viernes, 7 de abril de 2017

MUJERES QUE PAGAN POR COMPAÑÍA MASCULINA


David Bowie y Kim Novak: Just a Gigolo
Desde que la cultura patriarcal impuso el dominio de los hombres sobre las mujeres, a ellas les fue asignado el rol de permanente objeto del deseo de ellos. Si se las ve, si se las menciona, es porque los hombres las toman en cuenta, no porque se les permita elaborar una imagen propia, ni tener una voz propia. Por eso las mujeres resultan algunas veces fascinantes, lejanas, y otras despreciables, amenazantes o sometidas, mientras los hombres dedican todas sus energías para conquistarlas o eliminar a los rivales con los que compiten en la posesión de esos cuerpos, cuando no se empeñan en hacerles la vida imposible con sus ataques de celos, después de haberlas seducido y pasado a considerar objetos de su exclusiva propiedad.
Apoderarse de las mujeres, convencerlas de entregar sus cuerpos al disfrute unilateral de sus parejas, asegurarse su fidelidad mediante regalos o temor, convencerlas de que si se entregan incondicionalmente a quienes les hacen el favor de fijarse en ellas, van a acceder al mejor de los mundos posibles, son preocupaciones masculinas que parecen no tener equivalencia frecuente en el otro género.
Gloria Swanson y William Holden en Sunset Boulevard
Norma Desmond, la protagonista de Sunset Boulevard (el filme de Billy Wilder) es una madura actriz del cine mudo, que veinte años más tarde ha sido olvidada por el ambiente de Hollywood. Conserva sin embargo las propiedades y el capital que acumuló en otros tiempos, y puede pagar la compañía de un hombre veinte años más joven, mediante un empleo, trajes costosos y objetos de lujo. Esa inversión monetaria la hace esperar una dedicación exclusiva del hombre a su persona.
Cuando advierte que él está por abandonarla, poco importa si por causa de otra mujer o para recuperar su trabajo, ella le dispara en la espalda cuatro balas que terminan con su vida en una piscina, porque una mujer puede ser (si la provocan) tan feroz como suele ser un hombre, cuando no consigue imponer su voluntad.
Richard Gere: American Gigolo
Los hombres se han prostituido a lo largo de toda la Historia, a pesar de lo cual ese oficio tiende a identificarse con las mujeres, como demostración fehaciente de la inferioridad moral de ellas. En la Antigüedad, los hombres que se prostituían eran esclavos jóvenes que carecían de derechos y no podían aspirar a mejor trato. Sus clientes eran otros hombres y prestaban sus servicios en prostíbulos que tanto ofrecían hombres como mujeres al disfrute de su clientela.
Hombres famosos de entonces, como los gladiadores romanos, podían ser solicitados como reproductores calificados por las damas de la clase alta, que no los hubieran aceptado ni conservado como pareja. Solo se traba de suplir las deficiencias de sus maridos, exclusivamente con propósitos prácticas, sin mezcla de afectos más complejos.
En el Japón medieval hubo geishas hombres, que cumplían la misma función de acompañantes, cuando las mujeres todavía no se encargaban de la tarea. Se los denominaba houkan. Desde el siglo XIII, ellos daban consejos de estrategia militar a los señores feudales, durante épocas de guerra. Al llegar la paz, sus principales actividades pasaban a ser las de entretener mediante el recitado de poemas, narración de cuentos eróticos, canto y ejecución de música, propuestas de brindis de sake y una conversación bien informada sobre las artes.
El houkan era un animador de fiestas privadas, un compañero de diversión de otros hombres, que mantenía en todo momento un rol subordinado y complaciente durante su diálogo con los clientes del mismo género. A mediados del siglo XVII, las mujeres llegaron para reemplazarlos, demostrando una destreza muy superior a la de quienes las habían precedido. Los hombres quedaron relegados al rol de meros ayudantes de las geishas.
La tradición del gigoló en Occidente es otra. La palabra comienza a ser empleada en los años `20, como ampliación del término gigolette, que se aplicaba en Francia a la joven bailarina a la que se pagaba por sus servicios de acompañante en una pista de baile.
Catalina de Rusia
Cuando Catalina de Rusia escogía a sus amantes entre los oficiales de la Guardia Imperial, no solo tomaba en cuenta su aspecto físico, sino también su capacidad intelectual para secundarla en la administración de una inmensa nación que ella había llegado a controlar con tanto esfuerzo (como eliminar a su marido mediante una revolución inspirada por ella). En la intimidad, Catalina podía mostrarse dependiente y a la vez autosuficiente, como indica la carta que envía a uno de sus colaboradores:

Estoy sumida en la impaciencia. ¡Oh, mi criatura divina! Si no llegas pronto, te haré buscar por toda la ciudad. (Catalina de Rusia: carta a un amante)

Hombres atractivos como los hermanos Orlov o Grigori Potyomkin, entre otros, fueron sus acompañantes. A diferencia de Elizabeth de Inglaterra, Catalina retribuía generosamente los servicios de quienes la servían; les entregaba títulos de nobleza, grandes extensiones de tierras, siervos, y cuando se cansaba de ellos les encontraba esposas y apoyaba a las familias que ellos formaban. ¿Pagaba Catalina a sus acompañantes masculinos? Más bien, dispensaba sus favores de Emperatriz, consistentes en cargos públicos, tal como hubiera hecho cualquier hombre que estuviera en su envidiable situación.
Elizabeth I
Los favoritos de una mujer  poderosa del pasado, debían ser discretos, para no dejarla en evidencia como una promiscua o una débil de carácter, fácil de influir gracias a las destrezas amatorias de sus parejas. Tampoco les estaba permitido a los hombres ser infieles a la dama, porque al intentarlo arriesgaban sus cabezas, como aprendieron en su tiempo aquellos a quienes Elizabeth de Inglaterra, conocida como la Reina Virgen, concedió el privilegio de acompañarla y luego castigó.
Ella convocaba a su intimidad a aventureros como Robert Dudley, Robert Devereux, John Harrington o Walter Raleigh, que posteriormente eran recompensados con títulos nobiliarios, propiedades y permisos para explorar las riquezas del Nuevo Mundo. Qué pasaba entre ella y sus favoritos, no se sabe. Tal vez nada más que la excitación proporcionada por una vecindad heterosexual a una mujer a quien las razones de Estado le impedía comprometerse con nadie que pudiera perjudicar su actividad política.
En la actualidad, mujeres maduras de los países más desarrollados, pueden buscar (y encontrar sin mayor dificultad) una compañía masculina a su gusto, en países alejados de sus lugares de procedencia. El Caribe, el Mediterráneo, Indonesia, son los destinos más frecuentados por el nuevo turismo sexual. Contratan a jóvenes nativos que se ofrecen como guías turísticos, instructores de baile o acompañantes de alcoba.

Just a gigoló / everywhere I go / people know the part / I´m playing. / Paid for every dance / selling each romance / every night some heart / betraying. (Leonello Casucci e Irving Caesar: Just a gigolo)

A comienzos del siglo XX, el gigoló no pasaba de ser una figura bastante inocente, la pareja masculina disponible para el baile de salón con una dama, actividad que no supone más contacto físico que el que puede ser vigilado por todos los asistentes al lugar. El gigoló era un bailarín profesional, contratado (por lo tanto, pagado) para acompañar a su pareja femenina en la pista de baile de hoteles elegantes, que permitían ese tipo discreto de prestaciones o llegaban a ofrecerlo a sus clientes, como uno más de sus servicios.
Rodolfo Valentino
Rodolfo Valentino, el famoso actor del cine mudo habría desempeñado ese oficio al llegar a New York desde su nativa Italia. A lo largo de su carrera, se especializó en roles románticos, que tarde o temprano incluían alguna escena de baile. Su desempeño como bailarín le abrió las puertas del cine.
Posteriormente, las actividades del acompañante masculino pasaron al ámbito privado, con lo que adquirieron una evidente connotación sexual. Una mujer madura y adinerada, contrata una joven pareja masculina (el gigoló) que con toda seguridad no estaría a su lado, si ella no le pagara por sus servicios. Esta pareja, objeto del escarnio generalizado, proviene de una época en que la imagen complementaria del hombre maduro acompañado por una jovencita, con edad para ser su hija o nieta, despertaba comentarios cómplices y envidiosos de quienes hubieran querido estar en su lugar.
Mae West y Cary Grant
La actriz y dramaturga Mae West, símbolo sexual de los años ´30, continuó exhibiéndose en compañía masculina siempre joven y atlética (primero con diez, luego con veinte, treinta o cuarenta años menos que ella) hasta el momento de su muerte, a los 80 años. Aquello que en un momento podía resultar provocador, con el tiempo llegó a convertirse en caricatura de la hembra devoradora.
Cuando un hombre maduro o anciano se exhibe con una pareja femenina bastante más joven que él, los otros hombres lo envidian, consideran que tiene buen gusto al seleccionar mujeres y demuestra estar sexualmente activo. Cuando una mujer madura se presenta en público, acompañada por un hombre mucho más joven, su imagen suele considerarse patética, reveladora de la incapacidad femenina para percibir el ridículo al que se expone.