Los políticos y analistas políticos, suelen dar por sentado que las mujeres son conservadoras, por desinformadas, respetuosas de las instituciones y sumisas a las decisiones de los líderes políticos y religiosos. Ellas temerían los cambios, donde solo verían la oportunidad de que sus maridos e hijos se enredaran en confrontaciones que no tardarían en escapárseles de las manos. Las mujeres, de acuerdo a este prejuicio, saben cuánto les ha costado establecer la situación que disfrutan y puede verse amenazada por cualquier disturbio.
Al revisar la Historia, se advierte que en épocas convulsionadas, en las que se discuten las nuevas ideas y se rechazan otras que hasta entonces habían sido aceptadas sin discusión; en un momento en el que se intenta establecer nuevas maneras de organizar la sociedad, los roles que tradicionalmente se atribuyen a hombres y mujeres pierde su rigidez habitual y permiten atisbar otro tipo de relaciones (que alientan a unos pocos a emprenderlas e intimidan al resto).
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Inés de Suárez |
Las mujeres europeas que a partir del siglo XVI participaron en la conquista del territorio americano, fueron arriesgadas y fuertes, no pocas veces aguerridas, al igual que los hombres con quienes formaban pareja. Inicialmente no entraban en el plan de conquista del Nuevo Mundo. Luego se les autorizó el viaje, porque ellas lo reclamaban ante los Tribunales, cuando comenzaron a divulgarse las historias de amancebamiento de europeos con hembras indígenas. Figuras como Inés de Suárez, amante y colaboradora de Pedro de Valdivia durante la ocupación del territorio chileno por los españoles, indican las características de las parejas en las fronteras de una cultura tan invasora como la europea.
Los hombres eran aventureros de origen humilde, ambiciosos, poco educados, que al apoderarse de un territorio mal defendido por sus ocupantes originarios, hallaban una oportunidad única de acumular fortuna y obtener una legitimación social que hubieran sido inimaginables, de continuar en su terruño. Las mujeres no eran menos arriesgadas y ajenas a las convenciones de la época. Al asociarse a esos hombres, muchas veces sin pasar por el matrimonio, ponían en peligro la vida, puesto que se trasladaban al escenario de una guerra cruel y prolongada, en la confianza de adquirir, como recompensa, un poder que su condición femenina y su origen oscuro les negaba en Europa.
Tres siglos más tarde, cuando las instituciones parecían haberse estabilizado en América, otras convulsiones sociales y políticas demostraron que el continente no era el terreno más adecuado para las parejas tradicionales. Las guerras de la independencia americana fueron terreno propicio para la aparición de un nuevo tipo de mujer.
En Buenos Aires, Manuela Pedraza era la esposa de uno de los soldados que defendía la ciudad de la invasión inglesa de 1806. Cuando su marido murió en batalla, Manuela, en lugar de ponerse a llorar la pérdida, tomó el fusil que había dejado el hombre y mató con sus propias manos al asesino. Parte de esta historia avalada por Bartolomé Mitre puede ser falsa. Los testimonios de Santiago de Liniers, que dirigió la resistencia a los invasores y de un combatiente francés, Pierre Giequel mencionan a la mujer vestida de hombre y presente en las escaramuzas bélicas, pero omiten la muerte del marido.
No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa, que combatiendo al lado de su esposo, y que en la acción de la Reconquista ultimó a un soldado británico, del cual obtuvo un fusil, que se lo presentó, en tributo, al Reconquistador de la ciudad. (Santiago de Liniers)
Pocos años más tarde, en Venezuela, Luisa Cáceres, hija de un profesor de Caracas, se vio incluida en la guerra antes de casarse a los quince años con Juan Bautista Arismendi, coronel de las fuerzas patriotas. Uno de sus hermanos había sido fusilado por los realistas. Luisa y el resto de la familia emigraron con Bolívar hacia Cumaná. Cuatro tías murieron en el camino. Arismendi protegió a los sobrevivientes y se casó con Luisa. La pareja tuvo hijos durante la guerra. Los españoles apresaron a Luisa, aprovechando su embarazo, en el intento de presionar la entrega del marido. Arismendi les respondió: “Diga al jefe español, que sin patria no quiero esposa”. Luisa permaneció en una estrecha celda donde parió a uno de sus hijos.
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Juana Azurduy |
Juana Azurduy nació el mismo año de la revuelta indígena de Túpac Amaru, en lo que hoy es Bolivia. Con su esposo Manuel Padilla adhirieron a la Revolución de Chuquisaca, que destituyó al presidente de la Real Audiencia. Colaboraron con el ejército de Buenos Aires, que pretendía sumar a ese sector del continente a la revuelta contra España. Juana presenció la muerte en combate de cuatro de sus hijos y parió a una hija durante la guerra. Cuando la expedición libertadora fue derrotada, Juana fue apresada con sus hijos y sufrió la confiscación de sus bienes. Padilla los rescató y todos se refugiaron en las montañas, donde reclutaron a 10.000 soldados. Durante los años que siguieron, los esperaban victorias y derrotas. Juana y su marido condujeron una guerra de guerrillas contra el ejército realista. En el curso de la campaña, ella alcanzó el rango de teniente coronel.
Las mujeres de los nuevos enrolados, llevando sus hijos y sus utensilios domésticos, los siguen entonces a sus guarniciones, y aún a sus campañas de guerra. Así la marcha de un ejército peruano, tiene todo el aspecto de esas tribus primitivas que van en busca de un nuevo territorio. Esas mujeres de los regimientos, esas “rabonas” (…) agarran a los soldados con lazos que a pesar de ser ilegítimos, no son por eso menos sólidos. (Max Radiguet: Lima y la sociedad peruana)
Los patriotas americanos encontraron a mujeres apasionadas, excepcionales por su belleza y capacidad intelectual, a veces casadas en la adolescencia, que abandonaron la seguridad del hogar y desafiaron las convenciones sociales, para seguirlos en una aventura que prometía más penurias que halagos.
Simón Bolívar tuvo muchas parejas en su vida, tras la muerte prematura de su esposa, María Teresa del Toro, al poco tiempo de casados. Durante sus campañas militares halló a Manuela Sáenz, una mujer que se había liberado por su propio esfuerzo de las convenciones de su época. Hija de una relación extra conyugal de su padre, participó en el levantamiento de Quito contra el poder español, fue encerrada en un convento, del que huyó con el oficial Fausto D´Elhuyar, un enamorado que la decepcionó, para casarse más tarde con James Thorne, comerciante inglés que la superaba en años y toleraba sus actividades políticas, cuando se instalaron en Lima.
En 1822, Manuela conoció a Bolívar y decidió acompañarlo como amante y secretaria. Fue su pareja más próxima (no la única) hasta la muerte del hombre en 1830. A partir de ese momento, ella se convirtió en figura indeseable para los gobernantes de los países que su pareja había liberado. En ocasiones Manuela vestía de soldado y participaba en las campañas militares. Mientras Bolívar estuvo con vida, la presencia de Manuela fue resistida por los círculos del poder a los que desafiaba con su comportamiento impulsivo. Tras la muerte de su pareja, Manuela fue despojada de todo el poder que le atribuían los seguidores de Bolívar, y quedó olvidada.
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Anita Garibaldi y Giusseppe Garibaldi |
Ana María de Jesús Ribeiro da Silva tropezó con Giuseppe Garibaldi, futuro conductor de la guerra de unificación de Italia, en Laguna (Brasil), cuando ella tenía 16 años y estaba casada desde un año antes, tras haber quedado huérfana, con un hombre que la maltrataba. Garibaldi era un revolucionario ya fracasado en Italia, que se encontraba luchando por la independencia del Brasil. Después haberse unido, Anita se empeñó en que la entrenaran como soldado y participó en la batalla de Santa Caterina.
Mientras estaba embarazada, Anita fue tomada prisionera, no obstante lo cual escapó a caballo, sin ayuda de nadie y logró encontrarse con Garibaldi. La pareja tuvo tres hijos y se mantuvo unida, a pesar del temperamento apasionado de ambos y las infidelidades de él. El matrimonio ocurrió en Uruguay, en 1842, cinco años después de haberse reunido. Anita participó con su marido en una nueva campaña por la unificación de Italia, tarea durante la cual murió en 1849, sin haber visto la victoria.