sábado, 8 de julio de 2017

IMÁGENES FEMENINAS APTAS PARA CONSUMO MASIVO



Virgina Woolf

Si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como persona importantísima, polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero esta es la mujer de la literatura. En la realidad (…) la encerraban bajo llave, le pegaban y la zarandeaban por la habitación. (Virginia Woolf: Un cuarto propio)

Lectores de la prensa popular, auditores de radio, espectadores del cine y la televisión, no se limitan a consumir pasivamente los mensajes que los medios les ofrecen. Ellos demandan ciertos contenidos triviales, sin duda, míticos, acordes con la mentalidad dominante en la sociedad, que de no serles suministrados de acuerdo a sus expectativas y con regularidad, tal como sucede con los adictos, los convierten en los más decididos adversarios de los medios, que dejan de consumirlos y arruinan el proyecto mercantil que da sentido a su existencia.
Las mujeres de fines del siglo XIX, poco importaba que sufrieran de sobrepeso. Se introducían en algún elaborado corsé reforzado con ballenitas, capaz de alzar pechos que se hubieran desplomado por la lactancia de los hijos, moderar la curva de las caderas y crear cinturas donde había un abdomen prominente. ¿Sufrían durante el proceso? No quedan muchas dudas. Apenas podían respirar cuando se sentaban. La circulación sanguínea y la digestión se alteraban, pero habían conseguido la imagen de reloj de arena que los dibujantes de modas presentaban en las revistas y eran el sumun de la belleza femenina.
Donald Trump entre Ivanka y Melania
Los políticos de la actualidad, suelen ir acompañados en los actos públicos por esposas fotogénicas (Carla Bruni con Nicolas Sarkozy), o en su defecto hijas núbiles (Ivanka Trump con Donald Trump), figuras que entretienen a los camarógrafos y buena parte de sus votantes. Ellas decoran la imagen de los hombres públicos con su presencia, no pocas veces muda, y en todo caso complaciente. No solo se las ve maquilladas y vestidas como modelos profesionales; también actúan como paradigmas de comportamiento. ¿Qué duda cabe de que admiran a esos hombres, que la audiencia debería admirar también?
Un ídolo del cine mudo, Rodolfo Valentino, debió oír la demanda de millones de admiradoras en los años ´20, cuando aceptó casarse con él una actriz poco conocida, Jean Acker, que no tardó en divorciarse. Él volvió intentarlo con la coreógrafa y vestuarista Natasha Rambova, que probablemente utilizaba al galán más deseado de entonces, para encubrir sus relaciones lésbicas con otra actriz, Alla Nazimova. ¿Suena sórdido? Tal vez convenga pensarlo más como una laboriosa operación publicitaria, destinada a tapar el sol con un dedo. Una bella esposa garantizaba ante la opinión pública que Valentino no era más un inmigrante obligado a desempeñarse como gigoló, según se lo recordaba en los salones de baile de New York, que solo frecuentaba a damas que podían pagar por sus favores, ni lo que resultaba todavía más inadecuado para su imagen pública, que tampoco era un homosexual.

Las mujeres no están enamoradas de mí, sino de mi imagen en la pantalla. No soy más que el lienzo en el que las mujeres pintan sus sueños. (Rodolfo Valentino)

Suministrar encantadoras compañeras para exhibir durante las salidas nocturnas, y luego actuar como esposas del espectáculo, era una preocupación nada secundaria de los agentes de RRPP de las compañías productoras que tenían contratados a los actores más atractivos de Hollywood. La prensa gráfica y radial se encargaba de otorgarle existencia verosímil a estas figuras decorativas, sonrientes, bien vestidas, capaces de calmar cualquier duda que surgiera en la masa de admiradoras. Los sueños de las consumidoras de películas, no podían ser perturbados por ningún dato discordante.
Joan Crawford
La actriz Joan Crawford, después de varios matrimonios de corta duración, y coincidiendo con un bajón de su carrera profesional, decidió adoptar cuatro niños que a partir de entonces fundamentaron su imagen de madre trabajadora y ejemplar, que debía eclipsar cualquier otra versión (por ejemplo, la de alcohólica y lesbiana). Si la relación con los niños fue conflictiva y cruel, como planteó treinta años más tarde la hija, Christina Crawford, en el aterrador libro de memorias Mommie Dearest, de todos modos la verdad tardó en llegar, cuando era imposible que causara ningún daño a la figura de una actriz muerta.

La gente fantaseaba acerca de quién era yo o qué era yo; imaginaban que había llevado la existencia de familiar de una privilegiada, poderosa estrella de cine, pero yo no tuve nada de eso. (Christina Crawford)

¿Contaba la verdad Christina, por más que fuera una totalmente opuesta a la imagen pública de su madre, o solo buscaba aportar datos sensacionalistas a un best seller que de ese modo se aseguraba permanecer durante casi un año en la lista de las biografías más leídas y ser utilizado como base de un telefilme? Los testimonios de hijos de otros actores (Bette Davis, Bing Crosby) se encargaron de suministrar imágenes no menos demoledoras de padres que habían sido no menos elogiados. La audiencia masiva no repudiaba esas demoliciones mediáticas. Por lo contrario, disfrutaba tanto esa agresión post mortem como el mito elaborado en vida.
En la historia de dos parejas de artistas amigos durante décadas, como al parecer fue el caso de la prolongada relación de las actrices Janet Gaynor y Mary Martin, de ningún modo interferida por los esposos que se sucedieron en sus vidas, como el diseñador Adrian y el productor Paul Gregory, se advierte ese respeto a la opinión dominante, que permite organizar una existencia marginal, pero estable. Gracias a las casas vecinas que mantuvieron tanto en los EEUU como en Brasil, y el acuerdo privado que establecieron entre todos, Gaynor y Martin exhibieran imágenes intachables y no tuvieron problemas para mantenerse activas en el ámbito del espectáculo cinematográfico y teatral, sin sufrir los señalamientos y represalias previsibles de una audiencia poco tolerante respecto de la homosexualidad.
Michael Jackson y Lisa Marie Presley
No tiene mucho sentido preguntar por qué se casaron hacia fines del siglo XX el cantante Michael Jackson y la heredera Lisa Marie Presley. No es un hecho relevante, sino la evidencia de que el mundo contemporáneo tolera situaciones poco verosímiles pero atractivas, que reclaman la atención de los medios y suspenden el análisis de la audiencia masiva. Jackson y Presley aparentaron ser una pareja, no por mucho tiempo, ni de manera demasiado convincente (la idea de compartir el viaje de luna de miel con un enano, denuncia la irrealidad extrema del proyecto).

Entré en un agujero en el que me decía: yo lo salvaré… y era desilusionante. Tenía en la cabeza la romántica idea de que yo podría salvarlo a él y de que juntos salvaríamos al mundo. (Lisa Marie Presley)

Si Jackson y Presley querían organizar una imagen impactante, capaz de ocupar las pantallas de la televisión de todo el planeta, vender millones de periódicos y discos, lo consiguieron, pero el envoltorio tan llamativo estaba vacío, era imposible de sostener.
¿Cuán eficaz puede ser en la actualidad, la invención de una imagen, que sirva para ocultar situaciones conflictivas, que el mito de un personaje público no tolera? La ceremonia del enamoramiento y el matrimonio de dos figuras públicas suministra un espectáculo capaz de alentar el fantaseo de hombres y mujeres de todas las edades. Se trata de un esquema de cuento de hadas, improbable pero deseado por quienes lo consumen.
Marlene Dietrich
La vejez y la enfermedad, en cambio, no son situaciones bien recibidas por la audiencia masiva. Los ídolos pueden morir, porque entonces se los homenajea y quedan fijados en la memoria colectiva, en la plenitud de su imagen mítica, pero el espectáculo rutinario de su deterioro se convierte en una evidencia demasiado cruel, como decidió Marlene Dietrich, al encerrarse en un departamento de Paris, fuera del alcance de fotógrafos y periodistas, a los 80 años, negándose a establecer cualquier otro diálogo con el mundo que no fuera a través del teléfono. El deterioro irreversible de su imagen mítica, no iba a compartirlo con nadie.
Elizabeth Taylor tardó en comprender que le convenía ocultar esas evidencias que las enfermedades y el sobrepeso aceleraron, para no estropear la memoria de su juventud. El caso de actrices como Geraldine Chaplin, Jacqueline Bisset o Maggie Smith, que no retocaron sus rostros con botox o cirugías más complejas, demuestra que en el mundo del espectáculo no hay nada más raro que la aceptación de la verdad (en este caso, la del envejecimiento inevitable de aquellos que tienen la suerte de continuar activos en los medios, cuando se supone que hubieran debido desaparecer, para dar sitio a figuras nuevas).
Greta Garbo madura
Greta Garbo o Jackeline Bouvier Kennedy pudieron mantener fuera de la prensa los últimos años de sus vidas. No decidieron ocultarse ni alimentar la curiosidad, porque simplemente dejaron de efectuar declaraciones, ya no posaron más para los fotógrafos, ni tampoco pelearon con ellos cuando las asediaban para conseguir imágenes de su inocultable decrepitud. Al cabo de un tiempo de mantener esa estrategia de autenticidad, comenzaron a ser olvidadas (o si se quiere, lograron que los cazadores de imágenes, menos por respeto que por aburrimiento, se resignaran a la carencia de novedades y no las molestaran).
Aquellos personajes públicos que dejan de generar noticias, se autoexcluyen de la actualidad, y pronto ven desvanecerse las imágenes que elaboraban los medios y logran finalmente el descanso que buscan.

Nunca dije “quiero estar sola”. Solo dije “quiero que me dejen sola”. Hay una gran diferencia. (Greta Garbo)

Medio siglo después del ocultamiento fallido de la homosexualidad del galán Rock Hudson, la comediante Ellen Degeneres optó por develar ante los admiradores de una sitcom familiar su lesbianismo, con consecuencias fatales para la cómoda relación que había establecido desde hacía varios años con el público. En tres o cuatro semanas, pasó de ser una figura querida, protagonista de una comedia de la televisión, para convertirse en una desempleada a la que nadie estaba dispuesto a recibir en el medio.
Ellen Degeneres y Portia de Rossi
Tras purgar por algún tiempo esa condena moral, Degeneres reinició su carrera, sin abjurar de su nuevo perfil, de lesbiana que se casaba con otra mujer y a pesar de ello podía ser la buena amiga de todo el mundo. Eso le permitió ser aceptada nuevamente por los medios y el público, a diferencia de lo que pasó con su ex pareja, Anne Heche, que se casó y fue madre, después de anunciar que había sido raptada por alienígenas. Una trayectoria tan contradictoria no permitía recuperar la confianza ingenua de la que depende una figura pública.

Tenía todo lo que esperaba, pero no era yo. Así fue que decidí ser honesta acerca de quién era yo. Era extraño: las personas que me querían por ser divertida, de repente no les gustaba que yo fuera… yo. (Ellen Degeneres)

Años más tarde, la actriz Jodie Foster decidió alterar su imagen de madre soltera, sin pareja masculina conocida, delante de millones de testigos, al informar que era lesbiana desde siempre, durante un homenaje que se le brindó en el curso de una ceremonia de entrega de premios Oscar. De ese modo, un dato que hasta entonces circulaba off the record, pasó a oficializarse de manera definitiva e instantánea. ¿Quedaba algo por averiguar después de un dato tan breve y contundente?
Cuando ya no queda nada nuevo que pueda revelarse respecto de una figura pública, ante una audiencia ávida de escándalos, los medios se apartan de ella, en busca de otros personajes cuya explotación prometa ser más rentable. La mitología efímera de los medios masivos, es el homenaje que una realidad (por lo general, decepcionante) rinde a las expectativas de excitación desmedidas que alimentan sus consumidores. ¡Qué árida la verdad, cuando es efectiva, por difícil que sea manifestarla!
En los años `80, “salir del closet” era una consigna de los homosexuales que atemorizaba a muchas figuras públicas, tal como la confesión haber sido víctima de violencia durante la infancia, una generación más tarde. ¿Cómo volver atrás después de haber dado ese paso? ¿La verdad no destruirá para siempre, una construcción que puede haber sido falsa, pero que ha costado tanto elaborar? Con el tiempo, ninguna de estas preocupaciones parece tener sentido. La proliferación de equipamiento capaz de registrar imágenes y sonidos se ha revelado ideal para mostrar a personajes célebres o desconocidos en actividades que hubieran debido ser privadas, por incómodas, y que en la actualidad no tardan en estar en Facebook o You Tube, disponibles para el disfrute de millones de usuarios.
Las imágenes de la gente se construyen de un día para el otro y con la misma facilidad no tardan en alterarse, para dar espacio a nuevas imágenes que desarrollan o contradicen a las anteriores. Las periódicas ceremonias de demolición de figuras mitológicas que brindan los medios en la actualidad, revelan que la lógica interna de la industria cultural ha impuesto el ascenso y también la caída de los personajes que ella utiliza en su discurso, y pasan a convertirse en rehenes de una explotación que vuelve cada vez más peligroso cualquier intento de ascender al Olimpo de la fama.

A la gloria de los más famosos se adscribe siempre algo de la miopía de los admiradores. (Georg Lichtenberg)