viernes, 12 de septiembre de 2014

MUJERES TAIMADAS Y BRAVÍAS


Norman Rockwell: Rosie la perforadora (1943)
A pesar de que las mujeres como género, han sido marginadas y explotadas desde tiempos inmemoriales, hay aquellas que disfrutan el dudoso privilegio de imponer su voluntad a los hombres con quienes se relacionan. Ellas pueden ser consideradas la excepción a la regla y por eso no pasan desapercibidas.

Un pariente mío me ha contado que lo quieren casar con una mujer muy rica y más ilustre que él, por lo que esta boda le sería muy provechosa, si no fuera porque, según le han dicho algunos amigos, se trata de una doncella muy violenta y colérica. (Don Juan Manuel: El conde Lucanor)

¿Qué futuro esperaba en el Medioevo a una hembra como tales características? Don Juan Manuel contó a comienzos del siglo XIV la historia del hombre desprovisto de dinero, que ve la oportunidad de resolver su situación económica, mediante un matrimonio con una mujer a la que nadie quiere, comenzando por el padre que la crió y deberá dotarla de un patrimonio. Durante la noche de bodas, el joven marido, que es presentado como el héroe de la historia, ordena a su perro que le traiga agua para lavarse las manos. Como el animal no le obedece, lo ataca con la espada desenvainada y lo decapita, ensangrentando la casa entera. A continuación vuelve a sentarse y hace algo no menos cruel con un gato y el único caballo que posee.
Aterrorizada, antes de que le digan nada, la mujer va en busca de agua, luego sirve la comida y se mete sin chistar en su cama. Gracias al sacrificio de tres animales domésticos, la joven esposa aprende la respuesta que el marido espera de ella: oír y obedecer.
Esa historia, con su mezcla de horror y humor, gozó de enorme popularidad durante el Medioevo. Muchos autores la retomaron, como si fuerza necesario instruir a las mujeres, mediante una ficción ejemplar, sobre la conveniencia de someterse a los hombres. Nadie las matará, prometen, porque la vida sin ellas perdería gran parte de su encanto para los machos, pero si se les concede la vida, será bajo las condiciones que ellos impongan.
Richard Burton y Elizabeth Taylor: La Fierecilla Domada
Catalina, protagonista de The Taming of the Shrew, es una mujer bella e insoportable. Se rebela contra la autoridad del padre, nada le importa la felicidad de su hermana menor, que depende de que la mayor se case para hacer lo mismo, contra la sagrada institución del matrimonio, contra Petruccio, el hombre que termina casándose con ella, sin preocuparse de obtener su consentimiento. William Shakespeare construye a comienzos del siglo XVI una de sus comedias más conocidas, en torno a esa dama que debe ser domada, subordinada, por el bienestar de todos aquellos a quienes su afán de independencia perturba.

CATALINA: Una mujer colérica es como un manantial removido, cenagoso, feo, turbio, desprovisto de toda la belleza. Y mientras está de tal modo, nadie hay, por sediento que se halle, por deseoso de beber que se encuentre, que quiera remojar en sus labio, ni beber una sola gota. Tu marido es tu señor, tu vida, tu guardián, tu jefe, tu soberano. Él cuida de ti y quien somete su cuerpo a penosos trabajos en tierra o mar, porque nada te falte; (…) en el hogar duermes a su calor, tranquila y segura. Por todo ello, cuanto te pide como tributo de amor una cara alegre y sincera obediencia. (William Shakespeare: La fierecilla domada)

A partir de la comedia de Shakespeare, la posibilidad de que el marido maltrate a su esposa con cualquier excusa, incluyendo una tan desinteresada y razonable como corregir sus malos hábitos, entre los cuales se encuentra la rebeldía, ha sufrido un persistente descrédito. La mujer puede ser inicialmente una figura salvaje, necesitada de que la domen, como una yegua, para que adquiera las virtudes elementales que cualquier hombre sería capaz de apreciar en ella.
Las concepciones tradicionales de la vida en pareja, se han basado (con frecuencia) en la desigualdad de los derechos y obligaciones que se atribuyen a los géneros. Para que una pareja no sufra conflictos mayores, capaces de desgarrarla, se supone que alguien tiene que ceder, y lo más probable es que se trate de las mujeres. En muchas sociedades, esa subordinación se encuentra garantizada por la religión, los mitos y la opinión dominante; un acuerdo que se vuelve muy difícil desafiar.
Entre los griegos, las mujeres eran figuras de segunda clase, al nivel de los niños y los esclavos. No se las consideraba ciudadanos con derechos y sus deberes quedaban relegados al interior del gineceo. Una vez por año, ellas se soltaban, durante las lupercales, festividades en honor de Dionisos, que las autorizaba a emborracharse, exhibirse por las calles sin el control de un hombre. El resto del tiempo, su sometimiento permitía esperar que en la sociedad todo funcionaria bien.
Aquiles y Pentesilea
Las amazonas de la Antigüedad, que terminan vencidas por los lapitas, eran un pueblo nómada en el que las mujeres controlaban a los hombres. Guerreras temibles, cabalgaban las llanuras de Asia y llegaban a las fronteras de Europa. Su historia, que se confunde con la mitología, las muestra secuestrando a hombres de otros pueblos, a los que utilizaban como sementales, para someterlos después a tareas serviles (o matarlos, si dejaban de ser útiles). En cuanto a los hijos varones, no dudaban en mutilarlos, dejándolos ciegos o cojos, para que sirvieran a las mujeres.
Las amazonas suelen ser representadas con un seno mutilado por ellas mismas, para facilitar el empleo de armas como el arco y las flechas. Cuando los roles tradicionales de los géneros se invierten, las mujeres se convierten en seres de pesadilla para la óptica masculina. Si ellas asumen el poder, hay que esperar que tomen represalia por las humillaciones que han sufrido habitualmente. Ellas pueden ser tan crueles como los hombres. Para alivio de todos, las amazonas son derrotadas.
La historia de la reina Pentesilea es aleccionadora. El amor que despierta en ella Aquiles, la trastorna y lleva a aceptar la muerte que él le da cuando se enfrentan en combate. ¿Puede haber una imagen más consoladora para el ego masculino? Hasta las mujeres armadas y capaces de defenderse, una excepción a la regla, caen ante el hombre. Él las subyuga sin el menor esfuerzo, gracias a una mirada, con su sex appeal irresistible.

PENTESILEA: ¿Es culpa mía, si en el campo de batalla debo ganar su amor con el combate? ¿Qué es lo que quiero, cuando alzo la espada? (...) Lo que quiero, inmortales, es solo hacer que caiga sobre mí, contra mi seno. (…) ¿Solo porque mi deseo no se me otorga, habré de romper con mis dioses? (Heinrich von Kleist: Pentesilea)

Después del Renacimiento, la imagen amenazante de las mujeres se atenúa en la Literatura europea, pero no la discriminación cotidiana, que adopta nuevas formas, a medida que ellas efectúan conquistas (inadmisibles hasta poco antes) en el ámbito de los negocios y el aparato del Estado. El temor a las mujeres no se manifiesta como desconfianza respecto de las limitaciones intelectuales que se les atribuía, sino del poder intolerable que ellas ejercen.
Sifrido despierta a Brunhilda
En la Saga de los Nibelungos, la validez del objetivo masculino de derrotar la voluntad de la casta reina Brunhilda no se discute nunca. Ella no puede seguir gobernando sola en Islandia, desafiando (y derrotando sucesivamente) a todos los hombres que la pretenden como pareja. Ella debe perder el status excepcional que alcanzó por mérito propio y convertirse en la esposa-trofeo del impotente rey Gunther. Para conseguirlo, poco importa que Gunther busque la complicidad de otro hombre más fuerte que él, su cuñado Sigfrido.
El invisible Sigfrido (cuando se cubre con la capa mágica que obtuvo de los Nibelungos) es quien suplanta a Gunther durante la competencia atlética que ha programado Brunhilda. También asume la apariencia de Gunther en otra confrontación privada, cuando vence la resistencia de la esposa bravía, que no acepta entregarse al marido, durante la noche de bodas. La doble derrota de Brunhilda no queda sin consecuencias. Ella no perdona la humillación, cuando se la informan, y su venganza desata la confrontación que arrastra a la muerte al resto de los personajes. Aún derrotada, la mujer consciente de sus poderes es de temer.
Catalina de Erauso
A comienzos del siglo XVII, la historia de Catalina de Erauso, llamada la Monja Alférez, convierte en realidad las figuras míticas de Brunhilda y las Amazonas. La describen como una novicia pendenciera, que a los quince años es encerrada en una celda del convento, para castigarla por haber golpeado a una compañera. Ella escapa vestida de hombre y se enrola como un soldado más, de los que peleaban en el Nuevo Mundo contra los nativos insurrectos. Catalina no fue domada por ningún hombre y de acuerdo a las memorias que publicó, también sedujo a mujeres. En otras palabras, combinó dos amenazas intolerables.
La modernidad estaba todavía lejos de imponerse, pero la imagen de mujeres que no aceptar someterse a los hombres, se estaba consolidando como un desafío para la mentalidad masculina más apegada a las tradiciones. ¿Cómo arriesgarse a establecer una pareja que por culpa de las mujeres no termine desequilibrándose? Para la perspectiva machista, la mítica armonía basada en la desigualdad, quedó definitivamente arruinada en el mundo moderno. Aunque la violencia intrafamiliar demuestre a cada rato que eso no es del todo cierto, los hombres perciben una amenaza en los reclamos de igualdad.