La conexión entre flujo menstrual y fertilidad femenina, es una idea que se establece en tiempos remotos. Las mujeres perdían sangre todos los meses (una situación que tradicionalmente las atemorizaba a ellas y tal vez más a los hombres que presenciaban el evento u oían mencionarlo) porque estaban en condiciones de traer nuevos miembros a la comunidad. Era una buena noticia, pero también una situación alarmante, por los interrogantes que planteaba. Aunque las mujeres se ocultaran de los hombres para parir, la relación de causa y efecto entre la madre y el hijo que salía de su cuerpo quedaba fuera de toda discusión. Cuál era la intervención del hombre en una situación como esa, protagonizada por la mujer, no quedaba demasiado en claro.
Por un lado, las mujeres podían convertirse en objeto de
veneración, pero también generaban un temor imposible de ocultar. Muy
tempranamente, distintas culturas relacionaron los ciclos de la Luna, con el ciclo menstrual
de las mujeres. Los nexos podían ser oscuros, pero resultaban fascinantes y
exigían respeto. Ellas debían detectar grandes poderes, que lo más prudente
para los hombres era no desafiar, puesto que sus ritmos estaban en consonancia
con aquellos tan enigmáticos del cielo nocturno.
Anuncios de comienzos del siglo XX |
En los pueblos primitivos de América del Norte, África o
Australia, a las mujeres que estaban menstruando o acababan de parir, se les
prohibía utilizar vajilla, ropas o embarcaciones que otros miembros de la
comunidad pudieran tocar. Las parejas se separaban mientras durara el período o
el parto para evitar el contagio de los hombres.
Los hijos recién nacidos quedaban sometidos a la misma
restricción que las madres. Los padres bantúes no tocaban a sus hijos hasta que
ellos tenían por lo menos tres meses de vida. El aborto involuntario o el parto
de niños muertos incrementaban el temor a las desgracias que podían atraer las
mujeres que menstruaban sobre la comunidad, motivos por los que se volvía
urgente efectuar ritos purificadores.
Tanto lo sagrado como lo contaminado se manifestaban de
manera parecida, en medio de una efusión de sangre. Durante la eventualidad, la
mujer era segregada y no debía esperar ayuda, precisamente en momentos en que
su fertilidad se manifestaba. La cuarentena a la que permanecía restringida, se
prolongaba hasta que se suponía pasado el peligro.
Anuncios años `20 |
Al llegar la primera menstruación, los indios
norteamericanos creían que las mujeres eran poseídas por espíritus malignos,
por lo cual se las cubría con una manta, se prohibía mirarla y ser visto por
ella. Para mantener a las adolescentes fértiles libres de la desgracia,
mientras les llegaba el momento de casarse, en la Polinesia se las
encerraba durante años en chozas que les impedían tocar la tierra con los pies
y las mantenían lejos de la mirada de los hombres y la luz del sol. En Borneo,
el aislamiento iniciado con la primera
regla duraba siete años.
En los países de Oriente Próximo, se teme que si una mujer que
esté menstruando se cruza en el camino de algunos hombres, al menos uno de
ellos habrá de morir. Si la mujer se encuentra en el final de la regla, los
hombres no sufrirán tantos perjuicios, por solo habrán de pelearse.
El contacto con el flujo menstrual
de la mujer amarga el vino nuevo, hace que las cosechas se marchiten, mata los
injertos, seca semillas en los jardines, causa que las frutas se caigan de los
árboles, opaca la superficie de los espejos, embota el filo del acero y el
destello del marfil, mata abejas, enmohece el hierro y el bronce y causa un
terrible mal olor en el ambiente. Los perros que prueban la sangre se vuelven
locos y su mordedura se vuelve venenosa como las de la rabia. (Plinio el Viejo:
Historia Natural)
Probable retrato de Hipatia |
De esto está enamorado, y no tiene
nada de hermoso. (Hipatia de Alejandría)
Poco importa si la anécdota es real o falsa, porque lo
cierto es que la sangre de la mujer y cualquier cosa que pudiera haber estado
en contacto con ella, causaba por entonces (y sigue causando ahora) incomodidad
o espanto a los hombres. De acuerdo a una superstición del Medioevo, al
eliminar mensualmente la sangre “mala”, la mujer se volvía más inteligente que
de costumbre (sin alcanzar nunca la lucidez habitual en los hombres). Para los
españoles, durante la experiencia de la regla, la mujer era capaz de causar el
“mal de ojo” en quienes tenía la desgracia de enfrentarla, la mayonesa se
cortaba, los perros contraían rabia, etc. Todo lo que mirara una mujer en ese
estado, se perjudicaba. Si lograba hacerle beber una porción de esa sangre a su
pareja, lo envenenaba de manera irreversible.
A pesar de tantas aprensiones, la menstruación era un mal
necesario para la mujer. Según Avicena, si la sangre no se derramaba, podía
generar locura. La sangre retenida intoxicaba las funciones del cerebro. El
texto medieval se pregunta y se responde:
¿Por qué las mujeres que se fazen
preñadas en el tiempo que purgan el mestruo, concibe & paren las criaturas
lebrosas o monstruosas? Reponde que porque como ya es dicho, aquella materia es
superflua, venenosa & defectuosa. (Compendio de la Historia Humana)
Con la modernidad, ese conjunto de supersticiones, fobias y
prejuicios entró en crisis y debió desecharse. No solo era imposible mantenerlo
en pie por el progreso científico, que a pesar de la resistencia de los
sectores más tradicionales terminó por encarar el estudio de la anatomía
femenina, sino por imperativos de la industria, que descubrió a la mujer como
potencial consumidora.
La empresa Curads and Hartman´s lanzó las primeras toallas
higiénicas en los últimos años del siglo XIX. A diferencia de las artesanales,
estaban elaboradas con celulosa. El producto tardó bastante en ser aceptado.
Inicialmente la utilizaban las enfermeras, a quienes les llegaban las muestras
gratis. La idea de desechar la toalla inmediatamente después de haberla usado,
planteaba problemas que hasta entonces las mujeres no habían tenido.
Ellas estaban resignadas a la rutina de lavar y secar los
paños dedicados a ese fin todos los meses. Era un procedimiento engorroso, pero
también barato y seguro. La toalla industrial, en cambio, servía durante
algunas horas, pasadas las cuales debía ser arrojada a la basura. En algunas
farmacias se implementó una caja especial, donde las mujeres depositaban su
dinero y retiraban las toallas, sin recurrir a la mediación de vendedores.
Desde los años `20, Kotex realizaba campañas educativas en
las escuelas norteamericanas, que incluían el reparto de toallas higiénicas y
la distribución de folletos que se encargaban de tópicos tan incómodos como qué
hacer con los tampones después de utilizarlos (el consejo era cortarlos en tres
partes y arrojarlos al inodoro).
Bastante avanzado el siglo XX, toallas higiénicas y tampones
que en la actualidad hacen publicidad en revistas y la televisión, no se
encontraban disponibles en el comercio o al menos no eran demasiado utilizadas
por las mujeres a las que estaban destinadas. El costo o la vergüenza de
solicitarlos a un desconocido, en una tienda, bastaban para restringir la
circulación de instrumentos que se encontraban disponibles desde hacía varias
décadas.
Siguiendo prácticas milenarias, que se transmitían de mujer
en mujer, en el interior de cada familia, las madres instruían (como les era
posible) a sus hijas, fuera del alcance de los oídos masculinos. No se trataba
de secretos personales, sino de temas fundamentales de su propio género. Las
madres también fabricaban los instrumentos que requería la existencia de su
género. Las toallas reutilizables eran lavadas cuidadosamente y se tendían a
secar, generalmente cubiertas por otras prendas, para escapar a la mirada de
niños y adultos. Durante el siglo XIX, entre los médicos, todavía se
consideraba la menstruación como una de las enfermedades femeninas.
Hacia fines de los `50, había publicidad de Kotex en la
prensa femenina, pero de todos modos se trataba de datos tan vagos que no
incomodarían a nadie. Hacia los `60, con la difusión de la píldora
anticonceptiva, el rol pasivo de la mujer, que se había mantenido sin mayores alteraciones
durante siglos, comenzó a derrumbarse en la realidad y el discurso de los
medios.
¿La oferta de la industria es tan satisfactoria como plantea
la publicidad? Se calcula que en la actualidad una mujer emplea más de 10.000
tampones y toallas higiénicas a lo largo de su vida fértil. Se trata de
elementos plásticos que tardan aproximadamente medio siglo en degradarse. En
nombre de la comodidad, ellas colaboran en la contaminación del ambiente.