sábado, 8 de julio de 2017

IMÁGENES FEMENINAS APTAS PARA CONSUMO MASIVO



Virgina Woolf

Si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como persona importantísima, polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero esta es la mujer de la literatura. En la realidad (…) la encerraban bajo llave, le pegaban y la zarandeaban por la habitación. (Virginia Woolf: Un cuarto propio)

Lectores de la prensa popular, auditores de radio, espectadores del cine y la televisión, no se limitan a consumir pasivamente los mensajes que los medios les ofrecen. Ellos demandan ciertos contenidos triviales, sin duda, míticos, acordes con la mentalidad dominante en la sociedad, que de no serles suministrados de acuerdo a sus expectativas y con regularidad, tal como sucede con los adictos, los convierten en los más decididos adversarios de los medios, que dejan de consumirlos y arruinan el proyecto mercantil que da sentido a su existencia.
Las mujeres de fines del siglo XIX, poco importaba que sufrieran de sobrepeso. Se introducían en algún elaborado corsé reforzado con ballenitas, capaz de alzar pechos que se hubieran desplomado por la lactancia de los hijos, moderar la curva de las caderas y crear cinturas donde había un abdomen prominente. ¿Sufrían durante el proceso? No quedan muchas dudas. Apenas podían respirar cuando se sentaban. La circulación sanguínea y la digestión se alteraban, pero habían conseguido la imagen de reloj de arena que los dibujantes de modas presentaban en las revistas y eran el sumun de la belleza femenina.
Donald Trump entre Ivanka y Melania
Los políticos de la actualidad, suelen ir acompañados en los actos públicos por esposas fotogénicas (Carla Bruni con Nicolas Sarkozy), o en su defecto hijas núbiles (Ivanka Trump con Donald Trump), figuras que entretienen a los camarógrafos y buena parte de sus votantes. Ellas decoran la imagen de los hombres públicos con su presencia, no pocas veces muda, y en todo caso complaciente. No solo se las ve maquilladas y vestidas como modelos profesionales; también actúan como paradigmas de comportamiento. ¿Qué duda cabe de que admiran a esos hombres, que la audiencia debería admirar también?
Un ídolo del cine mudo, Rodolfo Valentino, debió oír la demanda de millones de admiradoras en los años ´20, cuando aceptó casarse con él una actriz poco conocida, Jean Acker, que no tardó en divorciarse. Él volvió intentarlo con la coreógrafa y vestuarista Natasha Rambova, que probablemente utilizaba al galán más deseado de entonces, para encubrir sus relaciones lésbicas con otra actriz, Alla Nazimova. ¿Suena sórdido? Tal vez convenga pensarlo más como una laboriosa operación publicitaria, destinada a tapar el sol con un dedo. Una bella esposa garantizaba ante la opinión pública que Valentino no era más un inmigrante obligado a desempeñarse como gigoló, según se lo recordaba en los salones de baile de New York, que solo frecuentaba a damas que podían pagar por sus favores, ni lo que resultaba todavía más inadecuado para su imagen pública, que tampoco era un homosexual.

Las mujeres no están enamoradas de mí, sino de mi imagen en la pantalla. No soy más que el lienzo en el que las mujeres pintan sus sueños. (Rodolfo Valentino)

Suministrar encantadoras compañeras para exhibir durante las salidas nocturnas, y luego actuar como esposas del espectáculo, era una preocupación nada secundaria de los agentes de RRPP de las compañías productoras que tenían contratados a los actores más atractivos de Hollywood. La prensa gráfica y radial se encargaba de otorgarle existencia verosímil a estas figuras decorativas, sonrientes, bien vestidas, capaces de calmar cualquier duda que surgiera en la masa de admiradoras. Los sueños de las consumidoras de películas, no podían ser perturbados por ningún dato discordante.
Joan Crawford
La actriz Joan Crawford, después de varios matrimonios de corta duración, y coincidiendo con un bajón de su carrera profesional, decidió adoptar cuatro niños que a partir de entonces fundamentaron su imagen de madre trabajadora y ejemplar, que debía eclipsar cualquier otra versión (por ejemplo, la de alcohólica y lesbiana). Si la relación con los niños fue conflictiva y cruel, como planteó treinta años más tarde la hija, Christina Crawford, en el aterrador libro de memorias Mommie Dearest, de todos modos la verdad tardó en llegar, cuando era imposible que causara ningún daño a la figura de una actriz muerta.

La gente fantaseaba acerca de quién era yo o qué era yo; imaginaban que había llevado la existencia de familiar de una privilegiada, poderosa estrella de cine, pero yo no tuve nada de eso. (Christina Crawford)

¿Contaba la verdad Christina, por más que fuera una totalmente opuesta a la imagen pública de su madre, o solo buscaba aportar datos sensacionalistas a un best seller que de ese modo se aseguraba permanecer durante casi un año en la lista de las biografías más leídas y ser utilizado como base de un telefilme? Los testimonios de hijos de otros actores (Bette Davis, Bing Crosby) se encargaron de suministrar imágenes no menos demoledoras de padres que habían sido no menos elogiados. La audiencia masiva no repudiaba esas demoliciones mediáticas. Por lo contrario, disfrutaba tanto esa agresión post mortem como el mito elaborado en vida.
En la historia de dos parejas de artistas amigos durante décadas, como al parecer fue el caso de la prolongada relación de las actrices Janet Gaynor y Mary Martin, de ningún modo interferida por los esposos que se sucedieron en sus vidas, como el diseñador Adrian y el productor Paul Gregory, se advierte ese respeto a la opinión dominante, que permite organizar una existencia marginal, pero estable. Gracias a las casas vecinas que mantuvieron tanto en los EEUU como en Brasil, y el acuerdo privado que establecieron entre todos, Gaynor y Martin exhibieran imágenes intachables y no tuvieron problemas para mantenerse activas en el ámbito del espectáculo cinematográfico y teatral, sin sufrir los señalamientos y represalias previsibles de una audiencia poco tolerante respecto de la homosexualidad.
Michael Jackson y Lisa Marie Presley
No tiene mucho sentido preguntar por qué se casaron hacia fines del siglo XX el cantante Michael Jackson y la heredera Lisa Marie Presley. No es un hecho relevante, sino la evidencia de que el mundo contemporáneo tolera situaciones poco verosímiles pero atractivas, que reclaman la atención de los medios y suspenden el análisis de la audiencia masiva. Jackson y Presley aparentaron ser una pareja, no por mucho tiempo, ni de manera demasiado convincente (la idea de compartir el viaje de luna de miel con un enano, denuncia la irrealidad extrema del proyecto).

Entré en un agujero en el que me decía: yo lo salvaré… y era desilusionante. Tenía en la cabeza la romántica idea de que yo podría salvarlo a él y de que juntos salvaríamos al mundo. (Lisa Marie Presley)

Si Jackson y Presley querían organizar una imagen impactante, capaz de ocupar las pantallas de la televisión de todo el planeta, vender millones de periódicos y discos, lo consiguieron, pero el envoltorio tan llamativo estaba vacío, era imposible de sostener.
¿Cuán eficaz puede ser en la actualidad, la invención de una imagen, que sirva para ocultar situaciones conflictivas, que el mito de un personaje público no tolera? La ceremonia del enamoramiento y el matrimonio de dos figuras públicas suministra un espectáculo capaz de alentar el fantaseo de hombres y mujeres de todas las edades. Se trata de un esquema de cuento de hadas, improbable pero deseado por quienes lo consumen.
Marlene Dietrich
La vejez y la enfermedad, en cambio, no son situaciones bien recibidas por la audiencia masiva. Los ídolos pueden morir, porque entonces se los homenajea y quedan fijados en la memoria colectiva, en la plenitud de su imagen mítica, pero el espectáculo rutinario de su deterioro se convierte en una evidencia demasiado cruel, como decidió Marlene Dietrich, al encerrarse en un departamento de Paris, fuera del alcance de fotógrafos y periodistas, a los 80 años, negándose a establecer cualquier otro diálogo con el mundo que no fuera a través del teléfono. El deterioro irreversible de su imagen mítica, no iba a compartirlo con nadie.
Elizabeth Taylor tardó en comprender que le convenía ocultar esas evidencias que las enfermedades y el sobrepeso aceleraron, para no estropear la memoria de su juventud. El caso de actrices como Geraldine Chaplin, Jacqueline Bisset o Maggie Smith, que no retocaron sus rostros con botox o cirugías más complejas, demuestra que en el mundo del espectáculo no hay nada más raro que la aceptación de la verdad (en este caso, la del envejecimiento inevitable de aquellos que tienen la suerte de continuar activos en los medios, cuando se supone que hubieran debido desaparecer, para dar sitio a figuras nuevas).
Greta Garbo madura
Greta Garbo o Jackeline Bouvier Kennedy pudieron mantener fuera de la prensa los últimos años de sus vidas. No decidieron ocultarse ni alimentar la curiosidad, porque simplemente dejaron de efectuar declaraciones, ya no posaron más para los fotógrafos, ni tampoco pelearon con ellos cuando las asediaban para conseguir imágenes de su inocultable decrepitud. Al cabo de un tiempo de mantener esa estrategia de autenticidad, comenzaron a ser olvidadas (o si se quiere, lograron que los cazadores de imágenes, menos por respeto que por aburrimiento, se resignaran a la carencia de novedades y no las molestaran).
Aquellos personajes públicos que dejan de generar noticias, se autoexcluyen de la actualidad, y pronto ven desvanecerse las imágenes que elaboraban los medios y logran finalmente el descanso que buscan.

Nunca dije “quiero estar sola”. Solo dije “quiero que me dejen sola”. Hay una gran diferencia. (Greta Garbo)

Medio siglo después del ocultamiento fallido de la homosexualidad del galán Rock Hudson, la comediante Ellen Degeneres optó por develar ante los admiradores de una sitcom familiar su lesbianismo, con consecuencias fatales para la cómoda relación que había establecido desde hacía varios años con el público. En tres o cuatro semanas, pasó de ser una figura querida, protagonista de una comedia de la televisión, para convertirse en una desempleada a la que nadie estaba dispuesto a recibir en el medio.
Ellen Degeneres y Portia de Rossi
Tras purgar por algún tiempo esa condena moral, Degeneres reinició su carrera, sin abjurar de su nuevo perfil, de lesbiana que se casaba con otra mujer y a pesar de ello podía ser la buena amiga de todo el mundo. Eso le permitió ser aceptada nuevamente por los medios y el público, a diferencia de lo que pasó con su ex pareja, Anne Heche, que se casó y fue madre, después de anunciar que había sido raptada por alienígenas. Una trayectoria tan contradictoria no permitía recuperar la confianza ingenua de la que depende una figura pública.

Tenía todo lo que esperaba, pero no era yo. Así fue que decidí ser honesta acerca de quién era yo. Era extraño: las personas que me querían por ser divertida, de repente no les gustaba que yo fuera… yo. (Ellen Degeneres)

Años más tarde, la actriz Jodie Foster decidió alterar su imagen de madre soltera, sin pareja masculina conocida, delante de millones de testigos, al informar que era lesbiana desde siempre, durante un homenaje que se le brindó en el curso de una ceremonia de entrega de premios Oscar. De ese modo, un dato que hasta entonces circulaba off the record, pasó a oficializarse de manera definitiva e instantánea. ¿Quedaba algo por averiguar después de un dato tan breve y contundente?
Cuando ya no queda nada nuevo que pueda revelarse respecto de una figura pública, ante una audiencia ávida de escándalos, los medios se apartan de ella, en busca de otros personajes cuya explotación prometa ser más rentable. La mitología efímera de los medios masivos, es el homenaje que una realidad (por lo general, decepcionante) rinde a las expectativas de excitación desmedidas que alimentan sus consumidores. ¡Qué árida la verdad, cuando es efectiva, por difícil que sea manifestarla!
En los años `80, “salir del closet” era una consigna de los homosexuales que atemorizaba a muchas figuras públicas, tal como la confesión haber sido víctima de violencia durante la infancia, una generación más tarde. ¿Cómo volver atrás después de haber dado ese paso? ¿La verdad no destruirá para siempre, una construcción que puede haber sido falsa, pero que ha costado tanto elaborar? Con el tiempo, ninguna de estas preocupaciones parece tener sentido. La proliferación de equipamiento capaz de registrar imágenes y sonidos se ha revelado ideal para mostrar a personajes célebres o desconocidos en actividades que hubieran debido ser privadas, por incómodas, y que en la actualidad no tardan en estar en Facebook o You Tube, disponibles para el disfrute de millones de usuarios.
Las imágenes de la gente se construyen de un día para el otro y con la misma facilidad no tardan en alterarse, para dar espacio a nuevas imágenes que desarrollan o contradicen a las anteriores. Las periódicas ceremonias de demolición de figuras mitológicas que brindan los medios en la actualidad, revelan que la lógica interna de la industria cultural ha impuesto el ascenso y también la caída de los personajes que ella utiliza en su discurso, y pasan a convertirse en rehenes de una explotación que vuelve cada vez más peligroso cualquier intento de ascender al Olimpo de la fama.

A la gloria de los más famosos se adscribe siempre algo de la miopía de los admiradores. (Georg Lichtenberg)

viernes, 23 de junio de 2017

EL ABANDONO DE ARIADNA Y OTRAS MUJERES MÍTICAS


Leda y el cisne (Zeus)
En la mitología griega, los dioses del Olimpo experimentan las mismas pasiones y debilidades que los humanos, sus criaturas (y probablemente sus modelos, como ya sospechaba Hesíodo). La pareja formada por los dioses Hera y Zeus se encuentran y desencuentran en una serie de episodios no exentos de comicidad, por los repetidos adulterios de Zeus y los justificados celos de Hera. Algo similar pasa en la vida conyugal de la pareja del viejo y feo Hefesto y la bella Afrodita, que lo sucesivamente lo engaña con Ares, Anquises y Adonis. La infidelidad, sin embargo, por humillante que resulte para alguna de las partes, no quiebra del todo la relación inicial.
El héroe Jasón arma una pareja tormentosa con la exiliada Medea, a quien deja tras haberle dado un par de hijos, para aprovechar un matrimonio de conveniencia con Glauca, hija del rey de Tebas. La inmortal Selene se enamora del mortal Endimión, y al ser víctima de una maldición, solo puede entrar en contacto con el hombre, cuando él está dormido y sin despertarlo. Logra amar, sin que su pareja sepa que es amado y (menos aún) que dormido responde a ese amor.
Dido y Eneas
Dido es una reina viuda y exiliada, que funda la ciudad de Cartago. De acuerdo a La Eneida de Virgilio, otro exiliado, el troyano Eneas, es el hombre de quien Dido se enamora, a pesar de su decisión previa de consagrarse a la memoria de su marido. Eneas es alguien que no puede permanecer con ella, porque Júpiter le ha encomendado otra misión en otro lugar del Mediterráneo, la fundar la ciudad de Roma. Como no logra detenerlo, Dido se inmola en una hoguera. De nuevo, una mujer capaz de tomar decisiones trascendentales, revela que no es nadie, sin la compañía de un hombre. Perdido su amante, la mujer no tiene otra decisión que morir.

La muerte es ahora una visita / bien recibida. / Cuando yazga en tierra, / mis equivocaciones no deberán crearle / problemas a tu pecho. Recuérdame / pero ¡ay! Olvida mi destino. (Henri Purcell: Dido y Eneas)

Los amores de los dioses y héroes mitológicos no suelen afianzarse mediante un proceso de enamoramiento y compromiso gradual entre ambas partes. Tampoco se extinguen por causa de la rutina conyugal, que desgasta los lazos de afecto que pudo haber entre los seres humanos. Dioses y héroes conciben pasiones desmedidas, repentinas, imposibles de controlar. Cuando arman parejas, incurren también en traiciones, cuyas consecuencias no pasan desapercibidas para sus iguales. No existe nada pequeño en estos destinos. Resultan dignos de ser observados, porque exceden los límites habituales.
Teseo y Ariadna
Teseo goza de privilegios inexplicables desde el momento mismo de su nacimiento. Es hijo de Egeo, Rey de Atenas, que debe pagar un amargo tributo a Minos, Rey de Creta: después de ser derrotado en la guerra. Egeo se ha comprometido a entregar todos los años a siete vírgenes y siete hombres jóvenes, para ser sacrificados al Minotauro, un monstruo de cuerpo humano y cabeza de toro, que es su hijo y habita un laberinto construido especialmente para contenerlo.
Ariadna, hija de Minos, indignada por la bárbara costumbre o (lo más probable) enamorada del extranjero, toma la iniciativa de buscar a Teseo, para compartir con él un secreto que obtuvo de Dédalo, el arquitecto que alzó el laberinto. Si Teseo utiliza el ovillo de hilo que le suministra Ariana para marcar su recorrido y regresar, logrará matar al Minotauro, salvar su vida y la de muchos jóvenes atenienses. Ariadna pone como condición que una vez fuera del edificio, Teseo la lleve con él, para evitar la represalia de Minos y sobre todo, para convertirse en su pareja.
Esa es la imagen de una mujer apasionada: traiciona a los suyos, se convierte en responsable de la muerte de su hermanastro y opta por el exilio, con tal de asegurarse el amor de un hombre al que apenas conoce. Dotada de una inteligencia superior, la utiliza para someterse a su pareja.
En uno de sus juegos intelectuales con los personajes suministrados por la frecuentación de la biblioteca, Jorge Luis Borges atribuye un carácter paradojal (no solo antiheroico, sino ajeno a toda verosimilitud de una relación de pareja) al clímax de esta historia.

-¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo- El minotauro apenas se defendió. (Jorge Luis Borges)

¿Por qué se dedicaría un hombre a derribar innecesariamente su propia imagen, delante de una mujer que lo ama y a quien ama? ¿Acaso hubo testigos de su enfrentamiento, capaces de desmentir el desempeño heroico? Teseo puede mentir tanto como quiera, adornar los hechos o hacer lo que se le ocurra con su hazaña. Gran parte del poder que un hombre puede ejercer sobre su pareja femenina, depende de la construcción del mito de la superioridad de él sobre ella en cualquier aspecto: sexual, económico, intelectual. La idea del hombre que voluntariamente devalúa su imagen personal, en el texto de Borges, parece referirse a otra cosa, que no corresponde a la mitología. El Teseo de Borges sabe que a pesar de que todo el mundo crea la otra versión, la más favorable a su fama, delante de su mujer será incapaz de sostenerla.
Ariadna en Naxos
Una vez muerto el Minotauro, los atenienses se apresuran a hundir las naves cretenses que hubieran podido seguirlos y embarcan de regreso a su patria, llevando con ellos a Ariadna y su hermana Fedra. Una tormenta los desvía de su rumbo y llegan en busca de agua potable a la isla de Naxos. Las razones que llevan a Teseo a abandonar en la playa a Ariadna pueden discutirse. De acuerdo a la versión de Hesíodo, ella se encuentra dormida cuando Teseo ordena embarcar a los suyos, dejándola atrás. ¿Nadie se ha dado cuenta de la ausencia de la princesa? Más probable resulta que Teseo quiera librarse de ella, porque está interesado en Fedra.
De acuerdo a otra versión, que trata de exculpar a Teseo, es Ariadna quien se interna por decisión propia en la isla y se duerme donde nadie puede encontrarla. Teseo se ve obligado a embarcar, un viento inesperado lo aleja de la isla y se obligado a abandonarla. ¿No son demasiadas coincidencias para encubrir una ruptura unilateral de la pareja?
Una mujer despechada puede convertirse en un adversario temible, cuando esto sucede en la vida cotidiana. Si bien es fácil dejarla de lado, ¿cómo evitar la respuesta de la víctima? En el mito, Ariadna maldice a Teseo y logra que el rey Egeo se arroje al mar, cuando un descuido de su hijo le hace creer que él ha muerto durante el viaje. Esa desgracia es ambigua, porque por un lado facilita el ascenso de Teseo al trono, y vuelve a resultar sospechosa, porque la unión de Teseo y Fedra no les depara la felicidad, sino el conflicto de la pasión que se despierta entre Fedra e Hipólito, su hijastro.
Al abandonar a Ariadna, tal como le sucede a Jasón cuando abandona a Medea, Teseo asegura su desgracia. El quiebre de la pareja es tolerado por la sociedad del mundo antiguo, que no discute el derecho de los hombres a cambiar de parecer y aburrirse de las mujeres que hasta poco antes los atraían, pero de todos modos resulta desaconsejable, dados los poderes considerables (temibles) de las mujeres.
La hazaña previa de Teseo es admirable, pero tiene un defecto: no existiría de no ser por la estrategia y los instrumentos que suministra Ariadna. Paralelamente, el proyecto de liberación personal de Ariadna es perfecto, pero no puede acometerse sin el aporte de Teseo (o de cualquier otro hombre que cumpla las mismas condiciones: a) demostrar la decisión suficiente para entrar en el laberinto, hallar al Minotauro y matarlo; b) ser tan atractivo como para alentar a Ariadna a enamorarse de él, al punto de convencerla de planear la muerte de su hermano y la humillación y el distanciamiento de su padre).
La mujer que aparece en esta historia es temible, porque planifica acciones que alteran el orden establecido por los hombres, guiada por sus hormonas, en lugar de la ambición o el cálculo político. El hombre, en cambio, no merece la confianza de su pareja, porque no se siente atado a ella por ninguna gratitud. Cuando tal situación se da y es conocida por otros, la mujer se vuelve detestable, sin importar los atractivos que se adviertan en ella.
Ariadna tiene que buscar un Teseo para manifestarse como estratega y hembra, un hombre que podría reemplazar por cualquier otro, mientras que Teseo no puede aceptar que Ariadna lo ate a la fidelidad conyugal, puesto que en su vida puede haber otras, como demuestra su nutrido historial de conquistador. Si ella es fiel, cumple con el mandato que la sociedad ha establecido para todas las mujeres, incluyendo a las diosas. Si él fuera fiel, rebajaría su estatura de héroe.
Ariadna y Dionisos
Los pintores han representado a Ariadna como una bella mujer, pacíficamente dormida, a veces desnuda, a quien su pareja traiciona con su hermana. Mayor desolación es imposible. De la ópera de Claudio Monteverde se conserva solo el aria del Lamento de Ariadna, que corresponde a ese momento en que el abandono es percibido por el personaje. Se encuentra sola, en un territorio que desconoce, ha dejado atrás a su patria, su familia y el amante por el que todo lo sacrificó. Ella es la imagen perfecta del sufrimiento femenino, que se alimenta del aislamiento y la indefensión.
Al alejarse de Creta, Teseo tuvo a su disposición a dos mujeres, y como se trata de un drama antiguo, en lugar del doble juego de la moral burguesa, debió optar por una de ellas, abandonando a su suerte a la otra. No es una solución demasiado honesta, pero traicionar a una mujer traidora, que deshonró a su padre, no parece una falta demasiado grave.
Ariadna tiene a lo largo de su historia la posibilidad de relacionarse con dos hombres, pero en ningún caso le es dado optar por ninguno de ellos: el primero la abandona cuando tiene la oportunidad de hacerlo, y el otro que la encuentra sumido en el duelo, la colma de una pasión que compensa cualquier dolor que la mujer hubiera experimentado.

Dejadme morir / dejadme morir / ¿Esperáis, que me consuele / en un trance tan duro / en un martirio como éste? / Dejadme morir. / (…) ¡Oh Teseo, oh Teseo mío! /  Vuelve a mirar a aquella / Que por ti abandonó su patria y reino / y en esta playa, ahora / presa de fieras despiadadas y crueles / sus huesos dejará. (Strozzi y Monteverdi: L`Arianna)

Las fieras que asustan a Ariadna no resultan ser tan temibles como se anuncian. Forman parte de un cortejo que la protege y homenajea, en el que figuran también músicos y un carro donde llega una figura masculina joven y de inusitada belleza, el dios Dionisos (Baco para los romanos) el dios del vino y la euforia, que enloquece a las mujeres durante las procesiones en su homenaje. Dionisos la invita a viajar en su compañía, la convierte en su esposa y la conduce al cielo de los inmortales. El verdadero amor no tiene por qué ser el primero, como se advierte en este caso, sino aquel que se impone después de haber experimentado el desengaño.

Pasar de Teseo a Dionisos es para Ariadna cuestión de salud y de curación. (Gilles Deleuze)

Hay quien ve en esta transición a todas luces añadida, improbable, el crecimiento emocional de Ariadna. Si alguien sobrelleva el duelo por la pérdida del primer amor, que supuso definitivo, recibe como premio una felicidad perfecta que de otro modo hubiera desconocido. La mujer que toma la iniciativa en sus relaciones amorosas es castigada, por desafiar las normas de su cultura, que espera de ella su sometimiento al varón. La mujer que se entrega al hombre en el que ha logrado despertar una pasión, en cambio, recibe como premio una felicidad ilimitada. La pareja ideal, de acuerdo a la concepción griega, es aquella donde la mujer vive desde muy temprano en pareja, que es fiel porque no le brindan otra alternativa, y que se ha resignado a la subordinación al hombre, mientras el hombre vive en pareja tan solo para engendrar descendencia que lo engrandezca ante el resto de los hombres.

viernes, 7 de abril de 2017

MUJERES QUE PAGAN POR COMPAÑÍA MASCULINA


David Bowie y Kim Novak: Just a Gigolo
Desde que la cultura patriarcal impuso el dominio de los hombres sobre las mujeres, a ellas les fue asignado el rol de permanente objeto del deseo de ellos. Si se las ve, si se las menciona, es porque los hombres las toman en cuenta, no porque se les permita elaborar una imagen propia, ni tener una voz propia. Por eso las mujeres resultan algunas veces fascinantes, lejanas, y otras despreciables, amenazantes o sometidas, mientras los hombres dedican todas sus energías para conquistarlas o eliminar a los rivales con los que compiten en la posesión de esos cuerpos, cuando no se empeñan en hacerles la vida imposible con sus ataques de celos, después de haberlas seducido y pasado a considerar objetos de su exclusiva propiedad.
Apoderarse de las mujeres, convencerlas de entregar sus cuerpos al disfrute unilateral de sus parejas, asegurarse su fidelidad mediante regalos o temor, convencerlas de que si se entregan incondicionalmente a quienes les hacen el favor de fijarse en ellas, van a acceder al mejor de los mundos posibles, son preocupaciones masculinas que parecen no tener equivalencia frecuente en el otro género.
Gloria Swanson y William Holden en Sunset Boulevard
Norma Desmond, la protagonista de Sunset Boulevard (el filme de Billy Wilder) es una madura actriz del cine mudo, que veinte años más tarde ha sido olvidada por el ambiente de Hollywood. Conserva sin embargo las propiedades y el capital que acumuló en otros tiempos, y puede pagar la compañía de un hombre veinte años más joven, mediante un empleo, trajes costosos y objetos de lujo. Esa inversión monetaria la hace esperar una dedicación exclusiva del hombre a su persona.
Cuando advierte que él está por abandonarla, poco importa si por causa de otra mujer o para recuperar su trabajo, ella le dispara en la espalda cuatro balas que terminan con su vida en una piscina, porque una mujer puede ser (si la provocan) tan feroz como suele ser un hombre, cuando no consigue imponer su voluntad.
Richard Gere: American Gigolo
Los hombres se han prostituido a lo largo de toda la Historia, a pesar de lo cual ese oficio tiende a identificarse con las mujeres, como demostración fehaciente de la inferioridad moral de ellas. En la Antigüedad, los hombres que se prostituían eran esclavos jóvenes que carecían de derechos y no podían aspirar a mejor trato. Sus clientes eran otros hombres y prestaban sus servicios en prostíbulos que tanto ofrecían hombres como mujeres al disfrute de su clientela.
Hombres famosos de entonces, como los gladiadores romanos, podían ser solicitados como reproductores calificados por las damas de la clase alta, que no los hubieran aceptado ni conservado como pareja. Solo se traba de suplir las deficiencias de sus maridos, exclusivamente con propósitos prácticas, sin mezcla de afectos más complejos.
En el Japón medieval hubo geishas hombres, que cumplían la misma función de acompañantes, cuando las mujeres todavía no se encargaban de la tarea. Se los denominaba houkan. Desde el siglo XIII, ellos daban consejos de estrategia militar a los señores feudales, durante épocas de guerra. Al llegar la paz, sus principales actividades pasaban a ser las de entretener mediante el recitado de poemas, narración de cuentos eróticos, canto y ejecución de música, propuestas de brindis de sake y una conversación bien informada sobre las artes.
El houkan era un animador de fiestas privadas, un compañero de diversión de otros hombres, que mantenía en todo momento un rol subordinado y complaciente durante su diálogo con los clientes del mismo género. A mediados del siglo XVII, las mujeres llegaron para reemplazarlos, demostrando una destreza muy superior a la de quienes las habían precedido. Los hombres quedaron relegados al rol de meros ayudantes de las geishas.
La tradición del gigoló en Occidente es otra. La palabra comienza a ser empleada en los años `20, como ampliación del término gigolette, que se aplicaba en Francia a la joven bailarina a la que se pagaba por sus servicios de acompañante en una pista de baile.
Catalina de Rusia
Cuando Catalina de Rusia escogía a sus amantes entre los oficiales de la Guardia Imperial, no solo tomaba en cuenta su aspecto físico, sino también su capacidad intelectual para secundarla en la administración de una inmensa nación que ella había llegado a controlar con tanto esfuerzo (como eliminar a su marido mediante una revolución inspirada por ella). En la intimidad, Catalina podía mostrarse dependiente y a la vez autosuficiente, como indica la carta que envía a uno de sus colaboradores:

Estoy sumida en la impaciencia. ¡Oh, mi criatura divina! Si no llegas pronto, te haré buscar por toda la ciudad. (Catalina de Rusia: carta a un amante)

Hombres atractivos como los hermanos Orlov o Grigori Potyomkin, entre otros, fueron sus acompañantes. A diferencia de Elizabeth de Inglaterra, Catalina retribuía generosamente los servicios de quienes la servían; les entregaba títulos de nobleza, grandes extensiones de tierras, siervos, y cuando se cansaba de ellos les encontraba esposas y apoyaba a las familias que ellos formaban. ¿Pagaba Catalina a sus acompañantes masculinos? Más bien, dispensaba sus favores de Emperatriz, consistentes en cargos públicos, tal como hubiera hecho cualquier hombre que estuviera en su envidiable situación.
Elizabeth I
Los favoritos de una mujer  poderosa del pasado, debían ser discretos, para no dejarla en evidencia como una promiscua o una débil de carácter, fácil de influir gracias a las destrezas amatorias de sus parejas. Tampoco les estaba permitido a los hombres ser infieles a la dama, porque al intentarlo arriesgaban sus cabezas, como aprendieron en su tiempo aquellos a quienes Elizabeth de Inglaterra, conocida como la Reina Virgen, concedió el privilegio de acompañarla y luego castigó.
Ella convocaba a su intimidad a aventureros como Robert Dudley, Robert Devereux, John Harrington o Walter Raleigh, que posteriormente eran recompensados con títulos nobiliarios, propiedades y permisos para explorar las riquezas del Nuevo Mundo. Qué pasaba entre ella y sus favoritos, no se sabe. Tal vez nada más que la excitación proporcionada por una vecindad heterosexual a una mujer a quien las razones de Estado le impedía comprometerse con nadie que pudiera perjudicar su actividad política.
En la actualidad, mujeres maduras de los países más desarrollados, pueden buscar (y encontrar sin mayor dificultad) una compañía masculina a su gusto, en países alejados de sus lugares de procedencia. El Caribe, el Mediterráneo, Indonesia, son los destinos más frecuentados por el nuevo turismo sexual. Contratan a jóvenes nativos que se ofrecen como guías turísticos, instructores de baile o acompañantes de alcoba.

Just a gigoló / everywhere I go / people know the part / I´m playing. / Paid for every dance / selling each romance / every night some heart / betraying. (Leonello Casucci e Irving Caesar: Just a gigolo)

A comienzos del siglo XX, el gigoló no pasaba de ser una figura bastante inocente, la pareja masculina disponible para el baile de salón con una dama, actividad que no supone más contacto físico que el que puede ser vigilado por todos los asistentes al lugar. El gigoló era un bailarín profesional, contratado (por lo tanto, pagado) para acompañar a su pareja femenina en la pista de baile de hoteles elegantes, que permitían ese tipo discreto de prestaciones o llegaban a ofrecerlo a sus clientes, como uno más de sus servicios.
Rodolfo Valentino
Rodolfo Valentino, el famoso actor del cine mudo habría desempeñado ese oficio al llegar a New York desde su nativa Italia. A lo largo de su carrera, se especializó en roles románticos, que tarde o temprano incluían alguna escena de baile. Su desempeño como bailarín le abrió las puertas del cine.
Posteriormente, las actividades del acompañante masculino pasaron al ámbito privado, con lo que adquirieron una evidente connotación sexual. Una mujer madura y adinerada, contrata una joven pareja masculina (el gigoló) que con toda seguridad no estaría a su lado, si ella no le pagara por sus servicios. Esta pareja, objeto del escarnio generalizado, proviene de una época en que la imagen complementaria del hombre maduro acompañado por una jovencita, con edad para ser su hija o nieta, despertaba comentarios cómplices y envidiosos de quienes hubieran querido estar en su lugar.
Mae West y Cary Grant
La actriz y dramaturga Mae West, símbolo sexual de los años ´30, continuó exhibiéndose en compañía masculina siempre joven y atlética (primero con diez, luego con veinte, treinta o cuarenta años menos que ella) hasta el momento de su muerte, a los 80 años. Aquello que en un momento podía resultar provocador, con el tiempo llegó a convertirse en caricatura de la hembra devoradora.
Cuando un hombre maduro o anciano se exhibe con una pareja femenina bastante más joven que él, los otros hombres lo envidian, consideran que tiene buen gusto al seleccionar mujeres y demuestra estar sexualmente activo. Cuando una mujer madura se presenta en público, acompañada por un hombre mucho más joven, su imagen suele considerarse patética, reveladora de la incapacidad femenina para percibir el ridículo al que se expone.