Popular entre la tropa era
Adelita, / la mujer que el sargento idolatraba, / porque a más de ser valiente
era bonita / y hasta el mismo coronel la respetaba. (Anónimo: Adelita).
María Félix dejó en el filme Enamorada, una imagen romántica
de las mujeres que participaron activamente en la Revolución Mexicana
iniciada en 1910, capaces de abandonar todo por el amor a un hombre. Elegante,
bien peinada y maquillada, las imágenes de la actriz sugieren que la guerra
llegó para liquidar el aburrimiento femenino, para suministrarle sentido a su
vida provinciana.
Cuando ella abandona la seguridad de su mansión y la
oportunidad de casarse con un rico extranjero, lo hace para seguir a un general
del ejército revolucionario, que es un improvisado y la obliga a caminar detrás
de él, que ha montado su caballo, rumbo al combate, con una sonrisa (fiel al
paradigma planteado por el personaje de Marlene Dietrich en el final de Morocco)
María Félix: Enamorada |
Las fotos de la Revolución documentan algo menos idealizado:
mujeres del pueblo, descalzas, cubiertas de harapos, adelgazadas por la penuria
de las campañas militares, polvorientas, que cargan dos y tres hijos, más
pertrechos de guerra sobre la espalda; mujeres fatigadas por años de
enfrentamientos, compartiendo con sus hombres el calor, las heladas, las
borracheras y las balas. Son las adelitas (llamadas así por la canción
compuesta en homenaje a Adela Velarde Pérez) o las valentinas (otra canción que
inmortalizó a Valentina Ramírez).
.
Valentina, Valentina / rendido
estoy a tus pies; / si me han de matar mañana / que me maten de una vez.
(Anónimo)
Para el imaginario popular, no hay variantes respecto del
rol de la mujer, definidos muchos siglos antes, en la Europa medieval. A ella le
está reservado el rol decorativo y subordinado, de objeto amoroso de un hombre.
En el mejor de los casos, ella es su inspiradora y en el peor su perdición. Medio
siglo más tarde, esa mujer mítica recuerda las circunstancias domésticas que la
condujeron a una actividad impensable para la visión tradicional de su género.
Cuando Francisco Madero se lanzó
contra el dictador Porfirio Díaz yo era joven y tenía a mi padre. Éste de
inmediato convocó a la familia sus deseos de luchar por la libertad de nuestros
compatriotas y yo le dije que lo acompañaría. (…) En noviembre de 1910 me uní
al grupo del general Iturbe, pero vestida de hombre con el nombre de Juan
Ramírez (…) figurando entre el grupo que tomó la plaza de Culiacán. (Valentina
Ramírez)
Soldaderas y sus Juanes |
Entre las mujeres no combatientes que participaron en la Revolución, algunas
eran sirvientas, que trabajaban para mantener a sus hijos, y solían ser fieles
a sus parejas, pero también podían
abandonarlas cuando lo deseaban. Otras habían sido secuestradas, y después de
sufrir la deshonra, ya no se atrevían a regresar a sus familias. Cargaban
mochilas, se arriesgaban apartándose de la tropa en busca de agua y alimentos.
Construían refugios, curaban heridos. Algunas eran comerciantes: cocinaban
frijoles y tortillas, vendían carne seca y pulque, servían de correos y
propagandistas, eran telegrafistas y hasta aceptaban ser espías, para lo cual
desinformaban a los enemigos, apoyándose en la imagen de mujeres ignorantes.
Cuando no dependían de ningún hombre, se prostituían para
ganarse la vida. Esto había sido así desde la llegada de los conquistadores
españoles. No eran combatientes, pero sin ellas los hombres hubieran desertado
de una guerra que se eternizaba más allá de las promesas de sus líderes.
Carmen Amelia Robles |
A las soldaduras que participaron
en la Revolución Mexicana
también las llamaron adelitas, guerreras, juanas, cucarachas, vivanderas,
pelonas, galletas de capitán, chimiscoleras, argüenderas, guachas, busconas.
Generalmente provenían de los estratos más bajos de la sociedad: indígenas o
mestizas, esposas, hermanas, novias, algunas se unían a la tropa por
convicción, o por sus ideales, o porque no podía ser más miserables. (Ilse
Mayté Murillo)
Amelio Robles, La Coronela |
A mí esos revolucionarios me caen
como patada en los… Bueno, como si yo tuviera güevos. ¡Son puros bandidos,
ladrones de camino real, amparados por la ley! (Elena Poniatowska: Hasta no
verte Jesús mío)
Petra Ruiz, que había sido ultrajada por los soldados del
ejército federal, de acuerdo a la leyenda se sumó a los rebeldes con el
propósito de ayudar a otras mujeres que podían pasar por la misma situación. Ella
peleaba como un hombre más. Durante el desfile que siguió a una batalla ganada
por los rebeldes, se soltó las trenzas frente al general Venustiano Carranza y
dijo: “¡Quiero que sepan que una mujer les ha servido como soldado!”.
Petra Ruiz |
A diferencia de Emiliano Zapata, que las toleraba en su
ejército, Pancho Villa no quería demasiado a las soldaduras. Por eso fusiló a
un oficial que había llevado a la suya durante una campaña. Según Villa, esas
mujeres destruían la disciplina que tanto le costaba imponer entre sus hombres
y estorbaban el desplazamiento de la caballería (como ellas iban a pie, los
hombres se demoraban para no dejarlas rezagadas).
De acuerdo al trato que recibían, los caballos de recambio eran
considerados más importantes que las mujeres. Tampoco las milicianas española
de la Guerra Civil
fueron muy apreciadas. El general Carranza, una vez que se dio por terminada la Revolución
Mexicana, las expulsó del ejército y todo el heroísmo que
pudieron haber desplegado en la guerra, quedó sin recompensa. Ellas habían sido
pobres y despreciadas; por lo que continuaron siéndolo, si acaso tuvieron la
suerte de sobrevivir. Muchas se resignaron al rol que les proponían los nuevos
tiempos de conciliación entre quienes habían sido enemigos.
¿No hubiese podido la mujer en la
revolución elaborar una herencia más alivianada? Ni modo, a ella le hicieron
arrojar sobre sus descendientes una carga fatal de abnegación, sufrimiento
callado, estoicismo y obstinada veneración por su hombre. (Carlos Monsiváis)
Alfredo Zalce: La soldadera |
A mí nadie me manda, seremos iguales en derechos, decisiones y privilegios. Tengo muchos hijos [sus soldados] y si está dispuesto a dar y recibir cariño, acepto casarme con usted. (Ángela Jiménez: carta a su novio)