ciertos casos, o defraudar en otros, en el campo de batalla de la cama, al único hombre que debería acercársele.

Con frecuencia, que puedo predecir, / mi marido hace uso de sus derechos o / como él gusta llamarlo, paga el débito / conyugal. Y me da la espalda. Y ronca. / Yo me resisto siempre / por decoro / pero siempre también / cedo. Por obediencia. / No, no me gusta nada. / De cualquier modo no debería de gustarme / porque yo soy decente ¡y él es tan material! /  Además me preocupa otro embarazo. / Y esos jadeos fuertes y el chirrido / de los resortes de la cama pueden / despertar a los niños que no duermen después. (Rosario Castellanos. Kinsey Report)

José Echenagusia: Sansón y Dalila
Siempre hay una infinidad de cuestionamientos en la vida de una pareja, que tienen un común denominador: el rechazo de la intimidad sexual, que es una circunstancia de alto riesgo para los participantes. No solo pueden contagiarse enfermedades venéreas: los hombres quedan demasiado expuestos en esos momentos a la influencia femenina, con resultados tan lamentables como la ceguera y pérdida de fuerzas que sufrió el mítico Sansón de los hebreos, derrotado por la filistea Dalila, durante el sueño relajado que siguió al coito. Si ella le concedió su cuerpo, puede suponerse, no fue porque él la atrajera, sino para obtener lo que el ejército de su pueblo no había logrado en el campo de batalla. Entregarse a una mujer, de acuerdo a esa óptica, es concederle un poder que la alienta a abusar de su posición circunstancial.
En forma paralela, las mujeres quedan sometidas a la incertidumbre del embarazo, que habrá de esclavizarlas durante los meses del embarazo, y más allá, obligarlas a no pensar en otras cosa que la crianza de su prole, durante años.
Para las culturas paternalistas, la indiferencia sexual o la frigidez de las mujeres es un dato más que conveniente, incluso tranquilizador, para los hombres que aspiran a controlar a las mujeres en otros aspectos de mayor relevancia social (financieros, educativos, cívicos, religiosos). Si son tan carentes de iniciativa en la cama, cabe suponer que a ellas tampoco les importaría manifestarse en asuntos de mayor relevancia, que tradicionalmente se atribuyen a los hombres. Una cultura que otorga desiguales oportunidades y obligaciones a los dos géneros, establece conflictos que pueden ignorarse en ocasiones, pero no por ello se resuelven satisfactoriamente para ambas partes.

A cualquier mujer le gustaría ser fiel. Lo difícil es hallar un hombre a quien serle fiel. (Marlene Dietrich)

Si las mujeres no experimentan demasiado placer durante la actividad sexual que se comprometieron a mantener con sus esposos, si ponen todo tipo de excusas para postergarla, resulta probable que tampoco intentarán nada por ese lado fuera del matrimonio. Esa situación no les promete a las mujeres una mejor calidad de vida, pero sin duda asegura la honra de sus padres, hermanos, esposos e hijos. No está mal visto que ellas renuncien al disfrute de su cuerpo, siempre y cuando se encuentren dispuestas para conceder a su marido eso que a ellas les ha sido prohibido para que no se extravíen.
De todos modos, la cultura patriarcal acostumbra a las mujeres a presentarse como un objeto infalible de atracción masculina. Los machos van a solicitarlas fueron programados por la cultura machista para hacerlo; van a competir entre ellos, como hacen los urogallos o los alces dispuestos a demostrar que son dignos de una hembra; van a esperar que ellas los acepten como pareja.
Aquellos que no reaccionan pronto, de acuerdo a ese mecanismo biológico elemental, se convierten en un desafío que puede volverlos más atractivos a los ojos femeninos. ¿Cómo derribar esa contención inesperada, inaceptable para el orgullo de la mujer?
Giovanni Lanfranco: José y la mujer de Potifar
El casto José, que rechaza las insinuaciones de la esposa de Potifar, no es precisamente un héroe de la mentalidad masculina moderna. El personaje bíblico tiene virtudes admirables, desde su generosidad con los miembros de su familia que lo han perjudicado, hasta su capacidad de administrar sabiamente los negocios de su patrón, pero la castidad no contribuye a que se lo aprecie más. ¿Acaso las mujeres no lo tientan? ¿Por qué la indiferencia sexual, una virtud tan apreciada cuando se piensa en las mujeres, pasa a convertirse en evidente objeto de escarnio cuando se refiere a la conducta de un hombre?
Los hombres incapaces de controlar sus deseos, son vistos en el peor de los casos, por la mentalidad dominante, como simples víctimas de un temperamento apasionado, mientras que las mujeres que caen en la misma categoría, lo más probable es que sean execradas.  ¿Cómo se atreven? Tal ha sido la milenaria tradición dominante en Oriente y Occidente, donde a nadie se le ocurría entender que la limitación de la experiencia femenina en el disfrute del sexo, pueda alimentar conflictos que debieran resolverse gracias a incómodos diálogos de pareja (“¿Lo pasaste bien?”, “¿Qué te ha gustado más?”, “¿Qué no te ha caído bien?”) o buscando la intermediación de alguna autoridad competente (desde consejeros espirituales a psicólogos y médicos) encargados de orientar a quienes lo consultan sobre una materia tan privada.