domingo, 20 de diciembre de 2015

REGLAS TEMIDAS O DESACRALIZADAS


La conexión entre flujo menstrual y fertilidad femenina, es una idea que se establece en tiempos remotos. Las mujeres perdían sangre todos los meses (una situación que tradicionalmente las atemorizaba a ellas y tal vez más a los hombres que presenciaban el evento u oían mencionarlo) porque estaban en condiciones de traer nuevos miembros a la comunidad. Era una buena noticia, pero también una situación alarmante, por los interrogantes que planteaba. Aunque las mujeres se ocultaran de los hombres para parir, la relación de causa y efecto entre la madre y el hijo que salía de su cuerpo quedaba fuera de toda discusión. Cuál era la intervención del hombre en una situación como esa, protagonizada por la mujer, no quedaba demasiado en claro.
Por un lado, las mujeres podían convertirse en objeto de veneración, pero también generaban un temor imposible de ocultar. Muy tempranamente, distintas culturas relacionaron los ciclos de la Luna, con el ciclo menstrual de las mujeres. Los nexos podían ser oscuros, pero resultaban fascinantes y exigían respeto. Ellas debían detectar grandes poderes, que lo más prudente para los hombres era no desafiar, puesto que sus ritmos estaban en consonancia con aquellos tan enigmáticos del cielo nocturno.
Anuncios de comienzos del siglo XX
Como no suele haber veneración que no esté mezclada con el temor, se consideró que la mujeres debían ser controladas, para evitar que causaran daños al resto de la comunidad, una veces queriéndolo y otras por simple descuido. Las medidas restrictivas contra las mujeres, parecen haber surgido del miedo ante los poderes que se les atribuían.
En los pueblos primitivos de América del Norte, África o Australia, a las mujeres que estaban menstruando o acababan de parir, se les prohibía utilizar vajilla, ropas o embarcaciones que otros miembros de la comunidad pudieran tocar. Las parejas se separaban mientras durara el período o el parto para evitar el contagio de los hombres.
Los hijos recién nacidos quedaban sometidos a la misma restricción que las madres. Los padres bantúes no tocaban a sus hijos hasta que ellos tenían por lo menos tres meses de vida. El aborto involuntario o el parto de niños muertos incrementaban el temor a las desgracias que podían atraer las mujeres que menstruaban sobre la comunidad, motivos por los que se volvía urgente efectuar ritos purificadores.
Tanto lo sagrado como lo contaminado se manifestaban de manera parecida, en medio de una efusión de sangre. Durante la eventualidad, la mujer era segregada y no debía esperar ayuda, precisamente en momentos en que su fertilidad se manifestaba. La cuarentena a la que permanecía restringida, se prolongaba hasta que se suponía pasado el peligro.
Anuncios años `20
Al llegar la primera menstruación, los indios norteamericanos creían que las mujeres eran poseídas por espíritus malignos, por lo cual se las cubría con una manta, se prohibía mirarla y ser visto por ella. Para mantener a las adolescentes fértiles libres de la desgracia, mientras les llegaba el momento de casarse, en la Polinesia se las encerraba durante años en chozas que les impedían tocar la tierra con los pies y las mantenían lejos de la mirada de los hombres y la luz del sol. En Borneo, el aislamiento iniciado con  la primera regla duraba siete años.
En los países de Oriente Próximo, se teme que si una mujer que esté menstruando se cruza en el camino de algunos hombres, al menos uno de ellos habrá de morir. Si la mujer se encuentra en el final de la regla, los hombres no sufrirán tantos perjuicios, por solo habrán de pelearse.

El contacto con el flujo menstrual de la mujer amarga el vino nuevo, hace que las cosechas se marchiten, mata los injertos, seca semillas en los jardines, causa que las frutas se caigan de los árboles, opaca la superficie de los espejos, embota el filo del acero y el destello del marfil, mata abejas, enmohece el hierro y el bronce y causa un terrible mal olor en el ambiente. Los perros que prueban la sangre se vuelven locos y su mordedura se vuelve venenosa como las de la rabia. (Plinio el Viejo: Historia Natural)  

Probable retrato de Hipatia
Cuando la menstruación coincide con un eclipse de sol o luna, el daño se vuelve irremediable. La posibilidad de incurrir en el coito mientras la mujer pasa por esa situación, promete la muerte al hombre que se atreva. Temor y desprecio llegan a confundirse. Se atribuye a Hipatia, la científica egipcia de comienzos del siglo V de nuestra era, el gesto de arrojar un paño que utilizaba para recoger la sangre menstrual, con el objeto de alejar a un pretendiente que la distraía de su trabajo con un cortejo que no era deseado por ella.

De esto está enamorado, y no tiene nada de hermoso. (Hipatia de Alejandría)

Poco importa si la anécdota es real o falsa, porque lo cierto es que la sangre de la mujer y cualquier cosa que pudiera haber estado en contacto con ella, causaba por entonces (y sigue causando ahora) incomodidad o espanto a los hombres. De acuerdo a una superstición del Medioevo, al eliminar mensualmente la sangre “mala”, la mujer se volvía más inteligente que de costumbre (sin alcanzar nunca la lucidez habitual en los hombres). Para los españoles, durante la experiencia de la regla, la mujer era capaz de causar el “mal de ojo” en quienes tenía la desgracia de enfrentarla, la mayonesa se cortaba, los perros contraían rabia, etc. Todo lo que mirara una mujer en ese estado, se perjudicaba. Si lograba hacerle beber una porción de esa sangre a su pareja, lo envenenaba de manera irreversible.
A pesar de tantas aprensiones, la menstruación era un mal necesario para la mujer. Según Avicena, si la sangre no se derramaba, podía generar locura. La sangre retenida intoxicaba las funciones del cerebro. El texto medieval se pregunta y se responde:

¿Por qué las mujeres que se fazen preñadas en el tiempo que purgan el mestruo, concibe & paren las criaturas lebrosas o monstruosas? Reponde que porque como ya es dicho, aquella materia es superflua, venenosa & defectuosa. (Compendio de la Historia Humana)

Con la modernidad, ese conjunto de supersticiones, fobias y prejuicios entró en crisis y debió desecharse. No solo era imposible mantenerlo en pie por el progreso científico, que a pesar de la resistencia de los sectores más tradicionales terminó por encarar el estudio de la anatomía femenina, sino por imperativos de la industria, que descubrió a la mujer como potencial consumidora.
La empresa Curads and Hartman´s lanzó las primeras toallas higiénicas en los últimos años del siglo XIX. A diferencia de las artesanales, estaban elaboradas con celulosa. El producto tardó bastante en ser aceptado. Inicialmente la utilizaban las enfermeras, a quienes les llegaban las muestras gratis. La idea de desechar la toalla inmediatamente después de haberla usado, planteaba problemas que hasta entonces las mujeres no habían tenido.
Ellas estaban resignadas a la rutina de lavar y secar los paños dedicados a ese fin todos los meses. Era un procedimiento engorroso, pero también barato y seguro. La toalla industrial, en cambio, servía durante algunas horas, pasadas las cuales debía ser arrojada a la basura. En algunas farmacias se implementó una caja especial, donde las mujeres depositaban su dinero y retiraban las toallas, sin recurrir a la mediación de vendedores.
Desde los años `20, Kotex realizaba campañas educativas en las escuelas norteamericanas, que incluían el reparto de toallas higiénicas y la distribución de folletos que se encargaban de tópicos tan incómodos como qué hacer con los tampones después de utilizarlos (el consejo era cortarlos en tres partes y arrojarlos al inodoro).
Bastante avanzado el siglo XX, toallas higiénicas y tampones que en la actualidad hacen publicidad en revistas y la televisión, no se encontraban disponibles en el comercio o al menos no eran demasiado utilizadas por las mujeres a las que estaban destinadas. El costo o la vergüenza de solicitarlos a un desconocido, en una tienda, bastaban para restringir la circulación de instrumentos que se encontraban disponibles desde hacía varias décadas.
Siguiendo prácticas milenarias, que se transmitían de mujer en mujer, en el interior de cada familia, las madres instruían (como les era posible) a sus hijas, fuera del alcance de los oídos masculinos. No se trataba de secretos personales, sino de temas fundamentales de su propio género. Las madres también fabricaban los instrumentos que requería la existencia de su género. Las toallas reutilizables eran lavadas cuidadosamente y se tendían a secar, generalmente cubiertas por otras prendas, para escapar a la mirada de niños y adultos. Durante el siglo XIX, entre los médicos, todavía se consideraba la menstruación como una de las enfermedades femeninas.
Hacia fines de los `50, había publicidad de Kotex en la prensa femenina, pero de todos modos se trataba de datos tan vagos que no incomodarían a nadie. Hacia los `60, con la difusión de la píldora anticonceptiva, el rol pasivo de la mujer, que se había mantenido sin mayores alteraciones durante siglos, comenzó a derrumbarse en la realidad y el discurso de los medios.
¿La oferta de la industria es tan satisfactoria como plantea la publicidad? Se calcula que en la actualidad una mujer emplea más de 10.000 tampones y toallas higiénicas a lo largo de su vida fértil. Se trata de elementos plásticos que tardan aproximadamente medio siglo en degradarse. En nombre de la comodidad, ellas colaboran en la contaminación del ambiente.

martes, 15 de diciembre de 2015

FERTILIDAD FEMENINA: AYER Y HOY



Leonardo da Vinci: dibujo
Hasta las clínicas más exitosas y compasivas, pueden dar la impresión de que el cuerpo de la mujer es un objeto que debe ser vigilado y regulado. (Baronesa Rutrh Deech de Cumnor: Fertiliy and Feminism)
Todas las mujeres tienen derecho a experimentar la maternidad, se afirma tradicionalmente, desde las perspectivas más opuestas. En ocasiones se tiene la impresión de que se trata más bien de un imperativo del género, que si no se satisface al menos una vez, las desacredita como seres humanos incompetentes. En el pasado, el desconocimiento de los métodos de anticoncepción o las normas religiosas condenaban a las mujeres a la rutina de parir un hijo tras otro, tantos como la Naturaleza les concediese. En la actualidad, las tasas de natalidad han descendido en todos los países que otorgan a las mujeres mejores oportunidades laborales e información adecuada respecto de la mecánica del embarazo, pero el viejo condicionamiento de crecer y reproducirse continúa vigente. En la Biblia, Dios mismo se manifiesta sobre el tema:

No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra: y yo cumpliré el número de tus días. (Éxodo 23-26)

Nicole Kidman e hija
Como concesión a la modernidad, ahora las mujeres no necesitan estar casadas, se acepta en muchas partes.  Si por cualquier motivo las mujeres no se encuentran en condiciones de gestar a sus descendientes en el interior de su cuerpo, como se sabe que fue el caso de la actriz Nicole Kidman, que había cumplido 43 años en el momento de nacer la segunda hija que tuvo con su marido Keith Urban. Los vacíos legales sobre una materia tan nueva, permiten en algunos países la contratación de madres sustitutas más jóvenes y adecuadas para efectuar esa tarea. Ellas brindan su cuerpo para albergar el óvulo fecundado de la otra, que en adelante será reconocida como la madre. Por el servicio que han prestado, son compensadas monetariamente y desaparecen después del parto.
Susan Sarandon e hijo
Julia Roberts parió gemelos a los 39 años. Otra actriz,  Susan Sarandon, había cumplido 42 años cuando fue madre primeriza. Carla Bruni, esposa del presidente Nicolas Sarkozy, parió a los 43 años su segundo hijo. En la actualidad hay tratamientos hormonales que permiten a las mujeres dispuestas a pagarlos, la posibilidad de ser madres a edades tan avanzadas como después de los 60 años, cuando la Naturaleza les ha impuesto mucho antes el fin de la ovulación que prometía la fertilidad.
Circunstancias inimaginables hace una generación, se vuelven práctica corriente en la actualidad. Se congelan óvulos para ser utilizados más tarde por quienes en la actualidad ven la maternidad como una situación inconveniente. Se donan los óvulos de mujeres jóvenes, a otras de más edad, que ya no pueden producirlos.
Hay también quienes alquilan el vientre de otra mujer para que geste un hijo que ellas no se encuentran en condiciones de desarrollar. El trato puede costar el equivalente a 4500 euros en la India (un país donde la maternidad comercial es aceptada) 15.000 en España (donde el acuerdo es bastante más costoso y de todos modos ilegal) para culminar con U$ 40.000 en los EEUU (donde unos pocos Estados admiten la existencia de contratos de gestación).
Fecundación in vitro
Si hoy la fecundación in vitro ha llegado a convertirse en un próspero negocio, que se alimenta de las expectativas de miles de mujeres con dificultades para obtener descendencia, la fertilidad femenina causaba asombro y reverencia entre los hombres primitivos. Los cazadores del neolítico, miles de años antes de nuestra era, como demuestran las llamadas Venus de Wilendrof o Vestonice, representan a mujeres embarazadas, que se utilizaron como figuras protectoras de los hombres en sus expediciones, que debían traerles buena suerte.
La actriz Angelina Jolie tiene un par de hijos propios, pero tal situación no la conforma. Adopta cuatro niños más, de distintas nacionalidades y etnias, como si armara una colección donde debe estar representada la variedad que ofrece la humanidad. Sharon Stone tiene tres hijos adoptivos. Un par de generaciones antes, La bailarina y cantante Josephine Baker, sin hijos propios, armó en Francia, durante los años `40 y `50, una comunidad multiétnica de doce hijos adoptados.
Josephine Baker e hijos
Rodearse de muchos hijos, lo mismo da si son propios o adoptados, comprometerse a criarlos de manera satisfactoria, es una aspiración difícil de explicar. En la sociedad tradicional, los hijos aseguraban la vejez digna de los padres. En ese momento, ellos tendrían que retribuir las atenciones recibidas al nacer y crecer. Que fuera necesario engendrar tantos hijos, era el reconocimiento de que no todos llegarían vivos a la edad adulta. La imagen de la prosperidad personal estaba ligada en el mundo antiguo a una prole abundante.

Dichosos todos los que temen al Señor (…). En el seno de tu hogar, tu esposa será como vid llena de uvas; alrededor de tu mesa, tus hijos serán como vástagos de olivo. Tales son las bendiciones de los que temen al Señor. (Salmos: 128: 1-5)

Abraham, Sara e Isaac
En la Biblia, el patriarca Abraham rezó a su Dios para que le concediera un hijo, a pesar de que Sara, su esposa, tenía ya noventa años. De la fertilidad dependía la continuidad del pueblo elegido. La plegaria resultó efectiva, porque Sara concibió a Isaac, tal como después Raquel concibió a José. Por lo tanto, la plegaria podía ser el recurso invocado por las mujeres, con el objeto de alterar una situación que las exponía ante la comunidad como personas indeseables. Una gran fe producía milagros, se creía, cuando los conocimientos científicos resultaban insuficientes.
Mientras los milagros tardaban en producirse, la poligamia se ofrecía como la alternativa más eficaz que disponían los hombres para obtener descendencia, cuando las esposas legítimas no estaban a la altura de su responsabilidad. Sara, desesperada por no ser capaz de darle descendencia a Abraham, le entregó a Agar, su joven esclava egipcia, que como consecuencia de la relación parió a Ismael.
En cuanto a la responsabilidad de los hombres, la Biblia no les atribuye nunca la vergüenza de ser considerados estériles. Si alguno de ellos se niega a engendrar, como hace Onán, obligado por la Ley a casarse con la viuda de su hermano muerto, su actitud contraría la voluntad de Dios, que exige la reproducción de sus seguidores, y por lo tanto castiga sin miramientos a quien pudiendo engendrar, prefiere derramar su simiente en el suelo.
El mandato de crecer y reproducirse tantas veces como sea posible, continúa vigente en el mundo cristiano. Puede haber limitaciones de todo tipo a la sexualidad, pero la fertilidad es buscada y se incorpora esa aspiración al culto de los santos. Los católicos que no tienen hijos, rezan por ese favor a santa Rita de Casia (patrona de las causas perdidas) a san Ramón Nonato (patrón de comadronas y obstetras) a san Gerardo o incluso al arcángel Gabriel (que habría anunciado a María la milagrosa concepción de Jesús).
San Vicente Ferrer
San Vicente Ferrer, convencido antisemita, dejó en el siglo XIV una receta para las mujeres católicas que experimentan el sinsabor de saberse estériles, que ha tenido prolongada aceptación y consiste en partes iguales de resignación, oración y actividad sexual (una situación poco frecuente en la vida de las parejas del Medioevo, cuando la castidad y la mortificación de los apetitos, eran presentadas como las virtudes supremas de un cristiano):

Vivan bien y procuren no pecar; no nieguen el débito [el contacto sexual] a sus maridos; que se ofrezcan a Dios por la mañana, rezando el Credo, y por la tarde el Rosario de María Santísima todos los días; y que lean las que supieren leer, el Salmo 127 (…) y las que no, hagan que se lo lean y lo oigan con atención, que allí ofrece el Serenísimo Rey David que serán fecundadas como vides las mujeres; tendrán hijos como renuevos de olivos; y verán con paz y abundancia a los hijos de sus hijos. (San Vicente Ferrer)

Las relaciones tradicionales entre la mujer y su potencial fertilidad son contradictorias. Por un lado, ser madre constituye, de acuerdo a la opinión generalizada, una de las mayores realizaciones de su género. Aquellas que no logran embarazarse y parir al menos una vez, suelen ser juzgadas como inservibles por sus parientes y conocidos, y se desprecian a ellas mismas. El deseo del hijo por una mujer, puede resultar más intenso e irrenunciables que el deseo de una pareja.

YERMA: Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que te digo, aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón. (Federico García Lorca: Yerma)

Cualquier embarazo que no suceda dentro del matrimonio, condenaba tradicionalmente a la mujer fértil. Si trataba de evitar el embarazo, lo mismo daba si gracias a los anticonceptivos o abortando, en la cultura patriarcal recibía una condena sin atenuantes. Librarse de un embarazo, incluyendo aquel que deriva de una violación, exponía a la mujer como una criminal de la peor especie. Ser fértil se revela entonces como una bendición y al mismo tiempo como una pesada responsabilidad para las mujeres.
La mujer infértil suele ser tradicionalmente considerada como la principal (a veces la única) responsable de su lamentable situación. Cuando la causa de su esterilidad resultaba desconocida, en el pasado, podía suponerse que era víctima de alguna maldición. Lo primero que se pensaba era que ella perjudicaba las expectativas su pareja con su cuerpo inadecuado para una de las pocas actividades productivas que le estaban reservadas. Repudiar a la mujer estéril es un derecho del hombre en muchas culturas. El rey Henry VIII de Inglaterra exigía un heredero a sus sucesivas esposas, que después de fracasar en el intento (probablemente por deficiencias del marido) eran castigadas con la prisión y la muerte.
Las estadísticas actuales, en cambio, demuestran que aproximadamente un tercio de la infertilidad de las parejas es atribuible a los hombres (factores como la baja concentración de espermatozoides, insuficiente movilidad o deficiente morfología de los mismos), mientras otro tercio es atribuible a las mujeres (óvulos de mala calidad, sobrepeso) y el resto corresponde a inadecuaciones compartidas. Al menos un 15% de las parejas humanas es infértil.
Ruth Deech de Cumnor
Hoy, cuando el conocimiento de los mecanismos de la reproducción ofrecen pocos misterios, no es probable que alguien que disponga de medios se resigne a la esterilidad. Eso ha generado no solo niños saludables y padres satisfechos, sino también una próspera industria de la fertilidad, gracias a una demanda alimentada por preconceptos que no parecen haber variado en milenios.

Es demasiado simplista señalar que el mayor número de usuarios de la medicina reproductiva sean mujeres, y los proveedores hombres. (…) He oído a un respetado médico comentar que él había dejado embarazadas a 1000 mujeres. Las mujeres entran en escena como agradecidas pacientes, enfermeras (…) y científicas. (…) La infertilidad es presentada como una enfermedad para la cual hay una cura, si la mujer lo intenta y gasta lo que hace falta. (…) Se presume que las mujeres están incompletas si no tienen hijos, sea voluntaria o involuntariamente. (Baronesa Ruth Deech de Cumnor: Fertiliy and Feminism)