miércoles, 18 de noviembre de 2015

SER O PARECER MUJER


The Switch (Chile)
Travestis, transexuales, pueblan el imaginario contemporáneo. No solo aparecen en la crónica policial, generalmente como víctimas de abusos y ejemplos de lo que no se debe hacer. En la televisión abierta, el reality show The Switch, lleva a todos los hogares las imágenes de hombres que se visten de mujer, que hablan como mujer, que compiten por un premio, tal como sucede en otros shows en los que se enfrentan cocineros o reinas de belleza. Para los medios, no se trata de ir demasiado hondo en el análisis de la situación. No se pregunta por qué tantas energías se dedican a simular un género que no se corresponde con el anatómico, ni menos aún por qué ese esfuerzo (generalmente infructuoso) puede ser ofrecido y aceptado como un espectáculo masivo, que se comenta, escandaliza y divierte, pero no conmueve ni hace pensar.
Hermafrodita
De acuerdo a la mitología griega, el hijo adulterino de Afrodita y Hermes era un niño bello, pero estaba maldito. Su madre lo abandonó en el Monte Ida, al cuidado de las ninfas. Al crecer, una de ellas, Salmacis, se enamoró de él y aprovechó la oportunidad en que el joven se bañaba en un lago para desnudarse y abrazarlo mientras nadaba. Él se resistió, pero la ninfa era más fuerte y rogó a los dioses que nada pudiera separarla de su amado. Como la súplica fue oída, los dos cuerpos se fundieron en uno solo, que tuvo a partir de entonces los dos sexos.

Mezclados de los dos / sus cuerpos se unieron (…) / así, cuando en un abrazo tenaz se unieron sus miembros / ni dos son, sino su forma doble, ni que mujer decirse / ni que muchacho, pueda, y ni lo uno ni lo otro, y también lo uno y lo uno y lo otros, parece. (Ovidio: Las Metamorfosis)

La imagen del hermafrodita es perturbadora, desde que se tiene memoria, por varias razones. Primera, por la imposibilidad de ubicarlo en alguna de las categorías habituales que establece la identidad de género. El hermafrodita es macho y a la vez hembra. Son demasiados signos sexuales, en un ámbito en el que se espera que todo resulte lo más simple posible. Esa abundancia puede resultar irritante, incluso perturbadora. Aunque se corresponda con algo real, sugiere una impostura, que insulta a quien la acepte.
El hermafroditismo se da en ciertas especies animales (como sucede con los caracoles) pero es extremadamente raro entre los humanos. Tal vez por eso llama tanto la atención e invita a admirarse o asquearse a los espectadores que desean verificar que algo así es posible. Cuando no hay signos anatómicos que den sustento a esa idea, hay procesos mentales que llevan a ciertas personas a empeñarse en aparentar un género que no es el suyo.
Catalina de Erauso
Catalina Erauso fue criada por las monjas, que la instruyeron en lo que se consideraban las labores propias de su sexo. Tempranamente se rebeló contra esa disciplina. En 1600 consiguió las llaves de su encierro, se cortó la cabellera, cosió para sí misma ropas de hombre y escapó del convento. Como si se tratara de la protagonista de una inverosímil novela de aventuras, consiguió que un pariente lejano, desconocedor de su identidad femenina, la alojara y ayudara a estudiar Latín, aunque más tarde intentara abusar de ella. Catalina no estaba dispuesta a consentirlo, robó a su protector y abusador frustrado, huyó de él, consiguió empleo en la corte del Rey,  pasó medio año en la cárcel, tras una pelea callejera, volvió a entrar en contacto con su familia, sin renunciar a la nueva identidad que había asumido, hasta que decidió alejarse de Europa, en busca de mejor suerte, como hacían tantos hombres jóvenes de su tiempo.
Catalina, que a veces se hacía llamar Antonio de Erauso, Pedro de Orive, otras Francisco de Loyola o Alonso Díaz, pasó  la mayor parte de su vida vistiendo ropas masculinas. Fue un soldado como tantos, en la conquista de América. Se la recuerda hoy como la Monja Alférez. Los retratos que han llegado de ella, la muestran como una mujer de aspecto rudo y traje militar. Cuesta imaginar que lograra salirse con la suya en el ambiente militar, pero logró mantener la falsa identidad durante años. En Tucumán, localidad del Virreinato del Río de la Plata, prometió casarse dos veces, para abandonar a las novias después. Cuando estaban por ejecutarla, como castigo por participar en una trifulca, pidió al Obispo que una comisión de mujeres verificara su género y algo todavía más asombroso, su virginidad.

Descubrió ser mujer al obispo (…) cosa que hasta entonces jamás a mi noticia había venido, de que en mí y en todo el reino causó extraña admiración, particularmente por haberle visto acudir con esfuerzo varonil a todas las cosas que se encargaban en la milicia, sufriendo las necesidades de ella, y haberla conocido con mucha virtud y limpieza, sin haber entendido cosa en contrario; por todo lo cual es merecedora que Su Majestad le haga merced. (Juan Recio de León)

Protegida por el Obispo, Catalina regresó a España, donde Felipe IV le mantuvo el grado militar que había alcanzado en las Indias y le permitió usar su apelativo masculino. Se había convertido en una celebridad y no se resignaba a las invitaciones a recluirse en un convento que le hacían. En Roma logró que el Papa Urbano VIII la autorizara a vestirse de hombre. En el siglo XVII, ser mujer constituía un hándicap evidente, que algunas mujeres intentaban superar adoptando la apariencia masculina.
La coexistencia de rasgos de ambos géneros en una misma persona, convierten en una curiosidad atractiva para algunos, pero incómoda para quien debe cargar con esas características inusuales. ¿Qué o quién es efectivamente? ¿Cómo debe presentarse ante el mundo? ¿Quién se le acercará para darle compañía y con qué propósitos? Un poeta maldito ha descrito desde el interior, esa experiencia tan ajena al común de la gente:

No mezcla su presencia ni con hombres ni con mujeres, pues su pudor excesivo, que ha nacido con la idea de que solo es un monstruo, le impide conceder su simpatía abrasadora a quienquiera que sea. (…) Teme que uniendo su vida a un hombre o a una mujer, le reprochen tarde o temprano, como una falla enorme, la conformación de su organismo. (Isidore Ducasse, Conde de Lautreámont: El hermafrodita)

Caballero D´Eon
Charles-Geneviève-Louis-Auguste-André-Thimothée d´Eon de Beaumont, un militar y espía francés que vivió durante el siglo XVIII y murió en la primera década del siglo XIX, pasó gran parte de su existencia presentándose en sociedad como un hombre y los últimos treinta y tres como mujer. La sola enunciación de sus varios nombres introduce la duda respecto del género: tres de los nombres son femeninos, tres masculinos.
Quizás no manifestara demasiado interés por las mujeres, ni se viera obligado a afeitarse el rostro, pero todos lo consideraban un hombre. Había nacido en el seno de una familia acomodada, estudió Leyes, practicaba esgrima. Hizo una carrera como espía internacional, mientras estuvo al servicio de Luis XV. En el curso de algunas de sus misiones, se vio obligado a disfrazarse de mujer (y adoptar el nombre de Lía de Beaumont) para entregar una correspondencia secreta a la Zarina rusa o espiar la corte inglesa. Debe haberlo hecho bien, porque fue galardonado por sus servicios a la corona. Cuando Luis XVI asciende al poder, en cambio, D´Eon cayó en desgracia, lo retiraron del ejército y le prohibieron vestirse de hombre, por razones que aún hoy se desconocen.
D´Eon vivió muchos años en Londres, donde conservó la identidad femenina. No obstante, el engaño no debió ser tan perfecto. El enigma de su género era tema de conversaciones mundanas. Se hacían apuestas sobre su verdadera identidad, que él prefería desalentar. Al morir, los médicos que examinaron su cuerpo, confirmaron que había sido un hombre. ¿Cómo podía haber confundido a un seductor tan experimentado como Casanova en 1763?

Conocí al caballero D`Eon, secretario de embajada que más tarde dio tanto que hablar en Europa. Este caballero D´Eon era una bella mujer que antes de entrar a la diplomacia había sido abogado y capitán de la Legión de Honor. Sirvió a Luis CV como soldado valeroso y negociador consumado. A pesar de (…) sus modales de hombre, no necesité ni quince minutos para reconocer que era una mujer, ya que su voz era demasiado franca para ser una voz de castrado, y su figura demasiado redonda para ser la de hombre, sin considerar la falta de barba. (Giacomo Casanova: Memorias)

Lili Elbe
Einar Morgens Wegener hubiera podido reclamar un lugar en la Historia, como la primera persona que cambió de sexo gracias a la cirugía. Al nacer en 1882 fue identificado como varón. Al morir en 1931, se le conocía como Lili Elbe. Entre un momento y otro, Einar estudió en la Escuela de Arte danesa y se casó con Gerda Wegener, otra artista plástica. Einar comenzó a vestir las ropas de su mujer durante los viajes que realizaron antes de la Primera Guerra Mundial, por Francia e Italia. Vestida de ese modo, le había servido de modelo a Gerda. Luego se animó a asistir a fiestas con ella, como si fueran una pareja de lesbianas. Einar se presentaba en público como Lili Elbe.
Hacia 1930, en lugar de suicidarse como había planeado, por no tolerar la situación de falsa identidad que se veía obligado a fingir, Lili creyó que realmente le sería posible cambiar de sexo en una clínica de Dresden.  A comienzos del siglo XX se habían realizado en Viena experimentos con ratas, que se consideraban exitosos. Lili no podía esperar, se sometió a cinco operaciones, durante las cuales, en curso de un par de años, le fueron extirpados los genitales masculinos. Después de eso, consiguió que el Estado danés le otorgara un pasaporte en el que figuraba su nueva identidad femenina.  

No es con mi cerebro, ni con mis ojos, ni con mis manos que deseo ser creativa, sino con mi corazón y con mi sangre. (Lili Elbe)

Aunque por entonces se desconocían los riesgos del rechazo de órganos, los médicos intentaron trasplantarle ovarios, pero su cuerpo los rechazó. Otra operación fallida, fue el posterior trasplante de un útero (Lili deseaba convertirse en madre y estaba convencida de que lo conseguiría) medio siglo antes de que existieran las drogas que hoy facilitan la compatibilidad de órganos. Esta historia de pesadilla termina con la muerte de Lili, probablemente como consecuencia del rechazo de su cuerpo al órgano que le habían incorporado.
Christine Jorgensen y amigo
La historia Christine Jorgensen, una generación más tarde, fue menos trágica. Aunque había nacido como George William Jorgensen, hijo de un carpintero, que se enroló en el ejército norteamericano y luchó en la Segunda Guerra Mundial, a partir de los 24 años, en 1951, se sometió a dosis masivas de hormonas femeninas (un recurso que no existía en la época de Lili Elbe), y durante más de un año a una serie de operaciones en Dinamarca, que eliminaron aquello que fue descripto como órganos masculinos poco desarrollados.

Como puede verse en las fotos adjuntas, tomadas antes de la operación, he cambiado bastante. Pero hay otros cambios más importantes. ¿Recuerdan a la tímida, miserable persona que salió de los Estados Unidos? Bien, esa persona ya no existe, y como pueden ver estoy de muy buen ánimo. (Christine Jorgensen: Una autobiografía)

El proceso de reasignación de sexo fue largo, doloroso y (de acuerdo al contexto cultural donde ocurrió) también espectacular, rodeado de una publicidad impensable en el pasado. William había sido convertido físicamente en una mujer que era fotografiada y entrevistada. Su historia ocupó la primera plana de la prensa sensacionalista de la época. Hollywood le brindó la oportunidad de mostrar su nueva identidad y ver una reconstrucción ficticia de su historia. Los circuitos de clubes nocturnos la recibieron como una atracción durante los años que siguieron. Escribió su autobiografía. Quedaba expuesta a una curiosidad similar a la que antes suscitaban ciertos fenómenos de circos como la Mujer Barbuda.
Cuando Christine intentó casarse en dos oportunidades, tal favor le fue negado, porque no podía modificar su acta de nacimiento. Mientras tanto, se había convertido en vocera de la comunidad transgénero, que comenzaba a obtener visibilidad.

jueves, 5 de noviembre de 2015

MUJERES TRAVESTIDAS: ESCAPAR DE LA PRISIÓN DEL GÉNERO



Si se encuentra sola o se cree sola en el mundo, [la mujer] se disfraza de hombre y con ello asume las prerrogativas de hombre; toma la espada y se marcha en busca de aquel que la engañó. (Charles Vincent)
 En el teatro de la época de Shakespeare, como se sabe, los personajes femeninos debían ser interpretados por hombres jóvenes, que todavía no tenían barba, porque la exhibición en el escenario de una actriz hubiera sido considerado un acto similar a la oferta de una prostituta. Esa restricción conocida por los dramaturgos isabelinos, impide a las figuras femeninas alcanzar el protagonismo. La encantadora Julieta tiene menos peso que Romeo en la historia que los involucra a ambos, tal como la desdichada Ofelia carece de las oportunidades de lucimiento que las puestas por el autor a disposición de Hamlet.
Ellen Terry como Porcia
En ciertos momentos privilegiados de la acción dramática, algunas de esas mujeres ficticias que habitan las comedias, deben disfrazarse de hombres, por lo que no recuperan el verdadero género del actor, sino que se ven obligadas a simular que simulan. Le sucede a Porcia en The Merchant of Venice, a Viola en Twelve Night. Porcia simula ser un hombre, para actuar como abogado, librar a su marido de la deshonra y a su amigo Antonio de la muerte. La adopción de apariencia masculina, no tiene otra justificación que apoyar sus objetivos heterosexuales.
Para Viola, el aspecto masculino tiene como objeto evitar el abuso al que inevitablemente quedaría sometida, si se presentara como la atractiva mujer que es, en un país donde no conoce a nadie y carece de otros recursos que no sean los de su ingenio. Si otra mujer se enamora de ella, no es su responsabilidad, sino uno de los varios obstáculos que debe supera y otorgan mayor interés a la historia. El equívoco, no hace falta aclararlo, finalmente se disipa: un hombre se enamora de Viola y la mujer que intentaba seducirla deja de interesarse en ella.
Barbra Streisand en Yentl
Otra cosa ocurre en Yentl, el cuento de Isaac Singer adaptado para el cine por Barbra Streissand, donde una mujer judía, que pretende estudiar la Torah, se disfraza de hombre para acceder a ese privilegio que de acuerdo a la tradición le está negado a su género. La trama conduce a la travesti a un matrimonio de apariencia convencional, que finalmente se anula. De acuerdo a la óptica del siglo XX, marcada por los reclamos feministas, el acceso al conocimiento es un valor superior, que justifica un engaño que se detiene en la frontera de la homosexualidad.
En el ámbito del teatro del Siglo de Oro español, cuando se encuentran activos dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, aparecen personajes femeninos que abandonan sus ropas tradicionales para vestirse de hombres. Este era un recurso que atraía a la audiencia de la época, mientras generaba todo tipo de recelos entre los censores. El reemplazo de las faldas por calzas, destacaba partes de la anatomía femenina (las piernas) que en la vida cotidiana quedaban ocultas y planteaban otra gestualidad, otro vocabulario que estaba fuera del alcance de las mujeres.

Las damas no desdigan de su nombre / y si mudaren de traje, sea de modo / que pueda personarse, porque suele / el disfraz varonil agradar mucho. (Lope de Vega: El Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo)

Ese cambio de apariencia va acompañado en forma paralela por un cambio de actitud respecto de los conflictos tradicionales que suele afrontar una mujer. En lugar de pedir la ayuda de un hombre de la familia, que la proteja y resuelva los conflictos que por su complejidad superan el limitado ámbito de acción de una mujer, la heroína de La Devoción de la Cruz de Calderón abandona los hábitos del convento donde se halla recluida, se viste de hombre y sale en busca del hombre que le prometió matrimonio, para dejarla después. Algo parecido hacen Rosaura en La Vida es Sueño o Leocadia y Teodosia en Don Quijote. Para enfrentar a hombres tramposos, la mujer adopta la apariencia de sus adversarios.

La mujer en atuendo masculino, escapando de conventos, peleando en guerras, robando en los caminos, puede por su apariencia física despertar los deseos del público masculino, pero también encarna una poderosa fantasía de todas las posibilidades sociales negadas a las mujeres de la sociedad española del Renacimiento. (Ursula K. Heisse: Transvestism and the Stage Controversy in Spain and England, 1580-1680)

Anne Bonney
De la Inglaterra, del siglo XVIII llegan historias extrañas, como la de Anne Bonney, una pirata y Mary East, que se vestía y actuaba como un soldado del Rey. Si en el teatro es posible crear las situaciones adecuadas para el equívoco prospere, cuesta aceptar que en la realidad pudiera mantenerse un engaño como ese.
La alemana María van Antwerpen, que había quedado huérfana antes de la pubertad y sobrevivió como empleada doméstica, se enroló como soldado cuando tenía 27 años, utilizando el nombre de Jan van Ant. Un año más tarde se casó con una mujer que no estaba enterada de su verdadero sexo. Dos años después fue descubierta su impostura. La juzgaron y condenaron al exilio, donde sedujo a otra mujer con la que de nuevo contrajo matrimonio. Utilizando el nombre de Machiel van Antwerpen, volvió a enrolarse en el ejército. Cuando la descubrieron, la sometieron de nuevo al exilio.
Fuera del mundo de los aventureros, donde se tiene la impresión de que todo lo excepcional se vuelve posible, un señor Brown era en realidad Charlote Clarke. En cuanto a James Fox, en realidad había nacido Mary East y vivía tranquilamente con su esposa. Mary Hamilton fue conocida también como Charles Hamilton. Ella había escapado de la casa de sus padres vestida con las ropas de su hermano. Ayuda a un médico durante tres años y a continuación instala su propio consultorio. Se casó con Mary Price, quien meses después de la boda se consideró defraudada y la llevó ante los tribunales, donde se descubrió que Hamilton había contraído otros matrimonios con distintas mujeres.

La mujer no llevará vestido de hombre, ni el hombre vestido de mujer, porquie Dios aborrece al que hace tal cosa. (Deuteronomio 5, 22)

Como el lesbianismo resultaba impensable para la época (de hecho, la palabra será inventada un par de siglos más tarde) costó tipificar qué delito había cometido Mary Hamilton. Su conducta resultaba escandalosa e inaceptable. Sobre eso no había dudas, podía citarse la Biblia en apoyo a la decisión de condenarla. En escarmiento, fue azotada en público en cuatro pueblos sucesivamente, por la falta de haber vestido ropas que no se correspondían con las de su género y por casarse con catorce mujeres.
Juana de Arco
Si la historia ocurrida hace tres siglos resulta inverosímil, puede comparársela con la del General Tito Anibal de Paixo Gomes, un estafador portugués que se hizo pasar por abogado y militar, agente de la CIA, etc., cuando en realidad se trataba de Maria Teresinha Gomes, nacida en 1933 en la isla de Madeira. Ella había estado casada durante casi veinte años con la enfermera Joaquina Costa, en pleno siglo XX, al parecer sin que su esposa percibiera el fraude.
Uno de los argumentos que inclinan a los jueces ingleses a condenar a muerte a Juana de Arco en el Medioevo, no fue la conducción eficaz del ejército francés, sino el haberse vestido de hombre para conducir a los soldados. El peligro concreto que ella representaba, era haber transgredido exitosamente uno de los límites milenarios a los que se sometían todas las de su género. Dejarla con vida, era apostar a que el mal ejemplo cundiera. Separar nítidamente lo masculino de lo femenino era el objetivo del vestuario y el arreglo personal, aunque los medios utilizados no fueran siempre los mismos.
En el Medioevo las mujeres ocultaban su cabello, eludían el maquillaje y disimulaban las formas de su cuerpo, utilizando un corsé que aplanaba el pecho, mientras los hombres lucían cabelleras largas, se maquillaban y vestían ropas ajustadas y de colores llamativos, que resaltaban el bulto del sexo, plumas en los tocados, etc. Es lo que suele ocurrir en la naturaleza, donde los machos suelen ser más vistosos que las hembras, porque esa es una de las herramientas que utilizan para seducirlas e intimidar a los adversarios.
Desde la Antigüedad, los hombres eran quienes exhibían con mayor desparpajo su cuerpo en público (aprovechando situaciones tan ligadas a lo que se supone estrictamente masculino como el deporte y la guerra). A partir del siglo XIX, en cambio, lo masculino pasa a ser el sinónimo de lo discreto y restringido, mientras lo femenino se presenta como lo artificioso y tentador.
Coco Chanel
Durante el siglo XX, la diseñadora Coco Chanel labra su fama al desarmar la tradicional silueta femenina, que tomaba como modelo el reloj de arena (pecho y caderas prominentes, cintura estrechísima, largas faldas) para plantear un esquema renovador, que surge del reciclaje del vestuario masculino. Camisetas y gorras de marinero, cabellos cortados a la garçonne, carencia de corsé, pantalones. La mujer se vuelve graciosa, natural, cómoda, cuando se confronta al hombre fuera del hogar que le había designado como su reino y su prisión, para marcar al mismo tiempo su igualdad y su diferencia. No se trata de un hecho limitado al ámbito de la moda, sino de un cambio de mentalidad. Corresponde a la incorporación de la mujer al campo laboral, primero como auxiliar de los hombres, encargada de tareas subordinadas en áreas que no resultan demasiado competitivas, luego de igual a igual con ellos.
Marlene Dietrich en Morocco
El travestismo femenino se revela como un recurso seductor en la imagen cinematográfica de Marlene Dietrich. En el filme Morocco (1931), canta en una escena de cabaret vestida de hombre, regala la flor que lleva en la solapa a una espectadora y a continuación la besa en la boca. En Blonde Venus (1932) donde personifica a otra artista de cabaret, luce un smoking blanco y sombrero de copa. Son figuras de mujeres heterosexuales, que adoptan en el escenario la ropa masculina más elegante, con el objeto de seducir a hombres que no se confunden respecto de su identidad.
Viktor und Viktoria (1933), una comedia cinematográfica alemana, retoma la idea de Shakespeare de la confusión de géneros y la somete a la diversidad de roles que se ha vuelto habitual en la sociedad moderna. Una cantante desempleada, en medio de la gran crisis económica de entonces, simula ser un travesti masculino para conseguir trabajo. Interpretando en el escenario a un hombre que se viste de mujer. Gracias a la ficción, obtiene un éxito formidable y también el cortejo incómodo de una mujer que la cree hombre y de un hombre que no advierte en ella a una mujer.
Dianne Keaton en Annie Hall
La actriz Dianne Keaton, en el filme Annie Hall (1977) dio forma ideal a la chica desenvuelta, moderna, educada, que utiliza ropas de hombre y no se molesta en ajustarlas a su cuerpo, para demostrar que sabe quién es, en un territorio que no le pertenece a su tradicional adversario masculino. No imita al hombre, solo es alguien que se presenta a la par del hombre, en un momento histórico en el que no parece casual que los hombres rebeldes (los hippies, por ejemplo) adopten largas cabelleras, ropas coloridas, collares y otros ornamentos que habían sido hasta entonces patrimonio femenino.